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¿QUIÉN TE CREES QUE ERES? – DEJARSE AYUDAR (Mt 11, 28-30)

«Vengan a mí, todos los que están fatigados y agobiados por la carga».

Para la oración personal del sacerdote con base en el Evangelio del día.
Miércoles 7 de diciembre de 2022

ESPADA DE DOS FILOS I, n. 11
P. Gustavo Eugenio Elizondo Alanís

«Acude, sacerdote, al encuentro de tu Señor, en medio de tus trabajos y de tus fatigas, y entrégale tu corazón cansado, contrito y humillado, para que sea renovado en el amor, y configurado en la humildad y en la mansedumbre de su Corazón Sagrado, que ha sido ya tan lastimado por las cargas de tus errores y tus pecados».

«La palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que una espada de dos filos» (Heb 4, 12).

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EVANGELIO DEL MIÉRCOLES DE LA SEMANA II DE ADVIENTO
Vengan a mí todos los que están fatigados.
+ Del santo Evangelio según san Mateo: 11, 28-30
En aquel tiempo, Jesús dijo: “Vengan a mí, todos los que están fatigados y agobiados por la carga, y yo les daré alivio. Tomen mi yugo sobre ustedes y aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontrarán descanso, porque mi yugo es suave y mi carga, ligera”.
Palabra del Señor.

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“En la presencia de Dios, en una lectura reposada del texto, es bueno preguntar, por ejemplo: «Señor, ¿qué me dice a mí este texto? ¿Qué quieres cambiar de mi vida con este mensaje?»” (Francisco, Evangelii Gaudium, n.153).

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REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE
Señor Jesús: tengo que reconocer que esas palabras tuyas, cuando nos invitas a ir a ti cuando estamos fatigados y agobiados por la carga, me dan mucha paz.
El santo evangelio nos cuenta en diversas ocasiones que tuviste tú muchas fatigas y agobios, y supiste superarlos, abandonándote en los brazos del Padre. Por eso puedes pedirnos que aprendamos de ti.
Y dices que eres manso y humilde de corazón. Es decir, no te desesperabas, no perdías la paz, no reclamabas los malos tratos. Muchas veces tu respuesta fue tu silencio, y eso hablaba mucho. Aunque también tú, verdadero hombre, reaccionabas con energía para defender los derechos de Dios, como lo hiciste con los mercaderes del Templo.
Nos enseñas a ver todo con visión sobrenatural, y con mucha confianza en Dios. Si trabajamos para ti no nos faltará tu ayuda, y las cosas saldrán como Dios quiere que salgan.
Tu yugo es suave y tu carga ligera, porque me ayudas a llevarlos. Yo quiero descansar en tu corazón, y por eso te busco en mi oración, y te encuentro en el Sagrario.
Jesús, en ti confío. Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.

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«Sacerdote mío: descansa en mí como yo descanso en ti.
Descansa en mí, pero nunca te canses de mí.
Descansa en mí, pero sigue caminando y construyendo mis obras.
Y cuando te canses, descansa en mí.
¡Ánimo! Yo he vencido al mundo. Yo renovaré tus fuerzas. Confía en mí y abandónate en mis brazos, y permanece en mí como yo permanezco en ti. No puedes nada sin mí, pero conmigo conquistarás el mundo entero, correrás sin cansarte y caminarás sin fatigarte.
Pero no vengas solo, tráeme a mis otros amigos. Yo les daré alivio, les daré descanso, les daré protección, les daré auxilio, les daré la compañía de mi Madre, belleza concebida sin pecado, inmaculada, santa y pura, para que ella los enseñe a ser como yo, mansos y humildes de corazón, para que los lleve al abrazo misericordioso del Padre.
Eres mío, todo lo tuyo es mío, y todo lo mío es tuyo. Trae contigo a más de mis amigos, y yo les daré a mi Madre.
Yo te pregunto, amigo mío: ¿quién te crees que eres, para creer que sin mí todo lo puedes?
Yo soy el todopoderoso, tú eres un siervo de Dios. Somos uno. ¿Acaso se te olvida que yo existo?
¿Quién te crees que eres, para pensar que nada puedes?
Yo soy el todopoderoso, y tú eres a quien yo he llamado amigo. Somos uno. ¿Acaso no confías en mi poder?
¿Quién te crees que eres, para esconderme tus pecados?
Yo soy el todopoderoso. Somos uno. ¿Acaso crees que soy un tonto?
¿Quién te crees que eres, para dudar de mi Palabra?
Yo soy el todopoderoso. Somos uno. ¿Acaso no crees que yo vivo en ti?
¿Quién te crees que eres, para dudar de tu capacidad para cumplir con lo que yo te pido?
Yo soy el todopoderoso. Somos uno. ¿Acaso yo merezco que me humilles con tu soberbia?
¿Quién te crees que eres, para desconfiar de mí?
Yo soy el todopoderoso. Somos uno. ¿Acaso merezco tu desconfianza?
¿Quién te crees que eres, para pensar primero en ti?
Yo soy el todopoderoso. Somos uno. ¿Acaso es el discípulo más que el maestro?
¿Quién te crees que eres, para llevar tú solo una carga tan pesada?
Yo soy el todopoderoso. Somos uno. ¿Acaso no crees que yo puedo cargar mi cruz y la tuya?
Ven a mí cuando estés cansado. ¡Ven a mí!
Ven a mí cuando estés fatigado. ¡Ven a mí!
Ven a mí cuando tu carga sea mucha. ¡Ven a mí!
Yo te daré alivio, toma mi yugo sobre ti, y aprende de mí, que soy manso y humilde de corazón. Encontrarás descanso en mí, porque mi yugo es suave y mi carga ligera.
¡Ánimo! Yo soy el todopoderoso. Somos uno, y yo he vencido al mundo.
Pastores míos: yo soy Pastor y soy Cordero. Yo soy el Buen Pastor y cuido a mis ovejas.
Ustedes son las ovejas de mi rebaño, y son Pastores de mi pueblo. Las ovejas en los rebaños caminan, pastan, conviven y son guiados juntos. La oveja que se aleja o queda sola se pierde.
Guíen en la unidad, y ustedes, pastores, manténganse en unidad. Ayúdense, cuídense, protéjanse, unos a otros. Porque ustedes también son ovejas y yo soy quien los mantiene unidos en mi Corazón.
Reparen, adoren, oren, amen. Este es mi Corazón entregado a los hombres. Corazón divino en fragilidad humana.
Junten sus manos, y que toda rodilla se doble al pronunciar mi nombre. Oren al Padre y realicen actos de amor, para reparar el desamor que causa tantas heridas a mi Sagrado Corazón.
Sacerdotes míos: regresen aquí. Que mi Corazón sea su único refugio. Vengan a mí los que están cansados, que yo los aliviaré.
Es mi Corazón que se entrega en cada Eucaristía, en cada consagración, en cada sacrificio en el altar.
Es mi Corazón de carne, por el que corre sangre divina en mi cuerpo humano.
Es por este Corazón que he redimido a la humanidad, y mi Padre ha derramado su misericordia.
Es por este Corazón que yo me entrego por completo, por amor a los hombres.
Es por este Corazón que recibo desprecios y adoración, burlas y alabanzas, ultrajes y protección, golpes y caricias, desamor y amor.
Es por este Corazón que todo un Dios trino y todopoderoso se abaja para subir de nuevo llevando a la humanidad, renovada por el amor, a la vida eterna.
Es el Sagrario el corazón de todo templo. Es ahí donde está mi Corazón vivo, esperando ser amado y adorado, entregado y recibido, para alimentar, para nutrir, para dar vida.
Es el corazón de cada uno de ustedes en donde habito yo.
Reciban el amor que yo les doy y ámenme con mi amor, para que sea yo mismo quien repare mi lastimado y doloroso Corazón.
Busquen primero el Reino de Dios y su justicia. Y sean justos como mi Padre del cielo es justo. Ámense los unos a los otros como yo los he amado, con mi amor.
Busquen la felicidad en el hermano. La Felicidad soy yo.
Busquen al que ha quedado solo, fuera del rebaño. El Camino soy yo.
Busquen conducir a sus ovejas en la luz. La Luz soy yo.
Busquen enseñar con mi Palabra. La Palabra soy yo.
Busquen llevar a mi pueblo a la verdad. La Verdad soy yo.
Encuentren el amor en los corazones de los hombres. Ahí estoy yo. El Amor soy yo.
Manténganse en unidad en un solo cuerpo, en un mismo espíritu, en mi Corazón, que nadie va al Padre si no es por el Hijo».

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Madre mía: yo encuentro también descanso en tu corazón, y por eso te busco en momentos de dificultad. Me dan mucha paz las palabras que dirigiste a san Juan Diego: «Hijo mío el más pequeño: nada te asuste, nada te aflija, no se altere tu corazón… ¿No estoy aquí yo, que soy tu Madre? ¿No estás bajo mi sombra y resguardo?»
Me voy ahora con la imaginación a tu casita en el Tepeyac, contemplo tu imagen bendita y alabo tu belleza. Es tu rostro el que me da paz, y dejo en tus manos mis preocupaciones.
Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.

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«Hijo mío, sacerdote: contempla la belleza de mi rostro, y contemplarás la fe.
Contempla la belleza de mis ojos, y contemplarás la esperanza.
Contempla la belleza de mi vientre, y contemplarás al Hijo de Dios hecho hombre.
Contempla la belleza de mis pies, y contemplarás la fortaleza del Espíritu, en una mujer a la que Dios le ha dado el poder de vencer.
Contempla la belleza de mis manos, y contemplarás la ternura de una Madre.
Contempla el brillo de mis estrellas, y contemplarás la luz de la santidad.
Contempla mi corazón, y contemplarás la pureza inmaculada de mi concepción, y entenderás la belleza de mi alma.
Desde esa pureza vive tú, hijo mío, en la fe, en la esperanza y en el amor. En estas tres virtudes está la belleza del alma, porque de estas crecen las demás virtudes, y es en la fe, en la esperanza y en la caridad, en las que se transforma el alma y adquiere la belleza de un alma inmaculada y pura.
Hijos míos: yo les doy este tesoro de mi corazón: mi Ciencia.
Ciencia para que construyan, encontrando la belleza de Dios en cada uno ustedes.
Ciencia para que cada uno de ustedes encuentre la belleza de la creación de Dios, y el valor de cada criatura en relación a su Creador.
Ciencia para que encuentren lo invisible y divino en lo visible y terreno, y que pongan su corazón en la verdad de Dios, y no en la mentira del mundo.
Que sean humildes, para reconocerse pecadores y necesitados de la misericordia y del perdón de Dios, y acepten la ayuda que yo les doy a través del prójimo.
Que se reconozcan a ustedes mismos como los que pasan por el camino sin detenerse ante el necesitado, porque viendo no ven, y oyendo no oyen.
Que reconozcan que el necesitado está entre ustedes; que vean al hermano necesitado y se detengan, y lo ayuden, y lo atiendan.
Que todo lo que quieran que los demás hagan con ustedes, háganlo también ustedes con los demás, porque esta es la Ley y los Profetas; y que se den cuenta que es el mismo Cristo el que da y el que recibe.
Que vean al necesitado en ustedes mismos, y se dejen acoger: para que reciban la misericordia de Dios; para que abran su corazón a la gracia; para que abran sus ojos y encuentren a Cristo; para que se detengan en el camino y pongan en Dios, y no en el mundo, el fin de su propia existencia, encontrando el amor infinito de Dios en la creación, en medio del mundo, descubriendo la verdad desde su pequeñez y su miseria, sabiéndose frágiles y necesitados, y así pongan toda su confianza en aquel que era, que es y que ha de venir.
Que reciban mi auxilio tomándose de mi mano, reconociéndome Madre y reconociéndose entre ustedes como hermanos, y se dispongan a recibir y a dar misericordia, para encontrar en la fe, la verdadera alegría de servir a Cristo».

¡Muéstrate Madre, María!

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PARA EXAMINAR LA CONCIENCIA – DEJARSE AYUDAR
«Aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontrarán descanso».
Eso dice Jesús.
Él es tu Maestro, sacerdote, y quiere enseñarte a aligerar tu carga, porque te comprende.
Tu Señor te ha enviado no a llevar tu carga, sino tu cruz, y que camines no atado a las cadenas del mundo, sino bajo la suavidad de su yugo; no bajo la opresión de los hombres, sino en la libertad de tu voluntad, unida a la voluntad del Padre, para que lo sigas, para que lo alcances, y te haga descansar de tus fatigas, porque su yugo es suave y su carga ligera.
Por tanto, sacerdote, necesitas humildad, para dejarte guiar, para dejarte ayudar. Y la mansedumbre del cordero, que se deja conducir con docilidad por su Pastor hacia fuentes tranquilas, para reparar sus fuerzas.
Tu Señor es tu Pastor, sacerdote. Confía en Él, porque Él da la vida por sus ovejas. Aprende de Él, porque Él conoce a sus ovejas y sus ovejas lo conocen a Él. Él las llama por su nombre y ellas lo siguen. Él les da la vida eterna, y no perecerán jamás. Nadie las arrebatará de su mano.
Escúchalo y síguelo, sacerdote: tú eres parte de su rebaño.
Tu Señor te ha enviado como cordero en medio de lobos, para que seas pastor. Aprende de tu Maestro, y libra a tu rebaño de la opresión. Invita a tus ovejas a tomar el yugo de tu Señor, y no les des cargas pesadas, sino ligeras. Sé compasivo y misericordioso, y enséñalas a seguirte, para que aprendan de ti, y se dejen conducir por su propia voluntad a la verdadera libertad, que es el conocimiento de la verdad, que las libera de las cadenas del mundo y les concede la paz.
Y tú, sacerdote, ¿estás cansado?
¿Tu carga es pesada?
¿Estás atado al mundo por las cadenas del orgullo que te frustran y te debilitan?
¿Pretendes seguir caminando con tus propias fuerzas?
¿Asumes la responsabilidad de tu rebaño, y cargas sobre tus espaldas todos sus problemas?
¿Pretendes ganar el mundo tú solo, y no te das cuenta de que puedes perderte a ti mismo?
¿Estás cansado de tu trabajo, porque estás envuelto en el vicio del activismo?
¿Cierras tus ojos para no ver, y tus oídos para no escuchar, creyendo que lo sabes todo, que no necesitas nada, y no te dejas ayudar, pero en realidad no crees en tu poder, porque ni un demonio puedes expulsar?
¿Hasta cuándo te va a soportar tu Señor? ¿Hasta cuándo?
De ti, sacerdote, se requiere humildad, porque el que no reconoce que está cansado, ¿cómo podrá descansar?
El que no quiere ver que su carga es pesada, ¿cómo podrá aligerarla?
El que cierra los ojos a lo invisible, y pretende que lo visible sea su única realidad, ¿cómo podrá alcanzar la libertad?
Y el que se resiste a ser conducido por el camino de la verdad, ¿a dónde va?, ¿a dónde quiere llegar? ¿Conoce la meta?, ¿la podrá alcanzar?
Acude, sacerdote a la oración y al encuentro de tu Señor en medio de tus trabajos y de las fatigas de todos los días, y entrégale tu corazón cansado, contrito y humillado, para que sea renovado en el amor, y configurado en la humildad y en la mansedumbre de su Corazón Sagrado, que ha sido ya tan lastimado por las cargas de tus errores y tus pecados, y que merece de ti ser amado para ser reparado por el amor del amigo que nunca lo abandona, su más pequeño, su más amado.
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