«Miren cómo crecen los lirios del campo»
Para la oración personal del sacerdote con base en el Evangelio del día.
Sábado 18 de junio de 2022
ESPADA DE DOS FILOS III, n. 96
P. Gustavo Eugenio Elizondo Alanís
«No te preocupes, sacerdote, por el mañana, cada día tiene su propio afán. Ocúpate de servir a tu Señor, conduciendo a su pueblo con rectitud, enseñándolo y santificándolo, proveyéndolo de la misericordia de Dios, para conseguir en Cristo un solo pueblo santo y llenar de almas el cielo, porque ese, sacerdote, es tu trabajo».
«La palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que una espada de dos filos» (Heb 4, 12).
EVANGELIO DEL SÁBADO DE LA SEMANA XI DEL TIEMPO ORDINARIO
No se preocupen por el día de mañana.
+ Del santo Evangelio según san Mateo: 6, 24-34
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Nadie puede servir a dos amos, porque odiará a uno y amará al otro, o bien obedecerá al primero y no le hará caso al segundo. En resumen, no pueden ustedes servir a Dios y al dinero.
Por eso les digo que no se preocupen por su vida, pensando qué comerán o con qué se vestirán. ¿Acaso no vale más la vida que el alimento, y el cuerpo más que el vestido? Miren las aves del cielo, que ni siembran, ni cosechan, ni guardan en graneros y, sin embargo, el Padre celestial las alimenta. ¿Acaso no valen ustedes más que ellas? ¿Quién de ustedes, a fuerza de preocuparse, puede prolongar su vida siquiera un momento?
¿Y por qué se preocupan del vestido? Miren cómo crecen los lirios del campo, que no trabajan ni hilan. Pues bien, yo les aseguro que ni Salomón, en el esplendor de su gloria, se vestía como uno de ellos. Y si Dios viste así a la hierba del campo, que hoy florece y mañana es echada al horno, ¿no hará mucho más por ustedes, hombres de poca fe?
No se inquieten, pues, pensando: ¿Qué comeremos o qué beberemos o con qué nos vestiremos? Los que no conocen a Dios se desviven por todas estas cosas; pero el Padre celestial ya sabe que ustedes tienen necesidad de ellas. Por consiguiente, busquen primero el Reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas se les darán por añadidura. No se preocupen por el día de mañana, porque el día de mañana traerá ya sus propias preocupaciones. A cada día le bastan sus propios problemas”.
Palabra del Señor.
“En la presencia de Dios, en una lectura reposada del texto, es bueno preguntar, por ejemplo: «Señor, ¿qué me dice a mí este texto? ¿Qué quieres cambiar de mi vida con este mensaje? … (Francisco, Evangelii Gaudium, n.153).
REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE
Señor Jesús: me queda claro que no se puede servir a Dios y al dinero. Pero resulta más difícil quedarse tranquilo cuando dices que se debe buscar primero el Reino de Dios y su justicia, y que todo lo demás se nos dará por añadidura.
Lo normal es que sí pongamos los medios necesarios para nuestro sustento diario. No podemos esperar a que los recursos lleguen solos, y todos tenemos que cubrir un mínimo de necesidades.
Pero ya sé a qué te refieres. Estaría mal que me afane en muchas cosas, descuidando lo único necesario. Tengo que confiar en ti, seguro de que lo necesario no me va a faltar, si trabajo para ti.
Además, son muy atractivas las cosas de la tierra, y tengo que luchar para no apegarme, para no mundanizarme.
Señor, ¿qué debo hacer para estar completamente abandonado en ti?
Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.
«Sacerdotes míos: mi Padre que está en el cielo es providente, bondadoso y misericordioso. Confíen y síganme. Caminen conmigo y contemplen mis llagas.
El camino que lleva al cielo está marcado con el signo de la cruz.
El camino soy yo, y las llagas de mis pies, de mis manos y de mi costado son la señal de mi amor entregado por los hombres. Son señal de la confianza que merece mi Padre, que muestra a los hombres su omnipotencia a través de mi entrega, de mi sacrificio, de mi sufrimiento, de mi muerte y de mi resurrección, por lo que ha unido el cielo con la tierra en el altar.
Confíen en su amor, en su bondad y en su misericordia, y abandónense totalmente en su divina voluntad y en su infinita providencia. Entonces verán grandes cosas, porque mi Padre, que es bueno, no se deja ganar en generosidad.
No se distraigan. Abandónense en mí, confíen en mí. Hagan la prueba y verán qué bueno es el Señor.
Permanezcan al pie de la cruz. Ante las dificultades, ante las tribulaciones, ante los conflictos, perseveren en la confianza, en el abandono y en la obediencia; en la alegría de servirme, sirviendo a mi pueblo, ofreciendo por su santidad todos sus sacrificios, que mi Padre, que está en el cielo y es providente, bondadoso, compasivo y misericordioso, se los premiará.
Pero no sean como los hipócritas, que cuando ayunan ponen la cara triste para que todos se den cuenta. Les aseguro que ellos ya recibieron su recompensa.
Alégrense, porque la que está llena de gracia está con ustedes, y el Señor, que está con ella, está con ustedes.
Contemplen las maravillas de mi creación. Pero no me busquen en las distracciones del mundo, porque ahí no me encuentro. Búsquenme en donde permanezco: me tienen dentro.
Agradezcan en la dificultad, porque tienen qué ofrecer, y sufran con paciencia, con fe y con esperanza, porque mi Padre es providente, bondadoso, compasivo y misericordioso.
Los quiero sólo para mí. No pongan sus seguridades en las cosas del mundo, porque nadie puede servir a dos amos, porque aborrecerá a uno y amará al otro. No se puede servir a Dios y al dinero. No se preocupen por su vida, por qué comerán o con qué se vestirán.
Pastores míos: su única seguridad soy yo. Yo soy la vida.
Perseveren en la verdad, y den al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios.
La verdad se demuestra con el testimonio de la fe, en medio del mundo, entre las dificultades, el dolor y la tribulación, y así adquiere valor, porque demuestra la confianza y el abandono a la voluntad de Dios. La verdad soy yo.
Perseveren en la fidelidad a su vocación. Resistan a la tentación, y nunca me traicionen, poniendo en duda mi omnipotencia con su desconfianza, con su desesperanza, con su desobediencia. Antes bien, obedezcan, confíen y abandónense en mí, en la alegría de soportar los sufrimientos que los unen a mis sufrimientos, los sacrificios que los unen al único y eterno sacrificio de mi cruz.
Alégrense, amigos míos, porque su vocación es al amor. Yo soy el amor.
Vivan en la alegría del amor que está en su vocación y en la paz que da la plenitud en la unidad de vida por su vocación».
Virgen de Guadalupe: qué presentes tengo tus palabras cuando le aseguraste a san Juan Diego tu protección materna, preguntándole “¿No estoy yo aquí que soy tu Madre?” Con eso le decías todo: que no debía preocuparse por nada, porque eres la Madre de Dios, el todopoderoso, el Señor de cielos y tierra, y atenderás cualquier necesidad de tus elegidos.
Yo también descanso en esa seguridad, y estoy convencido de que no me faltará tu protección y ayuda, como omnipotencia suplicante. Y también sé que, si me mantengo fiel a mi vocación, Dios no se dejará ganar en generosidad. No debo inquietarme por nada.
Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.
«Hijos míos, sacerdotes: busquen primero el Reino de Dios y su justicia, y todas las cosas se les darán por añadidura.
Permanezcan fieles a su vocación. Su vocación es al amor, en unidad de vida en la Santísima Trinidad, que genera como fruto la paz.
La misión es llegar a Dios y llevarle almas, dando testimonio, demostrando la fe y la confianza ante las dificultades, con paciencia, perseverancia, alegría, confianza, abandono, obediencia, y, en unidad de vida, aceptar y amar la divina voluntad de Dios, que es bondadoso, compasivo y misericordioso.
Yo soy verdadera Madre del verdadero Dios por quien se vive, y que es verdadero hombre, y por quien soy madre de todos los hombres.
¿No estoy yo aquí que soy su Madre? Reciban mi paz.
¿Tienen necesidad de alguna otra cosa?
En el altar se une el cielo con la tierra en cada consagración, en cada oblación, en cada Eucaristía.
Permanezcan santificándose en la verdad a través de su vocación, en unidad de vida, convirtiendo su ministerio y sus labores cotidianas en oración, uniendo su trabajo, su sacrificio y su oración, en el único sacrificio de Cristo, ofreciéndolo a Dios Padre, y por añadidura lo demás se les dará.
Déjense abrazar por mí, para llenarlos y desbordarlos de mi paz, para que amen al Señor su Dios, con todo su corazón, con toda su alma, con toda su mente, con todas sus fuerzas, y permanezcan fieles a su vocación en la unión indisoluble del amor Trinitario de Dios, confiando, abandonándose y obedeciendo en todo su voluntad, perseverando en la fe, en la esperanza y en el amor, entregando su vida en conciencia y con toda su voluntad, en las manos de la Divina Providencia».
¡Muéstrate Madre, María!
PARA EXAMINAR LA CONCIENCIA – PADRE PROVEEDOR
«Todo obrero merece su salario» (1 Tm 5, 18).
Eso dicen las Escrituras.
Y si tú, sacerdote, crees en la Palabra de Dios y trabajas para Él haciendo lo que Él te dice, ¿de qué te preocupas?
Dios es tu amo y tu Señor, pero también es tu Padre, y es bondadoso y misericordioso, pero también es justo, y a cada quien le da lo que merece.
Y tú, sacerdote, ¿qué tanto mereces?
Tú, sacerdote, no eres digno de merecer nada, pero Cristo te ha merecido el cielo mismo y la vida eterna, para disfrutar con Él su paraíso.
Él ha ganado para su Padre todo lo que los hombres no han podido. Le ha ganado un pueblo santo con el precio de su sangre.
Y a ti sacerdote, te ha encomendado la misión de proveer a su pueblo de todo lo que necesitan para ganar la gloria que Él les ha merecido.
Tú eres, sacerdote, un obrero en la viña del Señor.
Tú eres un siervo de Dios, y no te ha llamado siervo, te ha llamado amigo, y te ha prometido proveerte de todo lo que necesitas para servirlo. Y, si tú crees en las palabras de tu Señor, ¿de qué te preocupas?
Él te ha hecho hijo cuando has sido bautizado en el Espíritu Santo, y luego te llamó, y te eligió para ser configurado con su Hijo Jesucristo, que es Dios en la segunda Persona de la Santísima Trinidad, y Él es tu Salvador, tu Redentor, tu Hermano, tu Amigo, tu Maestro, tu Pastor, tu Modelo, tu Guía, tu Señor, el único Hijo de Dios, que fue enviado al mundo para que, el que crea en Él tenga vida eterna. Y, si tú, sacerdote, crees esto, ¿de qué te preocupas?
Y Él te ha dado a su Madre para que la lleves a tu casa a vivir contigo, y la ha subido al cielo, y la ha coronado como Reina de los cielos y la tierra para darte su protección. Y, si tú reconoces a tu Madre y te reconoces hijo, ¿de qué te preocupas?
Dios es Padre y es Madre, y como Padre es proveedor, y como Madre es protector.
Confía, sacerdote, en tu Señor, y abandónate en la seguridad de saberte su hijo amado.
Y hónralo, sacerdote, con tu obediencia y con el santo temor de Dios.
Y pídele, sacerdote, lo que quieras, que Él, como un buen Padre y una buena Madre, te dará lo que necesitas.
Y entrégale, sacerdote, tus ofrendas, agradeciéndole su Divina Providencia.
Y no te preocupes de nada, vive en paz, sabiendo que todo tu trabajo y tu sacrificio Él te lo premiará.
Pero cuidado, sacerdote, si estás preocupado, y si no tienes paz, si no confías, si no crees, si no tienes fe.
Y, si no caminas con seguridad y con esperanza, analiza tu conciencia, y con toda sinceridad confiesa quién es tu amo, sacerdote, a quien sirves.
¿Cómo obtienes tu salario? ¿Lo mereces?
Y lo que ganas, ¿lo multiplicas o lo desparramas?
Nadie puede servir a dos amos, sacerdote. Asegúrate que estás sirviendo a Dios, asegúrate que estás buscando primero su Reino y su justicia, sabiendo con seguridad que, por añadidura, lo demás se te dará.
No te inquietes, sacerdote, vive en paz. No te preocupes por el mañana, cada día tiene su propio afán.
Ocúpate de servir a tu Señor trabajando en su viña, conduciendo a su pueblo con rectitud, enseñándolo y santificándolo, proveyéndolo de la misericordia de Dios, para conseguir en Cristo un solo pueblo santo y llenar de almas el cielo, porque ese, sacerdote, es tu trabajo.
Pide fe, sacerdote, y conoce a tu Señor, que es Padre, que es Madre, es dador, es providencia, es todopoderoso, es omnisciente, es omnipresente y te ama.
Demuéstrale, sacerdote, tu fe.
Ora y labora, confía y espera, y verás qué bueno es el Señor.
Permanece en la fidelidad a su Palabra, escuchándola y haciendo todo lo que Él te diga.
Y si un día pareciera, sacerdote, que Dios no cumple con su paga, reza más, y trabaja más, obra con misericordia, mortifícate, sacrifícate, confía y espera, porque Él nunca se deja ganar en generosidad.
Y tú, sacerdote, si crees esto, ¿de qué te preocupas?
Vive en la alegría de servir a Cristo, siendo ejemplo de que tú no te preocupas, sino que te ocupas en las cosas de tu Padre que está en el cielo, que es tu amo y tu Señor, que te ve, que te escucha, y que es tu proveedor.

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