«Un profeta no es despreciado más que en su patria y en su casa»
Para la oración personal del sacerdote en base al Evangelio del día. Viernes 2 de agosto de 2019
ESPADA DE DOS FILOS. P. Gustavo Elizondo Alanís
«Sacerdote, no hagas con tu Dios lo que otros hacen contigo, antes bien haz con ellos el bien que tu Dios hace contigo, porque no te llama siervo, te llama amigo»
«La palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que una espada de dos filos» (Heb 4, 12).
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EVANGELIO DEL VIERNES DE LA SEMANA XVII DEL TIEMPO ORDINARIO
¿No este el hijo del carpintero? ¿De dónde, pues, ha sacado esa sabiduría y esos poderes milagrosos?
+ Del santo Evangelio según san Mateo: 13, 54-58
En aquel tiempo, Jesús llegó a su tierra y se puso a enseñar a la gente en la sinagoga, de tal forma, que todos estaban asombrados y se preguntaban: “¿De dónde ha sacado éste esa sabiduría y esos poderes milagrosos? ¿Acaso no es éste el hijo del carpintero? ¿No se llama María su madre y no son sus hermanos Santiago, José, Simón y Judas? ¿Qué no viven entre nosotros todas sus hermanas? ¿De dónde, pues, ha sacado todas estas cosas?”. Y se negaban a creer en él.
Entonces, Jesús les dijo: “Un profeta no es despreciado más que en su patria y en su casa”. Y no hizo muchos milagros allí por la incredulidad de ellos.
Palabra del Señor.
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“En la presencia de Dios, en una lectura reposada del texto, es bueno preguntar, por ejemplo: «Señor, ¿qué me dice a mí este texto? ¿Qué quieres cambiar de mi vida con este mensaje? … (Francisco, Evangelii Gaudium, n.153).
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REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE
Señor Jesús: uno de los deberes del sacerdote es la predicación del Evangelio, y es una tarea que nos exige una seria preparación, porque tenemos que ser muy fieles al mensaje que tú quisiste transmitir. Y hemos de cuidar no sólo el contenido, sino la forma de transmitirlo.
De cualquier manera, ya sabemos que el Espíritu Santo se encarga de ayudarnos para que más bien seas tú el que predique, y yo sólo sea tu instrumento. A mí me toca prepararme bien y cuidar mucho la rectitud de intención para no estorbar a la acción del Paráclito en las almas.
Los que escuchan la predicación también tienen que estar receptivos, con deseos de aprovechar bien para sus almas la Palabra de Dios. Si tienen buena disposición sus corazones quedarán heridos y tendrán una conversión.
Pero, en algunos casos, nos podría pasar lo que te hicieron a ti en la sinagoga: que los que escuchan no tengan buena disposición y dejen entrar el juicio crítico, porque no quieran convertirse o porque no les guste cómo predica el sacerdote.
Señor, todos sabemos que podemos mejorar, pero también sabemos que no es una cuestión de estilo, sino de dejar obrar a Dios en nuestras almas, con más oración, con más preparación frente al Sagrario. ¿Qué más debo cuidar para ser buen instrumento?
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«Sacerdotes, pastores que me siguen y que guían a mi pueblo: han sido heridos con la espada de mi amor.
Han sido abiertas sus gargantas con espadas de doble filo, y han sido heridos sus corazones para hacerlos sensibles al amor.
Reciban con esta espada la misericordia de Dios, y llévenla a todos los hombres. Hieran sus corazones, para que se abran y reciban mi palabra, para convertir sus corazones endurecidos y volverlos suaves, sensibles, de carne, como el mío.
Lleven mi misericordia a los confesionarios, y perdonen y absuelvan.
Acompañen y guíen en la perseverancia, para alcanzar la salvación de todas las almas.
Reparen con actos de amor el desamor que han perdonado, y laven y limpien y purifiquen su corazón con esta reparación.
Practiquen su ministerio con perfección, porque no hay ministerio tibio. El ministerio es uno, y es perfecto, como yo soy.
Manténganse en mi amistad, para que conserven la pureza en su corazón.
Vivan en la virtud y caminen conmigo, revestidos de hombres nuevos, unidos conmigo en un mismo Espíritu, para la gloria del Padre.
Predicación, misericordia, confesión, absolución, reparación con actos de amor, pureza de intención, pureza de corazón, práctica de la virtud, perfección en el ministerio, todo para la gloria de Dios».
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Madre mía: ante el desprecio en mi propia tierra, como le sucedió a Jesús, yo necesito tu consuelo, tu auxilio, tu cercanía, tu abrazo de madre, para cumplir con mi misión, sin importarme el qué dirán. ¡Ayúdame!
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«Hijos míos, sacerdotes, este es mi auxilio: entregarles el amor.
Acudan a mí para que reciban mi auxilio, para que encuentren a través de mí, el amor.
Porque yo siempre los llevo a Jesús, porque Él siempre está conmigo y yo con Él, pero el amor no es para guardarse, el amor es inquieto, es para entregarse, para compartirse, para darse, para fortalecer, para hacer crecer.
Porque el que tiene amor nada le falta.
El que tiene amor ama y confía, comparte y entrega constantemente, porque el amor es infinito, bondadoso, eterno.
Yo les entrego el amor, que es Cristo, para que viva en ustedes, para que vivan en Él, para que los fortalezca y no tengan miedo.
Entréguenlo como lo entrego yo, con valor, con confianza, con seguridad, con determinación, para que el amor llegue por medio de la palabra y la misericordia a todos los rincones del mundo.
Yo quiero darles mi auxilio y mi compañía, porque por sus venas corre la sangre de Cristo, para que sean conscientes de su vocación, y agradezcan a Dios con toda humildad ese don.
Hijos míos: nadie es profeta en su propia tierra, pero es en casa en donde nace, crece y se fortalece el amor, y es desde casa que el amor es enviado al mundo para que dé fruto y ese fruto permanezca.
Que cada uno de ustedes sea Cristo, para que no juzgue, aunque sea juzgado; para que no critique, aunque sea criticado; para que no repudie, aunque sea repudiado; para que no persiga, aunque sea perseguido; para que, aunque no sea amado, sepa llevar el amor y transformar los corazones, entregándose, abandonándose, sirviendo, confiando, fortalecido con el amor que yo le entrego, para amar a los hombres con el amor de Cristo, aun en su propia tierra.
Yo llevo mi auxilio a los sacerdotes que están por nacer, para que nazcan en el amor y permanezcan en Él. Porque, desde antes de nacer, Él ya los conoce, y los escoge y los consagra para Él, y me los entrega, para que yo los reúna con Él; y transforma el vino para darles de beber, para que beban de su cáliz y se entreguen por Él, con Él y en Él.
Yo los acompaño para que mi corazón de Madre los sostenga, los fortalezca, los proteja, los ampare, los ayude y los conduzca al encuentro y a la plenitud del amor.
Oremos por mis niños en los Seminarios, por las vocaciones sacerdotales y religiosas, para que acepten mi presencia junto a cada uno de ellos, que es Cristo que nace.
Oremos para que Dios envíe más obreros a su mies, y para que sus madres no los maten, que los dejen nacer.
Oremos por mis jóvenes seminaristas, por los que sufren la soledad, al darse cuenta que no son comprendidos, que no son apoyados; a veces son hasta despreciados, porque nadie es profeta en su propia casa.
Hijos míos: los hombres no piensan como Dios. No todos los van a entender, no todos los van a querer. Sigan, y nunca se detengan, porque nadie es profeta en su propia casa. Que eso no les impida cumplir la voluntad de Dios, que se manifiesta en sus corazones.
Visión sobrenatural, eso es lo que yo les pido, y ustedes debes enseñar a los demás. Mi hijo Jesús ya les ha hecho saber lo que quiere de ustedes. Yo les pido que hagan todo lo que Él les diga. El Espíritu Santo les dirá lo que deben decir. Invoquen su presencia antes de hablar, y abandónense en la misericordia de Dios, porque misericordia, esa es la misión que Él les encomendó. Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos recibirán misericordia».
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PARA EXAMINAR LA CONCIENCIA – CORRECCIÓN POR AMOR
«Yo a los que amo los reprendo y los corrijo» (Apoc 3, 19).
Eso dice Jesús.
Eso te dice tu Señor porque te ama, sacerdote.
Porque te ha dado oídos para que escuches su voz, y Él está a la puerta y llama.
Ábrele la puerta y déjalo entrar para que cene contigo y tú con Él, porque el Señor te conoce, te corrige y te aconseja mientras te sienta con Él a su mesa.
Sacerdote, Él comparte contigo el sufrimiento de tus errores y te busca y te corrige como un padre hace a un hijo, porque te ama.
Arrepiéntete, acércate a su palabra para que lo escuches, porque Él te llama.
Sacerdote, no tengas miedo de abrirle las puertas a Cristo, porque tu vergüenza y tu indignidad son la llave que cierra tus puertas y bloquea tu entrega a su amistad, que se manifiesta en tu infidelidad.
Sacerdote, el Señor tu Dios está a la puerta y llama. Él siempre te espera.
No esperes tú, sacerdote, a recibir la reprensión en el último día de tu vida, cuando Él te pida cuentas y tú solo le entregues deudas. No seas injusto, sacerdote, Él ya pagó por ti con su vida. Corresponde tú cuando Él te reprima y te corrija, endereza los caminos del Señor.
Sacerdote, Jesús te pide que ames a Dios por sobre todas las cosas y que ames a los tuyos como Él los amó, y Él a los que ama los reprende y los corrige. Esa, sacerdote, también es tu misión, aunque seas repudiado, burlado, desterrado, perseguido, injuriado, calumniado, juzgado, escupido, abofeteado, apedreado, maltratado o maldecido, porque nadie es profeta en su propia tierra.
Sacerdote, alégrate cuando te sucedan esas cosas por dejarlo todo y cargar tu cruz siguiendo a Jesús, porque nadie es profeta en su tierra. Aun así, sacerdote, endereza los caminos del Señor y haz el bien, pero predica sacerdote con el ejemplo y déjate corregir por tu Señor.
Corresponde con tu obediencia, arrepintiéndote y pidiendo perdón, agradeciendo el amor que te demuestra tu Señor, y no desprecies, sacerdote, ninguna de sus palabras, escúchalas y ponlas en práctica, no sea que un día Él venga y te diga “amigo mío, yo vivía en tu casa pero me desterraste, me repudiaste, me apedreaste, me abofeteaste, me escupiste, me maltrataste y me crucificaste, porque tú eras mío, pero nadie es profeta en su propia tierra”.
Sacerdote, no hagas con tu Dios lo que otros hacen contigo, antes bien haz con ellos el bien que tu Dios hace contigo, porque no te llama siervo, te llama amigo, pero eres su siervo, para eso has sido elegido: para servir a tu Señor, para ir cuando Él te mande y llevar su palabra a través de tu voz, y llevar su misericordia a través de tus obras, porque Él ha dicho que tú, sacerdote, harás sus obras y aún mayores, y Él obra milagros, y Él expulsa demonios, y Él multiplica el pan para alimentar a su pueblo, pero depende de la voluntad de los hombres que quieran recibir su misericordia.
Esa también es tu misión, sacerdote: abrir los corazones de los hombres para que acepten el amor de su Señor.
Corrige a tu pueblo, sacerdote, y cambia sus corazones de piedra por corazones de carne, para que se humillen y pidan perdón, porque para todos ellos ha sido crucificado y muerto tu Señor, que ha conseguido para su pueblo la salvación.
No te quedes sentado, no te resignes, no desperdicies el talento y el don.
Recibe la gracia y la misericordia a través de la corrección, con la humildad de pedir perdón y seguir los pasos de tu Maestro, corrigiendo a los tuyos y concediéndoles su perdón.
Sacerdote, a ti te llaman Padre. Ten valor y sigue los pasos de tu Maestro, y corrige, sacerdote, a tus hijos, y confírmalos en la fe. Entonces verán milagros aun en su propia casa. Ama sacerdote a tu tierra, a los de tu casa y a tu rebaño.
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