FIESTA DE SAN ESTEBAN, PROTOMÁRTIR
Para la oración personal del sacerdote con base en el Evangelio del día.
Lunes 26 de diciembre de 2022
ESPADA DE DOS FILOS I, n. 32
P. Gustavo Eugenio Elizondo Alanís
«Persevera, sacerdote, en la entrega y en la fidelidad al amor, y a los compromisos que aceptaste cuando dijiste sí, cuando te entregaste en plena libertad, por tu propia voluntad y en perfecta conciencia. Reconócete débil ante Cristo, y pídele su fortaleza. Entonces Él, que te ama, te dará su perseverancia».
«La palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que una espada de dos filos» (Heb 4, 12).
EVANGELIO DE LA FIESTA DE SAN ESTEBAN, PROTOMÁRTIR
No serán ustedes los que hablarán, sino el Espíritu de su Padre.
+ Del santo Evangelio según san Mateo: 10, 17-22
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus apóstoles: “Cuídense de la gente, porque los llevarán a los tribunales, los azotarán en las sinagogas, los llevarán ante gobernadores y reyes por mi causa; así darán testimonio de mí ante ellos y ante los paganos. Pero, cuando los enjuicien, no se preocupen por lo que van a decir o por la forma de decirlo, porque, en ese momento se les inspirará lo que han de decir. Pues no serán ustedes los que hablen, sino el Espíritu de su Padre el que hablará por ustedes.
El hermano entregará a su hermano a la muerte, y el padre, a su hijo; los hijos se levantarán contra sus padres y los matarán; todos los odiarán a ustedes por mi causa, pero el que persevere hasta el fin se salvará”.
Palabra del Señor.
“En la presencia de Dios, en una lectura reposada del texto, es bueno preguntar, por ejemplo: «Señor, ¿qué me dice a mí este texto? ¿Qué quieres cambiar de mi vida con este mensaje? … (Francisco, Evangelii Gaudium, n.153).
REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE
Señor Jesús: cuesta mucho reflexionar sobre lo que nos dices acerca de las persecuciones que habrá por causa de tu Nombre.
La historia de la Iglesia muestra que se han cumplido tus palabras a lo largo de los siglos en muchísimos lugares. Y se sigue cumpliendo actualmente.
Y no solo en lo que llamamos “tiempo de persecuciones”, sino en lugares y tiempos en donde supuestamente hay paz, en lugares que se dicen cristianos. Sigue habiendo persecuciones, porque los que no están contigo están contra ti.
Y los ministros de la Iglesia, tus sacerdotes, nos tenemos que enfrentar con todo eso, porque tenemos que ser testigos de la verdad.
Gracias, Jesús, porque nos prometes la asistencia del Espíritu Santo, para saber qué decir y cómo decirlo. Que no nos falte tampoco la fortaleza.
Señor, ¿cómo vencer el miedo y perseverar en la fidelidad?
Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.
«Sacerdotes míos: quiero que sean testimonio de mi amor y testigos de mi misericordia.
Quiero que lleven mi palabra a mi pueblo.
Quiero que los llamen para que me escuchen.
Yo soy el Buen Pastor y yo cuido a mis ovejas.
No tengan miedo de la persecución, ni de sus perseguidores, ni de lo que van a decir, porque yo pondré mis palabras en su boca, y yo los protegeré extendiendo mi brazo, y mi Madre los cubrirá con su manto, y nadie podrá hacerles daño.
Quiero que hagan lo que yo les digo, quiero que me amen y cumplan mis mandamientos.
Ustedes son las ovejas de mi rebaño y los pastores de mi pueblo.
Crean en mi palabra y cumplan mis mandamientos.
No tengan miedo de vivir entre los hombres, porque soy yo quien vive en ustedes.
No tengan miedo de hablar de mí a los hombres, porque yo pongo las palabras en su boca.
No tengan miedo de ser perseguidos y apresados, porque yo soy la verdad, y yo los hago libres.
No tengan miedo de morir por mi causa, porque el que persevere hasta el final se salvará.
Yo les daré el agua de la abundancia, para que nunca tengan sed.
Yo les daré el pan de la vida, para que nunca tengan hambre.
Yo les he dado el vino que han de beber, para el perdón de los pecados, y el pan para la vida.
Cada vez que comen de este pan y beben de este vino anuncian mi muerte hasta que vuelva.
No lo beban y no lo coman indignamente: examinen su conciencia.
Ustedes convierten con sus manos el pan en mi Cuerpo y el vino en mi Sangre, para alimentar a mi pueblo, para salvarlo: que no sea este alimento su condena.
Porque no todo el que me diga “Señor” se salvará, sino el que escucha mi palabra y la pone en práctica.
Invoquen el nombre del Señor y escuchen al Espíritu de Dios, que es quien les habla.
Acojan la palabra y cumplan los mandamientos, para que en todo lo que hagan glorifiquen al Señor.
No persigan ustedes a los que me aman, porque no son ellos los que hablan, es el Espíritu del Padre quien habla por ellos.
Amen a los que los persiguen y a los que los odian por mi causa, pero no se preocupen de lo que van a decir, porque yo pondré mis palabras en su boca.
Entonces darán testimonio de mi amor y de mi misericordia, y ellos los escucharán.
Pero, si aun así no se convierten, no se convencerán, ni aunque un muerto resucite».
Madre mía: imagino tu sufrimiento cuando te enterabas de que alguno de los discípulos de tu Hijo padecía persecución por la causa de Cristo. Era lo mismo que revivir la Pasión del Señor, paso a paso, ya que nos habías recibido a todos en la cruz. Somos tus hijos.
Pero también tenías muy presente lo que sucedió el día de Pentecostés, cuando el Espíritu Santo los llenó a todos con sus dones. Estabas segura de que no les iba a faltar la gracia para dar testimonio, ni el amor y la fortaleza para dar su vida, hasta el martirio.
Virgen fiel: ayúdame a mantenerme firme en la persecución, y a dar testimonio, con palabras y con obras, de mi fidelidad a Cristo.
Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.
«Hijos míos, sacerdotes: ustedes están llenos del Espíritu Santo para que den testimonio, como los profetas, sirviendo y perseverando en la fe, en la esperanza y en la caridad, para que sean ejemplo como apóstoles y mártires de amor.
Acaban de contemplar a mi Hijo recién nacido. Jueguen y rían con Él, como con un bebé, pero también sírvanlo como a Dios, y atiéndanlo como a Hijo de hombre, admirándolo y adorándolo, mientras contemplan el misterio contenido en ese pequeño cuerpo humano que lavo, que acaricio, que visto, que alimento, que abrazo.
Compartan mis sentimientos de alegría, de gozo y de plenitud del amor que llevo en mis brazos, pero que, inmerso en el misterio, está el sufrimiento y la angustia de lo que tendrá que padecer, porque Él ahora es cuidado y custodiado por justos, pero no ha venido al mundo a buscar a justos, sino a pecadores.
Y será perseguido, y darán de Él falso testimonio, y dirán mentiras sin fundamento, sin razón. Y se enfurecerán, porque no les convendrá lo que les diga el Hijo de Dios. Y con piedras en las manos y odio en la mirada se reunirán, en una conspiración, para desterrar del mundo al que ha venido a reinar para salvar al mundo, por amor al mundo, pero que no es del mundo. Y perseguirán a los que daban testimonio de Él, a los que son como Él.
Pero no tengan miedo, porque el cielo permanecerá abierto, y verán a mi Hijo Jesús hermoso, resucitado y glorioso, sentado en un trono. Porque es hombre, y es Dios, y es Rey, es Cordero, es Pastor, es Verbo hecho carne, es Redentor, es Sacerdote, es el Hijo de Dios, es Cristo y es el Mesías. Y siendo Dios y hombre, es el único Mediador entre Dios y los hombres, por lo que los falsos testimonios y las mentiras, las calumnias, y las persecuciones, serán expuestas ante la Verdad el día del Juicio, cuando cada uno sea juzgado.
Esa es la confianza, y ese es el gozo unido al sentimiento de angustia y al sufrimiento de su corazón, por lo que cada uno de ustedes debe padecer por la causa de Cristo, pero que Él ya padeció primero. Yo permaneceré junto a ustedes.
Una madre sabe qué es lo que conviene a sus hijos. Yo les he pedido tres cosas tantas veces, y les ruego que las cumplan: oración, consagración, sacrificio.
Perseveren en su entrega, porque tendrán persecuciones, calumnias, falsos testimonios, dificultades, por la causa de mi Hijo. Pero al final se salvarán. Y, aunque algunos de los que son cercanos a ustedes, los mismos por los que ustedes entregan la vida, no les creerán, al final por ustedes y su perseverancia, por su testimonio, por su oración y por su sacrificio, también se convertirán, porque ustedes están llenos del Espíritu Santo. Y, aunque los lleven ante los tribunales, no serán ustedes, sino el Espíritu de Dios quien hable.
Yo les pido el martirio de amor, que es la perseverancia en la oración, en el sacrificio y en la consagración a mi Inmaculado Corazón, entregados al servicio de Dios, sirviendo a la Iglesia como la Iglesia quiere ser servida.
Yo soy Madre de Misericordia. Vengan a mí, y yo los llevaré al verdadero encuentro con Cristo, a través de la oración, de la fe y del abandono a la voluntad de Dios, para que se adentren y vivan en el misterio del Hijo de Dios, que cada día nace, crece, muere, resucita y vive en ustedes, para que el mundo tenga vida y la tenga en abundancia».
¡Muéstrate Madre, María!
PARA EXAMINAR LA CONCIENCIA – PERSEVERANCIA
«El que persevere hasta el final se salvará».
Eso es lo que dice y lo que enseña Jesús. Ese es su ejemplo.
Perseverancia en el sí. En ese sí, que has profesado en plena libertad y voluntad, en perfecta conciencia de aceptar el llamado de Cristo, que es la voz de Dios para cumplir su voluntad.
Perseverancia en la entrega y en la fidelidad al amor, y a los compromisos que aceptaste cuando dijiste sí, cuando te entregaste en plena libertad, por tu propia voluntad y en perfecta conciencia.
Perseverancia en la fe, buscando y encontrando los medios que la alimentan, que la fortalecen, que la mantienen firme, compartiendo esa fe con los demás, dando testimonio de amor, siendo dóciles instrumentos de Dios, para que otros conserven y fortalezcan su fe, y la pongan con tu ejemplo en obras.
Perseverancia en la confianza de que es Cristo quien vive en ti, porque es así como das testimonio de fe, cuando comprendes y manifiestas que ya no eres tú, es Cristo quien vive y obra en ti y a través de ti. Confianza en la perfección de la voluntad y de las obras de Dios, cuando es Él, y no tú, quien vive en ti.
Perseverancia en el abandono a esa voluntad divina y a sus designios. Abandono a esa Providencia divina, que, a través de la paternidad, por filiación, te es por heredad merecida.
Perseverancia en la obediencia, imitando en todo momento al hijo de Dios, que siendo de condición divina se despojó de sí mismo, para adquirir la naturaleza humana, y hacerse obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz.
Perseverancia en la inocencia, en la pureza, en la castidad de tu cuerpo y de tu alma, para que seas digno instrumento de Dios, a través del Cristo, que, por su bondad y misericordia, pero que, por tu propia voluntad, aceptaste en perfecta libertad y conciencia, para entregar tu vida, y decir como Él: nadie me la quita, yo la doy por mi propia voluntad.
Perseverancia en el amor, en ese amor primero, cuando te vio por vez primera debajo de la higuera, y te llamó. Ese es el encuentro con el amor primero.
Perseverancia en la pobreza de espíritu, por la que renuncias al mundo y a todos sus placeres, para ser completamente de Dios, y enriquecerte con sus tesoros, que acumulas en el cielo, en donde no hay polilla que los corroe ni ladrones que se los roben. Pobreza que te mantiene humilde de corazón, por lo que Dios se digna mirarte cada día, y se entrega en tus manos cuando perseveras en tu entrega, uniendo tu voluntad a la suya, para ser uno, perfectamente uno, en cada Eucaristía.
Perseverancia en la predicación, apegado a la Doctrina Cristiana y al Magisterio de la Santa Iglesia Católica, en la que tu alma ha sido confirmada, y no como los falsos profetas que buscan profanar el Santo Nombre de Jesús. Por sus frutos los reconocerán.
Perseverancia en tus obras, para que siempre sean buenas, porque no hay árbol malo que dé frutos buenos, y no hay árbol bueno que dé frutos malos. El árbol bueno se mantiene bueno alimentándose de la verdad.
Perseverancia en la esperanza, teniendo vida sobrenatural en todo momento, en todo pensamiento, en toda palabra, en toda acción. Viviendo en presencia del Espíritu Santo que pone las palabras en tu boca y que te recuerda todas las cosas del cielo, del paraíso, de la eternidad, para que, conociendo la meta alcances la corona.
Perseverancia en el agradecimiento, porque ha revelado estas cosas no a los sabios y letrados, sino a los humildes y pequeños.
Perseverancia en ser el último siempre, en ser pequeño, en permanecer siendo niño, porque los últimos serán los primeros, y de los niños es el Reino de los Cielos.
Perseverancia y constancia en la oración, porque ahí es el encuentro íntimo con el Amigo, con el Amado, con el Hijo Único de Dios, para que, dispuesto lo busques, conscientemente lo encuentres y totalmente convencido, lo ames. Oración de corazón a corazón, para que lo conozcas, para que te conozcas, para que, aceptando tus defectos, tus errores, tus pecados, tus traiciones, tus infidelidades, tus desconfianzas, tu soberbia, tu egoísmo, tus miedos, tu desamor, tu poca fe, tu fragilidad, pero tu responsabilidad -porque sabes que llevas un tesoro en vasija de barro-, te humilles ante él, y lo conozcas, para que lo ames, porque es imposible conocer a Cristo y no amarlo.
Reconócete débil ante Él, y pídele su fortaleza. Entonces Él, que te ama, se dignará mirar tu humillación, como un día miró la humillación de su esclava, y con tu sí, te dará su perseverancia.
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