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GRANDEZA EN LA PEQUEÑEZ – LA COMPAÑÍA DE LA MADRE (Lc 1, 46-56)

«Mi alma glorifica al Señor y mi espíritu se llena de júbilo en Dios, mi salvador»

Para la oración personal del sacerdote con base en el Evangelio del día.
Jueves 22 de diciembre de 2022

ESPADA DE DOS FILOS I, n. 27
P. Gustavo Eugenio Elizondo Alanís

«Recibe el favor de tu Señor y acepta la compañía de su Madre, que es Madre de la Iglesia para que cada hombre la haga suya y encuentre el camino seguro, porque ella siempre los lleva a Jesús. Y glorifica a tu Señor, sacerdote, recibiendo la compañía de la Madre, que nunca abandona»

«La palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que una espada de dos filos» (Heb 4, 12).

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EVANGELIO DEL 22 DE DICIEMBRE, FERIA MAYOR DE ADVIENTO
Ha hecho en mí grandes cosas el que todo lo puede.
+ Del santo Evangelio según san Lucas: 1, 46-56
En aquel tiempo, dijo María: “Mi alma glorifica al Señor y mi espíritu se llena de júbilo en Dios, mi salvador, porque puso sus ojos en la humildad de su esclava.
Desde ahora me llamaran dichosa todas las generaciones, porque ha hecho en mí grandes cosas el que todo lo puede. Santo es su nombre, y su misericordia llega de generación en generación a los que le temen.
Él hace sentir el poder de su brazo: disperso a los de corazón altanero, destrono a los potentados y exalto a los humildes. A los hambrientos los colmó de bienes y a los ricos los despidió sin nada.
Acordándose de su misericordia, vino en ayuda de Israel, su siervo, como lo había prometido a nuestros padres, a Abraham y a su descendencia, para siempre”.
María permaneció con Isabel unos tres meses y luego regreso a su casa.
Palabra del Señor.

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“En la presencia de Dios, en una lectura reposada del texto, es bueno preguntar, por ejemplo: «Señor, ¿qué me dice a mí este texto? ¿Qué quieres cambiar de mi vida con este mensaje? … (Francisco, Evangelii Gaudium, n.153).

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REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE
Señor Jesús: Dios puso sus ojos en la humildad de su esclava. Es un cántico el de nuestra Madre, alabando la grandeza de su pequeñez. Por eso la llamamos bienaventurada todas las generaciones.
¡Cómo cuesta vivir la humildad! El pecado de origen fue de soberbia, no podía ser de otra cosa. Y venimos arrastrando todos los hombres esa herida, con la única excepción de la Virgen Inmaculada.
Quiero aprender de ti, Señor, en esta Navidad, y también de mi Madre, para no dejarme llevar por mis intereses y caprichos personales, sino sólo pensar en darte gloria y servir a las almas con mi ministerio, que me hace Cristo, y no sólo en la cruz, sino también en el pesebre: ¡enséñame!
Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.

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«Sacerdote mío: contempla el poder de Dios que hace obras grandes por una mujer sencilla, de corazón humilde y puro, que creyó y por su fe dijo sí, aceptando que se hiciera en ella la Palabra de Dios. Yo soy la Palabra.
Contempla la obra redentora de su amor, la obra en la que expresa su grandeza derramando al mundo su misericordia de generación en generación, desde ese vientre de mujer virgen, en el que fue engendrado el amor.
Contempla la lógica de Dios, que rebasa el entendimiento de los hombres y su razonamiento, que hace parecer irracional, ilógico, incomprensible esa voluntad que sobrepasa los límites de la inteligencia y raciocinio de los hombres, locura divina, que no queda más que aceptar, sin entender, sin preguntar.
Voluntad en la que dispersa a los soberbios de corazón, derribando del trono a los poderosos para enaltecer a los débiles y humildes, confundiendo a los sabios y a los fuertes, a fin de que el que se gloríe, se gloríe en el Señor.
A los hambrientos los colma de bienes, y a los ricos los despide vacíos. Los hambrientos son los corazones contritos y humillados, vacíos del mundo para ser llenados por las riquezas de Dios. Los ricos son los corazones llenos de las riquezas del mundo, en donde no hay cabida para la grandeza de Dios.
Este es el auxilio que da a su pueblo, esta es su misericordia.
Contempla a María, instrumento fiel y puro que contiene la gracia y la misericordia de Dios en su vientre, para entregar al mundo su amor conducido por la luz.
Contempla a José, instrumento fiel y virtuoso que protege y fortalece en la fe, en la confianza y en la esperanza, al instrumento portador de la luz para el mundo, en la que es realizada la obra de sabiduría y de justicia salvífica y redentora de Dios, de una sola vez y para siempre.
Pastores de mi pueblo: a ustedes les es mostrada la grandeza del Señor, en la pequeñez y en la humildad de su esclava.
A ustedes se les ha llamado a la pobreza y humildad, para que vean grandes cosas, para que acepten la voluntad de Dios y su sabiduría en medio de su ignorancia.
A ustedes se les ha invitado a adorar al Niño, recibiéndolo en el pesebre de sus corazones.
A ustedes se les ha confiado la verdad, para que sean la luz para el mundo.
A ustedes se les ha pedido preparar el camino, y se les ha dado la piedra angular, para que construyan mi Reino en la tierra, para que, cuando yo vuelva, mi techo no sea piedra, sino el cielo, mi altar no sea pesebre, sino trono, y mi hogar no sea una gruta, sino los corazones contritos y humillados de los hombres, alimentados con mi presencia eucarística y enriquecidos con los tesoros del cielo.
Son ustedes, mis Pastores, llamados a ser los primeros adoradores de mi Cuerpo y de mi Sangre, de la fracción de pan, que ustedes convierten, con mi poder, para que el Verbo se haga carne y habite entre los hombres.
Ustedes están llamados para ser colmados en la fe, en la esperanza y en la caridad de Cristo, para conducir la fe en obras de misericordia para que otros crean, la esperanza en confianza, para que otros obedezcan a mi voluntad, y la caridad en muestras de amor a Dios por sobre todas las cosas, y al prójimo como yo los he amado, hasta dar la vida para salvarlos.
Ustedes están llamados a permanecer en oración, para que, cuando yo vuelva, encuentre las lámparas encendidas y los corazones dispuestos.
Permanezcan Pastores míos adorando en Belén, siendo ejemplo para el mundo, aceptando sin entender, obedeciendo sin raciocinio, abandonándose sin límite, procurando la virtud, limpiando la casa, preservando la pureza, proclamando la grandeza del Señor, construyendo el Reino de Dios en el mundo, y un trono digno dentro de sus corazones, abriendo sus ojos y sus oídos a las señales, entregados con fervor a sus ministerios, amando como yo, hasta el extremo, conduciendo a mi pueblo hacia la luz, reunidos en torno a mi Madre, esperando mi venida, agradeciendo, alabando y glorificando a Dios, que con su poder y en su grandeza se ha hecho al hombre y a su pequeñez, para engrandecerlos a todos».

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Madre nuestra: te salió del alma ese cántico de acción de gracias, exultando después del saludo de Isabel, quien alabó tu maternidad divina.
Tiene tanta riqueza el Magnificat que quisiera que tú misma me lo expliques, y también que me ayudes a prepararme muy bien a la ya muy próxima Navidad. Que mi alma tenga también tus sentimientos de alegría y agradecimiento a Dios.
Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.

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«Hijos míos, sacerdotes: proclama mi alma la grandeza del Señor, porque soy testigo de su misericordia, que es más grande que su justicia, que es infinita y llega a todos los rincones de la tierra.
Se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador, porque ha mirado la humillación de su esclava. Porque se ha dignado mirar mi humildad, penetrando su Palabra hasta la profundidad de mis entrañas.
Por eso desde ahora me felicitarán todas las generaciones, porque el que es Todopoderoso ha hecho grandes obras por mí. Su nombre es Santo y su misericordia llega a todos los que lo siguen, de generación en generación.
Él envía a su único Hijo al mundo para redimir a los hombres de todas las generaciones, desde un principio y hasta el fin del mundo, porque su sacrificio es uno, es único y es eterno.
Porque si por un hombre vino la muerte al mundo, también por un hombre viene la resurrección de los muertos, y del mismo modo que por Adán murieron todos, así también todos revivirán en Cristo.
Él hace proezas con su brazo: dispersa a los soberbios de corazón, derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes, a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos.
Yo doy gracias y alabo a mi Señor porque él oculta estas cosas a los sabios y poderosos y las revela a los pequeños y sencillos. Nadie conoce quién es el Hijo sino el Padre, y quién es el Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar.
Auxilia a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia, como lo había prometido a nuestros padres, en favor de Abrahán y su descendencia por siempre.
Yo soy Madre de misericordia, y auxilio de los cristianos.
Hijos míos: no son sus obras ni su fe, no son ustedes, no son sus méritos ni sus palabras, son los designios de Dios, que, porque así lo ha querido, se ha dignado mirar su humillación y su pequeñez, y ha elegido sus corazones para entregar sus tesoros.
Acepten la voluntad de Dios, y en esa voluntad acompáñenme, ¡y vamos a Belén! Contemplen conmigo el misterio del Hijo de Dios, el Verbo engendrado por obra del Espíritu Santo, la Palabra encarnada que va a nacer, para dar testimonio de la verdad, porque Él es la Verdad, para mostrar el camino al cielo, porque Él es el camino, para darle vida al mundo, porque Él es la Vida, y es por Él que se hacen nuevas todas las cosas.
Yo les pido que me acompañen, como lo hace José, para que custodien los tesoros de Dios, para que los administren bien y los compartan con sabiduría, para que enriquezcan los corazones de todos mis hijos, para que den testimonio de la verdad, para que sean camino y sean guía, para que lleven al mundo la vida que mi Hijo, a través de su nacimiento, pasión, muerte y resurrección ha confiado en sus manos, para que el mundo crea que Dios lo ha enviado, y no perezcan, sino que tengan vida eterna.
Yo les pido que me acompañen, porque en este mundo todos están muy ocupados en las cosas del César y nadie se ocupa en las cosas de Dios. Yo llevo la luz en mi vientre y la he traído en medio de la gente, pero nadie se da cuenta.
La Palabra es la luz verdadera que ilumina a todo hombre, viniendo a este mundo. En el mundo está, el mundo fue hecho por ella, que vino al mundo, pero en el mundo hay mucho ruido y mucha indiferencia.
Vino a los suyos, pero los suyos no la recibieron. Los suyos están acomodados en los palacios de la tibieza y la resignación, alimentándose de soberbia y de pecado. Entonces Dios, que busca ser aceptado, ser amado, ser recibido, se manifiesta en la pobreza y en la humillación.
Hijos míos: esta es la esperanza del pueblo de Dios: un niño envuelto en pañales, recostado en un pesebre, bajo el techo de una gruta, protegido por la pureza y la virtud de un hombre y una mujer que creyeron y confiaron, y aceptaron la voluntad de Dios, obedeciendo su Palabra para que obrara grandes cosas, para exponer la luz salvadora al mundo en manos de los hombres impíos y duros de corazón, para ser inmolado como sacrificio santo en una cruz y recostado en un sepulcro, para resucitar venciendo a la muerte, dando vida al mundo.
Ese es el Niño que llevo en mi vientre inmaculado, fruto bendito que traerá el auxilio por la misericordia de Dios a todos los hombres del mundo, para llevar a los hombres a Dios.
Ustedes que custodian la verdad, sean portadores de luz en esa verdad, sean portadores de alimento en esa Palabra, sean portadores de vida en los Sacramentos, para que sean parte de la obra redentora de Dios, de su sacrificio salvífico, y de la grandeza de su gloria.
Permanezcan conmigo en oración continua, esperando la llegada del Único Hijo de Dios, que por una mujer vino al mundo para hacerse hombre entre los hombres, haciéndola bendita entre todas las mujeres, haciéndola Madre para reunirlos a todos a la espera del fruto bendito de su vientre.
Permanezcan unidos y perseveren en la santidad, poniendo su fe en obras, para que, ustedes, que son los elegidos, los pobres, los humildes, reciban y custodien al único que es tres veces Santo.
Yo soy María, la esclava del Señor, la Madre de Dios y Madre de todos los hombres, la que es llena del Espíritu Santo, la que reúne a los hijos en el auxilio de Dios, para recordarle su misericordia, para preparar el trono del Señor, para cuando Él vuelva».

¡Muéstrate Madre, María!
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PARA EXAMINAR LA CONCIENCIALA COMPAÑÍA DE LA MADRE
«Mi alma glorifica al Señor, y mi espíritu se llena de júbilo en Dios, mi salvador, porque puso sus ojos en la humildad de su esclava».
Eso dijo la Madre de Jesús.
Se lo dijo a la madre del precursor del Hijo de Dios, que llevaba en su vientre, y te lo dice a ti, sacerdote, para que tú también saltes de gozo, porque tú también has sido elegido para anunciar la buena nueva a todas las naciones.
Ella viene a tu encuentro, sacerdote, ¿y quién eres tú para que la Madre de tu Señor venga a verte?
Recíbela, sacerdote, para que glorifiques con ella a tu Señor, para que aprendas de ella a ser un humilde esclavo, un servidor, en el que Dios se ha dignado poner sus ojos para hacerte en todo igual que Él, tanto, que te ha hecho hijo de su Padre, y te ha dado a su Madre, te ha hecho hermano, y te ha llamado amigo.
Recibe, sacerdote, el tesoro más grande de Dios, y llévala contigo a vivir a tu casa, porque ese fue el último deseo en vida de tu amigo, de tu Maestro, de tu Pastor, de tu Amo, de tu hermano, de tu Señor, que ha muerto por ti, y ha resucitado para darte vida, y que vivas eternamente a su lado.
Tu Señor te ha elegido a ti, sacerdote, porque ha visto en ti un hombre sencillo, que desde antes de nacer fue predestinado para servirlo. Acepta, sacerdote, con agradecimiento esa predilección, y cumple los deseos de tu Señor, porque Él vive en ti, y exige su derecho de hijo, de tener a su Madre junto a Él, mientras camina en medio del mundo haciendo sus obras contigo.
Tu Señor te ama tanto, sacerdote, que te ha dado la compañía de su Madre, y te ha dado su verdadera presencia en Cuerpo y en Sangre, en Alma y en Divinidad, en Eucaristía, porque tú has dicho sí, el sí de María, por el que la sombra de Dios te ha llenado con el Espíritu Santo, para que saltes de gozo junto a la Madre, lleno de alegría, cuando haces bajar el pan vivo del cielo.
Tu Señor no se equivoca, sacerdote. Él ha elegido bien. Te ha elegido a ti, para que seas como Él, y lo representes en medio de su pueblo, y los alimentes, y los fortalezcas para que lleguen al reino celestial, porque Él los ha venido a buscar y ha pagado por ti y por ellos, con su sangre, y con su muerte y su resurrección, los ha ganado para la gloria de su Padre.
Tu Señor la ha elegido a ella desde antes de nacer, y la ha creado inmaculada y pura, sin macha ni pecado, y ha sido llena del Espíritu Santo, para permanecer en el amor y en la virtud, aún en medio del sufrimiento y del dolor, y la hizo mujer perfecta, para permanecer virgen, intacta, inmaculada desde su concepción y hasta su muerte, incorruptible también después de la muerte, para ser venerada como bendita entre todas las mujeres, y ser exaltada como la siempre perfecta Virgen Santa María, al ser elevada al cielo en cuerpo y alma, para ser coronada de gloria y llenar el cielo de alegría.
Recibe el favor de tu Señor, sacerdote, y acepta la compañía de su Madre, que es Madre de Dios y Madre tuya, Madre de la Iglesia, para que cada hombre la haga suya y encuentre el camino seguro, porque ella siempre los lleva a Jesús.
Glorifica a tu Señor, sacerdote, recibiendo la compañía de la Madre que nunca abandona. Déjate embelesar por su belleza, y recibe su auxilio, su protección, su misericordia y su amor, y déjate abrazar como un niño, para ser elevado con ella a los altares en su bendita Asunción, para que tu Señor te mire y te conceda, como a ella, un cuerpo glorioso en el día final de la resurrección.

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