«FIESTA DE LA TRANSFIGURACIÓN DEL SEÑOR»
Para la oración personal del sacerdote en base al Evangelio del día. Martes 6 de agosto de 2019
ESPADA DE DOS FILOS. P. Gustavo Elizondo Alanís
«Tu Señor habla fuerte y claro, sacerdote, pero, para escucharlo, debes subir al monte alto de la oración, para que asistido por el Espíritu Santo descubras, con gemidos inenarrables, lo que le dice a tu corazón».
«La palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que una espada de dos filos» (Heb 4, 12).
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EVANGELIO DE LA FIESTA DE LA TRANSFIGURACIÓN DEL SEÑOR
Mientras oraba, su rostro cambio de aspecto.
+ Del santo Evangelio según san Lucas: 9, 28-36
En aquel tiempo, Jesús se hizo acompañar de Pedro, Santiago y Juan, y subió a un monte para hacer oración. Mientras oraba, su rostro cambió de aspecto y sus vestiduras se hicieron blancas y relampagueantes. De pronto aparecieron conversando con él dos personajes, rodeados de esplendor: eran Moisés y Elías. Y hablaban de la muerte que le esperaba en Jerusalén.
Pedro y sus compañeros estaban rendidos de sueño; pero, despertándose, vieron la gloria de Jesús y de los que estaban con él. Cuando éstos se retiraban, Pedro le dijo a Jesús: “Maestro, sería bueno que nos quedáramos aquí y que hiciéramos tres chozas: una para ti, una para Moisés y otra para Elías”, sin saber lo que decía.
No había terminado de hablar, cuando se formó una nube que los cubrió; y ellos, al verse envueltos por la nube, se llenaron de miedo. De la nube salió una voz que decía: “Este es mi Hijo, mi escogido; escúchenlo”. Cuando cesó la voz, se quedó Jesús solo.
Los discípulos guardaron silencio y por entonces no dijeron a nadie nada de lo que habían visto.
Palabra del Señor.
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“En la presencia de Dios, en una lectura reposada del texto, es bueno preguntar, por ejemplo: «Señor, ¿qué me dice a mí este texto? ¿Qué quieres cambiar de mi vida con este mensaje? … (Francisco, Evangelii Gaudium, n.153).
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REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE
Señor Jesús: cuando voy a hacer oración delante del Sagrario pienso que sucede algo parecido a la escena de tu Transfiguración en el monte Tabor.
Subo al monte de la oración, para estar contigo, y escuchar la voz del Padre. Porque estás realmente presente en la Sagrada Eucaristía, y porque esa conversación con Moisés y Elías es la Ley y los Profetas, tu Palabra, que yo debo meditar, y estar atento a lo que me dice, para transmitirla a los demás, porque no puedo dejar de hablar de lo que he visto y oído en mi oración.
El sacerdote es la transfiguración de Cristo. Nosotros tenemos la capacidad de ver y escuchar a Dios, pero debemos poner atención, y reflejarte a ti como en un espejo. Eso es el sacerdote.
Todo lo que pensamos que eres tú, Señor, eso debemos reflejar, porque eso somos. Cuando subimos al altar, subimos al monte alto, y te transfiguras tú en nosotros. Cuando estamos en el altar, el pueblo de Dios es como tus discípulos, cuando subieron contigo al monte Tabor. Somos Jesús transfigurado, y responsables de que el pueblo de Dios sea partícipe de esa transfiguración.
Jesús, ayúdame a vivir la Misa, a ser más consciente de esa experiencia de todo un Dios, que se hace presente en mis manos.
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«Sacerdote mío: ven y sube conmigo al monte para hacer oración.
Tú eres mío, no te distraigas, permanece en el monte alto, que es la oración, en un encuentro constante conmigo, transfigurado en la Eucaristía, participando todos los días en la Santa Misa, que es la experiencia del amor de Dios Espíritu Santo y el encuentro con Dios Padre en el monte alto, en el que Él mismo mira a Dios Hijo, mientras te mira y te dice: “este es mi Hijo amado, escúchalo”.
Es la experiencia de amor eterno en el que se conmemora el único y eterno sacrificio de Dios Hijo, que se hace presente a través de la transubstanciación, por la que la ofrenda en las manos del sacerdote se convierte en Eucaristía, que es mi presencia, mi cuerpo, mi sangre, mi alma y mi divinidad, y que refleja la gloria de Dios en Cristo resucitado y vivo, que es el sacerdote transfigurado en el altar.
Yo soy al mismo tiempo sacerdote, víctima y altar. Tanto así es el sacerdote, al que Dios se da y en quien confía. Pero, al que mucho se le da, mucho se le pedirá, y al que mucho se le confía, más se le exigirá.
Amigo mío: a ti se te ha dado mucho, por eso se te pide mucho. Yo te pido que no te distraigas, y que des testimonio de mi amor por ti, de tu amor por mí, a través de las pruebas en medio de la tribulación, de la incomprensión, del sacrificio, del silencio, de la constancia en la oración, y en la entrega de todo lo que yo te doy, confiando en mí, dejando todas las cosas importantes en mis manos, para que te ocupes sólo de una, porque muchas cosas son importantes, pero sólo una es necesaria.
La paz de tu corazón en medio de los problemas del mundo será también tu testimonio. Quiero que subas conmigo al monte Tabor, para mostrarte mi gloria; para mantener firme tu fe, tu esperanza y tu amor, aun en medio de las tormentas; para que lleves a los demás tu testimonio de fe, que no es una fábula, sino la verdad que has visto y que has oído; para que seas lámpara que ilumina en la obscuridad; para que todos obedezcan a mi Padre y me escuchen; para que me conozcan y crean en mí; para que hagan lo que yo les digo; para que correspondan bien a lo que les confío y cumplan con lo que les exijo. Yo quiero que veas mi gloria, amigo mío, para que quieras alcanzarla.
Apóstoles míos: por su fe y su confianza, les agradezco.
Por entregarse conmigo en cada celebración, en cada oblación, les agradezco.
Por subir conmigo al altar, y permitir, por su disposición y propia voluntad, unir sus brazos, su voz, su alma, su mente, conmigo, para que sea yo quien realice cada vez el milagro de la transubstanciación, les agradezco.
Por abandonar su espíritu en las manos de mi Padre y abrir el cielo en cada consagración en la que se escucha su voz diciendo “Este es mi hijo amado, escúchenlo”, les agradezco.
Por alimentar a mi pueblo con la palabra que el Espíritu Santo infunde en sus corazones y pone en sus bocas, les agradezco.
Por alimentar a mi pueblo con el amor por el que me doy en la Eucaristía, les agradezco.
Por reducir su humanidad durante la Santa Misa, para configurarse conmigo y dejar que me vean, les agradezco.
Por creer que yo soy el Cristo, el Hijo de Dios, el que ha venido a morir para destruir el pecado para la salvación de las almas, les agradezco.
Porque cuando están cansados y fatigados vienen a mí para aliviarlos, para recibirme y entregarse en mis brazos, les agradezco.
Porque ustedes, pastores fieles y obedientes, son mi descanso, mi esperanza, instrumentos humanos y divinos de salvación, les agradezco.
Por permanecer en mi amor y en mi amistad, les agradezco.
Por su generosidad, por practicar la virtud, por vivir en santidad conmigo, les agradezco.
Por ser compasivos y misericordiosos, como mi Padre que está en el cielo es compasivo y misericordioso, les agradezco, y los uno en mi cuerpo y en mi Espíritu, para que sean partícipes conmigo de la gloria de mi Padre.
Por subir al altar con pureza de intención, con el corazón limpio y el alma pura, para consagrar conmigo, les agradezco, porque es en su pureza en donde se hace visible mi divinidad y mi humanidad, y resplandece la gloria de mi resurrección, como hijo del hombre, como Hijo de Dios».
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Madre mía: yo sé que siempre me acompañas durante la celebración de la Santa Misa, como acompañaste a Jesús junto a la Cruz. Pienso que estás junto a mí, de pie, a la derecha.
De igual modo, me acompañas durante mi oración. Te pido que me ayudes para estar muy atento, que no me deje vencer por el cansancio, por el sueño, para poder escuchar a Jesús, y la voz del Padre, y decir, como san Pedro, “Maestro ¡qué a gusto estamos aquí!”.
Permanece, Madre, a mi lado, en ese diálogo con tu Hijo, e intercede por mí para que sepa escucharlo y haya mucho fruto.
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«Hijos míos, sacerdotes: yo los acompaño a los pies del monte alto, que es el altar de Jesús. Yo ruego por ustedes, para que resplandezcan con Cristo, unido al Padre por el Espíritu Santo, para que salven almas y glorifiquen a Dios.
Yo los ayudo a subir al monte alto de la oración, para que, en el encuentro con Cristo, Él transfigure su corazón, llenándolos de su gloria, para que, tomando cada uno su cruz, glorifiquen al Señor, bajando del monte alto después, para mostrar su gloria a todas las almas, y para invitarlos a subir al monte de la oración, para abrazar su propia cruz, y ellos también glorifiquen a Dios.
El que sube al monte alto de la oración y experimenta un verdadero encuentro con Cristo se siente tan a gusto, que quisiera permanecer ahí para siempre. A ustedes se les ha dado mucho, y se les dará más, para que muestren a Cristo glorioso y todopoderoso, y consigan así permanecer en el monte alto en medio del mundo, para que escuchen allí a mi Hijo, y lo conozcan transfigurado, a través de la Palabra, para que permanezcan en vela. Y que, aunque tengan sueño, no se duerman. Que estén despiertos para que puedan ver su gloria, y puedan escucharlo; para que, guardando la Palabra, hagan lo que Él les diga. Y, cuando Él vuelva, los encuentre despiertos y no dormidos, para que sean luz para el mundo, y su luz brille, para que den testimonio de fe, de amor y de misericordia, y se vean sus buenas obras.
Yo ruego para que sea reafirmada la fe de ustedes en la verdad, y glorifiquen al Padre que está en el cielo.
Hijos míos: yo los acompaño en el camino de la fe, viviendo el Evangelio, para que a través de su oración y de sus obras hablen de lo que han visto y han oído; para que, ustedes, que han sido llamados y han sido elegidos para guiar a las almas, para anunciar y construir el Reino de los cielos, para unirlos en un solo pueblo Santo de Dios, en una sola Iglesia, perseveren y sean confirmados en una misma fe, para que acepten la tierra que les ha sido heredada, para que en esta tierra den fruto y ese fruto permanezca.
Ya les ha sido dada la tierra para cumplir su misión, para que siembren la semilla que es la Palabra de Dios, y con su fe alimenten la tierra, para que la semilla dé como fruto la vida misma de ustedes, transformada en oración, entregada como ofrenda a Dios, para que sean confirmados en la fe, para que se abran a la gracia y a la misericordia de Dios, para que suban al monte alto de la oración y sean abiertos sus ojos y sus oídos, renovando la alianza que cada uno ha hecho con mi Hijo, al aceptar y practicar en santidad su vocación para cumplir su misión, para que guíen al pueblo de Dios, porque es un pueblo que camina como ovejas sin pastor.
La mies es mucha y los obreros pocos. Acompáñenme y oremos con insistencia al Señor para que envíe más obreros a su mies. Han sido enviados como corderos en medio de lobos, pero quien los escucha a ustedes escucha a mi Hijo, y quien los rechaza a ustedes rechaza a mi Hijo y a quien lo ha enviado».
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PARA EXAMINAR LA CONCIENCIA – ORACIÓN, EXPIACIÓN Y ACCIÓN
«Este es mi Hijo muy amado en quien tengo puestas mis complacencias. Escúchenlo» (Mt 17, 5).
Eso dice el Padre de Jesús, que es también tu Padre, sacerdote.
Te lo dice a ti, y se lo dice al mundo. Se refiere a Cristo, y se refiere a ti, porque tú lo representas.
Escucha, sacerdote, la voz de tu Señor que se revela a través de la Palabra que es su Hijo amado, al que Él ha enviado, el Verbo encarnado.
Escucha, sacerdote, a tu Señor y complácelo, haciendo lo que Él te dice, amándolo por sobre todas las cosas, y amando a los demás como Él los ha amado. Tanto, que todo les ha dado, hasta la vida de su único Hijo, para salvarlos.
Tu Señor habla fuerte y claro, sacerdote, pero, para escucharlo, debes subir al monte alto de la oración, para que asistido por el Espíritu Santo descubras, con gemidos inenarrables, lo que le dice a tu corazón.
Y tú, sacerdote, ¿acudes cada día al encuentro de tu Señor a través de la oración?
¿Te das el tiempo?
¿Cuál es tu prioridad: las cosas importantes, o la única cosa que es necesaria?
¿Complaces a tu Señor?
¿Entiendes su palabra y la pones en práctica?, ¿la predicas?
¿Tienes el valor de aceptar y hacer todo lo que te dice tu Señor?, ¿o tienes miedo de poner atención, porque no te acomoda lo que te dice?
¿Reconoces a Cristo como el Hijo de Dios, como el Mesías, que ha sido enviado al mundo, como el Salvador?
¿Reconoces a ese Cristo en ti, sacerdote?
Tú tienes una gran responsabilidad, sacerdote, porque a ti te ha sido revelada la verdad, no para que la guardes y te quedes sentado, ensimismado en tu comodidad, sino para que la lleves al mundo a través de la luz de la palabra y del ejemplo, de tu fe puesta en obras.
Levántate, sacerdote, y lleva la palabra que tú escuchas a la acción, para que enriquezcas al mundo con el tesoro que llevas en tu corazón como vasija de barro. Pero primero haz oración, en segundo lugar haz expiación, y muy en tercer lugar acción, porque de nada te sirve actuar si no has purificado tu alma después de orar, y de nada te sirve expiar tu alma si no has permitido que sea tocada con la palabra.
Escucha, sacerdote, la palabra de tu Señor, y hazte palabra con Él, permaneciendo en la fidelidad a su amistad, permaneciendo en su amor, configurado con Cristo Buen Pastor, para que sean uno como el Padre y Él son uno.
Tú eres, sacerdote, la palabra de tu Señor, cuando la escuchas, cuando la haces tuya poniéndola en práctica, y llevando la esencia del Verbo al mundo entero para que lo escuchen y, haciendo sus obras, el Padre se complazca en cada uno de los hijos de su pueblo.
Tú eres Cristo vivo, sacerdote, que se transfigura en el altar, y se muestra tal cual es: verdadero hombre y verdadero Dios, crucificado, muerto, resucitado y expuesto para ser admirado, escuchado, alabado y adorado, en presencia viva, en cuerpo, en alma, en sangre y en divinidad, en Eucaristía.
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