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RENOVARSE – SACRIFICARSE PARA DAR VIDA (Lc 9, 7-9)

«¿Quién será, pues, éste del que oigo semejantes cosas?».

Para la oración personal del sacerdote con base en el Evangelio del día.
Jueves 22 de septiembre de 2022

ESPADA DE DOS FILOS V, n. 16
P. Gustavo Eugenio Elizondo Alanís

«Así como convenía que el Hijo de Dios muriera para salvar a muchos, así conviene, que tú hagas lo mismo, sacerdote, renunciando a ti mismo, y tomando tu cruz, siendo partícipe de su muerte, para ser parte con Él en su resurrección, y lleves la salvación de tu Señor a todas las naciones».

«La palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que una espada de dos filos» (Heb 4, 12).

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EVANGELIO DEL JUEVES DE LA SEMANA XXV DEL TIEMPO ORDINARIO
A Juan yo lo mandé decapitar. ¿Quién es entonces éste de quien oigo semejantes cosas?
+ Del santo Evangelio según san Lucas: 9, 7-9
En aquel tiempo, el rey Herodes se enteró de todos los prodigios que Jesús hacía y no sabía a qué atenerse, porque unos decían que Juan había resucitado; otros, que había regresado Elías, y otros, que había vuelto a la vida uno de los antiguos profetas.
Pero Herodes decía: “A Juan yo lo mandé decapitar. ¿Quién será, pues, éste del que oigo semejantes cosas?”. Y tenía curiosidad de ver a Jesús.
Palabra del Señor.

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“En la presencia de Dios, en una lectura reposada del texto, es bueno preguntar, por ejemplo: «Señor, ¿qué me dice a mí este texto? ¿Qué quieres cambiar de mi vida con este mensaje? … (Francisco, Evangelii Gaudium, n.153).

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REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE
Señor Jesús: era comprensible que, entre las diversas opiniones sobre quién eras tú, se pensara en que había vuelto a la vida “uno de los antiguos profetas”.
No podían sino mirar al pasado, recordando las manifestaciones de Dios a través de sus enviados. Pero no pensaban en un nuevo profeta. Les costaba creer eso.
Tú viniste a renovar todas las cosas. Esa fue tu misión, y esa sigue siendo ahora: renovar todo, comenzando por nuestras propias almas.
Señor: yo quiero ser un hombre nuevo. Enséñame y ayúdame.
Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.

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«Sacerdote mío: yo hago nuevas todas las cosas.
No hay nada nuevo. Yo soy el mismo ayer, hoy y siempre.

Yo renuevo mi sacrificio constantemente, y por él todas las cosas.
Yo no destruyo y vuelvo a crear, yo renuevo lo que ya ha sido creado.
Yo doy muerte al hombre viejo para dar vida al hombre nuevo. Pero es el mismo hombre, renovado. Lo que antes existió volverá a existir, lo que antes se hizo, eso se volverá a hacer, no hay nada nuevo bajo el sol. Pero mira que yo hago nuevas todas las cosas.
Yo soy el alfa y la omega, el principio y el fin.
Yo calmaré con el agua de mi manantial al que tenga sed.
Ya que uno murió por todos, entonces todos murieron. Y murió por todos para que ya no vivan para sí mismos, sino para el que murió y resucitó por ellos.
El que está en mí es una nueva creación, ya no hay nada viejo, todo es nuevo y todo proviene de Dios, que por mí los reconcilió con él. Esa es la renovación.
El que quiera verme, que me vea en cada alma renovada.
El que quiera verme, que me vea a mí en cada uno de ustedes, sacerdotes. Pero no con curiosidad, sino con rectitud de intención, aceptando mis designios, porque a ustedes confié el ministerio de la reconciliación, como embajadores míos, para reconciliar al mundo con Dios.
Yo, que no conocí pecado, Dios me hizo pecado por los hombres, para justificarlos en mí. Por tanto, el rostro del pecado es mi rostro desfigurado en la cruz. Pero el rostro de cada hombre sacerdote es mi rostro renovado.
El que quiera verme que no vea en el sacerdote mi rostro desfigurado, que es el rostro del hombre viejo, sino que vea en el sacerdote mi rostro resucitado y glorioso, para que descubra el rostro misericordioso de Dios.
Y tú, amigo mío, veme en cada uno de los hombres.
Mira que tengo hambre, y dame de comer.
Mira que tengo sed, y dame de beber.
Mira mi cuerpo desnudo, y vísteme.
Mira que estoy solo, lastimado y enfermo, y cuídame.
Mírame que soy pobre, y acógeme.
Mírame que estoy preso, y visítame.
Mírame que en mí muere el hombre viejo, y entiérralo.
Mírame en cada uno.
Mírame en el que no sabe, y enséñame.
Mírame en el que necesita consejo, y dámelo.
Mírame en el que se equivoca, y corrígeme.
Mírame en el pecador, y perdóname.
Mírame en el que sufre, y consuélame.
Mírame en sus defectos, y súfrelos con paciencia.
Mírame en los corazones más necesitados, y reza por cada uno, por los vivos y por los muertos.
Mírame en ti.
Yo soy en cada sacerdote. Pero algunos no se han dado cuenta. Si alguno me ama, guardará mi Palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él y haremos morada en él. El que no me ama no guarda mis Palabras. La Palabra no es mía, sino del Padre que me ha enviado.
Yo soy la Palabra de Dios encarnada en tu corazón.
Acompañen a mi Madre, para que el Espíritu Santo, que el Padre envía en mi nombre, y que siempre está con ella, les enseñe y les recuerde todo lo que yo les he dicho.
Mi Palabra es Palabra viva y eficaz, más cortante que la espada de doble filo. Penetra hasta la división del alma y el espíritu, articulaciones y médula, y discierne los sentimientos y pensamientos del corazón.
El que tenga oídos que oiga. Mis ovejas escuchan mi voz, yo las conozco y ellas me siguen. Pero algunas no me creen, porque no son de mis ovejas.
Yo les he dicho que, si creen, verán la gloria de Dios.
El que no crea, que traiga aquí su dedo y lo meta en mis llagas, que traiga acá su mano y la meta en mi costado, para que el que tenga ojos vea, y no sean incrédulos, sino creyentes».

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Madre mía: el evangelista dice expresamente que Herodes tenía curiosidad de ver a Jesús. Pero no parece que tuviera buenas intenciones. Ojalá todos los hombres tuvieran curiosidad de conocer a Jesús para seguirlo.
Mi configuración con Cristo me obliga a buscar parecerme cada vez más a Él. Debo renovarme cada día caminando detrás del Señor.
Tú eres modelo de todo. Durante la vida de Jesús estuviste todo el tiempo junto a Él, aprendiendo, y muy atenta a lo que Dios te pedía. Ayúdame a mí, para saber qué pasos debo dar.
Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.

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«Hijos míos, sacerdotes: proclamen la grandeza del Señor, de manera que otros sientan curiosidad de conocer lo que les causa a ellos tanta admiración.
La curiosidad no es cosa mala, hijos míos. Depende de la intención del corazón. Cuando su intención es dar a conocer los prodigios de su Señor, despiertan una santa curiosidad en aquellos que los escuchan, y que tienen el alma dispuesta a recibir la gracia que a ustedes Dios les da.
Pero cuando la intención de proclamar la Palabra del Señor y de hablar de sus maravillas es hacerse fama o tener ganancia, el corazón se ensancha de soberbia, y se despierta en los demás una curiosidad morbosa, que es cosa mala.
La santa curiosidad despierta interés de conocer al Hijo de Dios, tal y como es, para amarlo más, para gozarse en Él, para seguirlo haciendo sus obras, y para anunciarlo con alegría a los que aún no lo conocen y no han encontrado el camino, la verdad y la vida.
La santa curiosidad es un deseo ardiente de ser unido a la Santísima Trinidad, para adquirir el conocimiento pleno de la verdad. Que esa sea, hijos míos, su única curiosidad, y su más grande anhelo: la santidad. Por tanto, la santa curiosidad es el conocimiento del cielo. De lo terreno dejen que se ocupen los demás.
Hijos míos, sacerdotes: es por Cristo, con Él y en Él, que todo ha sido creado.
Es por Cristo, con Él y en Él, que Dios hace sus obras.
Es por Cristo, con Él y en Él, que se renuevan todas las cosas.
Es por Cristo, con Él y en Él, que se configura cada sacerdote.
Es necesario, hijos míos, creer en la Palabra para anunciar el Evangelio.
Es necesario escuchar a Cristo, para conocerlo.
Es necesario conservar la fe, y ponerla por obras.
El que lleva en el alma la experiencia del verdadero encuentro con Cristo, es aquel en el que no queda duda de quién es Él; es aquel en el que su alma profesa la verdad; es aquel en el que su corazón desea gritar al mundo que Cristo es el Hijo de Dios.
La señal de que el encuentro ha sido real y verdadero es el dolor del alma por haberlo amado tarde, por haber perdido el tiempo buscándolo fuera cuando lo llevaban dentro.
Es necesario que ustedes, mis hijos sacerdotes, sepan quiénes son, a qué fueron llamados, para qué fueron elegidos. Deben saber que son personas, pero que llevan en su cuerpo y en su sangre el Cuerpo y la Sangre de Cristo; que han sido llamados para llevar a Cristo a las almas, para acercar a las almas a Dios; que fueron elegidos para ser sus amigos, para compartir sus mismos sentimientos, y para hacer las mismas obras que Él.
Es necesario que escuchen la Palabra, que procuren con frecuencia un retiro espiritual en el que la oración sea lo principal, para que escuchen el llamado, para que busquen a Cristo, para que experimenten un verdadero encuentro con Cristo, para que conozcan a Cristo, para que amen a Cristo, para que crean en Cristo, para que renueven sus almas y lleven a Cristo a todas las almas, para que muestren y se vea, en cada uno de ustedes, a Cristo resucitado y vivo».

¡Muéstrate Madre, María!

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PARA EXAMINAR LA CONCIENCIA – SACRIFICARSE PARA DAR VIDA
«Conviene que un solo hombre muera por el pueblo»
Eso dicen las Escrituras.
Y en las Escrituras se revela la verdad.
La Palabra de Dios es viva, eficaz y es actual, como eres tú, sacerdote.
Ese hombre es tu Señor, es el Cristo que tú representas, y es la verdad que se revela en ti, sacerdote.
Date cuenta de que tú fuiste consagrado a tu Señor. Él te llamó y te eligió de entre los hombres, para que tú, como Él, seas sacrificado para salvar a las naciones.
Pero tu sacrificio, sacerdote, sólo es agradable al Padre si es unido al único y eterno sacrificio redentor de tu Señor Jesucristo, cuando mueres al mundo para vivir por Él, con Él y en Él, despreciando los placeres del mundo, alejándote de las tentaciones y rechazando el pecado, entregando tu vida sirviendo a la Santa Iglesia como la Santa Iglesia quiere ser servida, no con holocaustos ni sacrificios, que Dios no aceptaría, sino con obras de misericordia.
Así como convenía que el Hijo de Dios muriera para salvar a muchos, así conviene, que tú hagas lo mismo, renunciando a ti mismo, y tomando tu cruz para seguirlo, siendo partícipe de su muerte, para ser parte con Él en su resurrección y, a través de la vida de los sacramentos, lleves la salvación de tu Señor a todas las naciones.
Conviene, sacerdote, que tú te sacrifiques para que otros se salven.
Conviene que Él crezca y tú disminuyas, para que, cuando te vean a ti, lo vean a Él y lo conozcan.
Conviene que tú te arrepientas y creas en el Evangelio, para que otros hagan lo mismo.
Conviene que renueves todos los días el sacrificio redentor de tu Señor, porque Él hace nuevas todas las cosas.
Conviene que seas fiel a tu vocación y prediques, y practiques lo que prediques, para que seas veraz.
Conviene que practiques el sacramento de la reconciliación para que perdones los pecados, porque los pecados que perdones serán perdonados.
Conviene que abras tu corazón a la gracia y a la misericordia de tu Señor, para que la recibas y la entregues como un buen administrador, porque nadie puede dar lo que no tiene.
Conviene que hagas todo esto, porque muchos son los llamados, pero pocos los elegidos.
Tú Señor ha muerto como expiación por los pecados de los hombres, porque Él es el Cordero de Dios que quita los pecados del mundo. Pero eres tú, sacerdote, quien aplica en su nombre la obra redentora consumada en la cruz, en cada uno.
Convéncete, sacerdote, de que tu sacrificio vale la pena, porque no sólo llevarás muchas almas a Dios, cumpliendo con tu misión, sino que Él te ha prometido el ciento por uno en esta vida, y en la otra la vida eterna.
Alégrate, sacerdote, porque tú das testimonio de que Dios ha amado tanto al mundo, que le dio a su único Hijo en sacrificio, porque convenía que muriera un solo hombre por el pueblo, y no sólo por toda la nación, sino para congregar a todos los hijos de Dios que estaban dispersos.
Ve y haz tú lo mismo.
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