«Éste es mi mandamiento: que se amen los unos a los otros como yo los he amado»
Para la oración personal del sacerdote con base en el Evangelio del día.
Viernes 20 de mayo de 2022
ESPADA DE DOS FILOS II, n. 80
P. Gustavo Eugenio Elizondo Alanís
«Reconócete, sacerdote, necesitado del amor de tu Señor, que te entrega a través de los demás. Acepta las oraciones de su pueblo y sus obras de misericordia, para que se cumpla la palabra de tu Señor: “los misericordiosos recibirán misericordia”. Dar y recibir es una oportunidad para dejar a Dios actuar en ti y en los demás».
«La palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que una espada de dos filos» (Heb 4, 12).
EVANGELIO DEL VIERNES DE LA SEMANA V DE PASCUA
Éste es mi mandamiento: que se amen los unos a los otros.
+ Del santo Evangelio según san Juan: 15, 12-17
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Éste es mi mandamiento: que se amen los unos a los otros como yo los he amado. Nadie tiene amor más grande a sus amigos que el que da la vida por ellos. Ustedes son mis amigos, si hacen lo que yo les mando. Ya no los llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su amo; a ustedes los llamo amigos, porque les he dado a conocer todo lo que le he oído a mi Padre.
No son ustedes los que me han elegido, soy yo quien los ha elegido y los ha destinado para que vayan y den fruto y su fruto permanezca, de modo que el Padre les conceda cuanto le pidan en mi nombre. Esto es lo que les mando: que se amen los unos a los otros”.
“En la presencia de Dios, en una lectura reposada del texto, es bueno preguntar, por ejemplo: «Señor, ¿qué me dice a mí este texto? ¿Qué quieres cambiar de mi vida con este mensaje? … (Francisco, Evangelii Gaudium, n.153).
REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE
Señor Jesús: nos has dejado el mandamiento del amor, con ese añadido tan importante: “como yo los he amado”. E inmediatamente explicas qué significa eso: dar la vida por los amigos.
Tú diste la vida cuando, siendo de condición divina, te anonadaste tomando la forma de siervo, y la entregaste completamente cuando te hiciste obediente hasta la muerte, y muerte de cruz.
Y tanto nos amas, Jesús, que nos das el Pan de vida, entregándonos como alimento tu Cuerpo y tu Sangre en la Sagrada Eucaristía.
Los sacerdotes nos damos cuenta de que el título de “amigo” nos lo das a nosotros especialmente, aunque cualquier persona que hace lo que tú mandas también es tu amigo. Pero nosotros estamos configurados contigo, nos amas con amor de predilección, y los que estaban sentados a la mesa contigo en aquella Última Cena eran los primeros sacerdotes, consagrados aquella misma noche. Y los amigos tenemos un trato especial.
Me gusta aquella definición de la oración mental que hace Santa Teresa: «No es otra cosa sino tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama».
Jesús, yo quiero ser un enamorado de ti, para poder amar a los demás con ese mismo amor que nos das, entregando mi vida por ellos, como tú lo hiciste.
Señor, ¿cómo puedo tener un corazón como el tuyo, para amar como tú amas?
Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu corazón, y concédenos la gracia de escucharte.
«Sacerdote mío: así como yo te he amado, así te mando que ames y des tu vida por mi pueblo.
Ven a contemplar mi amor.
Quiero que sepas cómo te he amado, para que ames como yo.
Yo obedecí, por amor al Padre, cuando renuncié a la gloria que tenía con Él antes de que el mundo existiera, para ser enviado por mi Padre al mundo, para ser como una de sus creaturas.
Y, siendo Dios, adquirí la naturaleza humana, para ser Dios y hombre; para habitar como Dios y como hombre en medio de los hombres, adquiriendo en esta naturaleza, la fragilidad de los hombres; para demostrar la omnipotencia de Dios en la debilidad del hombre; para compadecerme de sus miserias, siendo igual a los hombres y probado en todo igual, menos en el pecado.
Contempla mi obediencia, por amor al Padre –que amó tanto al mundo que envió a su único hijo para que todo el que crea en Él no muera, sino que tenga vida eterna–, haciéndome víctima de expiación, como propiciación para el perdón de los pecados de los hombres, para hacer nuevas todas las cosas, mediante la justificación, que por la acción del Espíritu Santo diviniza a los hombres y los hace dignos para volverlos al Padre.
Amigo mío, tan grande así es mi amor por ti, que me hago tuyo para hacerte mío.
En la disposición del corazón a la obediencia a la voluntad del Padre se manifiesta el amor por la acción del Espíritu Santo.
En la disposición de un corazón de madre nací yo, en medio de la humildad y del amor, sometido a la obediencia de mis padres, para cumplir la voluntad de Dios.
Mi Madre me enseñó a caminar en medio del mundo sin ser del mundo, y a permanecer dispuesto, con docilidad, a la acción del Espíritu Santo, para cumplir en todo los mandamientos de la ley de Dios, al orar y al obrar con fe, esperanza y caridad, siempre en la humildad de reconocerme necesitado, como hombre, de la misericordia que yo mismo había venido a entregar.
Mi Madre me hizo conocer y experimentar la misericordia, oró por mí, me consoló, soportó, perdonó y corrigió conmigo las injusticias de los demás, me aconsejó, me enseñó, me dio de comer y me dio de beber, y me vistió y me cuidó, y fui peregrino y me acogieron, y estuve preso y fueron a verme, y estuve muerto y me pusieron en un sepulcro. Y recibí misericordia.
Entonces supe que la misericordia es fruto del amor, y entendí que yo soy el amor de Dios, y que fui enviado al mundo a entregar su misericordia, entregándome en un único sacrificio por los hombres, para salvarlos de la miseria del pecado, y entendí que había venido al mundo a derramar el amor de Dios en misericordia, y que esa era su voluntad.
Entonces los amé hasta el extremo, entregando mi vida, haciéndome obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz, renovando mi sacrificio en cada Eucaristía, que es mi presencia viva, mi Cuerpo, mi Sangre, mi Alma y mi Divinidad.
Tanto amo a mi Padre, y tanto los ama a ustedes mi Padre, que me ha enviado a demostrarles su amor a través de mi amor.
Así como Él me ha enviado, yo los envío en la obediencia de un nuevo mandamiento: que se amen los unos a los otros, como yo los he amado. Esa es la voluntad del Padre.
Yo te he demostrado mi amor y mi misericordia. Yo te pido que ames a mi pueblo con mi amor, y que demuestres amarlos como yo, entregando por ellos tu vida, porque nadie tiene un amor tan grande como el que da la vida por sus amigos.
Ahí tienes a mi Madre. Ella es Madre de amor y Madre de misericordia. Te enseñará a amar como ella, entregando su vida al pie de la cruz del Hijo, acogiéndome en cada hijo, para amarlos, como los amo yo.
Recibe mi amor y cumple mis mandamientos, para que permanezcas en mi amor, para que, en la compañía de mi Madre, lleves a mi pueblo mi amor, para que ellos también cumplan la voluntad de Dios».
Madre mía: cuando Jesús nos dio el mandamiento del amor dijo que debemos amarnos como Él nos amó. Todos entendemos que nos está hablando de tantas manifestaciones de amor que tuvo durante su paso por la tierra, pero, sobre todo, se refiere a su entrega en la cruz, derramando hasta la última gota de su sangre por amor nuestro.
Sabemos también que su entrega en la cruz fue un acto de amor en plena obediencia al Padre, porque le dijo en su oración en el huerto: “que no se haga como yo quiero, sino como quieres tú”.
Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: ayúdame a amar así a Dios y a mis hermanos, con el corazón de Jesús. Déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.
«Hijo mío, sacerdote: te hablaré de tu cruz, que es la cruz de la obediencia de Jesús.
Mi Hijo ha vuelto al Padre, y a la gloria que tenía a su lado antes de que el mundo existiera. Y está sentado a la derecha del Padre, y desde ahí ha de venir con su gloria para juzgar a vivos y muertos, para devolverle al Padre lo que es suyo, primero sus sacerdotes, porque a ellos los ha llamado primero.
No son ellos quienes lo han elegido, es Cristo quien los ha elegido a ellos, y los ha enviado para que den fruto y ese fruto permanezca, y es por ese fruto que serán juzgados.
El primer fruto del sacerdote debe ser su propia santidad, es decir, devolverle al Padre primero lo que es suyo, lo que Él le ha dado al Hijo, porque todo lo que es del Hijo es del Padre y todo lo que es del Padre es del Hijo.
La cruz de la obediencia es la cruz que le ha dado el Padre al Hijo. Por tanto, es cruz del Padre y del Hijo, que se manifiesta en su plenitud, a través del amor, que es el Espíritu Santo.
Este es el misterio de la santa cruz: el Padre envía al Hijo a rescatar del mundo lo que se había perdido, manifestando su amor a los hombres a través del Hijo, por el Espíritu Santo, amando hasta el extremo, haciéndose obediente, renunciando a todo, hasta a Él mismo y a la gloria que tenía con su Padre, anonadándose a sí mismo, haciéndose hombre, para rescatar a los hombres y enseñarles el camino de vuelta al Padre. Él es el camino.
Mi Hijo aceptó por amor de Dios y por amor a los hombres esta Divina voluntad, no sólo renunciando a todo, sino entregándose todo, hasta la última gota de su humanidad, para que el Padre fuera glorificado en el Hijo, amando hasta el extremo, reuniendo en su cuerpo y en su sangre a toda la humanidad a través de la Sagrada Eucaristía, que es como los hombres lo reciben o lo rechazan, en libertad, por su propia voluntad.
La luz vino al mundo, pero el mundo no la recibió, porque los hombres prefirieron la oscuridad a la luz. Pero tú sí lo has recibido, exaltando el sacrificio de mi Hijo como el único sacrificio agradable al Padre, en el que se unen todos mis hijos, porque la salvación es para todos. Yo he venido para quedarme, y protegeré a mis hijos que me han recibido, y conmigo, en mi seno han recibido al Hijo de Dios. Que nadie dude del amor de la Madre de Dios y Madre suya.
He aquí tu cruz, por la que has renunciado a todo lo que tenías para obedecer la voluntad divina, para entregarte como ofrenda viva, por tu santificación, y devolver al Padre lo que es suyo, haciendo todo por amor de Dios, glorificando al Hijo, para que el Hijo glorifique al Padre. Que ésta sea tu alegría».
¡Muéstrate Madre, María!
+++
PARA EXAMINAR LA CONCIENCIA – EL PRIVILEGIO DE SER SU AMIGO
«Ustedes son mis amigos si hacen lo que yo les mando».
Eso dice Jesús.
Eso te lo dice a ti, sacerdote.
Tu Señor no te llama siervo, te llama amigo.
Y tú, sacerdote, ¿haces lo que Él te dice?
¿Cumples sus mandamientos?
¿Permaneces en el amor de tu Señor?
¿Eres un amigo fiel, como Él?
Persevera, sacerdote, en la fidelidad a la amistad de aquel que te ha amado primero, que te ha llamado, y que te ha elegido para que entregues tu vida a su servicio. Y no te ha llamado siervo, te ha llamado amigo, porque te ha dicho todo lo que Él oyó decir a su Padre, y te ha confiado todo lo que Él ha ganado cuando fue enviado a buscarte.
Tu Señor confía en ti, sacerdote, como su Padre confía en Él.
Tu Señor te ama a ti, sacerdote, como su Padre lo ama a Él.
Tu Señor te ha dado el poder para hacer sus obras, para transmitir su amor y su misericordia. Te ha hecho partícipe de su único y eterno sacrificio, confiando en ti, en tu libertad y en tu voluntad, la salvación del mundo, que Él con su sangre ha venido a ganar.
Tú eres sacerdote, víctima y altar, por Cristo, con Él y en Él.
Tú eres cordero y pastor, discípulo y maestro, pecador y corredentor.
Es inconcebible la misericordia que ha tenido contigo tu Señor.
Créelo, sacerdote, es tan real como infinito es su amor.
Tú eres sacerdote para siempre. Pero ser amigo de tu Señor es un privilegio adquirido, cuando permaneces con Él, como Él permanece contigo.
Cumple, sacerdote, los mandamientos de tu Señor. Haz lo que Él te dice, como su Madre te enseñó. Entonces verás milagros.
Tú eres, sacerdote, ejemplo para el pueblo de Dios, y Él manda que se amen los unos a los otros, como Él los amó.
Amarse los unos a los otros significa dar amor, pero también significa recibir el amor.
Es más fácil dar que recibir, sacerdote. Porque para dar se requiere generosidad, pero para recibir, se necesita humildad.
Reconócete, sacerdote, necesitado del amor de tu Señor, que te entrega a través de los demás. Acepta las oraciones de su pueblo y sus obras de misericordia, para que se cumpla la palabra de tu Señor que dice “los misericordiosos recibirán misericordia”.
Por tanto, sacerdote, dar y recibir es una oportunidad para dejar a Dios actuar en ti y en los demás, envolviéndolos en el círculo dinámico del amor que es Él mismo, y que, manifestándose en sus obras, glorifica al Padre en el Hijo.
Abre tu corazón, sacerdote, y recibe el amor y la misericordia de tu Señor. Déjate amar, deja al Espíritu Santo actuar. Entrégale tu voluntad y tu libertad con docilidad, y abandónate en el beneplácito de su magnificencia, y déjate llenar de su amor, para que puedas cumplir el mandamiento de tu Señor, porque nadie puede dar lo que no tiene.
Escucha la palabra de tu Señor, y ponla en práctica, sacerdote. Eso es lo que Él te manda, y te pide tener un amor tan grande, como lo tiene Él, y eso quiere decir dar la vida por tus amigos.
Y tú, sacerdote, ¿tienes amigos?
¿Eres un amigo fiel?
¿Darías tu vida por tus amigos? ¿Los conoces? ¿Te conocen? ¿Los amas? ¿Te aman?
Acércate al sagrario, sacerdote, y trata de amistad a tu Señor, porque para amar como ama Él, primero debes conocer al Amor, y dar la vida con alegría, entregándote con Él en cada Eucaristía.

____________________
Para recibir este servicio por WhatsApp: https://chat.
Para recibir estas meditaciones directamente en su correo, pedir una suscripción gratuita a espada.de.dos.filos12@gmail.
facebook.com/espada.de.dos.
Información sobre La Compañía de María, Madre de los Sacerdotes:
http://arquidiocesistoluca.