«FIESTA DE NUESTRA SEÑORA DEL CARMEN»
Para la oración personal del sacerdote en base al Evangelio del día. Martes 16 de julio de 2019
ESPADA DE DOS FILOS. P. Gustavo Elizondo Alanís
«Tu Señor no te envía solo, sacerdote, te envía la compañía de María, para que la recibas y la lleves contigo a vivir a tu casa, para que el Espíritu Santo que está con ella esté contigo, y te recuerde todo lo que tu Señor te ha dicho».
«La palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que una espada de dos filos» (Heb 4, 12).
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EVANGELIO DE LA FIESTA DE NUESTRA SEÑORA DEL CARMEN
Señalando a sus discípulos, dijo: Estos son mi madre y mis hermanos.
+ Del santo Evangelio según san Mateo: 12, 46-50
En aquel tiempo, Jesús estaba hablando a la muchedumbre, cuando su madre y sus parientes se acercaron y trataban de hablar con él. Alguien le dijo entonces a Jesús: “Oye, ahí fuera están tu madre y tus hermanos, y quieren hablar contigo”.
Pero él respondió al que se lo decía: “¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?” Y señalando con la mano a sus discípulos, dijo: “Estos son mi madre y mis hermanos. Pues todo el que cumple la voluntad de mi Padre, que está en los cielos, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre”.
Palabra del Señor.
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“En la presencia de Dios, en una lectura reposada del texto, es bueno preguntar, por ejemplo: «Señor, ¿qué me dice a mí este texto? ¿Qué quieres cambiar de mi vida con este mensaje? … (Francisco, Evangelii Gaudium, n.153).
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REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE
Madre mía, Virgen del Carmen: me alegra mucho celebrar todas tus fiestas, porque cada una de ellas me hace tener presente tu continua protección sobre todos tus hijos.
En la fiesta de hoy te agradezco el regalo de tu Escapulario, con el que me siento protegido por ti aquí en la tierra, y me refuerza la esperanza del cielo.
También me viene a la cabeza y al corazón llamarte “Estrella del Mar”, y me hace sentirme seguro, con tu ayuda, en medio de las tempestades de esta vida.
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«Hijo mío, sacerdote: yo soy como el faro que lleva la luz en medio de la obscuridad, para guiar, para corregir el rumbo, para llegar a puerto seguro.
Yo llevo en mis brazos a mi Hijo, para darte luz y llamar tu atención, para llevarte su palabra y mostrarte el camino, para que navegues en la verdad y vivas en plenitud. Quiero que voltees a verme, y te conduciré a Jesús.
Este niño es Dios, todopoderoso, omnipotente, omnipresente y eterno, que se ha hecho frágil y pequeño para ser como los hombres, para nacer en la miseria humana, para vivir con todas sus carencias, para ser igual en todo como los hombres, menos en el pecado.
Y se ha abandonado en la confianza de un vientre humano, en la debilidad de la necesidad de ayuda, en la dependencia de un ser a quien Él mismo ha creado, dependiendo de su voluntad y de sus cuidados, para crecer, para alimentarse, para aprender a ser un hombre.
Y se ha hecho niño para vivir en el mundo como niño, para entregarse y morir como hombre en manos de los hombres, para el perdón de los pecados y la salvación del mundo.
Y es oveja que se deja guiar por la madre que eligió, por el padre que escogió.
Y es pastor que guía a su rebaño, que Él mismo llamó como sus discípulos, como sus amigos.
Un Dios necesitado de la ayuda del hombre, porque es un Dios que elige la libertad y respeta la voluntad.
Un Dios que lo merece todo, pero que no pide nada, que se entrega todo por amor, y que sólo espera ser amado.
Un Dios que, teniéndolo todo, lo deja todo para buscar y abrazar a la humanidad perdida.
Él confía en ti. Recíbelo tú, mientras yo recibo y abrazo a todos mis hijos perdidos, que han visto la luz, y como niños buscan y reciben el abrazo de su madre.
Hijos míos: yo les doy este tesoro de mi corazón: mi silencio.
Silencio para que puedan escuchar y sean almas contemplativas en medio del mundo.
Silencio para conducirlos al monte alto, que es la oración en la presencia de Cristo.
Silencio para que escuchen y obedezcan al Padre, que dice: “Este es mi hijo amado, escúchenlo”.
Hijitos: mi Hijo ha venido a traer la salvación y la lluvia sobre la tierra. Yo pido para que ustedes escuchen y se conviertan, se arrepientan y obedezcan, para que pongan su confianza en Dios, y Él haga llover para fecundar la tierra.
Sean ustedes perfectos como el Padre del cielo es perfecto, y amen a sus enemigos y oren por los que los persigan, porque Dios, que es Padre, hace salir el sol sobre buenos y malos, y hace llover sobre justos e injustos.
Acompáñenme, y yo los haré permanecer en el monte alto, en donde estarán protegidos en el silencio de la oración, mientras meditan conmigo todas las cosas de mi corazón, para que oren y obren siempre en la presencia de Dios.
Los medios de salvación les han sido dados por los Sacramentos. Mi Hijo me ha concedido sacramentales, para que reciban mi ayuda e intercesión para su disposición a recibir, de Cristo y los sacramentos, la salvación.
Usen mi Escapulario, como signo de devoción y Consagración a mi Inmaculado Corazón, por lo que yo consigo para ustedes abundantes gracias. Que sea un signo de mi amor y mi presencia constante, porque es un signo de misericordia, por el que yo les prometo mi ayuda para alcanzarles la gracia necesaria para su salvación. Yo los bendigo»
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Señor Jesús: tú quisiste tener una madre en la tierra, y en el Calvario quisiste dejarla como madre nuestra.
Tú recibiste de ella los cuidados de una buena madre y tuviste así la experiencia viva de la necesidad que tenemos todos de esa amorosa ayuda y compañía.
Tú quisiste que esa madre nuestra fuera también la omnipotencia suplicante, para que nos sintiéramos seguros en sus brazos.
Y quisiste también que a través de Ella llegáramos también a ti.
La fiesta de la Virgen del Carmen, igual que todas las fiestas de nuestra Madre, nos ayudan a tener presente su amorosa protección. Gracias, Jesús, por dejarnos a María.
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«Sacerdotes, hijos de Dios, ovejas de mi rebaño: el Escapulario del Carmen es la protección de mi Madre, para que me lleven consigo.
Caminen conmigo, síganme para que no se pierdan, manténganse unidos, porque las ovejas que dispersan los lobos, si quedan solas, se pierden, y los lobos se las comen.
Pastores que conducen y guían al pueblo de mi Padre, sean niños como yo, confíen en mi Padre y abandónense en los brazos de mi Madre, y Ella los llevará hasta mí.
Sean como niños, para que mi Padre los reciba y los abrace.
¡Ay de aquel que, siendo hombre, lastime a un niño, porque no verá los brazos de mi Madre!
¡Ay de aquel que toque a uno de estos, porque no será como niño, y el que no sea como niño no podrá entrar en el reino de los cielos!
Sean hombres, pero háganse niños, como yo, con mansedumbre y humildad de corazón, para que se dejen guiar en los brazos de mi Madre.
Hagan lo que Ella les diga, y llegará el tiempo en que Ella les dirá que hagan lo que yo les diga, y entonces harán milagros.
Renuncien a ser hombres, para que se entreguen conmigo, en sacrificio, en ofrenda para la salvación de las almas.
Sean corderos y sean pastores; crean en mi palabra y conviértanse, es tiempo; vean la luz y síganme, es tiempo; rectifiquen el rumbo y naveguen por mi camino, es tiempo; mueran al mundo y vivan conmigo, ya es tiempo.
Es tiempo de conversión, de arrepentimiento, de perdón.
Es tiempo de misericordia. Yo soy la misericordia que el Padre les ha entregado por mi sacrificio, por mi pasión y muerte, para que mueran a las miserias del mundo y vivan en plenitud conmigo.
No caminen sin rumbo, como ovejas sin pastor. Yo soy el Buen Pastor y conozco a mis ovejas, y ellas me siguen a mí.
Sean como niños, y aprendan, y conózcanme, para que me amen y me sigan, y llegará el día en que, postrados ante mi altar, serán ungidos en la cabeza y en las manos, para llevar la verdad, para predicar la palabra, para dar nueva vida, para hacer milagros con sus manos y entregarme en sacrificio, en Eucaristía, para la salvación de los hombres.
Síganme, para que sean niños como yo, y ocupen los tronos que mi Padre ha destinado para ustedes en el cielo.
Cumplan los mandamientos de mi Padre, para que ustedes, mis amigos, sean mis hermanos y mi Madre, para que sean los niños que abrace mi Padre.
Abran su corazón para que me conozcan, a través del medio más fácil para llegar a mí, que soy puerto seguro de salvación: mi Madre. Ella es la estrella que los guía. Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Es tiempo de que se dejen guiar por esa estrella.
Conózcanla a Ella y reciban los tesoros de su corazón, para que, al seguirla a Ella, me encuentren, porque Ella siempre los lleva hacia mí. Ella es el camino más fácil y más seguro para llegar a mí en medio del mar, entre la obscuridad de la noche y los desiertos de la tierra».
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PARA EXAMINAR LA CONCIENCIA – ACOMPAÑADOS POR LA MADRE
«Lo acompañaban los Doce y algunas mujeres que habían sido libradas de espíritus malignos y curadas de varias enfermedades» (Lc 8, 1-2).
Eso dice el Evangelio. Es palabra de Dios, que es viva y es eficaz.
Y tú, sacerdote, ¿sigues el ejemplo de tu maestro?
¿Haces lo que dice el Evangelio?
¿Acompañas a tu Señor y te dejas acompañar por las mujeres que te cuidan con sus bienes y su oración, con pureza de intención, o te aprovechas de la ocasión?
¿Aceptas con humildad y agradeces su generosidad, o te llenas de soberbia y la desprecias?
¿Pides a tu Señor el Espíritu del buen discernimiento para saber aceptar la ayuda, y la compañía, de acuerdo a tu dignidad sacerdotal?, ¿o te dejas llevar por la debilidad de tu voluntad, y convences o te dejas convencer por las malas compañías?
Sigue a tu Señor, sacerdote, siguiendo su ejemplo.
Tu Señor no estaba solo, sacerdote, porque la soledad desolada, es como una ciudad en ruinas de la que ha desaparecido toda alegría, en donde no hay esperanza, no hay vida, no hay nada.
Busca, sacerdote, la soledad acompañada, que eleva tu dignidad sacerdotal perfeccionando en ti la virtud de la humildad y de la gratitud, al aceptar la generosidad de la compañía maternal de Santa María, a través de las mujeres que la imitan con corazón de madre.
Tú has sido llamado para ser configurado con Cristo Buen Pastor, y para eso te has convertido en apóstol de tu Señor, y has sido enviado a predicar la buena nueva del Reino de Dios a todos los rincones del mundo, para llevarles la locura de la Cruz, y encender los corazones, para que todos los pueblos alaben el nombre de Jesús.
Tú has dejado todo, sacerdote, para seguir a tu Señor. Has dejado casa, hermanos, padre, madre, hijos, tierras, por su nombre.
Tú Señor lo sabe, y no se deja ganar en generosidad.
Tú has recibido el ciento por uno en esta vida y la vida eterna, cuando te ha dicho: hijo, aquí tienes a tu Madre.
Tu Señor no te envía solo, sacerdote, te envía la compañía de María, para que la recibas y la lleves contigo a vivir a tu casa, para que el Espíritu Santo que está con ella esté contigo, y te recuerde todo lo que tu Señor te ha dicho.
Escucha las palabras de tu Señor, sacerdote, y ponlas en práctica, aceptando en tu configuración con Cristo su exigencia de obrar, actuar, amar, y entregar la vida por los demás, acompañado de la presencia maternal como Él lo hizo, elevando la dignidad de la mujer, de quien brota la vida, porque eso fue lo que Él hizo, permitiendo la participación de su Madre en su misión, porque Él así lo quiso, buscando en ella su compasión, su auxilio, su fidelidad, su lealtad, su virtud y su amor de Madre, que le ayudaron a sostenerlo.
Y, si Cristo vive en ti, sacerdote, ¿quién eres tú, para negarle la compañía de su Madre?
Persevera, sacerdote, en el cumplimiento de tu deber, siguiendo a tu Señor y aprendiendo de Él, escuchando su palabra y haciendo lo que te dice, como verdadero apóstol, como verdadero Cristo, como verdadero sacerdote, participando con tu Señor en el misterio de la redención, viviendo su vida como te recuerda el Espíritu Santo a través del evangelio, soportando todo por amor, que todo lo excusa, con el alma agradecida, viviendo la fe, la esperanza y la caridad, subiendo al monte alto de la oración, para alcanzar la perfección con la ayuda y la compañía de María.
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