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PEDIR MILAGROS – DEMOSTRAR LA FE

«Jesús tomó a la niña de la mano y ésta se levantó»

Para la oración personal del sacerdote en base al Evangelio del día. Lunes 8 de julio de 2019

ESPADA DE DOS FILOS. P. Gustavo Elizondo Alanís

«Fortalece tu fe, sacerdote, con los sacramentos y la palabra de tu Señor, con la oración y tomado de la mano de su Madre, abriendo tu corazón, y contagia al mundo tu fe, predicando la palabra».

«La palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que una espada de dos filos» (Heb 4, 12).

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EVANGELIO DEL LUNES DE LA SEMANA XIV DEL TIEMPO ORDINARIO

Mi hija acaba de morir; pero ven tú y volverá a vivir.

+ Del santo Evangelio según san Mateo: 9, 18-26

En aquel tiempo, mientras Jesús hablaba, se le acercó un jefe de la sinagoga, se postró ante él y le dijo: “Señor, mi hija acaba de morir; pero ven tú a imponerle las manos y volverá a vivir”.

Jesús se levantó y lo siguió, acompañado de sus discípulos. Entonces, una mujer que padecía flujo de sangre desde hacía doce años, se le acercó por detrás y le tocó la orilla del manto, pues pensaba: “Con sólo tocar su manto, me curaré”. Jesús, volviéndose, la miró y le dijo: “Hija, ten confianza; tu fe te ha curado”. Y en aquel mismo instante quedó curada la mujer.

Cuando llegó a la casa del jefe de la sinagoga, vio Jesús a los flautistas, y el tumulto de la gente y les dijo: “Retírense de aquí. La niña no está muerta; está dormida”. Y todos se burlaron de él. En cuanto hicieron salir a la gente, entró Jesús, tomó a la niña de la mano y ésta se levantó. La noticia se difundió por toda aquella región. 

Palabra del Señor.

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“En la presencia de Dios, en una lectura reposada del texto, es bueno preguntar, por ejemplo: «Señor, ¿qué me dice a mí este texto? ¿Qué quieres cambiar de mi vida con este mensaje? … (Francisco, Evangelii Gaudium, n.153).

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REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE

Señor Jesús: son dos milagros grandiosos, fruto de la fe de los que acudieron a ti esperando tu favor. San Marcos recoge los detalles de lo que sucedió en aquella ocasión, en donde queda patente que lo que tú querías era mostrar la importancia de la fe, la necesidad de la fe para obtener tu gracia. Y, como en todos tus milagros, me dejas a mí una lección.

Tú dices que la niña no está muerta, está dormida. Y yo pienso en todas esas veces que, por mis pecados, has tenido que resucitarme, volverme a la vida. El Padre te entregó al mundo para que todo el que cree en ti no perezca, sino que tenga vida eterna. Dame la fe que necesito para convertirme y vivir en ti.

Aquella mujer tenía la fe suficiente para curarse con sólo tocar la orilla de tu manto. Al celebrar la Santa Misa te toco todos los días. Dame esa misma fe, para celebrar siempre con más amor, y sanar así todas mis heridas.

Jesús, te pido que me concedas una fe grande, para que cuando me digas “ven”, yo vaya, para que me levante siempre cuando me tomes de la mano, para quedar sanado aunque haya muerto, para que me acompañen tu paz y tu misericordia.

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«Sacerdote mío: tú eres mío, yo te digo “ven” y tú vienes.

Sacerdote mío, ven. Tu fe te sana, y mi paz y mi misericordia te acompañan.

Te ha sido dada una fe fuerte, y ha sido probada. Y de esa fe darás testimonio proclamando mi palabra, que he puesto en tu boca para que confirmes en la fe a mi pueblo, a los que han desobedecido y se han ido, y a los que han obedecido y han permanecido conmigo, pero que les falta fe.

Hay muchas doctrinas, pero solo una es la verdad que enseña la doctrina de la fe de mi Iglesia, que es una, santa, católica y apostólica. Y aunque algunos de los que yo he llamado y escogido para guiar a mi pueblo elegido me han abandonado y son perturbados y engañados con doctrinas extrañas y buscan seguir otro Evangelio, yo te aseguro, solo hay un Evangelio como una es mi palabra, un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios Padre que es de todos y actúa y está en todos.

La única doctrina verdadera es la que se apega al Evangelio y reconoce que yo soy el Hijo único de Dios, que amó tanto al mundo, que dio a su único Hijo para que todo el que crea en Él no muera, sino que tenga vida eterna.

A los que dicen que no son dignos de desatarme la correa de mis sandalias, yo les digo que tienen razón, pero tienen fe, y la fe está en creer en mí, en cumplir los mandamientos de la ley de Dios, y en creer que, por mi muerte y resurrección, yo los dignifico para hacerlos hijos de Dios.

Sacerdote mío: ámame por los que no me aman, adórame por los que no me adoran, recíbeme por los que me rechazan, y póstrate a mis pies por los que me deshonran.

Ora por los que tienen poca fe, para que crean en mí, y permanece conmigo, porque has sido llamado para servirme, para que cuando yo te diga “ve” tu vayas, y cuando te diga “ven” tú vengas, y cuando te diga “haz esto” lo hagas, pero yo no te he llamado siervo, porque un siervo no sabe lo que hace su amo, te he llamado amigo, porque todo lo que he oído a mi Padre te lo he dado a conocer, para que repares mi Sagrado Corazón con obras de amor y de misericordia con las que darás mucho fruto, no para agradar a los hombres sino para glorificar a Dios».

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Madre mía: yo sé que la fe se demuestra con las obras. Ayúdame para dar siempre frutos de fe, manifestada en obras, para agradar a Dios, como lo hiciste tú.

Ayúdame a saber aprovechar mejor ese momento tan íntimo de encuentro con Jesús que es la Santa Misa. No me dejes acostumbrarme a tocarlo con mis manos, quiero tocarlo también siempre con mi corazón, para que me convierta, para que me sane.

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«Hijo mío, sacerdote: Cristo viene todos los días. Tú lo tocas y una gran fuerza sale de Él, y te llena de Él. Cuando lo tienes en tus manos no tocas la borla de su manto, lo tocas a Él. Y basta tocarlo para que se derrame la gracia en abundancia sobre ti y sobre su pueblo, para la Iglesia entera. También para las almas que están en el Purgatorio. Todos, los vivos y los muertos, reciben la gracia del Hijo de Dios cuando se encarna para darse al mundo como alimento de vida y bebida de salvación. Aprovecha ese momento y llénate de Él, y pídele tu conversión, con esa fuerza que sale de Él. Pídele que aumente tu fe, que abra tus ojos y tus oídos para que cuando lo escuches te levantes y camines.

Yo les pido a ustedes, mis hijos sacerdotes, que actúen con prontitud, y mostrando al mundo su fe con obras, desde el Sagrado Corazón de Jesús, para que el mundo vea la luz que emana del fruto bendito de mi vientre, a través de los ministerios de ustedes, para confirmarlos en la fe, y mantenerlos en la esperanza y en el amor.

Es tiempo de dar fruto. Caminen conmigo y trabajen construyendo el Reino de los Cielos en la tierra, porque por sus frutos me conocerán.

La fe les ha sido dada y yo los mantendré firmes en esa fe.

El amor les dará la fuerza.

La fuerza está en que se mantengan unidos en la oración.

Muéstrenla al mundo con obras de amor y de misericordia su fe, y reparen así el Sagrado Corazón de mi Hijo, que es la carne y la sangre del Cordero de Dios que quita los pecados del mundo, que es alma y divinidad engendrada en mi vientre y me convierte en custodia viva permanente de la Sagrada Eucaristía.

Las ofrendas son agradables a Dios.

Es bueno, al interceder, tener que ofrecer, como una prueba de amor y de fe. Denme ustedes muestras de su fe. Acudan al rezo del Santo Rosario con devoción, y entréguense en la oración a su misión, con todo su corazón, con toda su alma, con toda su mente, con todas sus fuerzas. Eso es todo lo que yo les pido. Yo usaré esto como una ofrenda al Padre al interceder por ustedes, para que reciban los dones y gracias que necesitan para ejercer un ministerio santo.

Yo les conseguiré los medios y los instrumentos. Ustedes sigan dispuestos, para que llegue a ustedes mi auxilio y la misericordia de Dios.

Yo les ayudaré a mantener una vida en santidad hasta la hora de su muerte, y los recibiré en mis brazos, para llevarlos a la presencia del Rey de reyes, y Señor de señores, en el banquete celestial, para la vida eterna.

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PARA EXAMINAR LA CONCIENCIA – DEMOSTRAR LA FE

«La niña no está muerta, está dormida».

Eso dice Jesús.

se refiere a tu fe, sacerdote, porque una fe sin obras está muerta.

Pero tú has demostrado con tus obras tu fe, desde el día en que tu Señor te ha llamado, y tú lo has escuchado y has creído en Él y en su poder para hacer de ti, que eras tan solo un hombre indigno y pecador, por su gracia, y por su don inmerecido, un pastor, un amigo, un ministro, un sacerdote.

Tú has dejado todo, y has tomado tu cruz para seguir a tu Señor Jesús.

Por tu fe has dejado casas, hermanos, hermanas, padre, madre, hijos y tierras, por su nombre, y por esa fe recibirás el ciento por uno en esta vida, y la vida eterna.

Tu Señor te ha enviado al mundo como médico de cuerpos y almas, para buscar no a los justos, sino a los pecadores, porque no necesitan médico los sanos, sino los enfermos.

Mira, sacerdote, la fe de tu pueblo. Mira, los rebaños no están completos.

Tu Señor te ha enviado a buscar también a las ovejas perdidas, a las que se han desviado, porque les falta fe.

Demuestra tu fe, sacerdote, para que por tu fe sean sanados los que tienen fe, y aquellos a los que les falta fe, los que creen, y los que no creen, los que viven en la paz de conocer la misericordia de Dios, y los que viven atribuladosdeprimidos y desesperados, porque nadie les ha enseñado la palabra de Dios.

Fortalece tu fe, sacerdote, con los sacramentos y la palabra de tu Señor, con la oración y tomado de la mano de su Madre, abriendo tu corazón, y contagia al mundo tu fepredicando la palabra, bautizándolos con el Espíritu Santo y agua, para que los que estén muertos, vivan, cuando por tu fe, tu Señor los mire, como a la niña que no está muerta, sólo está dormida, y extienda su brazo a través de tu brazo, y a través de tu voz les diga: ten confianza, tu fe te ha sanado.

Y tú, sacerdote, ¿confías en tu Señor?

¿Has mantenido fuerte tu fe?

¿Conoces el poder de tu Señor, y crees en Él?

¿Presentas ante Él las intenciones de su pueblo para que se compadezca de él?

¿Le pides con insistencia y con fe?

¿Enseñas a tus fieles a pedir con verdadera fe, con esperanza, y con amorconfiando en el poder de su Señor?

¿Pides la fe que te falta?

Escucha la palabra de tu Señor, sacerdote, y acude a su llamado, que es todos los días, y déjalo admirado de tu fe, renunciando al mundo, cada día, tomando tu cruz con alegría, siguiéndolo, sirviéndolo, cumpliendo sus mandamientos, y haciendo todo lo que Él te diga. Confiando en su palabra y en que tu Señor siempre cumple sus promesas, uniendo tu voluntad a la suya, poniendo tu lámpara encendida sobre la mesa, iluminando al mundo con la luz de Cristo, confirmándolos en la fe.

Entonces, verás milagros.

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Fundador de "La Compañía de María, Madre de los Sacerdotes" More posts by P. Gustavo Elizondo

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