«¿No ha habido nadie, fuera de este extranjero, que volviera para dar gloria a Dios?»
Para la oración personal del sacerdote con base en el Evangelio del día.
Miércoles 10 de noviembre de 2020
ESPADA DE DOS FILOS V, n. 78
P. Gustavo Eugenio Elizondo Alanís
“La Compañía de María, Madre de los Sacerdotes”
«Agradece, sacerdote, a tu Señor, que te ha dado su vida y su perdón. Te ha llamado, te ha elegido y te ha dado el don inmerecido de tu vocación, por la que te ha configurado con Él para que, por Él, con Él y en Él, glorifiques a Dios».
«La palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que una espada de dos filos» (Heb 4, 12).
EVANGELIO DEL MIÉRCOLES DE LA SEMANA XXXII DEL TIEMPO ORDINARIO
¿No ha habido nadie, fuera de este extranjero, que volviera para dar gloria a Dios?
+ Del santo Evangelio según san Lucas: 17, 11-19
En aquel tiempo, cuando Jesús iba de camino a Jerusalén, pasó entre Samaria y Galilea. Estaba cerca de un pueblo, cuando le salieron al encuentro diez leprosos, los cuales se detuvieron a lo lejos y a gritos le decían: “¡Jesús, maestro, ten compasión de nosotros!”.
Al verlos, Jesús les dijo: “Vayan a presentarse a los sacerdotes”. Mientras iban de camino, quedaron limpios de la lepra.
Uno de ellos, al ver que estaba curado, regresó, alabando a Dios en voz alta, se postró a los pies de Jesús y le dio las gracias. Ése era un samaritano. Entonces dijo Jesús: “¿No eran diez los que quedaron limpios? ¿Dónde están los otros nueve? ¿No ha habido nadie, fuera de este extranjero, que volviera para dar gloria a Dios?”. Después le dijo al samaritano: “Levántate y vete. Tu fe te ha salvado”.
Palabra del Señor.
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“En la presencia de Dios, en una lectura reposada del texto, es bueno preguntar, por ejemplo: «Señor, ¿qué me dice a mí este texto? ¿Qué quieres cambiar de mi vida con este mensaje?»” (Francisco, Evangelii Gaudium, n.153).
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REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE
Señor Jesús: los leprosos te pidieron a gritos que tuvieras compasión de ellos, y les dijiste que se presentaran a los sacerdotes. Es lo mismo que decir ahora a todos los que sufren las consecuencias de sus pecados que vayan a confesarse, y así obtendrán la paz.
El reclamo que haces a los nueve que no fueron a agradecerte me hace pensar que eres hombre verdadero, y echas en falta la correspondencia a tu amor. Te duele que te ofendan, y te duele que no agradezcan tu perdón. Es una falta de amor, y es una falta de fe.
Yo tantas veces he caído, y tú has tenido compasión de mí. Has tomado mi mano, me has sostenido, me has esperado con paciencia, me has sanado, me has llenado de alegría, una y otra vez, cuando me he arrodillado ante ti, con el corazón contrito y humillado, y tú me has dicho: “levántate, tu fe te ha salvado”.
He venido a agradecerte, Señor, porque, por la fe que me has dado, tú me has salvado.
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«Sacerdote mío: yo también muchas veces te he sanado y llenado de alegría cuando has tenido fe. He abierto tus ojos para que veas y tus oídos para que escuches. Y he limpiado tu alma con mi misericordia.
Tú has querido agradecer, y has ofrecido tu vida para alabar y glorificar a Dios, que se ha manifestado en ti de forma clara, mostrando al mundo su misericordia en ti.
Pero no has sabido hacerlo, y me has pedido ayuda para agradecer y glorificar a Dios, porque te sabes pequeño, y necesitado de mí.
Eso es lo que más me gusta de ti: que me necesites y me pidas, que confíes en mí y me agradezcas. Porque eso demuestra tu fe y te une a mí.
Yo he encontrado un tesoro en ti: una oveja herida de mi rebaño, que estaba perdida, que pedía compasión porque quería ser encontrada, y que ha llenado el cielo de alegría.
Muchos reciben mi favor, pero no lo agradecen, porque piensan que merecen, y que Dios sólo ha hecho lo que tenía que hacer.
Tú, que te has vuelto a mí para agradecer, y dar gloria a Dios. Tú, que vivías en la obscuridad de la ignorancia y no conocías la verdad, has sido convertido en instrumento de mi misericordia, para transmitir la fe. Y yo te he dado a entender muchas cosas, para que, poniendo tu fe en obras, a través de tu legado, muchos fortalezcan su fe, abran los ojos y los oídos, y agradezcan con su vida la misericordia que han recibido de Dios.
Tu legado será el testimonio de mi misericordia para mi Iglesia, a través de tu fe puesta en esta obra, volviendo al amor primero, renovando tu alma sacerdotal, y volviendo a mí, para agradecer y glorificar a Dios, mientras caminas hacia la santidad.
Tú me has pedido ayuda para agradecer, porque no te alcanzará la vida. Yo te digo que, para eso, tendrás la vida eterna, para que continúes agradeciendo y glorificando a Dios, porque esta vida no será suficiente, pero solo Dios basta.
Yo te he elegido para mostrar al mundo mi misericordia, por ser pequeño; para que se vea que yo soy, y agradezcas y des mucha gloria a Dios todos los días de tu vida, a través de tus obras, para que alimentes y des de beber a tus ovejas, para que las vistas y las acojas, para que las sanes y las liberes, para que las ayudes a morir al mundo, para que les enseñes y aconsejes, para que encuentren corrección y perdón, consuelo y paciencia y, sobre todo, oración.
Sacerdotes de mi pueblo: yo no los he llamado siervos, los he llamado amigos, porque un siervo no sabe lo que hace su amo; los he llamado amigos, porque todo lo que he oído de mi Padre se los he dado a conocer, pero lo olvidan. Por eso el Espíritu Santo se encarga de recordarles todas las cosas, para que ustedes, mis sacerdotes, mueran conmigo para que vivan conmigo.
Quiero que ustedes se mantengan firmes, para que reinen conmigo; para que no me nieguen, porque entonces yo también los negaré; para que sepan que, aunque a veces son infieles, yo siempre permanezco fiel, porque no puedo negarme a mí mismo.
Yo les enseñaré a agradecer.
Agradezcan su fe, porque Dios se las ha dado como don, y su respuesta es ponerla en obras, para que por su fe glorifiquen a Dios, fortaleciendo la fe de otros a través de la Palabra.
Yo les digo que la Eucaristía es el agradecimiento por excelencia. Unan su ofrenda cada día a mi único y eterno sacrificio, que es mi cuerpo y mi sangre en oblación, que es Eucaristía, y el único sacrificio agradable al Padre, por el que, de sus pecados e iniquidades, no me acordaré ya, porque donde hay perdón ya no hay más oblación por el pecado.
Eso es la gloria más grande que ustedes mis amigos le pueden dar a mi Padre, unidos conmigo en un único sacrificio, ofrenda, gratuidad, Eucaristía, cuerpo, sangre, alma y divinidad. El Hijo único de Dios, que gratuitamente los vino a salvar, que no pide nada a cambio, sino su correspondencia a la gracia unida conmigo en una misma y única acción de gracias, que debe ser manifiesta no solo en la misa, sino en la propia vida».
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Madre mía: yo sé que el mejor agradecimiento a Dios es el “operativo”. Es decir, agradecer con obras de fe. Cualquier favor recibido es una gracia, y esa gracia debe de dar fruto, para agradecer el favor.
Yo te pido, Madre mía, que me ayudes a reconocer todas las gracias que Dios me da, y también a ser agradecido, con frutos de santidad en mi vida sacerdotal.
Sé que puedo reconocer fácilmente la acción de Dios en mi alma y que, por eso, tengo más responsabilidad para agradecer. Quiero ser santo, y mostrar así, con obras, mi fe.
Madre ¿cómo debe ser mi agradecimiento a Dios?
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«Hijo mío, sacerdote: un alma agradecida glorifica a Dios. Alabemos al Señor y glorifiquémoslo todos los días, uniendo nuestro agradecimiento a la gratuidad infinita en el altar, para que así sea una ofrenda agradable al Padre.
La Eucaristía es la correspondencia de Cristo a la benevolencia y magnificencia del Padre, que tuvo compasión de la humanidad, y tuvo a bien recibir el sacrificio de su Hijo y, a través de Él, a la humanidad salvar. Pero dime, hijo mío, ¿cuántos agradecen este misterio de amor infinito?
Todos fueron curados lavando la mancha del pecado original con la preciosa sangre del Cordero de Dios crucificado. De todo pecado, para ser recibidos en el abrazo misericordioso del Padre.
¡Cuán ingratos son mis hijos, los que no aceptan recibir el regalo inmerecido de la vida eterna!
¡Cuánta indiferencia hay en el mundo! ¡Cuánta ingratitud! ¡Cuánto desprecio!
Yo estoy aquí para buscarlos, haciéndoles llegar la palabra del Señor, para que entiendan. Que el Espíritu Santo les conceda a mis hijos este don.
¡Cuánto deseo que se abran al entendimiento, y no solo a la razón!, porque sus mentes limitadas no alcanzan a descubrir la verdadera razón de acudir a adorar la Sagrada Eucaristía, que es unir la gratitud de aquellos que se sienten bendecidos, y se saben amados y protegidos, y se comportan como lo que son, hijos de Dios, y agradecen amando, adorando, alabando, glorificando el cuerpo y la sangre de Cristo, que los ha amado tanto que ha dado su vida para salvarlos.
Así tendrán un deseo de santidad tan grande como el mío. Desearán ser santos, con todo su corazón, con toda su alma, con toda su mente.
Ser santo es permanecer en unión con Cristo, porque Él es el único Santo. Por tanto, para permanecer unidos a Él tienen que alcanzar su santidad viviendo en virtud, y deseando por sobre todas las cosas servirlo a Él, amarlo a Él, permanecer unidos a Él.
Ésa es la santidad: unión permanente a la Santísima Trinidad, por Cristo.
Hijos míos: pongan en obra su fe, porque la fe, si no tiene obras, está realmente muerta. Pero si ustedes tienen obras, mostrarán por las obras su fe, dejando como legado su entrega de vida al servicio del Evangelio.
Hagan lo que mi Hijo les diga y acompáñenme».
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PARA EXAMINAR LA CONCIENCIA – AGRADECER CON OBRAS DE FE
«Levántate y vete, tu fe te ha salvado».
Eso dijo Jesús.
Se lo dijo a un leproso agradecido.
Y te lo dice a ti, sacerdote, cuando te acercas al confesionario y te pones de rodillas con el corazón contrito y humillado, y pides perdón por tus pecados, creyendo por tu fe, que la absolución te devuelve la gracia necesaria para la salvación de tu alma, que tu Señor Jesucristo ha ganado para ti, a través del único y eterno sacrificio agradable al Padre, por su muerte en la crucifixión y la vida eterna de su resurrección.
Y tú, sacerdote, ¿agradeces el favor de tu Señor?
¿Eres consciente de que todo te lo ha dado, pero nada mereces?
¿Agradeces de corazón, o solamente como un gesto de buena educación?
¿Cómo agradeces?
Agradece, sacerdote, a tu Señor, que te ha dado su vida y su perdón. Te ha llamado, te ha elegido y te ha dado el don inmerecido de tu vocación, por la que te ha configurado con Él para que, por Él, con Él y en Él, glorifiques a Dios.
Agradece a tu Señor, sacerdote, porque te ha hecho su servidor. Te ha dado su misericordia y te ha nombrado su administrador, y en tus manos ha confiado el misterio de la salvación, que con su cuerpo y con su sangre ha ganado.
Agradece, sacerdote a tu Señor, porque tú estabas muerto y has vuelto a la vida, estabas perdido y has sido encontrado, estabas herido y has sido sanado.
Agradece a tu Señor, sacerdote, que siendo tú tan solo un siervo, Él te ha llamado amigo, porque te ha revelado la verdad.
Agradece, sacerdote, a tu Señor, que no sólo te ha dado su amistad, sino que, por filiación divina, te ha dado su heredad.
Agradece, a tu Señor, sacerdote, que te hace como Él, Cordero y Buen Pastor, para perdonar los pecados de los hombres, y conducir a las almas al cielo.
Agradece, sacerdote, a tu Señor, que ha subido al cielo, y todo lo que le pidas en su nombre Él lo hará, para que el Padre sea glorificado en el Hijo.
Agradece, a tu Señor, sacerdote, que te ha dado la fe, para que creas en Él y hagas sus obras, y aún mayores, confirmando en la fe a tus hermanos, alimentando y fortaleciendo tu fe en primer lugar con la oración, en segundo lugar con la expiación, y en tercer lugar con la acción, a través de obras de misericordia, porque no todo el que diga Señor, Señor, entrará en el Reino de los cielos, sino el que haga la voluntad del Padre que está en el cielo.
Y tú, sacerdote, ¿eres un alma agradecida?
¿Valoras lo que tu Señor te ha dado?
¿Glorificas al Señor con tu vida?
Entonces, alégrate, sacerdote, levántate, y vete a servir a tu Señor, porque tu fe te ha salvado.
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BUENAS NOCHES.
El mensaje del Jesucristo en el Evangelio del día nos muestra nuestra falta de agradecimientos a la misericordia de Dios. Jesús no busca que se le agradezca desde su condición divina por los milagros que nos da, sino que en nuestra naturaleza de ser humano, de persona, en nuestra cultura moral y ética debemos ser agradecidos, así no logremos completar nuestras actos o bendición. Si no somos agradecidos nuestro amor a Dios es vano y de interes, si vivimos agradeciendo a Dios en Jesucristo, nuestra bendición es Bienaventurada y nuestro corazón esta puesto solo en Dios para el projimo.
Gracias Señor por sanarme de la lepra del pecado y del olvido y permitirme cada dia de mida ser agradecido por ser nuestro Padre, nuestra bendición en Jesucristo tu Hijo.
AMÉN.