«Levántate, toma tu camilla y vete a tu casa».
Para la oración personal del sacerdote en base al Evangelio del día. Jueves 4 de julio de 2019
ESPADA DE DOS FILOS. P. Gustavo Elizondo Alanís
«Tu Señor vive en ti, sacerdote, y si al mundo le falta fe, que crean al menos por tus obras».
«La palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que una espada de dos filos» (Heb 4, 12).
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EVANGELIO DEL JUEVES DE LA SEMANA XIII DEL TIEMPO ORDINARIO
La gente glorificó a Dios, que había dado tanto poder a los hombres.
+ Del santo Evangelio según san Mateo: 2, 1-8
En aquel tiempo, Jesús subió de nuevo a la barca, paso a la otra orilla del lago y llegó a Cafarnaúm, su ciudad.
En esto trajeron a donde él estaba a un paralitico postrado en una camilla. Viendo Jesús la fe de aquellos hombres, le dijo al paralítico: “Ten confianza, hijo. Se te perdonan tus pecados”.
Al oír esto, algunos escribas pensaron: “Este hombre está blasfemando”. Pero Jesús, conociendo sus pensamientos, les dijo: “¿Por qué piensan mal en sus corazones? ¿Qué es más fácil: decir ‘Se te perdonan tus pecados’, o decir ‘Levántate y anda’? Pues para que sepan que el Hijo del hombre tiene poder en la tierra para perdonar los pecados, —le dijo entonces al paralitico—: Levántate, toma tu camilla y vete a tu casa”.
Él se levantó y se fue a su casa. Al ver esto, la gente se llenó de temor y glorificó a Dios, que había dado tanto poder a los hombres.
Palabra del Señor.
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“En la presencia de Dios, en una lectura reposada del texto, es bueno preguntar, por ejemplo: «Señor, ¿qué me dice a mí este texto? ¿Qué quieres cambiar de mi vida con este mensaje? … (Francisco, Evangelii Gaudium, n.153).
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REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE
Señor Jesús: el evangelista se cuida de dejar por escrito algo que era muy importante en el relato: tú “viste” la fe de aquellos hombres.
Los otros evangelistas mencionan que los que llevaban la camilla tuvieron que levantar la techumbre del sitio donde estabas, para descolgarla y colocar al paralítico frente a ti.
Tú viste la fe de aquellos hombres, a los que no les importaron los obstáculos, y los vencieron, en favor de su amigo. No podías dejar de realizar el milagro, como premio a aquella fe.
Y concedes más de lo que te piden: no sólo sanas su cuerpo, sino que primero sanas su alma.
Lo que vieron todos fue una sanación total del cuerpo de aquel hombre, que tenía la fuerza suficiente, en ese mismo momento, de tomar su camilla y caminar hacia su casa.
Lo que sólo viste tú, Jesús, fue la fe de aquellos hombres.
Señor: para que tu pueblo pueda tener esa fe debo fortalecer la mía, para dar ejemplo. Ese es uno de mis deberes de Buen Pastor. Yo te pido que aumentes mi fe, para que la vean a través de mis obras, y glorifiquen al Padre del Cielo.
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«Sacerdotes míos, Pastores de pastores: apacienten a mis ovejas.
Ustedes que cuidan, que forman, que dirigen, que construyen, que guían, tengan fe, demuestren la fe, vivan la fe, contagien la fe.
Ustedes deben ser ejemplo, den ejemplo.
Sean dóciles, mansos y humildes de corazón, y déjenme actuar, para cambiar la dureza de sus corazones de piedra en corazones de carne.
Acéptenme y conviértanse, búsquenme y encuéntrenme, llámenme y recíbanme, ámenme y déjense amar por mí. Para que con mi amor cuiden y formen, dirijan, construyan y guíen en la fe.
Apacienten a mis ovejas. Porque mis ovejas son pastores también, que guían, construyen, dirigen y forman. Confírmenlos en la fe.
Fe en el amado, fe en el amor, fe de enamorado, fe por convicción. Fidelidad, confianza, esperanza, amor.
Apacienten a mis ovejas, que el Pastor sumo y eterno sacerdote está pronto a venir. ¿Qué encontraré al llegar? ¿Qué cuentas van a entregar?
Acepten el auxilio de mi Madre, reciban su protección, busquen su consuelo, amen su Inmaculado Corazón, para que, al llegar, no los encuentre dormidos.
Pastores de pastores, conduzcan bien sus rebaños, en la unidad, en la perseverancia, en la alegría, en la fe, en el amor y en la paz».
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Madre nuestra: lo primero que hizo Jesús fue perdonar los pecados del paralítico, porque era más importante sanar su alma que sanar su cuerpo. Ese hombre no pronunció palabras, pero Jesús escuchó su alma, y la curó.
Tú eres Reina de la Paz, y Madre de misericordia. Nosotros, tus sacerdotes, tenemos experiencia de cómo los penitentes que acuden al sacramento de la misericordia recuperan la paz perdida por el pecado. Enséñanos a ser buenos administradores de esa misericordia.
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«Hijos míos, sacerdotes: reciban la paz de Dios y llévenla al mundo por medio de su misericordia. Porque toda misericordia viene de Dios, derramada en la Cruz desde siempre y para siempre, para llevar a los hombres a Dios.
La misericordia de Dios se derrama en la Cruz del Hijo, como la muestra más grande de amor de Dios por los hombres, porque tanto amó Dios al mundo que entregó a su único hijo para que todo el que crea en Él no muera, sino que tenga vida eterna.
Pero el mundo no quiso ver la luz y, cegado en las tinieblas del pecado, lo rechazó, torturándolo y matándolo en la Cruz, en donde Él mismo se entrega como el más grande signo de amor, perdonando, amando hasta el extremo, destruyendo el pecado en cada herida, en cada espina, en cada clavo, recibiendo todo el peso y el impacto de todos los pecados del mundo, para destruir el pecado y la muerte del mundo, que por el pecado había ganado, recibiendo de adentro del corazón del hombre todo lo que contamina al hombre, entregando desde dentro del corazón de Dios lo que salva al hombre: el amor, por medio de su misericordia.
Porque lo que sale de la boca del hombre viene de dentro del corazón y es lo que contamina al hombre. En cambio, lo que sale de la boca de Dios hiere los corazones de los hombres como espada de doble filo, para que por esa herida derramen, como Él, su misericordia.
Es en la Cruz en donde el Hijo de Dios, que fue encarnado en vientre inmaculado de mujer para ser Hijo del hombre, para abajarse al hombre, para hacerse débil para ganar a los débiles, para hacerse todo a todos, para ganar a todos los que crean en Él, se entrega totalmente para morir y triunfar, para resucitar al mundo en la misericordia de su resurrección, para que crean en Él y darles vida eterna.
Porque todo el que crea en Él, aunque muera vivirá, y el que vive y cree en Él no morirá jamás.
Es su sangre derramada hasta la última gota la que limpia el pecado del mundo porque Él es el Cordero de Dios que quita los pecados del mundo, pero su misericordia derramada por su sacrificio es infinita.
Es su carne inmolada y destrozada en la Cruz el pan vivo bajado del cielo que alimenta para dar vida.
Y es su sangre y es su carne, en su misericordia infinita, para alimentar al hambriento y saciar al sediento, para liberar al oprimido y sanar al enfermo, para perdonar al pecador y corregir sus errores, para acoger a los pobres de corazón y vestir de pureza al desnudo, para consolar a los tristes con la alegría del encuentro, para aconsejar e instruir en el camino correcto con paciencia, para enterrar el pasado y darles vida nueva, para permanecer en la oración que fortalece la unión entre Dios y los hombres. Por tanto, la misericordia de Dios es Palabra y es Eucaristía.
Crean, hijos, en el Evangelio, y en que cada letra, cada palabra, cada texto, es misericordia derramada que alimenta y fortalece.
Crean en la Eucaristía, en que cada consagración, cada celebración, cada partícula de pan y cada gota de vino, es el cuerpo y la sangre viva de Cristo muerto, resucitado y glorioso, que se derrama en misericordia para perdonar y purificar a los hombres, para atraer a los hombres a Dios, porque nadie va al Padre si no es por el Hijo, y nadie conoce al Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar.
Yo bendigo al Padre como mi Hijo lo bendice, porque ha visto bien ocultar estas cosas a sabios e inteligentes, y se las ha revelado a los pequeños.
Ustedes, mis hijos sacerdotes, son los más pequeños, y es por ustedes que me complazco en llevar la paz al mundo entero.
Yo intercedo por ustedes, para que crean en Cristo, confíen en Cristo y amen a Cristo, porque el creer está en la fe, el confiar en la esperanza y el amar en la caridad».
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PARA EXAMINAR LA CONCIENCIA – EL PODER DE HACER MILAGROS
«¿Qué es más fácil: decir se te perdonan tus pecados, o decir levántate y anda?»
Eso pregunta Jesús.
Tu Señor te hace una pregunta, sacerdote, y pone a prueba tu fe.
Tu Señor te ha dado el poder de expulsar demonios y de perdonar los pecados de los hombres, y también te ha dicho que el que crea en Él, hará él también las obras que Él hace, y aún mayores, porque Él está en el Padre, y el Padre está en Él, y te envía a dar testimonio de esta verdad, para que el mundo crea por tus obras.
Demuestra tu fe, sacerdote, y haz lo que tu Señor te dice, pidiéndole en su Nombre, confiando en que Él te dará todo lo que le pides, para que el Padre sea glorificado en el Hijo, a través de ti y de tu fe puesta en obras.
Confía, sacerdote, en el poder de tu Señor, que Él mismo ha confiado en ti para conquistar al mundo a través de sus obras y su palabra, pero si tú, sacerdote, a quien Él ha llamado “amigo”, no crees en su poder, ¿quién creerá en Él?
Y si tú, sacerdote, a quien Él ha hecho pastor de su rebaño, no crees en tu poder, ¿quién creerá en ti?
Y si tú no predicas con el ejemplo, haciendo la Palabra de Dios tu propia vida, y no eres digno de confianza porque no cumples sus mandamientos, ¿quién confiará en ti? ¿Quién confiará en la Palabra que predicas?,
Tu Señor vive en ti, sacerdote, y si al mundo le falta fe, que crean al menos por tus obras.
Tu Señor ha obrado milagros para que el mundo crea, y lo sigue haciendo para que conste que Él está vivo, que habita entre los hombres a través de ti, sacerdote, que obras cada día ante sus ojos un milagro patente, transformando un trozo de pan y un poco de vino, fruto del trabajo de los hombres, en el cuerpo y en la sangre de Cristo, en su alma, en su divinidad, que es don, alimento, comunión, gratuidad, ofrenda y vida, elevada en el altar: la presencia de Dios en la Eucaristía.
Y tú, sacerdote, ¿crees en los milagros?
¿Crees en el poder que te ha dado tu Señor, y en el poder de la intercesión de los santos?
¿Pides, en el nombre de tu Señor, beneficios, dones y gracias, para su pueblo?
¿Tienes caridad?
¿Tienes compasión?
¿Tienes encendido el corazón de celo apostólico, que te motiva a hacer las mismas obras que hizo tu Señor?
¿Le permites obrar por ti, contigo y en ti?, ¿o limitas la gracia por tu incredulidad y tu poca fe?
Recupera la confianza en tu Señor, sacerdote, teniendo visión sobrenatural, caminando con los pies en la tierra, pero con el corazón en el cielo, alimentando tu fe con su palabra, en la oración, abriendo tu corazón, reconociendo que tú solo no puedes nada, pero que en cada encuentro tu Señor te fortalece y su gracia te basta.
Decídete, sacerdote, a obedecer a tu Señor, y haz lo que te manda. Pídele en su nombre, y haz sus obras, confiando en su poder, perdonando los pecados de su pueblo y derramando sobre él su misericordia.
Cree en ti, sacerdote, y cree en Cristo que vive en ti. Repara su Sagrado Corazón con tus obras de amor, y confía en que Él te ha dado el poder, la gracia y el don para que no seas incrédulo, sino creyente.
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