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RENOVACIÓN, CONVERSIÓN – ACTUAR IN PERSONA CHRISTI (Jn 1, 19-28)

«Yo soy la voz que grita en el desierto: ‘Enderecen el camino del Señor»

Para la oración personal del sacerdote con base en el Evangelio del día.
Lunes 2 de enero de 2023

ESPADA DE DOS FILOS I, n. 40
P. Gustavo Eugenio Elizondo Alanís

«Eres tú, sacerdote, con quien Dios participa su redención salvadora: su obra redentora y su misión salvífica, uniéndote con su persona y su divinidad, en su único y eterno sacrificio, en el que otorga a todos los hombres la gracia de unirse y de permanecer en Él, para que todo el que crea en Él, tenga vida eterna».

«La palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que una espada de dos filos» Heb (4, 12).

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EVANGELIO DEL 2 DE ENERO, FERIA DEL TIEMPO DE NAVIDAD
Viene después de mí alguien que existía antes que yo.
+ Del santo Evangelio según san Juan: 1, 19-28
Éste es el testimonio que dio Juan el Bautista, cuando los judíos enviaron desde Jerusalén a unos sacerdotes y levitas para preguntarle: “¿Quién eres tú?”.
Él reconoció y no negó quién era. Él afirmó: “Yo no soy el Mesías”. De nuevo le preguntaron: “¿Quién eres, pues? ¿Eres Elías?”. Él les respondió: “No lo soy”. “¿Eres el profeta?”. Respondió: “No”. Le dijeron: “Entonces dinos quién eres, para poder llevar una respuesta a los que nos enviaron. ¿Qué dices de ti mismo?”. Juan les contestó: “Yo soy la voz que grita en el desierto: ‘Enderecen el camino del Señor’, como anunció el profeta Isaías”.
Los enviados, que pertenecían a la secta de los fariseos, le preguntaron: “Entonces ¿por qué bautizas, si no eres el Mesías, ni Elías, ni el profeta?” Juan les respondió: “Yo bautizo con agua, pero en medio de ustedes hay uno, al que ustedes no conocen, alguien que viene detrás de mí, a quien yo no soy digno de desatarle las correas de sus sandalias”.
Esto sucedió en Betania, en la otra orilla del Jordán, donde Juan bautizaba.
Palabra del Señor.

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“En la presencia de Dios, en una lectura reposada del texto, es bueno preguntar, por ejemplo: «Señor, ¿qué me dice a mí este texto? ¿Qué quieres cambiar de mi vida con este mensaje? … (Francisco, Evangelii Gaudium, n.153).

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REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE
Señor Jesús: el Bautista la pasó mal siendo cuestionado por sacerdotes y levitas. “¿Quién eres tú?” Le preguntaban. Seguramente les incomodaba su predicación y querían saber con qué autoridad hablaba.
Hablaba de conversión, y no todos quieren convertirse.
Pero él sólo preparaba tus caminos, tú eras aquel que estaba en medio de ellos y no te conocían.
Señor, yo sé que también a mí, sacerdote, que soy otro Cristo, me debe pasar lo mismo: debo hablar de conversión, debo preparar tus caminos, cargar con mi cruz y nunca negarte. Me siento débil para eso, necesito los cuidados y la protección de los brazos de mi Madre.
¿Cómo puedo tener presente siempre esa ayuda materna, sobre todo en los momentos difíciles?
Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.

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«Sacerdote mío: renovación, nuevo compromiso, arrepentimiento, perdón, responsabilidad, aceptación, entrega, renuncia, cruz, muerte, resurrección, vida, eternidad, gloria, gozo, alegría, plenitud, paz, amor.
Eso, amigo mío, significa la renovación, eso es lo que yo quiero, eso es lo que yo he enseñado, para eso existe el tiempo en el mundo de los hombres, en donde todo tiene un principio y un fin.
Pero yo te digo, amigo mío, yo soy el principio y el fin. Eso es lo que debes aprender, eso es lo que debes aceptar, eso es a lo que debes unir tu voluntad: ciclos en la vida para comenzar y recomenzar, para perdonar y olvidar, porque yo hago nuevas todas las cosas.
Mía es la eternidad, mío es el tiempo. Pero yo te digo: es tiempo de renovación, es tiempo de arrepentimiento, es tiempo de conversión. Enderecen los caminos del Señor.
Anuncia, amigo mío, la Buena Nueva que es mi palabra: yo soy.
Que todos escuchen de nuevo mi voz, porque son hijos, pero parece que algunos no lo saben, parece que no lo quieren, parece que no lo aceptan, porque no lo entienden.
Pero la realidad es que no lo ven porque tienen los ojos cerrados, están distraídos, tienen los ojos cegados, están viviendo en las tinieblas, cuando yo soy la luz, y ellos mismos conmigo son luz.
Me refiero a ustedes, mis amigos, mis sacerdotes, pero también me refiero a todos los hombres.
¿En dónde está la fe que el Espíritu Santo vino a traer?
¿En dónde está la esperanza que nació de mi Madre?
¿En dónde está el amor que vive en cada uno de los hombres, pero que no lo dejan manifestarse porque están distraídos, porque no escuchan mi voz?
Que escuchen la tuya, porque yo te digo que tu voz es mi voz.
Que María, mi Madre, sea tu modelo y tu ejemplo.
Que sea la presencia de ella tu fortaleza, para que nunca niegues a Cristo, para que permanezcas en Cristo, porque eres la voz que grita en el desierto, y también eres Cristo, que bautiza con el Espíritu Santo, para hacerlos hijos a todos.
Acompaña a mi Madre al pie de mi Cruz, y humíllate, como mi Madre se humilla, para enaltecer al Hijo.
Medita en tu corazón el tesoro que mi Madre lleva en el suyo, y permanece conmigo, en la fe, en la esperanza y en mi amor».

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Madre nuestra: en este tiempo de Navidad te hemos contemplado con el Niño en brazos, con ternura de madre, con un amor al Hijo que no se puede igualar.
Nosotros, tus sacerdotes, somos otros Cristos, y nos sentimos también especialmente protegidos por tus brazos, por tu amor, sobre todo en los momentos de dificultad. Tenemos presente que Jesús mismo, desde la Cruz, te pidió esa protección, y Juan te llevó a su casa.
Pero puede suceder también que nos descuidamos, y dejamos de acudir a tu amparo. Tú siempre velas por nosotros, pero nos distraemos con nuestras cosas, con nuestra soledad, sin tener en cuenta que tú pisas la cabeza del demonio, quien no puede nada contra ti.
Yo te pido que no nos sueltes de tu mano, y que nos sigas transmitiendo los tesoros de tu corazón, para ser buenos hijos en el Hijo.
Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.

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«Hijos míos, sacerdotes: contemplen a Dios en este Niño, que es mi Hijo, y mírense todos en Él.
Ustedes son como bebés, que nacen en el altar cuando son ordenados.
Miren a mi Hijo, que es el Todo, Dios hecho hombre, por quien fueron hechas todas las cosas, necesitado del calor del abrazo de su madre, ser alimentado, limpiado, abrigado, protegido, cuidado, amado.
Contemplen cómo Dios es alimentado de los pechos de su esclava, abandonado a mi merced, confiando en mi protección y en mis cuidados de madre, fortalecido por el alimento que Él mismo provee, a través de mí.
Confiando totalmente en los cuidados y en la protección de un corazón de madre, a través de mí.
Entregado totalmente a los hombres, humillado desde su nacimiento hasta su muerte, entregado en manos de los hombres, a través de mí.
Donación total de Dios al hombre, para llevar al hombre a Dios, a través de mí y de este Niño, fruto bendito de mi vientre, a quien debo cuidar y proteger, y hacer crecer para entregarlo y entregarme con Él, en manos de los hombres, para la salvación de los hombres, para la gloria de Dios.
Y guardo en mi corazón esta responsabilidad, de recibir, de cuidar, de proteger, de hacer crecer, de acompañar, de sostener y de entregar al Hijo.
Pero algunos de ustedes no están siendo protegidos, porque se han alejado de mis brazos, están solos. Soledad que aprovecha el demonio.
Yo piso la cabeza de la serpiente, por medio de mi corazón de Madre bien dispuesto, que se entrega por amor, unido al de mi Hijo en sacrificio, para la salvación de ustedes, mis hijos sacerdotes.
Yo quiero recibirlos y enriquecerlos con los tesoros que yo medito en mi corazón, desde que son ordenados en el altar, y que son como niños recostados en el pesebre, débiles, indefensos, expuestos al mundo, para cuidarlos, para protegerlos, para fortalecerlos, para que crezcan y se suban a la cruz, para sostenerlos y mantenerlos en la perseverancia hasta el final, porque muchos serán torturados, y los matarán, y serán odiados de todas las naciones por el nombre de mi Hijo, pero el que persevere hasta el final se salvará.
Yo arrullo en este Niño a cada uno de ustedes, mis hijos sacerdotes, para protegerlos y cuidarlos, para que la misericordia de Dios llegue a ustedes a través del arrullo de mi amor de Madre».

¡Muéstrate Madre, María!

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PARA EXAMINAR LA CONCIENCIA – ACTUAR IN PERSONA CHRISTI
«Yo te bautizo en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo».
Esto dice el sacerdote.
Esto dice Cristo, a través del sacerdote.
Esto dice el que vino detrás de los profetas a bautizar no con agua, sino con el Espíritu Santo, y que ningún profeta es digno de desatarle las sandalias.
Pero que Él mismo configura al sacerdote, para que sea Él mismo, a través del sacerdote que actúa in persona Christi, para afiliar a cada uno de los hombres al Padre, perdonando y borrando toda mancha de pecado, para ser dignos y verdaderos hijos del Padre.
Éste es el sacerdote: el que tiene este poder en sus manos y en su palabra, para transformar completamente un alma.
Eres tú, sacerdote, en quien Dios descansa cuando ve consumada su obra a través de ti.
Eres tú, sacerdote, en quien Dios confía sus obras, para que sean realizadas a través de ti.
Eres tú, sacerdote, con quien Dios participa su redención salvadora: su obra redentora y su misión salvífica, uniéndote con su persona y su divinidad, en su único y eterno sacrificio, en el que otorga a todos los hombres la gracia de unirse a Él y de permanecer en Él, para que todo el que crea en Él, tenga vida eterna.
Eres tú, sacerdote, quien consuma la misión a la que el Hijo ha sido enviado al mundo por el amor del Padre, que amó tanto al mundo, que se entregó Él mismo a través de la entrega de su Hijo, para que todos puedan salvarse. Y es el Hijo, que tanto amó a sus amigos, que los hizo partícipes de esta misión de tal manera, que aunque Él se haya despojado de sí mismo para adquirir la naturaleza humana, para hacerse en todo como los hombres, menos en el pecado, para morir en manos de los hombres para que el mundo sea salvado, ha querido compartir la gloria de la salvación de cada uno contigo, su amigo.
Tanto te ama, que no ha querido recibir Él solo la gloria de su Padre. Te hace a ti, sacerdote, ser parte.
Tanto así te ama. Tanto así sufre por ti, cuando tú no te dejas amar por Él, y no correspondes a su amor; cuando tú te alejas de su amistad, y no aceptas ser parte de la gloria del Padre, que tiene preparada para ti, de la cual su Hijo ya goza sentado a su derecha, esperándote.
Eres tú, sacerdote, amor predilecto de Dios.
¡Date cuenta! ¡Acepta! ¡Vive y agradece ese amor que no mereces!, pero que Él, siendo el Hijo de Dios, tiene derecho a decidir entregarte, porque Él quiere amarte. Y te ama.
Eres tú, sacerdote, quien ha sido llamado y elegido para clamar con voz fuerte en medio del desierto a todos los hombres: “¡arrepiéntanse y crean en el Evangelio! ¡Conviértanse!”
Con esa convicción. Porque tú sabes que el que llama no eres tú. Es el Hijo de Dios. Y es la voz de Dios tu voz, cuando el Espíritu Santo pone sus palabras en tu boca.
Eres tú, sacerdote, el que tiene el compromiso, la responsabilidad y el deber de actuar en la persona de Cristo, porque esa es su voluntad, para bautizar, para confirmar en la fe, para entregarlo y entregarte con Él en cada Eucaristía, a cada alma desde la primera vez, de perdonar, de unir, y de regresar esa alma al abrazo misericordioso del Padre, para quien consigues por Cristo, con Él y en Él, la vida eterna para cada uno.
¿Cuánta gloria, sacerdote, quieres dar al Padre?
¿Cuánta gloria, sacerdote, quieres compartir con Cristo?
Que sea tu gloria la gloria de cada hombre bautizado en el Espíritu Santo, confirmado en la fe, reunido con Cristo a través de la Eucaristía, y ungido en el amor de Dios para la vida eterna.
Eres tú, sacerdote, corredentor con Cristo, por Él y en Él, para darle a Dios Padre, omnipotente, toda la gloria que merece, por cada pecador que se convierte. Que seas tú, sacerdote, el primero en convertir tu corazón para permanecer en Cristo, con Él y en Él, llevando almas al cielo, la tuya primero, para la gloria de Dios.
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