«Cuando venga el Espíritu de la verdad, Él los irá guiando hasta la verdad plena»
Para la oración personal del sacerdote con base en el Evangelio del día.
Miércoles 25 de mayo de 2022
ESPADA DE DOS FILOS II, n. 85
P. Gustavo Eugenio Elizondo Alanís
«Permite, sacerdote, que el amor de tu Señor se manifieste a ti, y a los demás a través de ti, por el Espíritu Santo. Pídele a tu Señor la gracia y el don, para que tengas la disposición de ser instrumento, y no obstáculo que estorbe la gracia del amor de Dios, que ha sido derramado en tu corazón».
«La palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que una espada de dos filos» (Heb 4, 12).
EVANGELIO DEL MIÉRCOLES DE LA SEMANA VI DE PASCUA
El Espíritu de verdad las irá guiando hasta la verdad plena.
+ Del santo Evangelio según san Juan: 16, 12-15
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Aún tengo muchas cosas que decirles, pero todavía no las pueden comprender. Pero cuando venga el Espíritu de la verdad, Él los irá guiando hasta la verdad plena, porque no hablará por su cuenta, sino que dirá lo que haya oído y les anunciará las cosas que van a suceder. Él me glorificará, porque primero recibirá de mí lo que les vaya comunicando. Todo lo que tiene el Padre es mío. Por eso he dicho que tomará de lo mío y se lo comunicará a ustedes”.
Palabra del Señor.
“En la presencia de Dios, en una lectura reposada del texto, es bueno preguntar, por ejemplo: «Señor, ¿qué me dice a mí este texto? ¿Qué quieres cambiar de mi vida con este mensaje? … (Francisco, Evangelii Gaudium, n.153).
REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE
Señor Jesús: a lo largo de tu vida pública fuiste revelando a tus discípulos los misterios del Reino. Ellos iban captando la verdad de Dios poco a poco, a medida que les ibas abriendo el entendimiento. Al mismo tiempo les dabas la fe, para que aceptaran tus palabras y las pusieran por obra.
Ahora les dices que aún tienes muchas cosas que decirles, pero que no las pueden comprender. Por eso les tienes que decir que les conviene que tú te vayas, para que venga el Paráclito, el Consolador, el Espíritu de verdad, el que les va a enseñar todas las cosas.
Y esa era una de las verdades que sí tenías que revelarles: la tercera Persona de la Santísima Trinidad, el misterio más grande de nuestra fe. ¿Qué habrán entendido en esa Última Cena tus discípulos, acerca de este gran misterio?
Tendría que venir unos días después el mismo Espíritu Santo para guiarlos hacia la verdad plena.
Señor, en tu oración sacerdotal le pediste al Padre que nosotros seamos uno, como el Padre y el Hijo son uno. No puede haber unidad más fuerte que en el seno de la Trinidad. Y nosotros sabemos que nuestros cuerpos son miembros de Cristo y templo del Espíritu Santo.
Jesús, ¿cómo podemos ser una morada digna de Dios?
Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu corazón, y concédenos la gracia de escucharte.
«Sacerdotes de mi pueblo: yo bendigo a mi Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque ha ocultado estas cosas a sabios y entendidos, y las ha dado a conocer a los pequeños.
Nadie conoce al Hijo sino el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar. Dichosos los ojos que ven lo que ustedes ven.
Yo he venido al mundo a revelar la verdad, y ustedes han creído en mí y en que el Padre me ha enviado.
Yo he rogado al Padre por los que Él me ha dado, y también he rogado no sólo por ellos, sino por los que por su Palabra creerán en mí, para que todos sean santificados en la verdad.
En esto está la verdad: en que me he entregado por mi propia voluntad, rogando al Padre para que todos sean uno en mí, como Él y yo somos uno; ustedes en mí y yo en ustedes. Que también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que Él me ha enviado; y que el Padre los ha amado como me ha amado a mí; y que en donde yo esté estén también ustedes conmigo; y que el amor con que Él me ama esté en ustedes, y yo en ustedes. Esto es lo que yo he rogado al Padre.
Y he dado mi vida. Nadie me la ha quitado, yo la he entregado por mi propia voluntad, para el perdón de los pecados y la redención del mundo. Y Él me ha concedido para los hombres la filiación divina, para hacerlos en todo como yo: hijos, y unirlos a mí, y por mí unirlos a Él, a través del Espíritu Santo, que es Dios verdadero de Dios verdadero. Y es a quien envía para santificar y unir a los hombres a Dios, para contemplar su gloria en la eternidad.
Y es así revelado el misterio sagrado de Dios, que es un solo Dios verdadero en tres Personas distintas, que tienen el mismo poder, majestad y gloria.
Dios es uno y no se puede separar.
Dios, que es uno y es trino, es Dios Padre, y Dios Hijo, y Dios Espíritu Santo, que se anonada para ser en todo como los hombres, menos en el pecado, a través del Hijo, naciendo del seno de una mujer virgen, engendrado por el Espíritu Santo.
Dios, que es uno y trino, se entrega en manos de los hombres en sacrificio, para ser inmolado y crucificado, para destruir el pecado y vencer a la muerte, a través del Hijo.
Dios, que es uno y trino, resucita de entre los muertos, haciendo nuevas todas las cosas a través del Hijo, para dar vida en el Hijo, uniéndose al Padre a través del Espíritu Santo.
Dios, que es uno y trino, se derrama en los corazones de los hombres, para enseñarles todas las cosas a través del Espíritu Santo, que los sumerge en el mar infinito de la misericordia derramada en la cruz, por Dios, que es uno y trino, para unirlos en filiación a través del Bautismo.
Dios, que es uno y trino, les enseña todas las cosas, y les recuerda a los hombres todo lo que les ha dicho el Hijo a través del Espíritu Santo con la Palabra, y los une y los santifica a través de los sacramentos.
Dios que es uno y trino, que es todopoderoso, omnipotente y omnipresente, y que conoce la pequeñez y la debilidad del hombre, con toda su grandeza y majestad, hace morada en el corazón de cada hombre para vivir en él. Y, respetando su libertad, le da la gracia y la voluntad para aceptar ser transformado con mi grandeza y mi fortaleza en mí, para configurarlos y cristificarlos, para que, por la justificación de mi cruz, sean uno conmigo, en Dios, que es uno y es trino.
Amigos míos: ustedes son hijos de Dios Padre creador, primera Persona; Dios Hijo redentor, segunda Persona; y Dios Espíritu Santo santificador, tercera Persona. Tres Personas divinas y un solo Dios verdadero, todopoderoso, omnipotente, omnipresente, justo, misericordioso, amoroso, bondadoso, generoso, consolador, vivificador, salvador, infinito y eterno.
El Padre se complace en el Hijo, y envía sobre Él su Espíritu, para anunciar la buena nueva del Reino de los cielos en la tierra, y llevar a todos los hombres a Dios.
Los que me aman guardan mis mandamientos, y mi Padre les envía al Espíritu Santo, para que comprendan que yo estoy en mi Padre, y ustedes en mí y yo en ustedes, y les diga todo lo que yo les he dicho, y les enseñe todas las cosas.
El que me ama será amado de mi Padre, y yo lo amaré, y vendremos a él, y haremos morada en él.
Esta es la verdad revelada. Permanezcan al pie de mi cruz, unidos en mí, como yo permanezco en ustedes, entregando su vida por mí, acompañando a mi Madre, reuniendo a mi pueblo, para que el Espíritu Santo, que es la sabiduría de Dios, les enseñe y les diga todas las cosas».
Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: tú eres Sagrario de la Santísima Trinidad. Enséñame a ser un buen cauce para unir a los hombres con Dios. Déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.
«Hijos míos, sacerdotes: yo soy Madre del Amor y Madre de Misericordia.
Es así como soy templo, trono y sagrario de la Santísima Trinidad, que es un solo Dios, y que vive en mí y yo vivo en Él, y Él es desde siempre y para siempre.
Yo soy hija de Dios Padre, madre de Dios Hijo, y esposa de Dios Espíritu Santo.
Permanezcan conmigo, y reciban la misericordia y el auxilio de Madre que tengo para ustedes, mis más amados, los que aman a mi Hijo y son amados del Padre, los que unen a los hombres con Dios a través del Espíritu Santo que les ha sido dado, los que colaboran con Cristo y, siendo Cristos, son conmigo y con Él corredentores en la obra salvadora de Dios: mis hijos predilectos, mis sacerdotes.
Y reciban la gracia para permanecer en la virtud, en la fe, en la esperanza y en el amor que Dios ha infundido en sus corazones por el Espíritu Santo que les ha sido dado».
¡Muéstrate Madre, María!
PARA EXAMINAR LA CONCIENCIA – TRANSMITIR EL ESPÍRITU SANTO
«El amor de Dios ha sido derramando en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado» (Rom 5, 5).
Eso dicen las Escrituras.
Y tú, sacerdote, ¿crees esto?
Entonces creerás que a ti te ha sido revelada la verdad, porque tú Señor ha cumplido sus promesas. Él te ha enviado al Espíritu de la verdad, que vive en ti, y en su plenitud te hace libre.
Abre tu corazón, sacerdote, y descubre la luz que brilla en tu interior.
Toma conciencia de la gracia que hay en ti, y de cada don que has recibido sin merecerlo.
Descubre, sacerdote, la alegría que hay en ti, porque ya no eres tú, sino que es Cristo quien vive en ti.
Date cuenta, sacerdote, del regalo que Dios te ha dado. Te han sido impuestas las manos, y el Espíritu Santo ha sido derramado en ti, a través del Sacramento del Orden, que te concede el Sacerdocio Ministerial, para que tú lleves al mundo la verdad.
El Espíritu Santo te enseña y te recuerda todas las cosas que te ha dicho tu Señor.
Recíbelo, escúchalo, transmítelo.
Abre, sacerdote, tu corazón, y permanece dócil a las mociones del Espíritu.
Es Él quien dirige tus pasos, es Él quien te guía, es Él quien te enseña, es Él quien te gobierna, es Él quien a través de ti habla, atrae, reúne, educa, dirige, enseña y gobierna al pueblo de Dios.
Déjalo actuar en ti, contigo, y a través de ti.
Reúne al pueblo de tu Señor, y consigue de ellos la disposición para recibir el amor de Dios derramado en cada corazón.
Escucha, sacerdote, la Palabra de tu Señor, que es como espada de dos filos que penetra hasta lo más profundo de tu corazón, y pon atención, para que recibas la luz del Espíritu Paráclito, Consolador, que te recordará todas las cosas que te ha dicho tu Señor.
Porque la Palabra está viva, y Él te ayudará a que la apliques en tu vida.
Entonces verás a Dios en cada acto, en cada obra, en cada predicación que salga de tu boca.
Disposición, sacerdote, disposición. Eso es lo que necesita de ti tu Señor.
Disposición a recibir, disposición a entregar, disposición a dejar actuar a Dios en tu corazón, disposición a reconocer que, en ti, sacerdote, ha sido derramado el amor de Dios, que no es para guardar, porque el amor de Dios es un amor vivo, dinámico, ardiente, que se manifiesta, que se transmite en obras y se desborda de misericordia.
El amor de Dios es paciente, es amable, no es envidioso, no es jactancioso, no se engríe, es decoroso, no busca su interés, no se irrita, no toma en cuenta el mal, no se alegra de la injusticia, se alegra con la verdad, todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta, es infinito, no acaba nunca, y todo lo aprovecha en un alma que esté siempre dispuesta.
Permite, sacerdote, que el amor de tu Señor se manifieste a ti y a los demás, a través de ti, por el Espíritu Santo.
Pídele a tu Señor la gracia y el don, para que tengas la disposición de ser instrumento, y no obstáculo que estorbe la gracia del amor de Dios, que ha sido derramado en tu corazón, y que está esperando ser recibido en el mundo entero, porque para eso es que Él ha venido.

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