«Una vez salió un sembrador a sembrar»
Para la oración personal del sacerdote en base al Evangelio del día. Miércoles 24 de julio de 2019
ESPADA DE DOS FILOS. P. Gustavo Elizondo Alanís
«Tu Señor te envía a sembrar su semilla, y te advierte que hay terrenos diferentes, para que no desperdicies tu vida esparciendo la semilla motivado por la acción, dejando a un lado la mortificación y la oración»
«La palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que una espada de dos filos» (Heb 4, 12).
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EVANGELIO DEL MIÉRCOLES DE LA SEMANA XVI DEL TIEMPO ORDINARIO
Algunos granos dieron el ciento por uno.
+ Del santo Evangelio según san Mateo: 13,1-9
Un día salió Jesús de la casa donde se hospedaba y se sentó a la orilla del mar. Se reunió en torno suyo tanta gente, que él se vio obligado a subir a una barca, donde se sentó, mientras la gente permanecía en la orilla. Entonces Jesús les habló de muchas cosas en parábolas y les dijo:
“Una vez salió un sembrador a sembrar, y al ir arrojando la semilla, unos granos cayeron a lo largo del camino; vinieron los pájaros y se los comieron. Otros granos cayeron en terreno pedregoso, que tenía poca tierra; ahí germinaron pronto, porque la tierra no era gruesa; pero cuando subió el sol, los brotes se marchitaron, y como no tenían raíces, se secaron. Otros cayeron entre espinos, y cuando los espinos crecieron, sofocaron las plantitas. Otros granos cayeron en tierra buena y dieron fruto: unos, ciento por uno; otros, sesenta; y otros, treinta. El que tenga oídos, que oiga”.
Palabra del Señor.
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“En la presencia de Dios, en una lectura reposada del texto, es bueno preguntar, por ejemplo: «Señor, ¿qué me dice a mí este texto? ¿Qué quieres cambiar de mi vida con este mensaje? … (Francisco, Evangelii Gaudium, n.153).
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REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE
Señor Jesús: la parábola del sembrador, igual que otras parábolas, tiene para mí, sacerdote, dos modos de interpretarla.
El primero, que es lo que tú mismo explicas, me dice que yo debo ser un buen terreno, para que la semilla de tu palabra dé fruto abundante.
Y el segundo me compromete como sacerdote, como Cristo, a ser un buen sembrador, para arrojar la semilla de tu palabra, preparando los corazones para que sean un buen terreno y produzcan hasta el ciento por uno.
Responsabilidad principal tienen los sacerdotes formadores en los Seminarios, porque ahí están preparando los corazones jóvenes para ser buen terreno, dar fruto abundante, y así poder ser buenos sembradores.
Señor: ayúdame para disponer bien mi corazón, y poder así dar mucho fruto; y ayúdame a cumplir muy bien con mi responsabilidad de formador de otras almas, de ser un buen sembrador de tu palabra.
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«Sacerdote mío: una sola es la semilla, como una sola es la Palabra de Dios.
Yo encontré en ti un corazón ardiente y bien dispuesto para ser mi morada. He puesto mi semilla en tu corazón.
Yo te he consagrado desde antes de nacer, porque desde antes de formarte en el vientre yo ya te conocía.
Adondequiera que yo te envíe irás, y lo que yo te mande dirás.
Yo he tocado tu boca para que seas profeta de las naciones y lleves mi palabra, y la esparzas como semilla en tierra buena.
Yo te doy autoridad para abrir los corazones, para edificar y plantar mi semilla.
Yo te envío a ti, como instrumento para preparar la tierra, para que toda la semilla se aproveche.
Yo mismo he fecundado tu tierra para asegurarme que des buen fruto, porque de ti espero el ciento por uno.
No tengas miedo, yo te protejo. Tú lleva el Reino de Dios a su pueblo, y ya sea que duermas o te levantes, de noche o de día, el grano que has echado brotará y crecerá sin que te des cuenta.
La tierra dará fruto por sí misma, primero hierba, luego espiga, después trigo que será fruto bueno en abundancia.
Entonces meteré mi hoz, porque habrá llegado la hora de segar. La mies de la tierra estará madura.
Pero para sembrar, primero hay que preparar la tierra, para que sea buena, porque la semilla que caiga a la orilla del camino, en terreno pedregoso o con espinas, no dará fruto.
Yo pongo mi semilla en tus manos, para que toda se aproveche. Pero el sembrador soy yo.
La tierra no me ha escogido a mí, yo he escogido la tierra para sembrar, y es tierra buena que hay que preparar y conservar, para que la siembra dé buen fruto y ese fruto permanezca.
La tierra buena se prepara en los Seminarios, y son los formadores los responsables de conservarla, de abonarla y de hacerla fecunda. Pero si sus corazones son áridos, por culpa de su tibieza, no llegará la fecundidad a mi tierra.
Aquí se requiere la paciencia de los santos, de los que guardan mis mandamientos y mi fe. Se requiere formación permanente.
Quiero llevarles mi semilla a los que son sembradores, para que la reciban primero en su tierra. Pero para esto se requiere disposición, y que cuiden mi siembra y protejan la cosecha, porque por sus frutos los reconocerán.
Estos frutos serán la disposición de cada uno, especialmente de los formadores, para dejarme actuar y transformar la aridez de sus corazones en tierra fértil, en donde mi palabra crezca y produzca frutos de santidad, con los que preparen y cuiden bien la tierra que les he dado para sembrar, porque la tierra que yo les doy
– es tierra virgen, para que procuren su castidad;
– es tierra suave, para que procuren que no se endurezca;
– es tierra nueva, para que protejan su inocencia;
– es tierra sencilla, para que procuren su humildad;
– es tierra viva, para que procuren la virtud;
– es tierra dispuesta, para acoger la semilla;
– es tierra fértil, para que procuren la buena semilla;
porque lo que siembren, eso cosecharán.
Para una buena cosecha es necesario cultivar la vida interior, perseverando en la oración y viviendo en el amor, permaneciendo en un encuentro constante conmigo, para que aprendan de mí a ser verdaderos Cristos».
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Madre mía: sé que tu ayuda no me faltará para ser buen terreno y dar fruto.
Te pido ayuda también para ser un buen sembrador. Yo sé que las vocaciones al sacerdocio, a la vida consagrada, y a todas las diversas formas de entregarse a Dios dependen en buena parte de que haya verdaderos sacerdotes, verdaderos formadores, que preparen esos corazones para estar bien dispuestos.
Te pido tu compañía, para que yo también sepa siempre acompañar.
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«Hijos míos, sacerdotes: yo les pido que cuiden la vocación de mis hijos desde los Seminarios; ustedes los que son formadores y custodios, orientadores y guías, pastores de los rebaños sagrados elegidos por mi Hijo; para que sean como Él, para que dejen todo y lo sigan.
Él es quien los ha llamado y los ha sacado del mundo.
Son los formadores, los maestros, los que les deben enseñar a vivir en medio del mundo sin ser del mundo.
Pero qué fácil es cerrar los ojos y los oídos y pretender de un Seminario una escuela de intelectuales.
¡Despierten de su error! Un Seminario es una escuela de amor, en donde se descubre y se conoce el corazón de Dios para enamorarse de su novia y futura esposa: la Santa Iglesia Católica.
Cuiden el sistema de estudio, que debe promover el crecimiento espiritual, y enriquecerse con la oración de contemplación, para que los alumnos conozcan el amor, la Consagración a mi Inmaculado Corazón -para que reciban mi protección-, y el sacrificio, para que se conozcan ellos mismos y lo humanos que son, con todas sus miserias, y que, mortificando la carne, aprendan a crucificar las pasiones por una entrega de amor a Dios, y no sólo por obligación.
El que tenga oídos que oiga.
Yo les doy mi auxilio, porque a veces están distraídos, ocupados y preocupados en muchas cosas, y otras veces dormidos.
Algunas plantas crecen, acariciadas por los rayos del sol. Algunas se hacen espigas, y maduran, y dan fruto. Pero otras no crecen, porque están cubiertas por la sombra de la cizaña, que ha sido sembrada por los demonios, aprovechando la distracción, la pereza, y la resignación de los que han sido llamados para sembrar y cuidar la tierra. Y la cizaña sembrada crece como maleza entre las espigas, y les quita la luz del sol y el alimento, sometiéndolas a las tinieblas y a la inanición.
Las plantas fuertes producen frutos, unas el treinta, otras el sesenta y otras el ciento por uno, pero las plantas que no crecen no maduran, y no producen ningún fruto.
Los ángeles están listos para la siega, y de una sola vez segarán todo el campo, y separarán a las espigas de la cizaña. Las plantas que no crezcan como espiga y no den fruto, serán arrojadas al fuego con la cizaña, porque al igual que la cizaña, no sirven para nada.
Las espigas que den fruto serán almacenadas para ser transformadas en ofrenda para la gloria de Dios.
Permanezcan conmigo y darán fruto en abundancia.
Yo les doy este tesoro de mi corazón para asegurar el fruto al ciento por uno: mi acompañamiento, para edificar sus obras, cuidando y preparando la tierra de cada uno de mis hijos, en los que caerá la semilla que mi Hijo ha confiado en ustedes, una misma semilla y una sola tierra.
La tierra son los corazones.
La semilla es la Palabra de Dios, que es viva, eficaz, que hiere para convertir sus corazones, porque es más cortante que la espada de doble filo, y penetra hasta la división del alma y el espíritu, articulaciones y médulas, y discierne sentimientos y pensamientos del corazón.
Yo les aseguro mi compañía para que den el mejor de los frutos, que dará mucha gloria a Dios: la santidad de ustedes, mis hijos sacerdotes».
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PARA EXAMINAR LA CONCIENCIA – OÍR LA VOZ DEL SEÑOR
«El que tenga oídos, que oiga».
Eso dice Jesús.
Te lo dice a ti, sacerdote, y te manda que lo escuches, y espera que hagas lo que te dice.
Tu Señor habla claro y fuerte, y te envía al Espíritu Santo para que te recuerde todas las cosas, porque tu Señor te comprende, conoce todo de ti, hasta tu sordera, sacerdote.
Tu Señor no se cansará de llamar y de insistir, hasta conseguir que le abras la puerta, para que Él pueda entrar y cene contigo, y tú con Él, porque Él respeta tu libertad.
Y tú, sacerdote, ¿oyes la voz de tu Señor?
¿Tomas conciencia de que está a la puerta y llama?, ¿le abres la puerta?, ¿lo invitas a entrar?, ¿cenas con Él?
¿Escuchas su palabra?, ¿la pones en práctica?
¿Estás dando fruto?, ¿tu fruto es abundante?
Tu Señor no quiere el treinta, ni el sesenta, sacerdote, de ti quiere el ciento por uno, porque es lo mismo que Él te ofrece en esta vida, y además la vida eterna, porque tu Señor no se deja ganar en generosidad.
Tu Señor te ha dado su semilla para que la siembres en tierra buena, para que dé buen fruto, y ese fruto permanezca de generación en generación, para que por ese fruto alaben al Señor tu Dios todos los pueblos.
Tu Señor no te ha llamado siervo, te ha llamado amigo, porque todo lo que ha oído de su Padre, te lo ha dado a conocer, porque Él te ha dado oídos para que oigas, y poniendo atención lo escuches, y meditando lo entiendas.
Tu Señor te hace partícipe de su gloria, cuando haces sus obras, cuando edificas, cuando construyes su reino, reuniendo a su pueblo para guiarlo a la verdad, en un solo rebaño y con un solo Pastor, porque caminan sin rumbo, perdidos, como ovejas sin pastor.
Tu Señor ha sido concebido por el amor, que es Espíritu de Verdad. Tu Señor es la verdad. Él es la verdadera libertad, porque está escrito que la verdad los hará libres.
Tu Señor ha sido engendrado por el Dador de vida, es la palabra y es la semilla sembrada en tierra buena e inmaculada de mujer, pero es ella la que dijo sí, y lo dejó nacer, la que lo cuidó y lo vio crecer, para entregarle al Padre el ciento por uno.
Tu Señor es el sembrador, sacerdote, escúchalo y déjalo sembrar en tu corazón palabras de vida y de salvación, acudiendo todos los días a la oración, al silencio, a la contemplaciónde sus misterios, meditando todas las cosas en tu corazón, porque tú eres, sacerdote, el fruto de su pasión, de su muerte y de su resurrección.
Tu Señor te envía a sembrar su semilla, y te advierte que hay terrenos diferentes, para que no desperdicies tu vida esparciendo la semilla motivado por la acción, dejando a un lado la mortificación y la oración, porque el que no está con Cristo está contra Él, y el que no recoge con Él, desparrama.
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