«La sabiduría de Dios se justifica a sí misma por sus obras»
LA PREDICACIÓN DE LA PALABRA – EL PODER DE LA PALABRA
Para la oración personal del sacerdote con base en el Evangelio del día.
Viernes 9 de diciembre de 2022
ESPADA DE DOS FILOS I, n. 13
P. Gustavo Eugenio Elizondo Alanís
«Tú tienes, sacerdote, el poder de Dios a través de la Palabra, para clamar en el desierto con voz fuerte: ¡Arrepiéntanse y crean en el Evangelio! ¡El tiempo está cerca! Pero el que dice esas palabras debe escucharlas primero»
«La palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que una espada de dos filos» (Heb 4, 12).

EVANGELIO DEL VIERNES DE LA SEMANA II DE ADVIENTO
No escuchan ni a Juan ni al hijo del hombre.
+ Del santo Evangelio según san Mateo: 11, 16-19
En aquel tiempo, Jesús dijo: “¿Con qué podré comparar a esta gente? Es semejante a los niños que se sientan en las plazas y se vuelven a sus compañeros para gritarles: “Tocamos la flauta y no han bailado; cantamos canciones tristes y no han llorado’.
Porque vino Juan, que ni comía ni bebía, y dijeron: ‘Tiene un demonio’. Viene el Hijo del hombre, y dicen: ‘Ése es un glotón y un borracho, amigo de publicanos y gente de mal vivir’. Pero la sabiduría de Dios se justifica a sí misma por sus obras”.
Palabra del Señor.
“En la presencia de Dios, en una lectura reposada del texto, es bueno preguntar, por ejemplo: «Señor, ¿qué me dice a mí este texto? ¿Qué quieres cambiar de mi vida con este mensaje? … (Francisco, Evangelii Gaudium, n.153).
REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE
Señor Jesús: es verdad que era muchísima la gente que acudía a escuchar tu predicación, como lo cuentan los Evangelios, pero no todos te “escuchaban”. No faltaba en esa muchedumbre gente que sólo acudía por curiosidad, pero sin un verdadero interés por convertirse. Lo mismo que sucedería con los que se acercaban a Juan.
Yo me doy cuenta de que buena parte de mi ministerio sacerdotal tiene que ver con la predicación de tu Palabra. No solamente porque debo exponer el Evangelio en las homilías, sino porque debo predicar también con el ejemplo.
Pero a veces me desanimo cuando no veo que haya impactado mi predicación. ¿Será que me estoy predicando a mí mismo y no tu verdad?
Señor, ¿qué debo tener en cuenta para que la predicación de tu Palabra sea eficaz y dé el fruto que tú esperas?
Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.
«Sacerdote mío: no escuches palabrerías, no te distraigas escuchando a los hombres, sólo hay una verdad, sólo hay una Palabra, la Palabra de Dios.
Yo soy la Palabra de Dios, el Verbo que se hizo carne para dar testimonio de la verdad, para ser Camino, para dar Vida.
Yo soy la Palabra que anunciaron los Profetas, contenida en el Evangelio, escrita por la mano de Dios, encarnada en vientre puro de mujer virgen, entregada al mundo para que los que tengan ojos vean y los que tengan oídos escuchen.
Yo soy Palabra viva y eficaz, Pan de Vida, y el que venga a mí no tendrá hambre ni tendrá sed.
Yo soy la Luz, la Palabra que ilumina, la fuente de la vida, que, como espada de doble filo, hiere corazones y abre gargantas, para que todo el que la escuche crea en mí, porque todo el que crea en mí vivirá para siempre.
Yo soy alimento de vida, entregado en el altar como ofrenda.
Palabra que es Eucaristía, pan vivo bajado del cielo.
Palabra que existía en el principio junto a Dios y era Dios.
Palabra por la que todo fue hecho luz y vida para los hombres.
Palabra encarnada y viva para habitar entre los hombres, para ser cumplida hasta la última letra.
Cree en el Evangelio, porque es la Palabra de Dios. Que nadie agregue ni quite una sola palabra, porque ya está advertido por el que da testimonio de la verdad y que está pronto a venir.
Cree en el Evangelio, porque el que cree en estas palabras y las pone por obra cumple los mandamientos de la ley y hace la voluntad de Dios, y el que cumple la voluntad de Dios permanece para siempre.
Sacerdotes de mi pueblo: honren mi nombre y proclamen el Evangelio, porque la boca habla de lo que abunda en el corazón.
Que sea la Palabra de Dios en su boca, que es efusión del Espíritu Santo, pero sepan que al que hable una palabra en contra del Hijo del hombre se le perdonará, pero al que blasfeme contra el Espíritu Santo no se le perdonará.
No contaminen a los hombres con doctrinas extrañas ni falsa predicación, porque de toda palabra darán cuenta en el juicio para ser declarados justos o condenados.
Yo soy la Palabra y el Verbo hecho carne, por quien todo fue hecho, la luz que ilumina al mundo, y que habitó en el mundo, para permanecer y llegar a todos los rincones de la tierra, que fue enviado para dar testimonio de Dios verdadero, de Dios vivo, todopoderoso y eterno.
Ustedes son la sal de la tierra y la luz del mundo.
Yo los he enviado para ser testimonio de la Palabra, para ser testigos de la verdad, para ser guías en el camino, para dar vida.
Yo soy la Palabra encarnada y crucificada, por la que se derrama el agua de la vida, que da vida, y la sangre viva del Cordero, que lava los pecados del mundo.
Palabra que alimenta y se derrama en misericordia, que es sabiduría, entendimiento, ciencia, que da consejo, que da fortaleza, que es piadosa, que mantiene en el temor de Dios, y que al proclamarla se traduce en obras de misericordia, que alimenta al hambriento, sacia al sediento, viste al desnudo, libera al oprimido, sana al enfermo, acoge al peregrino, bendice y da esperanza a los muertos, enseña al que no sabe, da consejo al que necesita, corrige al que se equivoca, perdona al pecador, consuela al triste, sufre con paciencia, transforma toda obra en oración de alabanza y en suplica para los vivos y para los muertos.
Toda Palabra que se proclama y se predica es para la gloria de Dios.
Yo los envío a ustedes como a aquel que envié a dar testimonio bautizando con el agua de la vida, agua viva de mi manantial. Y el que bautiza en mi nombre, bautiza con la fuente de la vida, que es el Espíritu Santo».
Virgen de Guadalupe: en tu vientre el Verbo se hizo carne, y quisiste dejar plasmada en tu imagen bendita señales claras de la presencia viva de tu Hijo, el Sol de justicia. Él es la Palabra, y tú quisiste que los naturales de estas tierras de América también la escucharan, primero con el lenguaje escrito que ellos entendían, y luego con la predicación de tus sacerdotes.
Madre nuestra: tú escuchaste también las palabras de tu Hijo, y las pusiste por obra. Ayúdanos, a tus hijos sacerdotes, a saber irradiar la luz de la sabiduría encarnada a todos los hombres.
Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.
«Hijo mío, sacerdote: contempla conmigo la luz engendrada en mi vientre, que es el Verbo encarnado en mí, para nacer al mundo, para iluminar al mundo entero.
Palabra que ha sido plasmada en el papiro, por el dedo de Dios, como mi imagen ha sido plasmada en la tilma, para dar testimonio de la verdad, y que los que tengan ojos vean, para que se predique la verdad, y los que tengan oídos, oigan.
Palabra que ha sido plasmada en tu corazón por el amor de Dios, para ser escrita y entregada para iluminar los corazones de ustedes, mis hijos más amados, mis más pequeños, mis sacerdotes.
Palabras para encender sus corazones en el fuego vivo del amor, para llevarles auxilio a los que claman, como lluvia en su desierto, para llevar a los corazones más pobres los tesoros de la misericordia de Dios, alimento de vida, bebida de salvación, vestido de pureza, salud del alma, libertad a los cautivos del pecado, acogida a los que están lejos, vida a los que mueren al mundo, guía en el camino, consejo al turbado, perdón al arrepentido, corrección al que se equivoca, consuelo al triste, paciencia en los defectos, unión en oración para recibir los dones y gracias que los mantengan en la virtud para alcanzar la santidad y dar testimonio de vida para la construcción del Reino de los Cielos.
Que mi imagen plasmada en la tilma sea testimonio del amor a mis hijos, a los más pequeños, como el pueblo que yo he escogido para quedarme y recordarles mi presencia en el mundo, trayendo al mundo la luz, que es la Palabra encarnada que proclama la misericordia de Dios, en cada templo, en cada parroquia, en cada capilla, Palabra de vida que es infinita y eterna.
Que sean las rosas testigos de mi amor, plasmando la misericordia de mi Hijo en cada corazón, para que la luz llegue a todos los rincones de la tierra».
¡Muéstrate Madre, María!
PARA EXAMINAR LA CONCIENCIA – EL PODER DE LA PALABRA
«Hágase» (Gen 1, 3).
Eso dijo Dios, y todo fue creado.
Ese es el poder de la Palabra de Dios, la Palabra que crea desde la nada la vida para hacerla al Ser, que es Dios mismo.
El poder de la Palabra es el amor mismo, expresado de manera que llegue al oído de los que escuchan, de manera que salga de la boca de los que hablan, de manera que abra los corazones de los que sienten, de los que aman, de los que se han olvidado de amar, y de los que se han olvidado de sentir, de los que han descuidado su corazón, y se ha vuelto de piedra.
La Palabra tiene el poder de convertir los corazones de piedra en corazones de carne, de herir y de llegar hasta las profundidades del alma, para descubrir las intenciones de los corazones.
La Palabra tiene el poder de discernir las conciencias, de convencer y de rectificar los caminos de los que se equivocan.
La Palabra tiene el poder de guiar, de transformar y de renovar las almas.
La Palabra tiene el poder de ser hablada y de ser escuchada, de ser aceptada y de ser rechazada, de ser expuesta y de ser guardada. Pero la Palabra tiene el poder de la eternidad, de conservar a un alma en el camino para dirigirla a la verdad.
La Palabra es la verdad. “Hágase”, y la luz se hizo.
La Palabra ilumina en medio de la oscuridad y disipa las tinieblas.
La Palabra da claridad.
La Palabra enseña, es maestra.
La Palabra consuela, es misericordiosa, perdona.
Es por la Palabra que Dios llega a lo más íntimo del corazón de los hombres, por esa Palabra que Él mismo engendra en el vientre de la pureza inmaculada de la Mujer perfecta, que con una Palabra Él creó para Él mismo, para ser su morada, y la llamó Madre.
El poder de la Palabra es la humildad del mismo Dios que se abaja para humillarse, porque, siendo Dios, se despoja de sí mismo y se hace hombre, para ser igual en todo como los hombres, excepto en el pecado, porque la Palabra de Dios no acepta el pecado, es incompatible, lo rechaza, lo desprecia y por tanto lo destruye, lo perdona, lo absuelve y lo transforma en misericordia.
Y tú, sacerdote, ¿escuchas la Palabra de tu Señor?
¿La meditas en tu corazón? ¿La vives? ¿La predicas?
¿Eres dócil al Espíritu Santo?, ¿o sólo dices palabrerías?
¿Eres consciente del poder que Él ha puesto en tu boca?
La Palabra tiene el poder de construir o de destruir, de dar vida o de matar, de exaltar o de tirar, de unir o de desatar, de perdonar o de juzgar y condenar.
La Palabra tiene el poder divino cuando sale de la boca de quien Dios mismo ha escogido para dirigirla a las conciencias, a los corazones, a los hombres. Y ese es el sacerdote. Por tanto, tú tienes, sacerdote, el poder de Dios a través de la Palabra, para clamar en el desierto con voz fuerte: ¡Arrepiéntanse y crean en el Evangelio! ¡El tiempo está cerca!
Pero el que dice esas palabras debe escucharlas primero.
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COLECCIÓN PASTORES

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