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OBEDECER A LA MADRE – ESCUCHAR Y HACER LO QUE DICE JESÚS (Jn 2, 1-11)

«Llenen de agua esas tinajas»

Para la oración personal del sacerdote con base en el Evangelio del día.
Sábado 7 de enero de 2023

ESPADA DE DOS FILOS III, n. 9
P. Gustavo Eugenio Elizondo Alanís

«Sacerdote, escucha lo que te dice Jesús, y haz eso que te dice, porque Él sabe lo que te conviene, porque Él te ama y, por eso, te convierte. Pero, para escuchar, primero hay que guardar silencio, hay que disponer el corazón, y tener los oídos abiertos».

«La palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que una espada de dos filos» (Heb 4, 12).

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EVANGELIO DEL 7 DE ENERO, FERIA DEL TIEMPO DE NAVIDAD
La primera señal milagrosa de Jesús, en Caná de Galilea.
+ Del santo Evangelio según san Juan: 2, 1-11
En aquel tiempo, hubo una boda en Caná de Galilea, a la cual asistió la madre de Jesús. Éste y sus discípulos también fueron invitados. Como llegara a faltar el vino, María le dijo a Jesús: “Ya no tienen vino”. Jesús le contestó: “Mujer, ¿qué podemos hacer tú y yo? Todavía no llega mi hora”. Pero ella dijo a los que servían “Hagan lo que él les diga”.
Había allí seis tinajas de piedra, de unos cien litros cada una, que servían para las purificaciones de los judíos. Jesús dijo a los que servían: “Llenen de agua esas tinajas”. Y las llenaron hasta el borde. Entonces les dijo: “Saquen ahora un poco y llévenselo al encargado de la fiesta”. Así lo hicieron, y en cuanto el encargado de la fiesta probó el agua convertida en vino, sin saber su procedencia, porque sólo los sirvientes la sabían, llamó al novio y le dijo: “Todo el mundo sirve primero el vino mejor, y cuando los invitados ya han bebido bastante, se sirve el corriente. Tú, en cambio, has guardado el vino mejor hasta ahora”.
Esto que Jesús hizo en Caná de Galilea fue el primero de sus signos. Así manifestó su gloria y sus discípulos creyeron en él.
Palabra del Señor.

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“En la presencia de Dios, en una lectura reposada del texto, es bueno preguntar, por ejemplo: «Señor, ¿qué me dice a mí este texto? ¿Qué quieres cambiar de mi vida con este mensaje?»” (Francisco, Evangelii Gaudium, n.153).

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REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE
Señor Jesús: el relato evangélico de las Bodas de Caná resulta para el pueblo cristiano un espléndido ejemplo de la solicitud de Santa María por todos sus hijos, adelantándose a nuestras necesidades, con corazón de madre, sabiendo muy bien lo que hay que hacer, y aprovechándose de su omnipotencia suplicante, para obtener de ti todo lo que quiere.
Las apariciones marianas confirman esa realidad. La Virgen nos hace presente y patente que Ella quiere seguir mostrándose madre, buscando también que nosotros confiemos en su poderosa intercesión. Es nuestra Madre del cielo que viene a mostrarnos su amor por nosotros y a ofrecernos sus tesoros de gracia para llevarnos hacia ti, para que nos convirtamos y lleguemos al cielo.
Ella sigue queriendo que nosotros hagamos lo que tú nos dices, para transformar el agua de nuestra obediencia en el mejor de los vinos, que es tu gracia.
Jesús, enséñame a ser un buen hijo de Santa María ¿qué debo hacer para lograrlo?
Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.

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«Sacerdotes míos: yo me alimento de mi Madre en su vientre, para darle vida al mundo.
Mi Madre viene a traerles auxilio y esperanza.
Viene a consolarlos en sus sufrimientos y a alegrarlos en sus penas.
Viene a acompañarlos en su soledad y a suavizar el camino.
Viene a confirmarlos en la fe para que regresen al amor primero y permanezcan.
Viene a reunir a sus hijos para mostrarles el camino seguro y llevarlos de vuelta a la casa del Padre.
Ella quiere mostrar que es Madre, y una madre siempre quiere lo mejor para sus hijos.
Si ustedes se hicieran como niños y se dejaran encontrar, mi Madre, que siempre los busca, los encontrará, y los llevará por camino seguro de vuelta a casa, para que vivan sujetos a su madre y a su padre, ciñéndose en la obediencia a la Santa Madre Iglesia y al Papa, a través de sus superiores, obedeciendo siempre primero a Dios, antes que a los hombres, para que crezcan en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y ante los hombres.
Ella les enseñará a hacerse pequeños y a ser obedientes como yo, que me despojé de mí mismo, tomando condición de esclavo. Y, rebajándome a mí mismo, fui obediente hasta la muerte y una muerte de cruz, para hacer nuevas todas las cosas, para despojarlos del hombre viejo que se corrompe con las concupiscencias, y para renovar el espíritu de sus mentes, y revestirlos del hombre nuevo, justo y santo, en la verdad, para que guarden el vino nuevo en odres nuevos, porque el vino nuevo en odres viejos se desparrama.
El vino que yo les voy a dar es el mejor de los vinos, es vino nuevo y es vino añejo, porque yo soy el mismo ayer, hoy y siempre.
Que sean ustedes como niños, y me escuchen, y hagan lo que yo les digo.
Que no se dejen seducir por doctrinas extrañas, ni palabrerías.
Que permanezcan en fidelidad y obediencia.
Que promuevan la unidad entre ustedes, haciendo todo sin discusiones ni murmuraciones, y no salgan de sus bocas palabras dañosas, sino que edifiquen y hagan el bien a los que los escuchan. Porque en un mismo cuerpo todos los miembros se ayudan, todos los miembros se afectan.
Que toda amargura, ira, cólera y maldad desaparezca de entre ustedes.
Que sean amables, compasivos y misericordiosos entre ustedes, y se perdonen mutuamente, como yo los he perdonado. Misericordia quiero y no sacrificios, porque yo no he venido a llamar a justos, sino a pecadores.
Que crean en mi amor, para que crean en mí.
Que me conozcan, para que me amen y cumplan mis mandamientos.
Y que pongan su fe por obra, y que pidan confiando en que Dios, por su bondad, realiza en ustedes el querer y el obrar.
Yo los he llamado a ustedes, mis amigos, como servidores, para que sean fieles administradores de los misterios de Dios.
Yo quiero que ustedes regresen al amor primero, para que se acuerden quién los llamó, y para qué fueron llamados, para que se acuerden que, si alguno me ama, es porque yo lo amé primero.
Pero si alguien dice yo amo a Dios y odia a su hermano, es un mentiroso, pues quien no ama a su hermano a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve.
Que me amen, para que cumplan mis mandamientos, y que quien ame a Dios, ame también a su hermano».

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Madre nuestra: convertir el agua en vino (el mejor de los vinos). Qué gran milagro. Así hace las cosas Jesús: lo más ordinario, lo más corriente, lo más “humano”, lo convierte en algo divino, en algo extraordinario, en gracia, en vida sobrenatural.
Me gusta especialmente este pasaje del Evangelio de las bodas de Caná. No solamente por ese gran milagro, sino, sobre todo, por tu poderosa intervención. Te adelantas al problema, tienes corazón de madre, y estás pendiente de las necesidades de los hombres. Y sabes que tú puedes resolverlas.
La más grande necesidad de los hombres es tener a Dios. Tú te presentaste en México como madre, y con eso decías todo. Sólo quieres que acudamos a ti con humildad.
Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: yo quiero hacer siempre lo que tu Hijo me diga. ¿Cómo puedo unir más fielmente mi voluntad a la suya? Déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.

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«Hijos míos, sacerdotes: Dios Padre mostró a su Hijo al mundo enviando a su Espíritu Santo. Yo lo envié al mundo para que fuera escuchado, pidiendo a los sirvientes que hagan lo que Él les diga, mostrando por la conversión del agua en vino el poder del Hijo, en el que Dios pone sus complacencias, y para dejar claro que para saber lo que tienen que hacer, primero deben escucharlo.
Escuchar para seguirlo, para morir al egoísmo, a los placeres del mundo, a la soberbia, a todo pecado. Pero Él no los llamó siervos, los llamó amigos.
Hagan lo que Él les diga, predicando sin miedo su Palabra, porque no son ustedes sino el Espíritu Santo quien habla; sin preocuparse del mañana, porque el mañana se preocupará de sí mismo. A cada día bástale su propio afán.
Algunos de ustedes, mis hijos sacerdotes, ya no tienen vino, no tienen disposición y humildad para abrirse a la gracia y a la misericordia. Pero ¿no estoy yo aquí que soy su Madre? Yo les pido que acepten mi presencia maternal, para que las gracias se derramen para todos, para conseguirles la libertad a través del conocimiento de la verdad, porque la verdad los hará libres.
Es tiempo de que escuchen y llenen las tinajas de agua para que reciban al mejor de los vinos y lo compartan.
Es tiempo de renovación espiritual, para desechar los odres viejos y conseguir odres nuevos, para que se conserve el vino nuevo y los odres.
Es tiempo de que hagan todo lo que Él les diga, porque ustedes, mis hijos sacerdotes, ya no tienen vino.
Es tiempo de darles de comer y darles de beber con alegría, porque el esposo está con ustedes.
Es tiempo de la disposición del corazón, de aprender a recibir, para que se abran a la gracia y a la misericordia.
Es tiempo de la alegría de volver al amor primero.
Es tiempo de hacerse niños para recordar y acudir al primer llamado.
Es tiempo de renovar las promesas del día de su Ordenación.
Es tiempo de acogerlos como niños, y darles de comer y darles de beber.
Es tiempo de que reciban de su Madre la misericordia.
Es tiempo de unidad entre sacerdotes.
Reciban al Espíritu Santo, porque es tiempo de llenarse de Él para que les recuerde todas las cosas.
Es tiempo de llenar las tinajas de agua, que es la disposición a la oración, para abrirse a la gracia y a la misericordia a través de su sí, como el sí de María, para despojarse del hombre viejo y vestirse de hombre nuevo, como odres para recibir y contener al mejor de los vinos, que es Cristo».

¡Muéstrate Madre, María!
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PARA EXAMINAR LA CONCIENCIA – ESCUCHAR Y HACER LO QUE DICE JESÚS
«Hagan lo que él les diga».
Eso es sabiduría.
Escuchar la Palabra de Jesús y no ponerla en práctica es como tener fe y no ponerla en obras. Es como tener oídos, pero estar sordo. Porque una fe sin obras está muerta.
Escuchar lo que dice Jesús y hacer lo que Él dice es dar testimonio de la fe y ponerla en obras. Entonces el que obedece da testimonio de vida, porque da testimonio de una fe que se manifiesta en obras, y que da fruto, y es así manifestada, transforma.
Eso es el testimonio, para eso es el testimonio: es manifestar en obras la fe, para dar testimonio de vida.
El que hace lo que Jesús dice, ese escucha. Y ese obedece, porque tiene su confianza puesta en el Señor, porque sabe que Dios es su Padre y le dará todo para bien, según su voluntad.
El que escucha a Jesús y hace lo que Él le dice, ese está cumpliendo la voluntad de Dios.
El que cumple la voluntad de Dios, ese ama, porque la voluntad de Dios está en su ley, en que lo amen a Él por sobre todas las cosas, y en que se amen los unos a los otros, como Jesús los amó.
El que quiera aprender a amar para hacer la voluntad de Dios, que escuche la Palabra de Jesús y que haga lo que Él le diga.
Solo así, sacerdote, transformarás corazones.
Solo así, escuchando y obedeciendo, será transformado tu corazón de piedra en corazón de carne, para que tu corazón sienta, goce, pero también sufra, teniendo los mismos sentimientos de Cristo, por quien han sido hechas nuevas todas las cosas, para que tú, sacerdote, también transformes los corazones de los hombres, predicando la Palabra de Jesús, para que lo escuchen, y hagan lo que Él les diga.
Entonces, sacerdote, verás milagros. Porque harás las obras de Jesús, y aun mayores, porque es así como glorificas al Hijo, y el Hijo glorifica, en ti, al Padre.
Transforma, sacerdote, el mundo, de la oscuridad a la luz, de la mentira a la verdad, del odio al amor, de la miseria a la divinidad, por la misericordia de Dios, transformando el pecado en perdón, y el pan y el vino en el Cuerpo y la Sangre de Cristo.
Esos, sacerdote, son milagros que solo los hace Dios cuando obra en ti, y a través de ti, cuando tú lo escuchas y haces lo que Él te dice.
Y es así como se derraman las gracias del Sagrado Corazón de Jesús a los corazones de los hombres, a través de tu corazón sacerdotal, configurado con el corazón de Cristo, unido a su Santísima Trinidad.
Gracias que conducen al hombre a Dios por su propia voluntad, porque la gracia lleva al hombre a la disposición de recibir lo que Dios quiere darle, y Dios se da, porque Dios es don, y los dones de Dios son buenos para los hombres, porque los une al único que es bueno, y lo santifica por el único que es santo.
Sacerdote, escucha lo que te dice Jesús, y haz eso que te dice, porque Él sabe lo que te conviene, porque Él te ama y, por eso, te convierte, pero, para escuchar, primero hay que guardar silencio, hay que disponer el corazón, y tener los oídos abiertos.
Quiere sacerdote; disponte, sacerdote; ábrete a la gracia y a la misericordia de Dios, a través de la escucha de su Palabra, y transmite hasta la última letra de lo que Él te dice, porque su Palabra es espada de dos filos, que abre los corazones y penetra hasta las entrañas, a la médula de los huesos, transformando todo lo que toca, hiriendo los corazones, sensibilizando las emociones, despertando los sentidos, llenando del fuego de su amor los corazones hasta desbordarlos, transformándolos en la dulzura, la inocencia, la suavidad, la belleza y la ternura de un niño, porque son los niños los que tienen corazón de carne.
La gracia transformante es la gracia que renueva tu alma, sacerdote. Y, a través de ti, el alma de todos los hombres.
La gracia transformante te da la serenidad y la paz interior de tu alma, para que vivas en la plenitud y en la alegría del amor de Dios, amándolo por sobre todas las cosas, y amando a tus hermanos, como Jesús los amó, escuchando su Palabra y haciendo lo que Él te dice, porque esa es la ley de Dios.
La gracia transformante, sacerdote, es la gracia del amor, por la que regresas al primer amor, que renueva y transforma tu alma sacerdotal en el alma del niño que se configura con Cristo en el altar.
Es el agua que calma tu sed y el alimento que te sacia.
Es el agua transformada en el vino que te falta, y que tú no sabes pedir, pero que tu Madre, sacerdote, pide para ti; porque una madre siempre sabe lo que el hijo necesita, lo que al hijo le conviene, lo que es bueno; porque ella sabe que solo Dios es bueno, lo que lo santifica; porque ella sabe que solo Dios es santo.
“Hagan lo que él les diga”.
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