«El Hijo del hombre también es dueño del sábado»
Para la oración personal del sacerdote en base al Evangelio del día. Viernes 19 de julio de 2019
ESPADA DE DOS FILOS. P. Gustavo Elizondo Alanís
«Tu Señor es tu dueño, sacerdote, y dueño de la ley. Pero no ha venido al mundo a abolir la ley, sino a derramar su misericordia, para darle plenitud».
«La palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que una espada de dos filos» (Heb 4, 12).
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EVANGELIO DEL VIERNES DE LA SEMANA XV DEL TIEMPO ORDINARIO
El Hijo del hombre también es dueño del sábado.
+ Del santo Evangelio según san Mateo: 12,1-8
Un sábado, atravesaba Jesús por los sembrados. Los discípulos, que iban con él, tenían hambre y se pusieron a arrancar espigas y a comerse los granos. Cuando los fariseos los vieron, le dijeron a Jesús: “Tus discípulos están haciendo algo que no está permitido hacer en sábado”.
Él les contestó: “¿No han leído ustedes lo que hizo David una vez que sintieron hambre él y sus compañeros? ¿No recuerdan cómo entraron en la casa de Dios y comieron los panes consagrados, de los cuales ni él ni sus compañeros podían comer, sino tan sólo los sacerdotes?
¿Tampoco han leído en la ley que los sacerdotes violan el sábado porque ofician en el templo y no por eso cometen pecado? Pues yo digo que aquí hay alguien más grande que el templo.
Si ustedes comprendieran el sentido de las palabras: Misericordia quiero y no sacrificios, no condenarían a quienes no tienen ninguna culpa. Por lo demás, el Hijo del hombre también es dueño del sábado”.
Palabra del Señor.
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“En la presencia de Dios, en una lectura reposada del texto, es bueno preguntar, por ejemplo: «Señor, ¿qué me dice a mí este texto? ¿Qué quieres cambiar de mi vida con este mensaje? … (Francisco, Evangelii Gaudium, n.153).
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REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE
Señor Jesús: te lamentabas de que los fariseos se fijaran más en la letra de la ley que en la caridad. El sábado se hizo para el hombre.
¿De qué servía cumplir el precepto del sábado si no se hacía por amor? Eso es lo que tú reclamas, que les faltara amor.
Tú entregaste tu vida en la Cruz por amor nuestro, y yo debo administrar tu misericordia a través del ministerio sacerdotal. Entiendo que debo sacrificarme contigo por amor.
¿Qué debo hacer para poder permanecer en ti, como tú lo haces en mí? ¿Cómo debo seguir tu llamado?
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«Sacerdotes míos: reciban lo que yo quiero darles, aunque sea en sábado.
Si tan sólo ustedes, mis amigos, comprendieran qué es lo que yo quiero: misericordia quiero y no sacrificios.
Misericordia es sacrificio hecho con amor, para el bien de otros, por amor a Dios.
Las obras y los sacrificios hechos sin amor no son agradables a Dios, no sirven para nada. La base de toda gran obra es el amor.
Pero toda obra de misericordia debe realizarse practicando las virtudes, con amor, uniendo sus trabajos y sacrificios al mío en mi Cruz, que ese es el único sacrificio agradable al Padre, por el cual se ha derramado la misericordia para el mundo entero.
Mi misericordia es para todos, para los buenos y para los malos, para los ricos y para los pobres, para los justos y para los pecadores, porque todos son necesitados.
Comprendan bien, que no quiero holocaustos ni sacrificios, porque el Padre no los aceptaría. Quiero que se amen los unos a los otros como yo los he amado, con misericordia.
Yo me doy para amarlos y estoy con ustedes todos los días de su vida, en cuerpo, en sangre, en alma, en divinidad, en Eucaristía.
Y los alimento, y les doy de beber, y los visto, y los sano, los libero y les doy vida.
Yo soy alimento de vida y fuente de salvación.
Yo soy la resurrección y la vida, el que crea en mí, aunque muera vivirá.
Yo enseño y aconsejo, corrijo y perdono, consuelo y sufro con paciencia sus errores.
Yo ruego al Padre por ustedes, mis amigos, para que los proteja del maligno, y por aquellos que por medio de su palabra creerán en mí. El que obre conforme a la voluntad de Dios y crea en mí, que apele a mi divina misericordia.
Permanezcan en mí como yo permanezco en ustedes. Si permanecen en mí, y mis palabras permanecen en ustedes, pidan lo que quieran y lo conseguirán.
Sacerdotes míos, pastores del pueblo elegido de mi Padre: vuelvan al amor primero, atiendan mi llamado. No son ustedes los que me han elegido a mí, yo los he elegido a ustedes. Y ustedes han dicho que sí. Y me han conocido. Y me han amado. ¿Por qué ahora algunos se voltean y me dan la espalda?
No los he llamado para ser servidos, los he llamado para servir.
No los he llamado para vivir como hombres en el mundo; los he sacado del mundo para que renuncien a vivir los placeres de los hombres y del mundo.
No los he llamado para perdonar sus pecados, porque sus pecados ya han sido perdonados; los he llamado para salvar al mundo, para renunciar a ese pecado del cual los he liberado, y al cual ustedes quieren regresar; los he llamado a despertar. He roto las cadenas de la esclavitud: no vuelvan a ser prisioneros. Eso, amigos míos, se llama ingratitud.
No los he llamado para alimentarse y saciarse; los he llamado para alimentar a mi pueblo, para darles de beber del agua viva de mi manantial, para darles vida nueva.
No los he llamado para que se acomoden en la riqueza, en el placer y en el poder; los he llamado para que sean humildes y mansos de corazón, y así dirijan a mi pueblo como cabezas de cada rebaño, unidos a mi cuerpo en el que la cabeza soy yo.
No los he llamado a trabajar para mí a cambio de un sueldo; los he llamado a servir a mi pueblo para servirme a mí en la pobreza, en la castidad, en la caridad, en la obediencia y en el amor. Y ya les he dicho que su recompensa está en el cielo.
Atiendan mi llamado. Vuelvan al amor primero. Vuelvan a contemplar mi rostro.
Conviértanse, arrepiéntanse, regresen y pidan perdón.
Sean ustedes compasivos y misericordiosos, como mi Padre que está en el cielo es compasivo y misericordioso.
Amen ustedes como mi Padre los ha amado, hasta el extremo, entregando a su único hijo en sacrificio para perdonar, para redimir, para salvar.
Sean ustedes como el Hijo que se entrega inmolado como Cordero en sacrificio para alimentar al pueblo elegido y con su sangre apacentar la ira del Padre transformándola en misericordia que perdona, que salva.
Sean ustedes como mi Padre y cumplan su voluntad, porque ustedes han sido creados por Él a su imagen y semejanza.
Acepten el auxilio de mi Madre, y déjense guiar hasta mí, para que me encuentren, para que me amen, para que cambien la tristeza de mis ojos por alegría, para que contemplen mi rostro y regresen y permanezcan en el amor. Yo soy el amor, y ustedes son mis amigos, la tristeza y la alegría de mis ojos. Yo los envié al mundo no para vivir en el mundo, sino para vencer conmigo al mundo.
Luchen con valentía contra las perversidades del demonio, sabiendo que tienen asegurada la victoria, pero sabiendo también que no hay victoria sin batalla.
Manténganse en el auxilio y la protección de mi Madre y en la unidad de mi Iglesia.
No caminen como ovejas sin pastor, caminen conmigo. Yo soy su Pastor y yo reúno a los humildes, y disperso a los soberbios de corazón.
He dejado un pastor sentado en un trono en la tierra, mientras yo estoy sentado en mi trono en el cielo, a la derecha del Padre. El día ha de venir en que se levante el que está en el trono en la tierra cuando venga yo de nuevo con la espada de la justicia. Manténganse en unidad en el rebaño del pastor en el que yo he confiado, y quien me dará cuentas de ustedes».
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Madre nuestra: tú nos has traído a Jesús a la tierra, y yo estoy configurado con tu Hijo. Enséñame a unirme a su sacrificio, y a practicar la misericordia que nos pide.
¿Cómo debo yo hacerla llegar a los demás?
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«Hijos míos, sacerdotes: voy a enseñarles, para que aprendan, lo que quiere decir “misericordia quiero y no sacrificios”.
Los hombres no han entendido el misterio de la Cruz. Tienen miedo de participar con Cristo, porque tienen un rechazo natural al sufrimiento.
Si todos supieran, especialmente ustedes, mis hijos sacerdotes, que todo el sufrimiento es causado por el pecado, y todo el pecado ha sido concentrado en mi Hijo crucificado, entenderían que precisamente ese es el sacrificio: asumir todas sus culpas, morir, pagar sus deudas, para darles vida; no solo en esta vida, sino la vida eterna, en donde todo será alegría, porque la eternidad se vive en Dios y en su gloria.
Y eso, hijos míos, se llama misericordia. Participar con Cristo es hacer sus obras. Unirse a la Cruz no es sufrir, sino ayudar al que sufre; no es llorar, sino consolar al que llora, al que está triste; no es pasar hambre, sino alimentar; no es morir de sed, sino dar de beber; no es dar lástima, sino dar ejemplo heroico de santidad.
Eso es lo que mi Hijo ha venido a pedirles, eso es lo que ha venido a buscar. Quiere abrir sus ojos, para que se den cuenta que el dueño de todo es Él.
Él es dueño de la ley. No hay nadie más grande que Él, no hay nadie a quien deban obedecer, sino a aquél que los creó, que les dio la vida, que los amó primero, que los eligió y que los envió a cumplir una gran misión.
Él es el principio y el fin. Su misericordia es infinita, pero Él ha derramado su sangre aquí, y en esa sangre está contenida esa misericordia.
Aliméntense de la palabra de mi Hijo, palabra que es como espada de dos filos, que es viva, que es eficaz, que convierte los corazones, que les muestra la luz a todos aquellos que viven en la obscuridad.
No permitan, hijos, que los que viven en tinieblas apaguen su luz. Tienen el fuego vivo en el corazón de Cristo, unido al suyo, unido al mío, en el que se encuentra la sabiduría.
Yo soy Madre de misericordia.
La misericordia de Dios es para que alcancen la salvación, que es Cristo.
Él mismo instituyó el sacerdocio para continuar su obra redentora para cada uno de los hombres.
Por eso, hijos, sin sacerdote no hay Cristo y sin Cristo no hay salvación.
Es el sacerdote el administrador de la misericordia, para la salvación. Es el que la recibe y la entrega.
Yo misma no tengo ese poder. Sólo el sacerdote configurado con Cristo lo puede hacer.
Recurran a la oración y a mis lágrimas para pedir misericordia.
Yo pido oración, sacrificio y consagración a mi Inmaculado Corazón.
Quiero que comprendan que el sacrificio que yo pido es por el amor, con el amor y en el amor, para servir a los demás.
Su nombre es Misericordia».
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PARA EXAMINAR LA CONCIENCIA – MISERICORDIA Y NO SACRIFICIO
«El Hijo del hombre también es dueño del sábado».
Eso dice Jesús.
Tu Señor es Rey del universo, y lo obedecen los cielos y la tierra. Él es el creador de todo lo visible y lo invisible, y sobre Él el maligno no tiene ningún poder, porque Él es todopoderoso.
Tu Señor ha vencido al mundo, y ha ganado para Dios un reino de sacerdotes, por un único y eterno sacrificio, con el que ha lavado con su sangre los pecados del mundo.
Tu Señor es tu dueño, sacerdote, y dueño de la ley. Pero no ha venido al mundo a abolir la ley, sino a derramar su misericordia, para darle plenitud.
Tu Señor te ha llamado, sacerdote, para que hagas las obras que hizo Él, y que uniéndolas a su sacrificio alcances de Dios su poder, haciendo obras mayores que las que hizo Él, porque Él está en el Padre, y Él no ha venido al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él.
Tu Señor te ha llamado, sacerdote, para que renuncies a ti mismo, tomes tu cruz y lo sigas. Pero tu cruz no es de sacrificio, sino de entrega de vida; no es de clavos ni espinas, sino de misericordia.
Tu Señor te ha llamado, sacerdote, no para que mueras de hambre, sino para que alimentes; no para que desfallezcas de sed, sino para que des de beber; no para que castigues, sino para que perdones; no para condenar a los que no tienen culpa, sino a guiar en la verdad, y a procurar que se haga en ti, y en los demás, su voluntad.
Tu Señor te ha llamado, sacerdote, para continuar su misión, llevando su luz y su misericordia a todos los rincones de la tierra, a predicar su palabra para que lo conozcan, para que el mundo crea.
Y tú, sacerdote:
¿Cómo vives tu ministerio?
¿Haciendo sacrificios para que te vea el pueblo?, ¿o impartiendo los sacramentos y ungiéndolo?
¿Cómo es tu vida de piedad?
¿Cumpliendo por obligación con tantas normas como hay?, ¿o sirviendo y enseñando con el ejemplo a rezar con devoción y con amor?
¿Te entregas totalmente en cuerpo y alma a tu Señor?, ¿o sólo cumples con las reglas?
¿Te sacrificas hasta el punto del martirio, desgastando tus fuerzas y tu salud?, ¿o usas tu cuerpo y tus fuerzas para llevar a los demás la salud?
¿Llevas tu cruz de cada día con alegría, contagiando tu fe, llevando esperanza y obrando con caridad?, ¿o caminas de mal humor, mortificando a los demás, porque cada paso que das es para ti un tormento y un lamento?
Tu Señor te ha llamado, sacerdote, para que vivas su palabra todos los días, haciéndote ofrenda con Él en cada Eucaristía, uniéndote a su sacrificio, no para que mueras, sino para que tengas vida, uniendo a su pueblo en una sola ofrenda, no para sacrificarlo, sino para salvarlo.
Tu Señor te ha llamado, sacerdote, para que aprendas de Él, y le enseñes a su pueblo a vivir en la alegría de su Señor, a amarlo, a alabarlo, a adorarlo, a servirlo, a contemplarlo, a bendecirlo y a glorificarlo con sus obras, para que comprendan el sentido de las palabras: misericordia quiero y no sacrificio.
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