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VER A JESÚS EN EL HERMANO – AMAR AL PRÓJIMO (Lc 10, 25-37)

«Se le acercó, ungió sus heridas con aceite y vino y se las vendó»

Para la oración personal del sacerdote con base en el Evangelio del día.
Lunes 3 de octubre de 2022

ESPADA DE DOS FILOS V, n. 31
P. Gustavo Eugenio Elizondo Alanís

«Tu Señor te dice, sacerdote, que hagas lo mismo que el buen samaritano. Y se refiere a los que escuchan la Palabra de Dios y la ponen en práctica, amando a Dios con todo su corazón, con toda su alma, con todas sus fuerzas, y que aman al prójimo como a ellos mismos, porque en el prójimo lo reconocen a Él».

«La palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que una espada de dos filos» (Heb 4, 12).

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EVANGELIO DEL LUNES DE LA SEMANA XXVII DEL TIEMPO ORDINARIO
¿Quién es mi prójimo?
+ Del santo Evangelio según san Lucas: 10, 25-37
En aquel tiempo, se presentó ante Jesús un doctor de la ley para ponerlo a prueba y le preguntó: “Maestro, ¿qué debo hacer para conseguir la vida eterna?”. Jesús le dijo: “¿Qué es lo que está escrito en la ley? ¿Qué lees en ella?”. El doctor de la ley contestó: ‘Amarás al Señor tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con todo tu ser, y a tu prójimo como a ti mismo”. Jesús le dijo: “Has contestado bien; si haces eso, vivirás”.
El doctor de la ley, para justificarse, le preguntó a Jesús: “¿Y quién es mi prójimo?”. Jesús le dijo: “Un hombre que bajaba por el camino de Jerusalén a Jericó, cayó en manos de unos ladrones, los cuales lo robaron, lo hirieron y lo dejaron medio muerto. Sucedió que por el mismo camino bajaba un sacerdote, el cual lo vio y pasó de largo. De igual modo, un levita que pasó por ahí, lo vio y siguió adelante. Pero un samaritano que iba de viaje, al verlo, se compadeció de él, se le acercó, ungió sus heridas con aceite y vino y se las vendó; luego lo puso sobre su cabalgadura, lo llevó a un mesón y cuidó de él. Al día siguiente sacó dos denarios, se los dio al dueño del mesón y le dijo: ‘Cuida de él y lo que gastes de más, te lo pagaré a mi regreso’.
¿Cuál de estos tres te parece que se portó como prójimo del hombre que fue asaltado por los ladrones?”. El doctor de la ley le respondió: “El que tuvo compasión de él”. Entonces Jesús le dijo: “Anda y haz tú lo mismo”.
Palabra del Señor.

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“En la presencia de Dios, en una lectura reposada del texto, es bueno preguntar, por ejemplo: «Señor, ¿qué me dice a mí este texto? ¿Qué quieres cambiar de mi vida con este mensaje? … (Francisco, Evangelii Gaudium, n.153).

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REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE
Señor Jesús: ahora eres tú a quien yo encuentro en el camino.
¡Que te vea, Señor, que te vea!
Que vea en el más necesitado tu cuerpo crucificado en la cruz, tu cabeza que sangra por las heridas causadas por una corona de espinas que están clavadas en tu carne viva.
Que vea tu cuerpo desnudo del mundo y vestido de tu propia sangre.
Que vea tu rostro desfigurado y tu cuerpo torturado, lleno de heridas.
Que vea tus manos clavadas inmóviles, hinchadas.
Que vea tus pies clavados con un solo clavo, y escurriendo por ellos tu preciosa sangre, lavando todos los pecados de los hombres.
Que vea a la gente que pasa junto a ti, pero que te deja solo, porque nadie se detiene ni se compadece de ti.
Y que me detenga, que se abran mis ojos, y te vea.
Que vea lo que antes no veía, lo invisible en lo visible.
Que vea que eres Dios y eres hombre, eres la Palabra, la vida y la luz del mundo, eres el amor, y es tu cuerpo y tu sangre, tu divinidad, pero también tu humanidad; eres don y gratuidad, eres alimento de vida, eres bebida de salvación, eres comunión, y en ti está la belleza de toda la creación.
Que vea que en ti está cada alma como miembro de tu cuerpo, y del cual tú eres cabeza.
Que vea que en el prójimo estás tú, Cristo resucitado y vivo, con tu corazón herido.
Que vea que eres Eucaristía, y me detenga, Señor, a adorar y a comer tu Cuerpo, y así abrazarte para hacerte mío, para llevarte conmigo, para curar tus heridas. Para que tú me hagas tuyo, me transformes y me hagas parte de ti, mientras yo te amo y te adoro y reparo en cada Comunión las heridas de tu corazón con mis lágrimas y con mi amor.
Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.

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«Sacerdote mío: mírame y acógeme. Yo soy en cada uno.
Aquí estoy, a tu merced, en el camino. ¿Qué harás conmigo? ¿Te detendrás o seguirás de frente?
Te necesito. Detén tu camino, voltea a verme, llévame contigo y llénate de mí, y con mi amor alivia las heridas de mi corazón, causadas por la indiferencia de algunos de ustedes, mis amigos. Y paga con tu vida. ¿O acaso no valgo más que tu vida? El que pierda por mí su vida la encontrará.
Amigo mío: detén tu camino y llévame contigo amando a Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas, con todo tu ser, y amando al prójimo como a ti mismo.
El prójimo soy yo y eres tú, porque tú vives en mí como yo vivo en ti.
 Yo soy en cada sacerdote que ha sido atacado por los ladrones que roban la paz del alma y la inocencia del cuerpo, la fe, la esperanza, el amor, y los sentimientos del corazón.
Yo soy el que ha sido perseguido, atacado y malherido.
Yo soy el que necesita atención y misericordia, porque yo soy en cada uno, y cada uno es parte de mi cuerpo; y si todos los miembros del cuerpo están sanos, el cuerpo está sano, pero si sufre un miembro, todos los demás sufren con él.
Quien a ustedes recibe, a mí me recibe, y quien me recibe a mí recibe a Aquel que me ha enviado. Y todo aquel que dé de beber, aunque sea un vaso de agua, a uno de ustedes, mis pequeños, por ser mi discípulo, no perderá su recompensa.
Yo quiero que ustedes, mis sacerdotes, vean y se compadezcan de las heridas de mi corazón, para que vean en esas heridas las necesidades y miserias de ustedes mismos, mis amigos.
Reparen a través de la Palabra que les ha sido revelada, que es Palabra de Dios, que es Palabra de vida y fuente de salvación, y escuchen y cumplan los mandamientos de Dios, para que crean en mí, para que se conviertan con toda su alma y con todo su corazón, y se les perdonen sus pecados.
Ya todo mandamiento está escrito y todo está a su alcance. Ya todo se los he enseñado, y el Espíritu Santo, que le ha sido dado a los que me obedecen, les recuerda todas las cosas.
Ustedes ya saben que hay que obedecer a Dios antes que a los hombres.
Yo quiero que aprendan a encontrar el verdadero valor de cada uno de ustedes como hijos de Dios, y a mí en ustedes, que son como yo, enviados de Dios, Cristos, para que reciban mi misericordia.
Yo Soy en el prójimo, en el buen samaritano y en el desvalido.
Yo Soy en el necesitado de misericordia y en el misericordioso.
Yo quiero que ustedes, mis amigos, escuchen los preceptos y las normas que yo les enseño y las pongan en práctica, porque ustedes también predican, pero algunos se han olvidado de escuchar mi voz.
No añadirán nada, ni quitarán nada. Yo no he venido a abolir la ley y los profetas, sino a dar cumplimiento. Y se cumplirá hasta la última letra de la ley. Por eso, el que quebrante uno de estos mandamientos y lo enseñe así a los hombres será el más pequeño en el Reino de los Cielos; en cambio, el que los cumpla y los enseñe, será grande en el Reino de los Cielos.
Yo los he llamado a ustedes, mis discípulos, para que sean como yo, para que sean maestros, para que sean ejemplo.
Misericordia quiero y no sacrificios, porque el único sacrificio agradable al Padre es el mío, y es tan grande que nada le falta, sino unir los sacrificios de los hombres al mío en agradecimiento, para hacerse ofrenda conmigo, en oblación, en vino y en pan, para ser transformados y ser conmigo, en un mismo sacrificio y acción de gracias, Eucaristía».

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Madre mía: la parábola del Buen Samaritano es muy gráfica, y nos explica claramente cómo hemos de vivir el mandamiento del amor. Si a esa parábola le añadimos la enseñanza de Jesús sobre ver a Él en cada prójimo, no debe quedar duda del esmero que el cristiano debe poner para ser misericordioso.
El sacerdote está configurado con tu Hijo. Se podría decir que todavía “es más Cristo” que los demás. Por eso te pido hoy, Madre, que me ayudes a esmerarme por vivir la caridad con mis hermanos sacerdotes.
Con aquellos que tienen hambre y sed.
Con los que están desnudos o enfermos, padeciendo un gran sufrimiento.
Con los que no tienen un lugar en donde reclinar la cabeza.
Con los que están presos, encadenados y sucios. O están completamente solos, o ya han muerto.
Que viva la caridad con los que estudian porque quieren aprender.
Con los desorientados y necesitan consejo.
Con los que se equivocaban y necesitan corrección.
Con los que necesitan ser perdonados.
Ayúdame a consolar a los que lloran y a tener paciencia con los que se equivocan.
Pero, sobre todo, que ayude con mi oración a todos, porque todos, absolutamente todos, necesitamos oración.
Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: tú supiste vivir las obras de misericordia con Jesús. Eres Madre y Maestra. Enséñame. Déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.

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«Hijos míos, sacerdotes: yo les pido compartir la misericordia de Dios, del prójimo al prójimo, para que llegue a todos, y para trabajar conmigo en la alegría de socorrer a los más débiles, porque hay más alegría en dar que en recibir.
Yo les doy este tesoro: mi ciencia.
Ciencia para que ustedes construyan encontrando la belleza de Dios en cada uno de mis hijos.
Ciencia para que cada uno de ustedes, mis hijos sacerdotes, encuentre la belleza de la creación de Dios y el valor de cada criatura en relación a su Creador.
Ciencia para que encuentren lo invisible y divino en lo visible y terreno, y que pongan su corazón en la verdad de Dios, y no en la mentira del mundo.
Yo les pido que sean humildes, para reconocerse pecadores y necesitados de la misericordia y del perdón de Dios, y acepten la ayuda que yo les doy a través de sus ovejas, que es el prójimo, porque obra para ustedes con amor y misericordia.
Que se reconozcan a ustedes mismos como los que pasan por el camino sin detenerse ante el necesitado, porque viendo no ven y oyendo no oyen.
Que reconozcan que el necesitado está entre ustedes, entre sus hermanos; que vean al sacerdote necesitado, y se detengan, y lo ayuden, y lo atiendan.
Que todo lo que quieran que los demás hagan con ustedes, que también ustedes lo hagan a los demás, porque esta es la ley y los profetas; y que se den cuenta que es el mismo Cristo el que da y el que recibe.
Yo soy Madre, y veo al necesitado en cada uno de ustedes, mis sacerdotes.
Quiero acogerlos, para hacerles llegar la misericordia de Dios.
Para que abran su corazón a la gracia.
Para que abran sus ojos y encuentren a Cristo.
Para que se detengan en el camino y pongan en Dios, y no en el mundo, el fin de su propia existencia, encontrando el amor infinito de Dios en la creación, en medio del mundo, descubriendo la verdad desde su pequeñez y su miseria, sabiéndose frágiles y necesitados, y así pongan toda su confianza en Aquel que era, que es y que ha de venir.
Que reciban mi auxilio tomándose de mi mano, reconociéndome Madre, y reconociéndose entre ustedes mismos como hermanos, y se dispongan a recibir y a dar misericordia para encontrar en la fe la verdadera alegría de servir a Cristo».

¡Muéstrate Madre, María!

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PARA EXAMINAR LA CONCIENCIA – AMAR AL PRÓJIMO
«Anda y haz tú lo mismo»
Eso dice Jesús.
Te lo dice a ti, sacerdote. Y se refiere a los que escuchan la Palabra de Dios y la ponen en práctica, amando a Dios con todo su corazón, con toda su alma, con todas sus fuerzas, con todo su ser, y que aman al prójimo como a ellos mismos, porque en el prójimo lo reconocen a Él.
Se refiere no a los sabios y letrados, no a los ricos y poderosos, sino a los pequeños, a los ignorantes, a los sencillos y humildes, porque es a ellos a quien Dios se les ha revelado.
Tu Señor sale a tu encuentro en el camino. Y tú, sacerdote, ¿estás atento?, ¿lo ves?, ¿te detienes?, ¿lo atiendes?
¿Volteas a ver al más necesitado, y lo ves a Él?, ¿o cierras tus ojos ante las miserias de los demás y sigues de frente sin detenerte?
¿Actúas con caridad ante el sufrimiento de los demás?, ¿o eres indiferente?
¿Amas a tu prójimo? ¿Quién es tu prójimo?
Tu Señor te ha dado ejemplo, sacerdote, amando hasta el extremo, entregando su vida para el perdón de los pecados de los hombres, porque nadie tiene un amor más grande que el que da la vida por sus amigos, y Él no ha venido a curar a los sanos, sino a los enfermos, y ha venido a perdonar no a los justos, sino a los pecadores, y te manda para que vayas tú y hagas lo mismo.
Tu Señor te ha llamado y te ha elegido, sacerdote, porque ha encontrado en ti a un hombre según su corazón, y te ha pedido que dejes todo para seguirlo y tengas sus mismos sentimientos, para que seas como Él, compasivo y misericordioso, y tú también des ejemplo.
Tu Señor te ha enviado como un buen samaritano, para que veas en el prójimo a tu hermano, para que lo ayudes, para que lo asistas, para que lo alimentes, para que lo vistas, para que lo sanes, para que lo acompañes, para que lo cuides y lo ames, porque es a Él a quien lo haces.
Pero si un día el prójimo necesitado fueras tú, sacerdote, déjate ayudar con humildad y déjate sanar, permitiendo que un buen samaritano te tienda la mano, porque, en él, Yo soy es quien lo hará.
Tu Señor es el prójimo y es el buen samaritano, es ‘Yo soy’, es tu amigo y es tu hermano, es tu Maestro y es tu amo, y es quien te pregunta ¿qué es lo que está escrito en la ley?, ¿qué lees en ella?
Y tú, sacerdote, ¿qué le contestas? ¿Cumples la ley?
Medita bien tu respuesta, sacerdote, abre tu corazón a la realidad y no mientas. Confiesa a tu Señor la verdad.
¿Amas a Dios por sobre todas las cosas?
¿Amas a tu prójimo como a ti mismo?
Y tú, sacerdote, ¿te amas? ¿Cómo te amas?
Considera tu respuesta, sacerdote, porque si alguno dice yo amo a Dios y odia a su hermano, es un mentiroso, pues quien no ama a su hermano a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve.
Detén tu camino, sacerdote, y mira a tu prójimo, que está necesitado de ti. Deja tu ofrenda y ve a reconciliarte con tu hermano, dispuesto a servir, porque Dios, que te creó sin ti, no te salvará sin ti. Cumple, pues, el mandamiento de tu Señor: el que ame a Dios, que ame también a su hermano. Y entonces, vuelve con el corazón contrito y humillado a presentar tu ofrenda ante tu prójimo, que tanto te ha amado, que siendo Dios se hizo hombre, para ser crucificado, para que tú, hombre indigno y pecador, fueras salvado.

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