«Por sus frutos los conocerán»
Para la oración personal del sacerdote con base en el Evangelio del día.
Miércoles 22 de junio de 2022
ESPADA DE DOS FILOS III, n. 102
P. Gustavo Eugenio Elizondo Alanís
«Muéstrale al mundo, sacerdote, los frutos que has cosechado con tu vocación, con tu trabajo, y con tu vida ordinaria. Frutos que has conseguido con una misa bien celebrada, con la misericordia bien administrada, con una vida totalmente entregada al cumplimiento de tu misión, en el ministerio que te ha sido encomendado».
«La palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que una espada de dos filos» (Heb 4, 12).
EVANGELIO DEL MIÉRCOLES DE LA XII SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO
Por sus frutos los conocerán.
+ Del santo Evangelio según san Mateo: 7, 15-20
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Cuidado con los falsos profetas. Se acercan a ustedes disfrazados de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces. Por sus frutos los conocerán. ¿Acaso se recogen uvas de los espinos o higos de los cardos?
Todo árbol bueno da frutos buenos y el árbol malo da frutos malos. Un árbol bueno no puede producir frutos malos y un árbol malo no puede producir frutos buenos. Todo árbol que no produce frutos buenos es cortado y arrojado al fuego. Así que por sus frutos los conocerán”.
Palabra del Señor.
“En la presencia de Dios, en una lectura reposada del texto, es bueno preguntar, por ejemplo: «Señor, ¿qué me dice a mí este texto? ¿Qué quieres cambiar de mi vida con este mensaje? … (Francisco, Evangelii Gaudium, n.153).
REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE
Señor Jesús: cualquier persona entiende bien ese mensaje tuyo de que por los frutos se conoce la bondad o maldad de los actos humanos. Es algo que tenemos experimentado todos en la vida diaria.
Cuando hablamos de los frutos de la vida de fe, sabemos que, por un lado, de esos frutos dependerá la salvación eterna de un alma y, por otro lado, que es muy importante dar buen ejemplo a los demás, porque esos frutos hacen atractivo el encuentro contigo.
Es cierto que para que haya fruto verdadero es necesario actuar siempre con rectitud de intención, haciendo todo cara a Dios. Pero también es verdad que, en el caso de nosotros, los sacerdotes, el pueblo de Dios nos mira con especial atención, esperando que demos buen fruto. Y, para ser buenos pastores, también debemos predicar con el ejemplo.
Tú nos enseñaste el camino con tus palabras y tus obras. Debemos seguir tus pasos, escuchando tu Palabra y poniéndola por obra, amando a Dios y al prójimo, y negándonos a nosotros mismos, tomando nuestra cruz y siguiéndote.
Jesús: ¿cómo puedo dar fruto abundante? Ayúdame.
Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.
«Sacerdote mío: abraza fuerte la fe, que renueva constantemente mi alianza contigo.
Permanece en mi amor y serás mío para siempre.
Permanece en mi amor, con tu corazón unido al mío y al de mi Madre.
Yo te envío al mundo a llevar mi Palabra. Yo soy la Palabra.
La Verdad ya ha sido revelada en el Evangelio, y se cumplirá hasta la última letra. Yo soy la Verdad.
Pero yo he prometido que el Espíritu Santo se encargará de recordarles a ustedes todas las cosas, y el Espíritu de la verdad dará testimonio de mí. Pero ustedes, mis amigos, también darán testimonio de mí, porque ustedes me han obedecido, y el Espíritu Santo le es dado a los que me obedecen.
Pongan su fe por obra, entregando mi amor en palabras de misericordia, para que den a conocer el Camino a todas las almas y den mucho fruto, porque por sus frutos los conocerán. Yo soy el Camino.
Mi Palabra es alimento de Vida. Yo soy la Vida. Yo tengo palabras de vida eterna.
Tú en verdad me has entregado tu vida. Me gusta tu corazón, porque es limpio. Yo descanso entregándome en tu corazón, porque me has recibido y me has amado.
Entrega tú mi amor a los demás, poniendo tu fe por obra, a través de mis palabras de misericordia, para que así todos me reciban de generación en generación, y ese sea su descanso.
Sigue trabajando con mi amor y mi misericordia, y lleva mi Palabra…
– que alimenta al hambriento y da de beber al sediento;
– que viste al desnudo;
– que enriquece al pobre y sana al enfermo;
– que libera al preso y da vida a los muertos;
– que enseña al que no sabe y es consejo para el que lo necesita;
– que corrige al que se equivoca y promete perdón al pecador que se arrepiente;
– que consuela al triste;
– que todo lo soporta;
– y que es oración;
… y tú recibirás misericordia.
Sacerdotes míos: abracen mi cruz para configurarse conmigo, para hacerme suyo, para hacerlos míos. Porque mi cruz no es de muerte, sino de vida. Árbol que da fruto, fuente de vida.
Ustedes y todas las almas, unidos conmigo, forman mi Iglesia, y nunca será destruida. El que forma parte de mi Iglesia permanece unido a mí, y el que permanece unido a mí, da mucho fruto bueno.
Es mi cruz árbol de vida, fuente de salvación, manantial de agua viva, torrente de esperanza. Es el fruto la misericordia de Dios y el perdón de los pecados. Fruto bueno de árbol bueno.
Sacerdotes, pastores míos: súbanse a mi cruz para que me abracen, para que sean parte conmigo.
Permanezcan en mi cruz. Ámenme en mi cruz. Adórenme en mi cruz. Alábenme en mi cruz. Entréguense en mi cruz, para que sean fruto conmigo.
Y desde mi cruz contemplen a mi Madre, ejemplo de pureza y de virtud, ejemplo de fortaleza, y compañía que nunca abandona, presencia que alienta y acompaña, que compadece y fortalece.
Ejemplo de bondad, caridad, fe, esperanza, piedad, fidelidad, castidad, pobreza, obediencia, entrega, confianza, amor.
Ahí tienen a su Madre.
Entréguense en mi cruz para que den fruto conmigo. Que sean estos sus frutos para que sean ejemplo, como Ella.
Contemplen desde mi cruz a mi Iglesia, para que la amen como yo.
Contemplen desde mi cruz a las almas, para que sientan mi sed de salvarlas.
Abracen mi cruz, para que sientan, como yo, el peso y el cansancio, las heridas y el dolor, para que se vistan con el Espíritu Santo, y perseveren como yo.
Abracen mi cruz para cubrirlos con mi sangre, para incluirlos en mí, para hacerlos una sola cosa conmigo, para entregarlos conmigo, como ofrenda al Padre en un mismo sacrificio, que santifica, que alimenta, que salva».
Madre mía: bendito es el fruto de tu vientre, Jesús, con quien estoy configurado. Reconozco que junto con mi vocación sacerdotal he recibido muchas gracias para cumplir muy bien con mi misión, y que Dios espera de mí fruto abundante.
Ayúdame a perseverar en el cumplimiento de su voluntad, imitando tu amor y tu entrega, para dar fruto abundante.
Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.
«Hijos míos: mi Hijo ha plantado en ustedes su semilla, para que den mucho fruto y ese fruto permanezca. Y sus frutos serán buenos, y por sus frutos los conocerán, porque todo lo que ha sembrado mi Hijo es bueno, y yo los cuido y los protejo para que perseveren y crezcan como árboles, para que den buen fruto. Porque un árbol bueno no puede dar frutos malos.
Yo les doy mis tesoros para enriquecerlos, y que den mucho fruto y ese fruto permanezca.
Hoy les doy este tesoro: mi perseverancia.
Perseverancia en el trabajo diario.
Perseverancia en la lucha.
Perseverancia en el amor.
Perseverancia para seguir caminando con paso firme, en contra de los vientos fuertes.
Perseverancia en cumplir los mandamientos y obedecer la ley de Dios.
Perseverancia en resistir las tentaciones y las asechanzas del enemigo, porque yo piso su cabeza.
Perseverancia en unir su voluntad a la voluntad de Dios.
Perseverancia en la fe.
Perseverancia en la esperanza.
Perseverancia en la caridad.
Perseverancia en el cumplimiento de las virtudes aplicadas a su vida ordinaria.
Perseverancia en la búsqueda de la perfección para llegar a la santidad.
Perseverancia en el querer y en el obrar.
Perseverancia al pie de la cruz, cumpliendo su misión.
Perseverancia en la alegría en medio de mi sufrimiento.
Perseverancia para acompañarme todos los días de su vida y llevar a otros la palabra de mi Hijo, para que el que tenga ojos vea y el que tenga oídos oiga, dando como fruto la conversión de sus almas. Porque la Palabra de Dios es viva y eficaz, y corta más que la espada de doble filo.
El fruto que ustedes darán será en abundancia. Pero no se alegren por eso, sino porque sus nombres están escritos en el cielo.
Agradezcan y abracen la fe que mi Hijo les ha dado».
¡Muéstrate Madre, María!
PARA EXAMINAR LA CONCIENCIA – PARA DAR BUEN FRUTO
«Por sus frutos los conocerán» (Mt 7, 16).
Eso dice Jesús.
Te lo dice a ti, sacerdote, porque te envía para que des fruto y ese fruto permanezca, de modo que todo lo que le pidas al Padre en su nombre te lo conceda.
Y tú, sacerdote, ¿obedeces a tu Señor?
¿A donde quiera que Él te mande vas, y lo que Él te diga lo dices?
¿Escuchas a tu Señor y haces lo que Él te dice?
¿Estás dando fruto, sacerdote?
¿Tu fruto es abundante?
No eres tú quien ha elegido a tu Señor, es tu Señor quien te ha elegido a ti. Por tanto, eres de buena semilla, sacerdote, y todos tus frutos son buenos.
Muéstrale al mundo tus frutos, sacerdote, para que en ti conozcan a Cristo, porque por tus frutos te conocerán, y Cristo vive en ti, y obra en ti, y tus frutos son sus frutos.
Muéstrale al mundo tus obras, para que conozcan tu fe, y los contagies con esa fe viva, que es una llama encendida de celo apostólico, que ha nacido del amor de tu Señor, que has recibido porque le has abierto tu corazón.
Muéstrale al mundo los frutos que has cosechado con tu vocación, con tu entrega, con tu trabajo, y con tu vida ordinaria, transformada en extraordinaria, haciéndola oración.
Frutos de santidad que has alcanzado en el altar, cuando el poder que Dios te ha dado ha transformado el fruto de tu trabajo en alimento de vida y en bebida de salvación.
Frutos que has conseguido con una misa bien celebrada, con la misericordia bien administrada, con una vida totalmente entregada al cumplimiento de tu misión, en el ministerio que te ha sido encomendado, para hacer un apostolado acogido y aceptado con todo tu corazón.
Muéstrale al mundo los frutos que has cosechado y has transformado en ofrenda para tu Señor, y recoge los frutos del trabajo de los hombres, uniéndolos en un mismo y eterno sacrificio agradable a Dios: el Cuerpo y la Sangre de Cristo, que siendo cordero fue crucificado por lobos, para perdonar todos los pecados del mundo.
Persevera, sacerdote, en el cumplimiento de la voluntad de Dios, que se manifiesta a través de la verdad revelada, en la justa conciencia de una justa obediencia a esa verdad, que mantiene la conciencia en la tranquilidad del alma que permanece en paz, porque ha recibido los frutos y carismas que el Espíritu Santo da a quien obedece y permanece, por amor de Dios, en esa verdad.
Persevera, sacerdote, en esa lucha constante por conseguir frutos abundantes de santidad, para la gloria de Dios, en esta vida y en la eternidad.
No tengas miedo de mostrarte al mundo, sacerdote, porque por tus frutos te conocerán.

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