«“Que se haga en ustedes conforme a su fe”. Y se les abrieron los ojos.»
EL VALOR DE LA FE – ABRIR LOS OJOS DEL ALMA
Para la oración personal del sacerdote con base en el Evangelio del día.
Viernes 2 de diciembre de 2022
ESPADA DE DOS FILOS I, n. 6
P. Gustavo Eugenio Elizondo Alanís
«¿Tienen tus ojos un velo, sacerdote, provocado por el pecado de tu incredulidad y tu indiferencia, de tu resignación y de tu tibieza? Acércate a la fuente de luz, y déjate encender hasta que arda tu corazón con el fuego del amor de tu Señor, para que brilles y exultes de gozo y agradecimiento»
«La palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que una espada de dos filos» (Heb 4, 12).
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EVANGELIO DEL VIERNES DE LA SEMANA I DE ADVIENTO
Quedaron curados dos ciegos que creyeron en Jesús.
+ Del santo Evangelio según san Mateo: 9, 27-31
Cuando Jesús salía de Cafarnaúm, lo siguieron dos ciegos, que gritaban: “¡Hijo de David, compadécete de nosotros!”. Al entrar Jesús en la casa, se le acercaron los ciegos y Jesús les preguntó: “¿Creen que puedo hacerlo?”. Ellos le contestaron: “Sí, Señor”. Entonces les tocó los ojos, diciendo: “Que se haga en ustedes conforme a su fe”. Y se les abrieron los ojos. Jesús les advirtió severamente: “Que nadie lo sepa”. Pero ellos, al salir, divulgaron su fama por toda la región.
Palabra del Señor.
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“En la presencia de Dios, en una lectura reposada del texto, es bueno preguntar, por ejemplo: «Señor, ¿qué me dice a mí este texto? ¿Qué quieres cambiar de mi vida con este mensaje?»” (Francisco, Evangelii Gaudium, n.153).
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REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE
Señor Jesús: igual que esos ciegos, yo me pongo a gritar: ¡compadécete de mí! Pero siento que a veces mi fe es muy débil, y grito porque quiero tener esa fe que me haga ver que tú obras con mis manos, que tú conduces a tu pueblo con mi ministerio, que tú pescas con mis redes.
Señor, ¿qué necesito para subirme a tu cruz, y testimoniar así, con mi ejemplo, que el Verbo se sigue encarnando entre los hombres a través del sacerdote?
Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.
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«Sacerdote mío: por tu fe han sido abiertos tus ojos y has visto bien.
Con tus ojos del cuerpo has visto la belleza imaginable de la creación de Dios.
Con tus ojos del alma has visto la belleza no imaginable del poder de Dios.
Amigo mío, contempla mi rostro desfigurado y mi cuerpo martirizado y destrozado, y dime, ¿qué tan grande es tu fe?
Contempla mis manos y mis pies clavados en esta cruz, y mi cuerpo inmolado y desnudo, pero vestido de sangre, y dime, ¿qué tan grande es tu fe?
Contempla cada herida de mi cuerpo flagelado, y dime, ¿qué tan grande es tu fe?
Contempla la corona de la burla clavada en mi cabeza, y mi rostro escupido y golpeado, y dime, ¿qué tan grande es tu fe?
¿Es tan grande tu fe para creer que este hombre destruido es un Rey, pero que su Reino no es de este mundo?
¿Es tan grande tu fe para creer que en este cuerpo humano martirizado se encuentra también la divinidad de Dios?
¿Es tan grande tu fe para creer que este templo destruido fue reconstruido en tres días?
Contempla a mi Madre, y dime, ¿es tan grande tu amor, como para aceptarla como tu Madre y llevarla a vivir contigo?
¿Es tan grande tu fe para creer que en mí los haya hecho hijos a todos?
Contempla a mi discípulo, el más amado, y dime, ¿es tan grande tu amor como para permanecer conmigo cuando todos me han abandonado?
¿Es tan grande tu fe como para creer en mi palabra y ponerla en práctica?
¿Es tan grande tu fe como para creer que he resucitado y que estoy vivo?
Nadie tiene un amor más grande que el que da la vida por sus amigos ¿Qué tan grande es tu amor?
Amigo mío, antes de formarte en el vientre yo ya te conocía, y antes de que nacieras te tenía consagrado yo. Profeta de las naciones te constituí, para que lleves mi palabra a todos los rincones de la tierra.
No digas soy un muchacho, porque mi gracia te basta.
Hijo, ahí tienes a tu Madre. Madre, ahí tienes a tu hijo.
Yo te pido tu confianza, tu fe y tu amor, para que la misericordia derramada de la cruz llegue a todos.
Tengo sed, dame de beber, tráeme almas, tráeme a mis amigos. Este es mi llamado, te estoy hablando a ti, deja todo, toma tu cruz y sígueme.
Sacerdotes míos, pastores de mi pueblo, guías de mi rebaño, apóstoles de la fe, discípulos humildes, pescadores incansables, amigos fieles, pecadores irremediables: manténganse en la cruz crucificando sus pecados, renunciando al egoísmo que los aprisiona, permaneciendo despiertos en la espera de ser liberados.
Es por mi palabra que se extiende la fe, y es la boca de ustedes la que proclama mi palabra, para que se escuche mi voz.
Es por la fe que se abren los ojos, para que los ciegos vean.
Es por la fe que serán salvados, cuando el Hijo del hombre vuelva con toda su majestad y poder.
Es subiendo y permaneciendo en mi cruz, con un corazón contrito y humillado, que se demuestra la fe.
Es demostrando la fe que se conquista con el ejemplo.
Pero es por las obras que serán juzgados cuando el Hijo del hombre vuelva con toda su justicia y esplendor.
Son las obras de misericordia apelables a mi justicia.
Es desde la cruz en donde se derrama la misericordia.
Es cumpliendo mis mandamientos en la virtud como se sube a la cruz.
Es la pureza de mi Madre quien los sostiene para que perseveren, para que permanezcan, para que venzan, porque el Espíritu Santo está con ella.
Es en el sí de María que el Verbo se hizo carne para habitar entre los hombres.
Es en el sí del sacerdote en el que el Verbo se hace carne para habitar dentro de los hombres.
Es en el servicio en el que ustedes hacen pan y hacen vino, para transformarlo en ofrenda, uniéndola a mi sacrificio, para que el Verbo se encarne y se haga Eucaristía.
Sacerdotes de mi pueblo, amigos del Hijo del hombre: háganse pan y háganse vino, y yo los haré Eucaristía conmigo.
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Madre nuestra: tú te haces presente al pie de la cruz de cada sacerdote para sostenerlo, para auxiliarlo, para ayudarlo en su ministerio, para acompañarlo, para protegerlo y darle seguridad ante las tormentas, las turbaciones y los vientos fuertes.
Jesús suscitó la fe de aquellos ciegos para que, conforme a esa fe, ellos pudieran recuperar la vista. Y así sigue obrando con nosotros, sobre todo con tus hijos predilectos, ya que debemos ser almas de mucha fe, porque hacemos los mismos milagros que tu Hijo, devolviendo la vista a los que han perdido el sentido sobrenatural de sus vidas, pero que, con la ayuda de la gracia y tu intercesión maternal, pueden ver ahora a Dios detrás de cada acontecimiento.
Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: ayúdame a reforzar mi visión sobrenatural, para que pueda así llevar la palabra de tu Hijo al mundo entero. Déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.
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«Hijos míos, sacerdotes: han sido abiertos los ojos de su alma y los oídos de su corazón, para que vean, para que oigan, para que comuniquen la palabra de Dios.
Alégrense, hijos, porque están sirviendo a Dios. Compartan conmigo el sufrimiento de mi Inmaculado Corazón, que duele por la injusticia del mundo y su falta de obras de amor.
Permanezcan junto a la cruz, a los pies de Jesús, para que estén dispuestos, para que siempre me acompañen, para que sean pan, y sean vino, y sean ofrenda, para que muchos hijos míos sacerdotes digan sí, para que se suban a la cruz y permanezcan unidos a Cristo, convirtiendo el pan y convirtiendo el vino en el cuerpo y en la sangre de Cristo, para que el Verbo, que se hizo carne de mi carne, fruto de mi vientre, engendrado en mis entrañas, por su muerte y resurrección, sea Eucaristía, y se quede y permanezca en ustedes, y por ustedes en todos los hombres.
Yo ruego para que, desde esa cruz, derrame cada uno la misericordia del Padre, por medio de su sacrificio unido al de Jesús.
Permanezcan en la disposición, en la oración y en la virtud, viendo con sus ojos, oyendo con sus oídos, sirviendo, amando, y acompañando a la Madre del Verbo, que en su sí el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros.
Hijos míos: estar dispuestos al sacrificio es vivir abandonados, entregando cada día su voluntad a la voluntad de Dios, uniendo su sí al mío, manteniendo la firme determinación de dejarlo todo para tomar la cruz y seguir a Jesús, dando testimonio de fe, de confianza y de amor, con la total convicción y la decisión absoluta de obedecer a Dios antes que a los hombres y a su lógica, confiando en su poder, en su protección y en su amor.
Permanezcan unidos construyendo mis obras desde el Sagrado Corazón de Jesús, logrando grandes frutos con acciones pequeñas, con pequeños sacrificios, abrazando la cruz, orando, adorando, amando. Por sus frutos los reconocerán.
Hijos míos: ustedes son mi esperanza».
¡Muéstrate Madre, María!
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PARA EXAMINAR LA CONCIENCIA – ABRIR LOS OJOS DEL ALMA
«Mientras esté en el mundo, yo soy la luz del mundo» (Jn 9, 5).
Eso dijo Jesús, mientras estaba en el mundo, y luego subió al cielo. Y está sentado a la derecha de su Padre.
Pero tú, sacerdote, estás en el mundo.
Y Él te ha dicho, sacerdote, que tú eres la luz del mundo.
Y te envía con la alegría de servirlo, iluminando la obscuridad de los que viven perdidos en el mundo, para que con ellos construyas su Reino, que no es de este mundo.
Y te pide que guíes a los ciegos, y los conduzcas por el camino de la luz.
Pero, para poder guiar, primero tú, sacerdote, debes ver con claridad.
¡Qué vea, Señor, que vea!
Pídele con insistencia a tu Señor que ilumine tu camino, y que encienda con su luz tu corazón, para que seas como faro encendido que muestra el camino a los que navegan perdidos en la obscuridad de la noche.
Que brille la luz de Cristo en ti, sacerdote, para que vivas en la alegría de saber que no eres tú, sino que es Cristo quien vive en ti, y con esa seguridad y esa alegría, hagas sus obras a la luz del día, a través de tus manos y de tu cuerpo débil y frágil, para que en ti se manifiesten las obras de Dios.
Para que Cristo brille en ti, y lleves la luz de Cristo al mundo.
Para que ilumines los corazones, porque todo el que es iluminado por la luz se convierte en luz.
Para que abras tus ojos, sacerdote, y veas.
Escucha, sacerdote, el llamado de tu Señor, que está a la puerta, y ábrele, para que te des cuenta que cuando Cristo toca tu vida, ya no estás ciego, sino que ves, ya no estás sordo, sino que escuchas, ya no caminas en tinieblas, sino en la luz.
Alégrate, sacerdote, porque tú has abierto la puerta, y tu Señor ha entrado y se ha sentado en tu mesa, para cenar contigo y que tú cenes con Él.
Alégrate, sacerdote, porque el Señor te ha llenado de gracia, para que, por Él, con Él y en Él, alcances la bondad, la santidad y la verdad.
Alégrate, sacerdote, porque tu Señor no te ha llamado siervo, sino que te ha llamado amigo, porque todo lo que ha oído de su Padre te lo ha dicho, para que tú lo conozcas y alcances la sabiduría para hacer sus obras, y aún mayores, porque Él, que está sentado a la derecha de su Padre, está contigo todos los días de tu vida, para ayudarte.
Contempla, sacerdote, el misterio de la cruz de tu Señor, y alégrate, porque la cruz es un misterio de amor que se desborda en misericordia para llenar de Él tu corazón, para iluminarte, para darte vida, para divinizarte en Él, a través de la Eucaristía, que es el pan vivo bajado del cielo, que contiene en sí todo deleite.
¡Qué vea, Señor, que vea!
Pide eso, constantemente, sacerdote, para que la claridad de la luz de Cristo ilumine tu conciencia, y consiga para ti un verdadero arrepentimiento, para que confieses tus pecados, para que seas perdonado, y entonces se abran los ojos de tu alma, y verdaderamente veas, para que creas en tu Señor sacramentado, que es el cuerpo, la sangre, el alma y la divinidad del único Hijo de Dios, que ha sido enviado al mundo para que todo el que crea en Él no muera, sino que tenga vida eterna.
Y tú, sacerdote, ¿estás ciego?
¿Tienen tus ojos un velo, provocado por el pecado de tu incredulidad y tu indiferencia, de tu resignación y de tu tibieza, de tu desierto y de la obscuridad que hay en tu alma?
Acércate, sacerdote, a la fuente de luz, y déjate encender hasta que arda tu corazón con el fuego del amor de tu Señor, para que brilles y exultes de gozo, agradeciendo mientras dices: ¡veo, Señor, veo!, ¡ya no estoy ciego!
Dichosos los que creen sin haber visto.
¿Crees, sacerdote, y adoras a tu Señor, llevando la cruz de cada día con alegría?
Nunca te gloríes si no es en la cruz de tu Señor.
Y en esa alegría, entrégale tu voluntad, para que, por ti, contigo y en ti, Cristo permanezca en el mundo, iluminando con su luz, para que el mundo vea, y crea.
Tú estás en el mundo, sacerdote. Tú eres la luz del mundo.
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