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CONQUISTADOS POR EL AMOR – SEGUIR A JESÚS (Jn 1, 43-51)

«Hemos encontrado a aquel de quien escribió Moisés en la ley y también los profetas»

Para la oración personal del sacerdote con base en el Evangelio del día.
Jueves 5 de enero de 2023

ESPADA DE DOS FILOS I, n. 43
P. Gustavo Eugenio Elizondo Alanís

«Seguir a Jesús, sacerdote, es amar la cruz, y desde la cruz contemplar a María, Y, contemplando a María, aprender a amar a Jesús. Amar a Jesús es haber escuchado el llamado, haber dicho sí, dejarlo todo, para seguirlo y alcanzar su plenitud. Seguir a Jesús: esa es la verdadera sabiduría que hay en ti».

«La palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que una espada de dos filos» (Heb 4, 12).

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EVANGELIO DEL 5 DE ENERO, FERIA DEL TIEMPO DE NAVIDAD
Tú eres el Hijo de Dios, tú eres el rey de Israel.
+ Del santo Evangelio según san Juan: 1, 43-51
En aquel tiempo, determinó Jesús ir a Galilea, y encontrándose a Felipe, le dijo: “Sígueme”. Felipe era de Betsaida, la tierra de Andrés y de Pedro.
Felipe se encontró con Natanael y le dijo: “Hemos encontrado a aquel de quien escribió Moisés en la ley y también los profetas. Es Jesús de Nazaret el hijo de José”. Natanael replicó: “¿Acaso puede salir de Nazaret algo bueno?”. Felipe le contestó: “Ven y lo verás”.
Cuando Jesús vio que Natanael se acercaba, dijo: “Éste es un verdadero israelita en el que no hay doblez”. Natanael le preguntó: “¿De dónde me conoces?”. Jesús le respondió: “Antes de que Felipe te llamara, te vi cuando estabas debajo de la higuera”. Respondió Natanael: “Maestro, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el rey de Israel”. Jesús le contestó: “Tú crees, porque te he dicho que te vi debajo de la higuera. Mayores cosas has de ver”. Después añadió: “Yo les aseguro que verán el cielo abierto y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del hombre”.
Palabra del Señor.

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“En la presencia de Dios, en una lectura reposada del texto, es bueno preguntar, por ejemplo: «Señor, ¿qué me dice a mí este texto? ¿Qué quieres cambiar de mi vida con este mensaje? … (Francisco, Evangelii Gaudium, n.153).

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REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE
Señor Jesús: comenzaste tu ministerio en Galilea, y lo primero que hiciste fue llamar a tus discípulos, para compartir tu vida con ellos, y así conocieran mejor tu mensaje de salvación.
Era la mejor manera de aprender, porque ellos fueron los primeros que debían configurarse contigo, los primeros sacerdotes.
Felipe le dijo a Natanael: “ven y lo verás”. Era una forma de decir: “yo no tengo palabras para explicarte, pero basta que lo conozcas y te convencerás tú mismo”.
Bastó que le dijeras a Natanael que lo viste debajo de la higuera para que su corazón latiera con más fuerza y se decidiera a entregar su vida por ti. Esas palabras encerraban un secreto muy íntimo, algo que solo existía entre Dios y él.
Qué fuerza tuvo ese momento para él. Qué fuerza tan grande tiene el amor a Dios, que hace que una persona se transforme y decida entregar su vida para seguirte. Y es amor Trinitario, que se vuelca en las creaturas.
Es un misterio, pero yo, sacerdote, debo sumergirme en el misterio, para amar más a Dios, y para darlo a conocer a los demás.
Señor: yo también quedé transformado cuando me di cuenta claramente que me llamabas al sacerdocio, y te dije que sí. No había más explicación que aquel secreto entre tú y yo, aquella fuerza transformadora de tu gracia.
También sentí que me dijiste “mayores cosas verás”, y es que tú eres demasiado grande, y no te dejas ganar en generosidad. Jesús, te amo, y me abandono en ti.
Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.

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«Sacerdote mío: ¡sígueme!
¿Recuerdas, amigo mío, el día en que estabas debajo de la higuera, y te miré?
Ese fue el día que cambió tu vida.
Eran las cuatro de la tarde para ti.
Pero antes de ese día yo ya te había mirado, ya me había fijado en ti. ¿Recuerdas cuando te llamé, y tu corazón se encendió de amor, pero para ti era una contradicción? ¿Te acuerdas?
Amigo mío, tú te diste cuenta de que tu vida no tendría sentido sin mí.
Todo lo demás pasó a ser menos importante que pensar en mí. Yo me metí en tu corazón, en tu alma, en tu mente. Noche y día no me apartaba de ti, te hablaba constantemente de diferentes maneras, para que tú te fijaras en mí.
No es fácil conquistar un corazón en medio del mundo, pero mi Madre me ayudó, ahí estaba junto a ti.
Pues nada es diferente ahora, amigo mío. La lucha es todos los días. Yo te llamo y conquisto tu corazón, te lleno de regalos, me muero de amor por ti, eres mío, y quiero que estés conmigo, que compartas todo conmigo, que te fijes en mí.
A veces te distraes, y mi Madre se encarga de traerte de vuelta a mí. Esa es la lucha constante de la vocación sacerdotal.
Quien diga que no tiene tentaciones, y que en él no hay debilidad, es un mentiroso. Yo permito que vivas en experiencias los momentos de mi vida, caminando en medio del mundo, y que sufras tentaciones y las venzas por amor a mí, para que tu entrega sea completa, y sean todos los días como el primer día en que te entregaste a mí, porque a mí tampoco se me olvida.
Pero esta lucha no se vence en soledad. El sacerdote es demasiado frágil. El demonio es perverso y aprovecha esa fragilidad para engañarlo y encadenarlo al mundo, para alejarlo de mí. Y eso, amigo mío, me hace sufrir, y él lo disfruta, porque sabe que nada puede contra mí, pero sí contra los que son como yo, y es así como daña mi corazón.
Entiende: él no puede nada contra mí, pero tú sí. ¿Te das cuenta de eso?
Amigo mío: yo te he elegido para una misión particular. Yo te he conocido desde antes de nacer. Te he consagrado a mi servicio, te he configurado conmigo para que se haga mi voluntad. Quiero que vivas como yo, pero debes saber que mi vida es totalmente ordinaria, y totalmente sobrenatural, y eso se vive en unidad.
Yo te digo, amigo mío, que yo estoy sentado a la derecha de mi Padre. Quiero que vengas aquí, y que me traigas a mi pueblo unido. Esa es mi voluntad, pero yo te digo que eres débil y frágil, y tú solo no podrás.
Ahí tienes a tu Madre. Llévala a vivir contigo. Mi Madre solo tiene un camino. Contémplala, y en su imagen verás a los ángeles de Dios subir al cielo y bajar, subiendo las peticiones, las ofrendas, los sacrificios, las oraciones que ponen en sus manos, y bajando las gracias que Dios le da para cada uno de sus hijos, para los que piden por los que no piden, para los que piden por los demás.
 Oración de intercesión, esa es la oración que más agrada a Dios. Prepara el camino, permanece conmigo, acompaña a mi Madre.
Agradece tu vocación, que es servir a la Iglesia, como la Iglesia quiere ser servida. Y la Iglesia quiere ser servida por su Madre. Es una Iglesia que llora, que tiene hambre, que tiene frío, que está enferma, que está presa, que se equivoca, que comete errores, que no reza lo suficiente, que tiene sed, que necesita ser entendida, protegida por los cuidados de su Madre. ¿Entiendes esto?
Sacerdote mío: yo soy el principio y el fin.
El amor es trinitario, como un triángulo; es el principio y es el fin, es el alfa y es la omega, es eternidad, es infinito, es deidad.
Es fuerza creadora, que dona de manera irrevocable, y se manifiesta en toda creatura.
Es fuerza receptora, que recibe a la creatura transformada por su propia manifestación.
Es fuerza incluyente, que en este dinamismo diviniza a las criaturas, para manifestarse en plenitud.
Cumple los mandamientos de Dios y eleva tus ojos al cielo diciendo “Padre”, y luego espera, y confía, porque el Padre, que es Padre y que es Madre, nunca abandona al hijo».

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Madre nuestra: tú eres Hija de Dios Padre, Madre de Dios Hijo, Esposa de Dios Espíritu Santo. Nadie mejor que tú nos puede enseñar lo que es el amor Trinitario.
Cuando Natanael recibió la llamada, reconoció a Jesús como el Hijo de Dios. La luz de la vocación abre el entendimiento para conocer mejor las realidades sobrenaturales.
Y en ti se cumple primeramente aquello de ver el cielo abierto y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del hombre.
Enséñanos a amar a las Personas divinas, en la dinámica trinitaria del amor.
Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.

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«Hijos míos sacerdotes: contemplen el amor, que es don de Dios, y es entrega de Dios Padre a Dios Hijo, y de Dios Hijo a Dios Padre, por el Espíritu Santo, en una Trinidad Santa, en la que los tres se donan y los tres reciben, y los tres son una sola cosa.
Un solo Dios verdadero, una entrega constante, en la que la creación participa de su Creador, que los hace a todos hijos en el Hijo, por el Espíritu Santo, para ser parte de esta Trinidad infinita de amor.
Santísima Trinidad que confía en su creatura para ser guardada, protegida, custodiada, adorada, alabada, venerada, amada, en este corazón puro que Él mismo creó.
Al abrazar a mi Hijo pequeño, entendí que el amor es Trinidad. Yo me doy, Él se da, pero nos une el Espíritu de Dios, que es amor. Y lo encierra en un triángulo perfecto.
Esto guardo en mi corazón: la revelación del amor Trinitario en Dios. Y entendí que Dios es Padre y es Madre, y es Providencia divina.
Los corazones de los hombres, en los que Dios hace morada, algunos son lechos de rosas, pero otros son cruces y espinas.
Yo soy la Madre de Dios, soy morada, soy arca, soy pesebre y lecho de rosas.
Y entendí que el Padre nunca abandonaría a su Hijo. Lo protegería, y lo cuidaría, y lo guiaría, y le daría todo lo que necesitaba. Y yo estaba con Él, y Él estaba conmigo. Y nada nos hizo falta.
Y permití que creciera rodeado de muchos amigos, porque entendí que así se daba Él a cada uno, y por Él, Dios estaba con cada uno. Y al que estaba con mi Hijo nada le hacía falta.
Y entendí el amar a Dios por medio del prójimo: amor Trinitario. Uno dándose al otro, unidos por el amor del Espíritu Santo, que es Dios, y que une al Padre y al Hijo, infinitamente, por lo que no pueden separarse, porque siendo tres son uno mismo. Tres personas distintas, un solo Dios verdadero, que se manifiesta en su propia donación de amor, y que incluye a todo aquel que cumple los mandamientos, y que cree que mi Hijo es el Hijo de Dios, por quien participan en esta Trinidad infinita y eterna de amor.
El Cuerpo y la Sangre del Hijo se hacen ofrenda al Padre, en el sacrificio de entrega extrema de amor, dando la vida por los hombres, para purificarlos y así incluirlos por el Espíritu Santo en el Cuerpo del Hijo, y por el Hijo en esa Trinidad Santa, para la gloria de Dios: la Eucaristía.
Hijos míos, sacerdotes: deseo que sus corazones no sean cruces ni espinas, sino lechos de rosas, en donde mi Hijo pueda descansar.
Aprendan a amar en esa dinámica trinitaria del amor, en el que no es el hombre el que ama, sino Dios.
En el que no es al hombre al que se ama, sino a Dios.
En el que el hombre recibe, para ser transformado por el amor, para ser divinizado y unido por el amor, en el triángulo perfecto infinito y eterno, Santísima Trinidad que es un solo Dios.
Perseveren en la búsqueda de esa unión, amándose entre ustedes unos a otros, por medio del amor que es Dios, compartiendo y repartiendo los dones recibidos, para multiplicarlos, y que sean para todos, para incluirlos a todos en la dinámica trinitaria del amor de Dios, para la vida eterna.
Adoren a la Santísima Trinidad en la Eucaristía, que es el Cuerpo y la Sangre de Dios Hijo hecho hombre, unido al Padre por el Espíritu Santo».

¡Muéstrate Madre, María!

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PARA EXAMINAR LA CONCIENCIA – SEGUIR A JESÚS
«El que quiera venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, que tome su cruz y que me siga» (Mt 16, 24).
Eso dice Jesús.
Seguir a Jesús es caminar sobre sus huellas, dejándolo todo para seguir el camino que ha dejado trazado en la tierra el Hijo del hombre, que siendo Dios se despojó de sí mismo por amor, para hacerse hombre, para caminar y mostrarte el camino. Él es el camino.
Seguir a Jesús es caminar en la verdad, para conocerlo, porque Él es la Verdad.
Seguir a Jesús es alcanzar la vida, porque Él es la Vida.
Seguir a Jesús es encontrar el amor, porque Él es el Amor.
Seguir a Jesús es abrirse a la gracia y a la misericordia de Dios, porque a eso es a lo que Él ha venido, a llenarte y a desbordarte de su amor, de su gracia y de su misericordia, para que tú como Él seas hijo de Dios.
Seguir a Jesús es hacerte cordero y seguir la voz de tu Pastor. Es hacerse como Él, porque Él es el Cordero de Dios.
Seguir a Jesús es encontrar una morada segura, para vivir por Él, con Él y en Él, en la eternidad de Dios.
Seguir a Jesús es aceptar el llamado, decirle: “sí, Jesús, yo te he escuchado”, porque cuando tú escuchas, cuando estás dispuesto a cumplir eso que escuchas, entonces dices sí, porque el llamado es muy fuerte para el que tiene oídos y oye.
No lo puedes ocultar, no lo puedes esconder, no lo puedes negar. Lo reconoces, es Él, te ha llamado cuando te ha visto debajo de la higuera. Él te ha encontrado, te ha elegido, tú has dicho sí, y Él te ha invitado a seguir sus huellas, a caminar su camino, a conocer su verdad, a vivir su vida.
Y te ha dado su poder para transformar otras vidas, para que caminen detrás de ti, siguiendo tus huellas, caminando tu camino, conociendo tu verdad, y alcanzando la vida que tú le puedes dar, porque Él te ha dado el poder, porque te ha elegido, porque te ha llamado, porque ya te conocía desde antes de nacer y te tenía consagrado para hacerte como Él, y llamarte sacerdote.
Seguir a Jesús es seguir al hombre y Dios, es hacerte al hombre y al Dios, es permanecer humano, pero adquirir por Él, con Él y en Él la naturaleza divina.
Seguir a Jesús y alcanzarlo, es configurar tu miseria con su divinidad, para que Él, por su misericordia, te perfeccione.
Seguir a Jesús, por tanto, es participar en la carrera para ganar la corona de la gloria con la que Él te espera, sentado a la derecha de su Padre.
Seguir a Jesús es santificar tu humanidad en medio del mundo, cargando la cruz que Él mismo diseñó para ti, porque Él es Cordero y es Pastor. Te conoce como cordero y te enseña a ser Pastor. Para reunir a su rebaño, primero debes conocer a su rebaño, siendo cordero, para que puedas ser como Él, Buen Pastor.
Seguir a Jesús es caminar de la mano de su Madre, porque ella es quien te muestra el camino, quien te lleva a la verdad, porque de su vientre inmaculado y puro nació la vida.
Seguir a Jesús es hacerse hijo de la Madre para llegar al Padre.
Seguir a Jesús es amar la cruz, y desde la cruz contemplar a María, Y, contemplando a María, aprender a amar a Jesús. Amar a Jesús es haber escuchado el llamado, haber dicho sí, dejarlo todo, para seguirlo y alcanzar su plenitud.
Seguir a Jesús: esa es la verdadera sabiduría que hay en ti, sacerdote.
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COLECCIÓN PASTORES

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