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NOCHE OBSCURA DEL ALMA – PERDER PARA GANAR

«Esta misma noche vas a morir. ¿Para quién serán todos tus bienes?»

Para la oración personal del sacerdote en base al Evangelio del día. Domingo 4 de agosto de 2019

ESPADA DE DOS FILOS. P. Gustavo Elizondo Alanís

«Tu Señor te llama, sacerdote, para que pierdas por Él tu vida, que es la vida del mundo, y encuentres en Él la vida, no para ser coronado de riquezas sino para ser coronado de gloria»

«La palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que una espada de dos filos» (Heb 4, 12).

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EVANGELIO DEL DOMINGO DE LA SEMANA XVIII DEL TIEMPO ORDINARIO (C)

¿Para quién serán todos tus bienes?

+ Del santo Evangelio según san Lucas: 12, 13-21

En aquel tiempo, hallándose Jesús en medio de una multitud, un hombre le dijo: “Maestro, dile a mi hermano que comparta conmigo la herencia”. Pero Jesús le contestó: “Amigo, ¿quién me ha puesto como juez en la distribución de herencias?”.

Y dirigiéndose a la multitud, dijo: “Eviten toda clase de avaricia, porque la vida del hombre no depende de la abundancia de los bienes que posea”.

Después les propuso esta parábola: “Un hombre rico obtuvo una gran cosecha y se puso a pensar: ‘¿Qué haré, porque no tengo ya en dónde almacenar la cosecha? Ya sé lo que voy a hacer: derribaré mis graneros y construiré otros más grandes para guardar ahí mi cosecha y todo lo que tengo. Entonces podré decirme: Ya tienes bienes acumulados para muchos años; descansa, come, bebe y date a la buena vida’. Pero Dios le dijo: ‘¡Insensato! Esta misma noche vas a morir. ¿Para quién serán todos tus bienes?’. Lo mismo le pasa al que amontona riquezas para sí mismo y no se hace rico de lo que vale ante Dios”.

Palabra del Señor.

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 “En la presencia de Dios, en una lectura reposada del texto, es bueno preguntar, por ejemplo: «Señor, ¿qué me dice a mí este texto? ¿Qué quieres cambiar de mi vida con este mensaje? … (Francisco, Evangelii Gaudium, n.153).

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REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE

Señor Jesús: son constantes tus llamadas al desprendimiento en el santo Evangelio. Nos adviertes del peligro que supone el apegamiento a las riquezas en esta vida. Son un obstáculo para poseerte a ti.

Hoy nos adviertes contra la avaricia: el deseo desordenado de acumular tesoros en la tierra. Ayúdanos a buscar siempre los tesoros del cielo, viviendo desprendidos.

Acudo a mi ángel de la guarda, cuya misión es custodiarme, conducirme por el buen camino, cuidarme y protegerme para llevar mi alma al cielo, ayudándome a acumular tesoros no en la tierra, sino en el cielo, porque sé que en donde esté mi tesoro, ahí estará también mi corazón.

Y sé también que nunca me abandona, aunque yo camine en una noche obscura en medio del desierto de mi alma, aunque yo experimente la amargura de la soledad, cuando siento un terrible sufrimiento, en el que todo es obscuridad y vacío, soledad, y una sensación como de estar perdido, sabiendo que nadie me busca; de querer gritar, sabiendo que nadie me escucha; y de querer abrir mis ojos para ver, sabiendo que no veo; y mis oídos para escuchar, sabiendo que no escucho; y me siento tan pequeño, tan nada, desterrado, humillado, abandonado, como si tú no quisieras verme ni hablarme, como si Dios se hubiera olvidado de mí.

Y lloro como nunca había llorado, y sufro como nunca había sufrido, y dudo como nunca había dudado, y siento miedo y angustia y desesperación. Y siento mucha sed, y no hay agua que calme mi sed, y mucho menos la sacia.

Y me doy cuenta de que los demonios rondan alrededor de mí, esperando un momento de debilidad para atacar. Y en el miedo y en la duda, en la angustia y la desesperación soy tentado con las riquezas del mundo, para beber hasta saciar mi sed, perteneciendo al mundo, para ser aceptado, reconocido, valorado.

Pero nada de eso quiere mi alma, porque ya ha probado las delicias del cielo, al ser yo configurado contigo, y sufre en silencio la ausencia de Dios, y es lo más horrible que hubiera alguna vez imaginando, y tengo la sensación de que esto es para siempre, como si Dios me hubiera abandonado. Y creo estar muerto en vida, muerte del alma, noche obscura, privacía, duelo.

Entonces recuerdo la voz del que clama en el desierto: “Rectifica el camino del Señor”. Y sé que es mi ángel de la guarda, el que de día y de noche me custodia, me cuida, me protege, me guarda y me guía por el buen camino. Y con su ayuda siento un gran consuelo.

Señor, tú eres la luz en medio de la obscuridad, tú eres el manantial del agua de la vida en medio del desierto.

Tú nunca me abandonas, pero es mi pequeñez y mis miserias lo que no me deja ver. Y es en la pobreza y en la necesidad, en la miseria y en la soledad, en la angustia y en la obscuridad, cuando mi alma añora, desea, necesita, llama, grita, se humilla, se arrepiente, pide perdón, pide con fe, con esperanza y con amor, la riqueza de tu gracia y tu bondad, que me salva, por la gracia y mediante la fe, por pura generosidad, haciéndome parte contigo y en ti del Reino de los Cielos, para hacer tus obras.

Jesús: confío en ti. No me dejes nunca.

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«Sacerdote mío: ¿acaso olvida una mujer a su niño de pecho, sin compadecerse del hijo de sus entrañas? Pues, aunque ella se olvidara, yo no te olvido. Te llevo tatuado en la palma de mi mano, y yo no te dejaré sin mí.

Los desiertos del alma son peligrosos para quien no tiene fe, para quien no escucha mi Palabra y no la pone en práctica. Pero para el obediente, para el que obra con fe, es solo una parte del camino hacia la perfección del alma que se prepara para ser unida con Dios.

Ante el desierto del alma en una noche obscura, yo les digo a ustedes, mis amigos, que crean en mis promesas, que practiquen la obediencia, que tengan fe y esperanza, pero sobre todo amor; y que pidan y pidan con insistencia en la oración, vaciarse del mundo para llenarse de mí, renunciando a las riquezas del mundo, y a toda clase de avaricia, para que empobrezcan el espíritu y sean enriquecidos con los tesoros de Dios.

Yo permito a veces que ustedes sean ensañados con males que afligen al cuerpo, para que se den cuenta de sus miserias, de su fragilidad y de su pequeñez; porque ahí es en donde radica la grandeza de sus obras. Para que entiendan que mi gracia les basta; que mi fuerza se realiza en la flaqueza, para que se gloríen en sus flaquezas, y habite en ustedes mi fuerza para que den testimonio de mí, y que se note que cuando son débiles, entonces son fuertes.

 Pero mi brazo los protege.

Dichosos los que alcanzan, a cualquier precio, la pobreza de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos.

Reciban ustedes, mis sacerdotes, estas enseñanzas, para que, cuando atraviesen por obscuridades y desiertos, no se acobarden y no sean seducidos por las cosas materiales del mundo, para que no caigan en la tentación. Antes bien, que se echen al agua con fe y comiencen a andar; pero si tuvieran poca fe, si dudaran y comenzaran a hundirse, que extiendan siempre sus manos al cielo, porque yo las extendí primero, y encontrarán mi mano que los sostiene, porque aquí estoy yo para salvarlos».

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Madre mía: ante la tentación del deseo desordenado de las cosas de aquí abajo me doy cuenta de todas mis miserias, y de lo poco que soy; de mi pequeñez y mi pobreza, de mi fragilidad y mi nada, y de lo fácil que es caer en la tentación y en el pecado.

Y veo lo bien que le hace eso a mi alma, porque me siento tan necesitado de la gracia y de la misericordia de Dios, que no hago más que pedirla y disponerme a recibirla, sabiendo que sin Él nada soy, nada puedo; y que, aunque nada merezco, Él me ama y me ha dado por su amor su heredad, su amistad, su cielo. Porque su misericordia y su amor son muy grandes, y Él ya me ha resucitado en Cristo para la vida eterna.

Entonces, inexplicablemente, después del terrible sufrimiento, experimento con tu ayuda el gozo de sentir triturada el alma, recordando las palabras de tu Hijo: “Yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin del mundo”, y recuerdo sus promesas.

Y con esa fe, esperando en ti y en tu amor, obedeciendo, abandonándome y poniendo en ti toda mi confianza, entiendo que el pequeño soy yo, el que no ve soy yo, el que no escucha soy yo, el que duda soy yo, el que tiene miedo soy yo, el que se angustia y se desespera soy yo, el que atraviesa este desierto soy yo.

Y, conociéndome a mí mismo, aceptando mi pobreza, mi pequeñez, mi miseria, mi fragilidad, dominando mi soberbia, me dejo guiar, con los ojos cerrados en medio de la obscuridad, sabiendo con certeza que Dios nunca me abandona, que me lleva de su mano, que es mi amigo fiel y mi Padre, pidiendo con insistencia: “aléjame de las riquezas, vacíame del mundo, hazme pobre de espíritu, y lléname de ti”.

Madre: ayúdame a tener siempre presente que lo importante es guardar tesoros en el cielo.

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«Hijos míos, sacerdotes: perseveren en el camino cumpliendo la voluntad de Dios, en la obscuridad y en la luz, en la enfermedad y en la salud, en la noche y en el día, orando sin desfallecer y caminando con fe.

Yo pido para ustedes la renovación de su alma sacerdotal, volviendo al amor primero, recordando el día en que lo dejaron todo para seguir a Cristo, para que vuelvan a hacer lo mismo y sean pobres de espíritu, para que sea suyo el Reino de los Cielos.

Yo les pido que, reconociendo sus miserias y el poder de Dios, mantengan su disposición a recibir la gracia y la misericordia de Dios, a través de la Palabra de mi Hijo que ustedes reciben.

 Yo les mostraré cuál es su verdadero tesoro.

Que todo su esfuerzo y su trabajo, su sacrificio y su sufrimiento, sean en la alegría de vivir en la fe de este final eterno, participando en la gloria de Dios Padre y Dios Hijo, en unidad con el Espíritu Santo.

Compartan mi sufrimiento al ver que no todos eligen bien sus tesoros, y no podrán ser partícipes de la gloria de Dios.

Que su anhelo sea alcanzar su trono en el cielo, procurando la santidad para la eternidad.

Yo pido que todos ustedes, mis hijos sacerdotes, hagan buen uso de su libertad, entregando su voluntad en la voluntad de Dios, y pidan fe, reciban fe y vivan en la fe, para que por su fe, sean santos».

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PARA EXAMINAR LA CONCIENCIA – PERDER PARA GANAR

«¿De qué le sirve a uno ganar el mundo entero, si pierde su vida?» (Mt 16, 26).

Eso dice Jesús.

te lo dice a ti, sacerdote, para que reflexiones como hombre, en tu vida ordinaria, y como sacerdote, en tu vida ministerial.

Y te enseña que vida sólo hay una, y se vive en unidad. Porque, ¿de qué te sirve acumular riquezas, dinero, casas, joyas, tierras, cosas, lujos, palacios, reinos y poder en el mundo, si tú no eres del mundo?

Y te enseña a acumular tesoros en el cielo, en donde no hay ladrones que se los roben ni polilla que los destruya, y no en la tierra, en donde los ladrones se roban los tesoros que son la vida de los hombres, y también la tuya.

Tu Señor te llama, y te pide que renuncies a los placeres del mundo, porque nada vale tanto como tu propia vida.

Tu Señor te enseña también que ganar el mundo entero significa trabajar para conseguir muchas almas para el cielo, pero Él te dice: la tuya primero.

Y te advierte del peligro del activismo que te envuelve, y en el que te engañas a ti mismo, creyendo que estás dando la vida para salvar al mundo entero con tus propias fuerzas, y descuidas lo único necesario, por cumplir con muchas cosas importantes, arriesgando tu humildad y tu caridad, y el que no tiene caridad nada esnada le aprovecha, nada tiene.

Tu Señor te pide que renuncies a ti mismo, que tomes tu cruz y que lo sigas, para que vivas en unidad de vidacomo Cristo.

Y te manda escuchar su palabra y ponerla en práctica, haciendo la voluntad de Dios y no la de los hombres.

Tu Señor te llama, sacerdote, para que pierdas por Él tu vida, que es la vida del mundo, y encuentres en Él la vida, no para ser coronado de riquezas sino para ser coronado de gloria, cuando estés con Él en su paraíso, porque su Reino no es de este mundo.

Proclama a tu Rey, sacerdote, cumpliendo no tus muchas reglas, sino su única leyviviendo en el mundo la vida de Él, llevando la paz a todos los rincones de la tierra, no como la da el mundo, sino la paz que Él ha puesto en tu alma misionera, alma humana y alma divina, en una sola vida de condición sagrada, que ya no es tan sólo el alma de un hombre, sino el alma de un verdadero hombre y un verdadero Dios, que en unidad te hacen ser verdadero sacerdoteverdadero Cristo, adorador del único y verdadero Rey de reyes y Señor de señores, el único Dios por quien se vive, y se pierde la vida para encontrarla: Cristo Rey.

Tu Señor te está esperando, sacerdote, acude a su llamado en la oración, remando mar adentro, en la intimidad de tu corazón, para que lo encuentres, para que lo sigas, para que lo sirvas, para que le entregues el tesoro que le pertenece, y que ha ganado con su pasión, con su muerte y con su resurrección: tu vida.

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Fundador de "La Compañía de María, Madre de los Sacerdotes" More posts by P. Gustavo Elizondo

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