«Yo les aseguro que en ningún israelita he hallado una fe tan grande»
Para la oración personal del sacerdote con base en el Evangelio del día.
Lunes 28 de noviembre de 2022
ESPADA DE DOS FILOS I, n. 2
P. Gustavo Eugenio Elizondo Alanís
«Tu misión, sacerdote, es bajar el pan vivo del cielo, entregándote con Él en un sacrificio incruento y real, en el que espera una entrega total, que es Él mismo en cada sacerdote configurado en el altar. No merece menos, merece una entrega total, merece el sí de su Madre, en cada uno de sus amigos».
«La palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que una espada de dos filos» (Heb 4, 12).
EVANGELIO DEL LUNES DE LA SEMANA I DE ADVIENTO
Muchos vendrán de oriente y occidente al Reino de los cielos.
+ Del santo Evangelio según san Mateo: 8, 5-11
En aquel tiempo, al entrar Jesús en Cafarnaúm, se le acercó un oficial romano y le dijo: “Señor, tengo en mi casa un criado que está en cama, paralítico, y sufre mucho”. Él le contestó: “Voy a curarlo”.
Pero el oficial le replicó: “Señor, yo no soy digno de que entres en mi casa; con que digas una sola palabra, mi criado quedará sano. Porque yo también vivo bajo disciplina y tengo soldados a mis órdenes; cuando le digo a uno: ‘Ve”, él va; al otro: ¡Ven!’, y viene; a mi criado: ¡Haz esto!, y lo hace”.
Al oír aquellas palabras, se admiró Jesús y dijo a los que lo seguían: “Yo les aseguro que en ningún israelita he hallado una fe tan grande. Les aseguro que muchos vendrán de oriente y de occidente y se sentarán con Abraham, Isaac y Jacob en el Reino de los cielos”.
Palabra del Señor.
“En la presencia de Dios, en una lectura reposada del texto, es bueno preguntar, por ejemplo: «Señor, ¿qué me dice a mí este texto? ¿Qué quieres cambiar de mi vida con este mensaje? … (Francisco, Evangelii Gaudium, n.153).
REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE
Señor Jesús: yo me siento como ese enfermo de Cafarnaúm. Tú quieres venir a curarme, y yo, aunque no soy digno de que entres en mi casa, sí quiero curarme.
Me humilla mucho darme cuenta de que a veces tú me dices ‘ven’ y no voy. Te pido tu gracia para poder levantarme, de modo que tú puedas decirme ‘haz esto’, y lo haga.
Quiero quedar sano, convertirme, para servirte con mi ministerio sacerdotal. Dame la fe que necesito, esa fe grande que mueve montañas, que me hace superar mi cansancio y cumplir tu voluntad.
Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.
«Sacerdotes míos: yo quiero que ustedes confirmen su fe. Los que han desobedecido y se han ido, y los que han obedecido y han permanecido conmigo, pero les falta fe.
Hay muchas doctrinas, pero sólo una es la verdad que enseña la doctrina de la fe de mi Iglesia, que es Una, Santa, Católica y Apostólica. Y aunque algunos de los que yo he llamado y escogido para guiar a mi pueblo elegido me han abandonado, y son perturbados y engañados con doctrinas extrañas y buscan seguir otro Evangelio, yo les aseguro que sólo hay un Evangelio, como una es mi Palabra. Un solo Señor, una sola Fe, un solo Bautismo, un solo Dios Padre que es de todos y actúa y está en todos.
La única doctrina verdadera es la que se apega al Evangelio y reconoce que yo soy el Hijo único de Dios, que amó tanto al mundo que dio a su único Hijo para que todo el que crea en Él no muera, sino que tenga vida eterna.
Ellos dicen que no son dignos de desatarme la correa de mis sandalias. Yo les digo que tienen razón, pero tienen fe, y la fe está en creer en mí, en cumplir los mandamientos de la ley de Dios, y en creer que, por mi muerte y resurrección, yo los dignifico para hacerlos hijos de Dios.
Ustedes ámenme por los que no me aman, adórenme por los que no me adoran, recíbanme por los que me rechazan, y póstrense a mis pies por los que me deshonran.
Oren por los que tienen poca fe, para que crean en mí y permanezcan conmigo dispuestos a servirme, para que yo les pueda decir ‘ve’ y sí vayan, y decirles ‘ven’ y sí vengan, y decirles ‘haz esto’ y sí lo hagan.
Yo a ustedes no los he llamado siervos, porque un siervo no sabe lo que hace su amo; los he llamado amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre se los he dado a conocer, para que reparen mi corazón con actos de amor, con los que darán mucho fruto, no para agradar a los hombres sino para glorificar a Dios.
Sacerdotes míos: no hay nada imposible para Dios.
Crean, conviértanse, y vengan a mí los que estén cansados, que yo los aliviaré.
Fortalezcan su espíritu todos los días en la oración. Yo levanto a los que han caído y sano a los enfermos, consuelo a los que lloran y protejo a los perseguidos.
Mantengan firme su fe y su voluntad, fortalecida con la seguridad del socorro de mi Madre. La batalla es de cada uno. En la lucha entre el bien y el mal, defiendan la debilidad de su humanidad, viviendo en la virtud con la fortaleza de mi divinidad.
Mantengan encendidos sus corazones con el fuego de mi amor, ya que solos no pueden, pero conmigo todo lo pueden.
Yo quiero que ustedes tengan una fe grande. Es mi deseo fomentar la unidad: un solo cuerpo y un mismo espíritu, una sola alma y un solo corazón, para que su fe contagie y fortalezca la fe de los demás; para que, con su disposición, mi Palabra, que es cortante como espada de dos filos, penetre hasta lo más profundo, y convierta cada corazón, para que crean en mí y hagan las obras que yo hago, y aun mayores.
Quiero que me busquen y que me encuentren en la oración, para que me cuenten sus cosas, y para que me escuchen, porque yo voy al que con fe implora mi nombre, al que es obediente, y si yo le digo ve, él va, y si le digo ven, él viene, y si le digo haz esto, lo hace.
Porque no basta tener fe, sino que hay que obrarla, hacerla tangible. Yo espero de ustedes que den mucho fruto, y ese fruto permanezca. Porque por sus frutos los reconocerán. Yo bendigo su esfuerzo y su trabajo. No se preocupen de nada, aquí estoy yo para salvarlos».
Madre mía: acuérdate que jamás se ha oído decir que uno solo de cuantos han acudido a tu protección e implorado tu socorro haya sido desamparado.
Yo creo en el valor de la oración de intercesión, como la del oficial romano, y que tú eres la omnipotencia suplicante, porque todo lo que le pides a Dios te lo concede. Tu Hijo no te puede negar nada.
Ayúdame a ser constante en la oración, con la seguridad de que no me vas a dejar desamparado.
Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.
«Hijos míos, sacerdotes: es muy valiosa la oración de intercesión. Y yo les digo que me agradan especialmente las almas que ruegan con insistencia por los sacerdotes.
Esas almas me acompañan rezando el Santo Rosario, caminan conmigo, rezando con insistencia, suplicando por la conversión de cada uno. La oración de intercesión es el arma más poderosa contra el maligno, y una corona de rosas como ofrenda para mi Hijo Jesucristo. Me gusta mucho cuando lo rezan con fe. Sus voces son música con la que los ángeles cantan alabanzas al Señor.
El rezo del Santo Rosario son gritos de auxilio, pero es melodía para mis oídos. No puede ser ignorada esa oración. Esas almas interceden conmigo, para que, a través de su petición en el nombre de Jesucristo, y de mi omnipotencia suplicante, el Padre conceda todo lo que le piden, porque ¡qué grande es su fe!
Pidan a los santos que intercedan también. Si ustedes tienen fe, mi Hijo les va a conceder todo lo que pidan en su nombre, rezando el santo Rosario. Intercedan por las intenciones por las que los otros rezan, para que Dios Padre no vea los pecados de su Iglesia, sino la fe de su pueblo.
Yo socorro y protejo a mis hijos en sus necesidades. Si han sentido el cansancio y el hastío que los debilita, y me acompañan, yo fortalezco su voluntad. En esta voluntad entregada está la victoria. La lucha es de cada uno, cada día, constante. El cansancio del cuerpo debilita la voluntad y tienta el alma. Pero un espíritu fortalecido por la oración y la entrega continua a mi Hijo, es invencible.
Consagración a mi Inmaculado Corazón. Ese es mi llamado por el que acudo y socorro a mis hijos. Ese es el llamado de auxilio por el que tienen la victoria asegurada, porque es en esa batalla, luchando a mi lado, que mi Corazón Inmaculado triunfará».
¡Muéstrate Madre, María!
PARA EXAMINAR LA CONCIENCIA – ENTREGA TOTAL
«Yo les aseguro que en ningún israelita he hallado una fe tan grande».
Eso dijo Jesús.
Se lo dijo a una oveja que no era de su redil.
Y eso quisiera decirte también a ti, sacerdote.
Tu Señor te pide una entrega total. Él, que es perfecto, no se conforma con una entrega a medias. Él te pide una entrega completa, en la que, o lo dejas todo para seguirlo, o mejor dile que no, para que seas frío o caliente, porque a los tibios, Él los vomita de su boca.
Tu Señor te llama todos los días, sacerdote. Él espera un sí, y acepta un no, pero nunca se conforma con un “a veces”.
Tu Señor te enseña con el ejemplo, que la tibieza y la resignación no son parte de la cruz. La cruz, o se toma completa, o se deja.
Aprende, sacerdote, de la Madre de tu Señor, a decir un sí total, un sí entregado, un sí a la cruz, un sí a la corredención. Eso es lo que ella está haciendo al pie de la cruz de su Hijo crucificado, con el que tú estás configurado. Ella no está solo contemplando, no está solo esperando, ella está participando.
La Madre se une con el Hijo en la cruz porque tiene los mismos sentimientos que Él, porque dijo sí, porque esa entrega es total. Y esa es la entrega que te pide tu Señor, sacerdote, a imagen de su Madre, tu Madre y Maestra, porque ella es la primera discípula, maestra de los discípulos, maestra de fidelidad, maestra de obediencia, maestra de aceptación a la voluntad de Dios, y de unir su voluntad a esa divina voluntad.
María siempre te llevará a Jesús, porque ella está unida en su cruz.
Y tú, sacerdote, ¿eres consciente de que Dios te ha llamado para hacerte parte de su plan de salvación para el mundo?
¿Te reconoces elegido y tomas con seriedad la misión de tu Padre, y la cumples?
¿Agradeces porque Él elige a quien quiere, y recibes lo que te da con humildad, sabiendo que lo necesitas para cumplir con la misión que Él te encomendó?
¿Vas cuando tu Señor te dice ve, y vienes cuando tu Señor te dice ven, y haces lo que te dice?
¿Tienes fe? ¿Qué tan grande es tu fe?
Tú eres, sacerdote, el equipo de trabajo de tu Señor, para cumplir su misión en la empresa que Él te encomienda, y que Él mismo lleva a término en una eternidad que es constante, en la cual incluye a cada uno de sus amigos, y los hace parte de la salvación, a cada uno en su tiempo, y a cada uno en un lugar determinado, con una pequeña misión no menos importante que la de otro, y no menos importante que la del conjunto; y que juntos realizan la misión, que Él ha consumado con su muerte en la cruz, y que cada uno en su tiempo, en la eternidad de Dios la hace posible.
Tu Señor ha destinado una misión particular para ti, sacerdote, y espera que la cumplas, porque te da los medios. Y no sólo te da los medios, sino que Él mismo colabora, porque tú solo no puedes, pero con Él todo lo puedes. Es Él quien obra en ti, quien vive en ti. Tú eres el mismo Cristo que vive y reina por los siglos de los siglos.
Tu Señor te conoce desde antes de nacer, sacerdote, y cuando tú reconoces tu miseria, Él la suple, cubriéndote con su misericordia.
Continúa la misión de tu Señor, diciendo sí, haciéndote uno con Él, abandonado en su divina voluntad, con fe, para que cuando te vean a ti, lo vean a Él, y alcancen con Él y contigo las promesas de la vida eterna.
La entrega es total. Tu Señor llama de una vez y para siempre, y así como renueva su sacrificio, renueva tú tu entrega una y otra vez, renovando tu alma en cada Eucaristía.
Nadie sabe el día ni la hora de la venida definitiva del Señor, cuando venga con su justicia a buscar esa entrega total de cada uno. Pero sí sabemos el día y la hora en la que viene todos los días con su misericordia. Viene hoy, cuando en tus manos se hace la transubstanciación del pan y del vino en su Cuerpo y en su Sangre, en la que se revela que Cristo está vivo y sigue viniendo al mundo todos los días.
Tu misión, sacerdote, es bajar el pan vivo del cielo, entregándote con Él en un sacrificio incruento y real, que es uno para la eternidad, en el que espera una entrega total, que es Él mismo en cada sacerdote configurado en el altar. No merece menos, no merece un sí tibio, merece una entrega total, merece el sí de su Madre en cada uno de sus amigos.
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