Para la oración personal del sacerdote en base al Evangelio del día. Miércoles 31 de julio de 2019
ESPADA DE DOS FILOS. P. Gustavo Elizondo Alanís
«El campo que te da tu Señor tiene un precio, sacerdote. El precio es que lo dejes todo para quedarte con el tesoro: que dejes casa, hermanos, hermanas, padre, madre, hijos, o tierras, por su nombre».
«La palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que una espada de dos filos» (Heb 4, 12).
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EVANGELIO DEL MIÉRCOLES DE LA SEMANA XVII DEL TIEMPO ORDINARIO
El que encuentra un tesoro en un campo, vende cuanto tiene y compra aquel campo.
+ Del santo Evangelio según san Mateo: 13, 44-46
En aquel tiempo, Jesús dijo a la multitud: “El Reino de los cielos se parece a un tesoro escondido en un campo. El que lo encuentra lo vuelve a esconder, y lleno de alegría, va y vende cuanto tiene y compra aquel campo.
El Reino de los cielos se parece también a un comerciante en perlas finas que, al encontrar una perla muy valiosa, va y vende cuanto tiene y la compra”.
Palabra del Señor.
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“En la presencia de Dios, en una lectura reposada del texto, es bueno preguntar, por ejemplo: «Señor, ¿qué me dice a mí este texto? ¿Qué quieres cambiar de mi vida con este mensaje? … (Francisco, Evangelii Gaudium, n.153).
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REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE
Señor Jesús: cuando la persona que encuentra el tesoro o la perla de gran valor está decidida a dejar todo lo que tiene con tal de adquirirlos, es porque está convencida de que vale la pena. No piensa en lo que tiene ahora, sino en lo que tendrá después.
Yo sé que el principal tesoro para un hombre eres tú mismo, no puede haber algo más grande. Lo han experimentado tantas almas conversas, que al descubrirte dejan todo y te siguen, poniendo en ese tesoro su corazón.
Y la perla más preciosa es tu Madre, la toda hermosa, la llena de gracia, por quien también vale la pena dejarlo todo, en busca de todos los tesoros que guarda en su corazón.
Señor, dame la gracia para no dudar ni un instante en dejarlo todo para seguirte.
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«Sacerdote mío: mi tesoro eres tú, y toda la humanidad.
Pero mi tesoro había sido robado. Y fui enviado al mundo, dejando la gloria que tenía con mi Padre antes de que el mundo existiera, para ir a buscarlos.
Y el Verbo se hizo carne en el seno de
; una mujer virgen, pura e inmaculada,
- para nacer y habitar entre los hombres;
- para buscarlos y encontrarlos;
- para amarlos y llevarles misericordia
- para entregarme y quedarme;
- para morir y pagar con mi vida su rescate;
- para resucitar y recuperarlos;
- para que crean en mí y hacerlos míos;
- para que, por mi amor y mi misericordia, alcancen la verdadera riqueza que es la gloria de Dios Padre.
Amigo mío: yo te encontré, yo pagué tu rescate, yo te recuperé y te hice mío. Y quiero compartir contigo el tesoro anhelado de Dios, por el que ha enviado a su propio Hijo para recuperarlo. El tesoro que mi Padre me mostró, y por el que decidí dejarlo todo; por el que dejé la gloria que tenía con mi Padre antes de que el mundo existiera. Ese tesoro es la humanidad entera, con la que el Hijo glorifica al Padre. Ese es su valor.
Yo he venido a buscarlo hasta encontrarlo. He dado mi vida derramando hasta la última gota de mi sangre para recuperarlo. Ese es su valor.
He descendido a los infiernos para anunciarlo como mío, destruyendo la muerte, infundiendo la vida en este campo maravilloso de Dios, que es el mundo, en el que posó las plantas de sus pies el Hijo de Dios. Ese es su valor.
Por tanto, el valor de la humanidad es infinito, como infinito es el Hijo de Dios. Yo te digo, amigo mío, que vale la pena darlo todo, para recuperar lo que sólo le pertenece a Dios.
Pero mira cómo hay ladrones en el mundo, que buscan robarse los tesoros de Dios. Pues yo te digo que Él ha permitido mantener en el campo los tesoros dándoles libertad, dándoles voluntad, para hacerse suyos para la eternidad, o para permanecer enterrados sin dar fruto, pudriéndose en la miseria del pecado, para ser lanzados al fuego y al destierro, en un castigo eterno.
Yo te aseguro, amigo mío, que las almas que se pierden no devalúan ni minimizan el valor del tesoro de Dios, pero desgarran de dolor y de sufrimiento mi Corazón, porque no puedo conservarlos para, a través de ellos, glorificar a Dios. Es un misterio. No espero que lo entiendas, pero quiero compartirlo contigo, para que entiendas lo que mi Madre busca. Acompáñala.
Yo glorifico a mi Padre a través de la vida y obra de ustedes, mis amigos, y de las almas que ustedes santifican por mí, en mí, conmigo. Pero muchos se han perdido, y mi Madre ha venido para buscarlos, hasta encontrarlos, para llevarlos de vuelta a la casa del Padre, en donde serán parte de esta gloria que le da el Hijo al Padre a través del Espíritu.
Que sea exaltada mi alma sacerdotal, de la cual tú eres parte conmigo. No hay tesoro más grande para Dios que su propio Hijo, y ustedes, mis amigos, por quienes consigue lo que Él mismo ha creado, para transformarlo en el mismo Cristo que Él les ha dado. Ése es el valor que Dios le ha dado al mundo: vale lo que tú y vale lo que yo. Cuídenlo, aceptando la compañía de mi Madre, consagrándolo a su Inmaculado Corazón, pidiendo perdón, y propiciando, con sus oraciones y su ejemplo, con su entrega de vida, su conversión, haciendo todo por amor de Dios.
Toda la humanidad, que vale tanto, no vale tanto como mi Madre. Por eso quiero también entregarte la perla más preciosa del mar de mi misericordia: el Inmaculado Corazón de mi Madre, y todos sus tesoros.
La riqueza de todos sus tesoros soy yo, Cristo, muerto, resucitado y vivo, presente en cuerpo, en sangre, en alma en divinidad.
La riqueza del Reino de los Cielos es la Eucaristía.
Quien encuentra a mi Madre encuentra la perla más preciosa, encuentra el Reino de los Cielos, y hace suya su riqueza. Entonces se convierte en un tesoro muy valioso, porque en esta riqueza recibe al Espíritu Santo, y en Él se contienen todas las riquezas de Dios.
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Madre mía: tú eres la perla más preciosa. Llevas en tu vientre la luz para el mundo. Eres un arca en donde se contiene el más grande tesoro para enriquecer a los hombres.
Tu corazón es como un campo de tierra fértil en donde se enriquece la semilla con tesoros escondidos, para que crezcan y den fruto en abundancia, para almacenar tesoros en el cielo.
Madre: yo te pido que me compartas tus tesoros para crecer en virtud y gracia, y alcanzar la santidad.
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«Hijos míos, sacerdotes: yo soy la Perfecta Siempre Virgen Santa María, Madre del Verdadero Dios por quien se vive. El que es bienaventurado es el que encuentra el verdadero tesoro para enriquecerse y transformarse en un tesoro de Dios. El verdadero tesoro es Cristo.
Los tesoros de Dios son las almas de los justos que brillan en el cielo. Las almas de los justos son las almas bienaventuradas que construyen el Reino de los Cielos en la tierra.
El Reino de los Cielos en la tierra es la Santa Iglesia, en donde se contienen los tesoros más preciados de Dios: sus sacerdotes. La riqueza de esos tesoros son las almas que ellos conducen y salvan para la gloria de Dios, quien envía a sus ángeles custodios para que sus tesoros no sean robados.
Pero el ataque del enemigo es muy fuerte. Entonces les ha dado una Madre. Yo los cuido y los cubro con la protección de mi manto.
Yo piso la cabeza de la serpiente. Pero el ataque es muy fuerte. Yo pido para ustedes la misericordia, para que se acerquen a mí, para reunirlos conmigo, porque a mí no puede acercarse el enemigo.
Mi corazón es custodio de cada vocación sacerdotal. Yo pido para ustedes, además, un ángel por cada uno, con la misión especial de custodiar el tesoro más preciado de mi Hijo, que es el ministerio sacerdotal.
El arma más poderosa es el amor, y nadie tiene un amor tan grande que el que da la vida por sus amigos. Yo les entrego los tesoros de mi corazón, para que los hagan suyos, y sean uno con Cristo, y por Él, con Él y en Él los lleven como luz al mundo.
No amontonen tesoros en la tierra, en donde hay ladrones que se los roban, más bien amontonen tesoros en el cielo, porque donde esté su tesoro, allí estará también su corazón.
El hombre más rico es el que posee el Reino de los Cielos. Bienaventurados los pobres de espíritu porque de ellos es el Reino de los Cielos. Yo protejo los tesoros más preciosos de Dios con mi amor y mi misericordia, llevándoles el verdadero tesoro, que es Cristo, para que se enriquezcan, y con Él sean luz que brille en el cielo, para la gloria de Dios.
Yo les entrego mis tesoros, para fortalecer sus corazones, que son los vasos de barro que contienen el tesoro más preciado de Dios: el tesoro de la verdad, que es Cristo, y que se manifiesta en ustedes a través del ministerio sacerdotal.
Quiero que lleven el tesoro de la verdad al mundo entero, que es alimento de vida, que es Eucaristía».
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PARA EXAMINAR LA CONCIENCIA – ENCONTRAR EL TESORO ESCONDIDO
«El Reino de los cielos se parece a un tesoro escondido en un campo».
Eso dice Jesús.
Y te muestra el tesoro, y te da el campo, sacerdote, para que conserves el tesoro.
El campo que te da tu Señor tiene un precio, sacerdote. El precio es que lo dejes todo para quedarte con el tesoro: que dejes casa, hermanos, hermanas, padre, madre, hijos, o tierras, por su nombre.
El tesoro es el ciento por uno en esta vida, y la vida eterna.
El tesoro es un amigo: es Cristo vivo, presente en el santísimo sacramento del altar, en un encuentro cotidiano contigo.
Y tú, sacerdote, ¿has encontrado el tesoro?
¿Has dejado todo para conservar el campo, y hacer tuyo el tesoro?
¿Has descubierto en ese tesoro tu vocación?
¿Has escuchado el llamado y has dicho sí, siguiendo a los deseos de tu corazón?
¿En dónde está tu corazón, sacerdote? ¿En dónde amontonas tus tesoros?
Ten cuidado, sacerdote, porque en donde estén tus tesoros, ahí estará también tu corazón.
Tu Señor te ha llamado y te ha invitado a caminar en medio del mundo con los pies en la tierra, pero con el corazón en el cielo. Pero, para eso, se necesita visión sobrenatural, que se consigue a través de la humildad de quien es fiel a la verdad, por la que vale la pena privarse de todo y correr la carrera de la vida, de manera que consigas el premio incorruptible de la vida eterna.
Persevera, sacerdote, en el camino, mostrando en tu debilidad la fortaleza del amigo fiel que nunca abandona.
Mostrando en tu ignorancia la sabiduría del amigo que te enseña, que te aconseja, que te acompaña, y que nunca traiciona.
Mostrando en tu pequeñez la grandeza del amigo que es todopoderoso, y siempre está contigo.
Mostrando en tu miseria la misericordia del amigo que ha dado su vida por ti, y ha resucitado, y se ha quedado contigo para darte vida.
Mostrando en tu pobreza la riqueza del tesoro que has encontrado: es tu amo, es tu Señor, es tu hermano, es tu Dios, y es tu amigo.
Mostrando al mundo el tesoro que has encontrado, sacerdote, dejándote encontrar, porque tú mismo eres un tesoro para el mundo.
El tesoro de Dios brilla en ti, en la persona de Cristo.
Persevera, sacerdote en la carrera, porque el premio vale la pena, y guarda con celo el tesoro que has encontrado, y que el celo por la casa de tu Padre te devore, de manera que defiendas con tu vida el tesoro que es causa de tu alegría.
Y si un día tus ojos se cegaran por la tribulación, los problemas, la persecución, la incomprensión, la calumnia, la injusticia, la tentación de abandonar tu misión, porque la prueba de fe es grande, tómate fuerte de la mano de Santa María, que es tu Madre, y es tu guía, es el camino seguro por el que se va y se vuelve a encontrar el tesoro escondido, porque es Ella quien ha mostrado el tesoro de Dios al mundo: la humanidad de Cristo que por Ella se ha revelado.
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