«SOLEMNIDAD DE LOS SANTOS PEDRO Y PABLO, APÓSTOLES»
Para la oración personal del sacerdote con base en el Evangelio del día.
Miércoles 29 de junio de 2022
ESPADA DE DOS FILOS VI, n. 57
P. Gustavo Eugenio Elizondo Alanís
«Conviértete, sacerdote, y enamora cada día a tu esposa, la Santa Iglesia, entregando tu vida a su servicio, perdonando los pecados de los hombres y asumiendo sus culpas, reparando el desamor con actos de amor, derramando sobre ellos la misericordia de Dios, cumpliendo con amor tu deber ministerial, con el que glorificas a Dios».
«La palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que una espada de dos filos» (Heb 4, 12).
EVANGELIO DE LA SOLEMNIDAD DE LOS SANTOS PEDRO Y PABLO, APÓSTOLES
Tú eres Pedro y yo te daré las llaves del Reino de los cielos.
+ Del santo Evangelio según san Mateo: 16, 13-19
En aquel tiempo, cuando llegó Jesús a la región de Cesarea de Filipo, hizo esta pregunta a sus discípulos: “¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?”. Ellos le respondieron: “Unos dicen que eres Juan el Bautista; otros, que Elías; otros, que Jeremías o alguno de los profetas”.
Luego les preguntó: “y ustedes ¿quién dicen que soy yo?”. Simón Pedro tomó la palabra y le dijo: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”.
Jesús le dijo entonces: “¡Dichoso tú, Simón, hijo de Juan, porque esto no te lo ha revelado ningún hombre, sino mi Padre que está en los cielos! Y yo te digo a ti que tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia. Los poderes del infierno no prevalecerán sobre ella. Yo te daré las llaves del Reino de los cielos; todo lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y todo lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo”.
Palabra del Señor.
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“En la presencia de Dios, en una lectura reposada del texto, es bueno preguntar, por ejemplo: «Señor, ¿qué me dice a mí este texto? ¿Qué quieres cambiar de mi vida con este mensaje?»” (Francisco, Evangelii Gaudium, n.153).
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REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE
Señor Jesús: qué importante es este pasaje del Evangelio sobre el primado de San Pedro. Primero es la confesión de Simón, sobre tu divinidad. Tú dices que es una revelación del Padre.
Hablas de edificar tu Iglesia sobre la roca de Pedro, y que el mal no prevalecerá sobre ella. El poder de las llaves, el dogma de la infalibilidad pontificia.
El Papa es el “Dulce Cristo en la tierra”, tu representante. Ha sido llamado por el Espíritu Santo y tiene una enorme carga encima. Es el Padre común, y nos sentimos cuidados por él, como ovejas con pastor.
Debemos estar todos muy unidos con el Santo Padre. Que no le falte nuestra oración y nuestro cariño. Y especialmente a nosotros, sacerdotes, que no nos falte la docilidad a su magisterio, a su voz de buen pastor. Duele mucho cuando se mete la visión humana y no se le reconoce como tu vicario, y se le juzga, sin tomar en cuenta que ha sido elegido y está plenamente asistido por el Espíritu Santo.
Hoy también celebramos a San Pablo, el Apóstol. Y nos encomendamos a él para que nos ayude a ser celosos apóstoles de tu Palabra. Para que la llevemos, con nuestra predicación y nuestro ejemplo, a todos los rincones del mundo.
¿Cómo puedo ser, Jesús, un buen hijo del Papa? ¿Qué debo cuidar para que yo también conduzca bien a mi rebaño en torno a tu Vicario? ¿Cómo cumplir fielmente con mi misión de apóstol?
Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.
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«Amigo mío: ¿quién dices tú que soy yo? ¿Quién dices tú que es el Papa?
El Papa es quien me representa, es la cabeza de la Iglesia y, sin la cabeza, ¿cómo puede vivir el cuerpo?
El cuerpo debería procurar proteger, cuidar, y mantenerse unido a la cabeza.
Si el Papa es el que representa al Hijo de Dios, ¿cómo puede ser todo un Dios elegido por los hombres?
Es el Espíritu Santo el que lo elige, no son los hombres.
¿Crees tú acaso que Dios puede equivocarse?
Entonces dime, amigo mío, ¿por qué algunos hombres dicen amar a Dios por sobre todas las cosas, respetarlo, honrarlo, considerarlo como quien los rige y, sin embargo, no reconocen al que Dios mismo ha puesto como su Vicario?
Hasta algunos de los que yo he llamado y elegido para ser apóstoles míos, dudan. ¿Cómo puede mantener mi Santa Iglesia la unidad si los mismos que la defienden, que la constituyen, que la gobiernan, que la enseñan, que la alimentan, rechazan su propia cabeza?
El pecado que cometen es contra el Espíritu Santo. ¿Qué acaso no se dan cuenta?
Aquellos que hacen grandes obras de caridad, que luchan por proclamar la verdad, que dan su vida por convertir a las naciones hacia mí, que viven poniendo su fe por obras, pero que deshonran y critican a aquel que es el que representa al Rey, desperdician su vida, desperdician sus obras, desperdician sus palabras, distorsionan la verdad, no viven la fe que profesan tener.
Yo te digo, amigo mío, que tú y todos los que yo he llamado y he ordenado sacerdotes, son apóstoles de fe. El modelo es Pedro. A él es al que yo mismo he puesto para custodiar la fe. Le he dado todo el poder para hacer y deshacer, para atar y desatar, para actuar con libertad sobre todos los demás, incluyendo a aquellos que gobiernan con él y que se dignan tener en Pablo un modelo de soldado del ejército del Rey.
Yo te he enviado para que luches junto a mi Madre, para proteger la corona del Rey, llevando al mundo la conversión, no de paganos, sino de tus hermanos que tienen el valor y los medios para conseguir la conversión del corazón ardiente, como el de Pablo.
Yo quiero abrir los ojos de todos ustedes, mis amigos, mis sacerdotes, y confirmarlos en la fe, transformarlos en valientes soldados, que luchen por llevar al mundo esa fe, hasta dar su vida por su amada, su desposada, la Santa Iglesia. Yo te aseguro que el mal no prevalecerá sobre ella.
Entonces dime ¿cómo puede subsistir una Iglesia si su cuerpo no está unido con su cabeza? Una sola es la cabeza y uno solo es el cuerpo. El Papa es aquel que sufre y entrega su vida por todos los demás.
Reza, ofrece y obedece al Santo Pontífice, porque ese es quien tú dices que yo soy, y esa es del cielo la gran revelación. El sarmiento debe permanecer unido a la vid. La definición del Papa es la vid.
Fidelidad al santo Padre, eso es lo que, a ustedes, mis amigos, les exijo yo. No tienen que entenderlo, no tienen que estar de acuerdo. Tienen que obedecerlo. Eso es lo que les manda Dios. Súbditos leales, para conseguir un pueblo de reyes, sacerdotes y profetas verdaderos, dignos de merecer la corona del Rey.
Permanece fiel sirviendo a la Iglesia como la Iglesia quiere ser servida. Tuya es mi vida, en mí está tu vida unida. Yo soy la vida.
Sacerdote mío: yo te he dado una misión, y yo te envío a cumplirla, para servir a la Iglesia, como la Iglesia quiere ser servida.
Mi madre es Madre de la Iglesia, que es mi cuerpo, del cual yo soy cabeza. Y así como el cuerpo es uno, aunque tiene muchos miembros, y todos los miembros, aunque son muchos, forman un solo cuerpo, así es mi cuerpo, en el que los hombres han sido bautizados en un mismo Espíritu.
Por tanto, mi Madre es Madre del cuerpo y de todos sus miembros. Su misión es llevar la verdad al mundo, siendo Madre y Apóstol, para extender el Reino de Dios en la tierra».
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Madre de la Iglesia: tú conociste bien y trataste mucho a los discípulos de Jesús. Ellos te veían como madre, y te confiaban sus inquietudes y acudían a ti también para pedir tu consejo, y para que les contaras muchas cosas de Jesús.
De igual manera, conociste sus debilidades, sus faltas de carácter, sus errores, sus limitaciones. Y te dolía cuando comprobabas que no eran lo suficientemente fieles a lo que tu Hijo les pedía. Lloraste mucho cuando viste su traición, cuando lo dejaron solo en el momento más difícil. Y sigues llorando ahora.
Tú sigues cumpliendo con tu misión de madre, y nos consideras a nosotros, tus sacerdotes, como tus hijos predilectos. Conoces nuestras limitaciones, y también conoces nuestros deseos de ser fieles a tu Hijo. Ayúdanos a ser muy fieles a su Vicario en la tierra.
Te pido hoy especialmente por el Papa y por sus colaboradores, por todos los obispos del mundo, y por todos los sacerdotes, para que estemos muy atentos a las llamadas de Buen Pastor que nos hace el Santo Padre, para que las sigamos con absoluta fidelidad.
Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.
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«Hijo mío, sacerdote: esta fiesta de hoy es la fiesta más grande de los apóstoles de Cristo. La fiesta en donde se une la conversión del pecador a la obediencia del que ama a Dios con todo su corazón, con toda su mente, con toda su alma, con todas sus fuerzas, y configurada está su vida en cuerpo y en alma a la vida de aquel que lo creó, y le da el poder de atar y desatar, de destruir y de construir, y de representarlo en la tierra haciéndolo su vicario.
Hijo mío: sufre mi corazón por todos aquellos hijos míos sacerdotes que están atados al mundo por el pecado de la soberbia, que los lleva a la desobediencia y a la separación del santo Padre que está sentado en la Sede de Pedro, no por propia elección, sino por obediencia a la elección del Espíritu Santo.
Sufre mi corazón al ver cuánto mis hijos predilectos necesitan conversión, porque aun cuando tienen el poder de las llaves que Pedro les ha conferido por el Espíritu Santo para llevar a las almas al cielo, no se dan cuenta que no lo tienen para ellos: necesitan humildad, para ser perdonados por otro igual que ellos.
Que las lágrimas que derraman mis ojos consigan la gracia de la conversión de sus almas, porque la Iglesia será renovada con la gracia que al Santo Padre el día de hoy, por la intercesión del pueblo de Dios, le es dada.
Pero esa renovación empieza primero por las almas ordenadas sacerdotes para la eternidad. Solo a través de Cristo las almas se pueden salvar. Solo a través de los sacerdotes, que están configurados con Cristo, al Padre pueden llegar.
Hijo mío: yo pido que todos mis hijos predilectos sean dignos de obtener las gracias de mi Hijo Jesucristo. Para que no sean tibios, porque a los tibios Él los vomita de su boca. Aunque, por su preciosa sangre, los haya hecho dignos, los haya hecho hijos de Dios.
Hijo mío, si tú supieras cuánto se alegra mi corazón por cada uno de estos hijos míos que se convierte, llorarías de alegría.
Cuando las almas aceptan la salvación experimentan una profunda conversión, amando, respetando y viviendo el Magisterio de la santa Iglesia, que es Una, Santa, Católica y Apostólica».
¡Muéstrate Madre, María!
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PARA EXAMINAR LA CONCIENCIA – FIDELIDAD AL PAPA
«Tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré mi Iglesia».
Eso dijo Jesús.
Se lo dijo a Simón Pedro cuando el Padre que está en los cielos puso sus palabras en su boca, para proclamar que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios vivo.
Y tú, sacerdote, ¿crees esto?
¿Eres fiel a la Roca que tu Señor eligió, y sobre la cual construye su Iglesia?
¿Lo respetas?
¿Lo reconoces?
¿Lo obedeces?
¿Lo amas?
¿Rezas por él?
¿Lo proclamas Vicario del Rey?
¿Lo ayudas?
¿Unes sus intenciones a tus sacrificios?
¿Lo cuidas?
¿Lo proteges?
¿Aceptas su infalibilidad y su autoridad?
¿Te sometes a esa autoridad?, ¿o eres causa de las calumnias, críticas e injurias, y de las persecuciones que él mismo sufre por la causa de Cristo?
Escucha sacerdote, la voz de tu Señor, que dice: Saulo, ¿por qué me persigues?
Escucha la voz de tu Señor, sacerdote, que te ha llamado, porque te ha elegido desde antes de nacer, que ha transformado tu vida, y servirlo es para ti un deber, desde que te dijo: ¡sígueme!, y tú lo has dejado todo: casas, hermanos, hermanas, padre, madre, hijos y tierras, por su nombre, renunciando a los placeres del mundo.
Tú has sido desposado con la novia más pura, más perfecta, más hermosa, más recta, Única, Santa, Católica y Apostólica, vestida de blanco y adornada de perlas y piedras preciosas, cubierta con el velo de la Madre de Dios, y que camina contigo bajo la protección de su manto, para conseguirte la corona de la gloria: la Santa Iglesia Católica, de la cual Cristo es cabeza, y es Pedro quien lo representa.
Pídele a tu Señor que te dé sus mismos sentimientos, para que puedas amarla, honrarla, bendecirla, cuidarla, defenderla, venerarla, proveerla, alimentarla y saciar su sed, vestirla de fiesta, enjoyándola con la ofrenda de los frutos de tu trabajo, sanando sus heridas, y librándola de la opresión a la que ha sido sometida por el mundo y su dureza de corazón.
Conviértete, sacerdote, y enamórala cada día, entregando tu vida a su servicio, perdonando los pecados de los hombres y asumiendo sus culpas, reparando el desamor con actos de amor, derramando sobre ellos la misericordia de Dios, cumpliendo con amor tu deber ministerial, enseñando, rigiendo y santificando al cuerpo místico de Cristo, con el que glorificas a Dios.
Escucha, sacerdote, la Palabra de tu Señor, y sométete a Él, cumpliendo los mandamientos de su ley, predicando su Palabra, que es como espada de dos filos, y penetra hasta los corazones más endurecidos, para transformarlos, de corazones de piedra a corazones de carne, y encenderlos en el fuego apostólico del amor de tu Señor.
Escucha la Palabra de tu Señor, sacerdote, y ponla en práctica, aplicándola a tu vida, a través del Magisterio de la Iglesia y su doctrina, reuniendo al pueblo santo de Dios en un solo rebaño y con un solo Pastor, en el seno de la Santa Madre Iglesia, presidida por el Espíritu Santo, a través de quien Él decida nombrar la Roca.
Él no se equivoca al darle la llave del Reino de los Cielos a quien ha elegido como Apóstol desde antes de nacer, y lo ha llamado por su nombre, dándole su poder para que todo lo que ate en la tierra quede atado en el cielo, y todo lo que desate en la tierra, quede desatado en el cielo, porque sobre esa Roca Él construye su Iglesia, y los poderes del mal no prevalecerán sobre ella.
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