«Viendo Jesús la fe de aquellos hombres, le dijo al paralítico…»
Para la oración personal del sacerdote con base en el Evangelio del día.
Viernes 13 de enero de 2023
ESPADA DE DOS FILOS III, n. 5
P. Gustavo Eugenio Elizondo Alanís
«Decídete, sacerdote, a obedecer a tu Señor, y haz lo que te manda. Pídele en su nombre, y haz sus obras, confiando en su poder, perdonando los pecados de su pueblo y derramando sobre él su misericordia. Cree en ti y cree en Cristo que vive en ti, y confía en que Él te ha dado el poder».
«La palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que una espada de dos filos» (Heb 4, 12).
EVANGELIO DEL VIERNES DE LA SEMANA I DEL TIEMPO ORDINARIO
El Hijo del hombre tiene el poder para perdonar los pecados.
+ Del santo Evangelio según san Marcos: 2, 1-12
Cuando Jesús volvió a Cafarnaúm, corrió la voz de que estaba en casa, y muy pronto se aglomeró tanta gente, que ya no había sitio frente a la puerta. Mientras El enseñaba su doctrina, le quisieron presentar a un paralítico, que iban cargando entre cuatro. Pero como no podían acercarse a Jesús por la cantidad de gente, quitaron parte del techo, encima de donde estaba Jesús, y por el agujero bajaron al enfermo en una camilla.
Viendo Jesús la fe de aquellos hombres, le dijo al paralítico: “Hijo, tus pecados te quedan perdonados”. Algunos escribas que estaban allí sentados comenzaron a pensar: “¿Por qué habla éste así? Eso es una blasfemia. ¿Quién puede perdonar los pecados sino sólo Dios?”.
Conociendo Jesús lo que estaban pensando, les dijo: “¿Por qué piensan así? ¿Qué es más fácil, decirle al paralítico: ‘Tus pecados te son perdonados’ o decirle: ‘Levántate, recoge tu camilla y vete a tu casa’? Pues para que sepan que el Hijo del hombre tiene poder en la tierra para perdonar los pecados —le dijo al paralítico—: Yo te lo mando: levántate, recoge tu camilla y vete a tu casa”.
El hombre se levantó inmediatamente, recogió su camilla y salió de allí a la vista de todos, que se quedaron atónitos y daban gloria a Dios, diciendo: “¡Nunca habíamos visto cosa igual!”.
Palabra del Señor.
“En la presencia de Dios, en una lectura reposada del texto, es bueno preguntar, por ejemplo: «Señor, ¿qué me dice a mí este texto? ¿Qué quieres cambiar de mi vida con este mensaje? … (Francisco, Evangelii Gaudium, n.153).
REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE
Señor Jesús: el evangelista se cuida de dejar por escrito algo que era muy importante en el relato: tú “viste” la fe de aquellos hombres.
Los que llevaban la camilla tuvieron que levantar parte del techo del sitio donde estabas, para descolgarla y colocar al paralítico frente a ti. Tú viste la fe de aquellos hombres, a los que no les importaron los obstáculos, y los vencieron, en favor de su amigo.
No podías dejar de realizar el milagro como premio a aquella fe. Y concedes más de lo que te piden: no solo sanas su cuerpo, sino que primero sanas su alma.
Lo que vieron todos fue una sanación total del cuerpo de aquel hombre, que tuvo la fuerza, en ese mismo momento, de tomar su camilla y caminar hacia su casa.
Lo que solo viste tú, Jesús, fue la fe de aquellos hombres, de aquellos buenos amigos que llevaron al enfermo hasta tus pies.
Ayúdame a tener una fe fuerte, para ser ejemplo, para dar ejemplo.
A ser dócil, manso y humilde de corazón, para dejarte actuar a ti en mi alma.
A ser un buen pastor, que me esfuerce siempre por llevar a mis ovejas hasta tus pies.
Y que, cuando yo sea ese paralítico, tenga la voluntad de levantarme, de convertirme, de aprovechar bien tu gracia para ponerme de pie y comenzar de nuevo.
Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.
«Amigo mío: acompaña a mi Madre a buscar a los enfermos, los heridos. Intercede por ellos, pero no vengas solo tú, trae a tus ovejas para que intercedan por ellos. Yo no he venido a buscar a los sanos, sino a los enfermos, pero yo uso a los sanos como instrumentos para llegar a todos, y llevar la salud a los enfermos.
Unidad y fraternidad para ayudarse unos a otros. Mira los milagros que yo he hecho, y dime ¿cómo crees tú que haya sido la vida de cada uno de ellos después de recibir la gracia del cielo?
Yo siempre espero que correspondan agradecidos. Pero no todos, amigo mío, agradecen lo que reciben.
Imagina qué sería del mundo si cada alma favorecida fuera muy agradecida.
Pues yo te digo, amigo mío, que un día fue descolgado un hombre en una camilla, delante de mí. Lo llevaban sus amigos, y yo me compadecí, tan solo ver la fe de aquellos que lo amaban, y dije “sí”, perdonando sus pecados y sanando su cuerpo, ante la mirada de muchos incrédulos, para dejar testimonio del poder del hijo de Dios, y convertirlos en creyentes.
Si yo he hecho esto viendo la fe, atendiendo la petición hecha con el amor del corazón de unos amigos, dime, ¿qué haría yo, si por la fe y la petición del amor de muchos corazones, acompañando a la Omnipotencia Suplicante, ante mis ojos me presentan a mis amigos heridos?
La tentación es mucha, los tiempos son difíciles, lo sé. Presenta ante mí esas súplicas. Son una ofrenda maravillosa que alivia mis heridas cuando las unes a mi cruz en cada misa. Yo les he dado el poder a todos ustedes, mis sacerdotes. Poder para hacer milagros, para sanar, para perdonar. Úsenlo bien. Reconozcan cuán grande es su poder.
Sacerdotes míos, pastores de pastores: apacienten a mis ovejas.
Ustedes que cuidan, que forman, que dirigen, que construyen, que guían, tengan fe, demuestren la fe, vivan la fe, contagien la fe.
Ustedes deben ser ejemplo. Den ejemplo.
Sean dóciles, mansos y humildes de corazón, y déjenme actuar, para cambiar la dureza de sus corazones de piedra en corazones de carne.
Acéptenme y conviértanse, búsquenme y encuéntrenme, llámenme y recíbanme, ámenme y déjense amar por mí, para que, con mi amor, cuiden y formen, dirijan, construyan y guíen en la fe.
Apacienten a mis ovejas, porque mis ovejas son pastores también, que guían, construyen, dirigen y forman.
Confírmenlos en la fe.
Fe en el amado, fe en el amor, fe de enamorado, fe por convicción, fidelidad, confianza, esperanza, amor.
Apacienten a mis ovejas, que el Pastor, sumo y eterno sacerdote, está pronto a venir.
¿Qué encontraré al llegar? ¿Qué cuentas van a entregar?
El tesoro de la fe no está bien protegido. Yo se los encomiendo.
Cuando yo venga, amigos míos, ¿encontraré fe sobre la tierra?
Acepten el auxilio de mi Madre, reciban su protección, busquen su consuelo, amen su Inmaculado Corazón, para que, al llegar, no los encuentre dormidos.
Pastores de pastores: conduzcan bien sus rebaños, en la unidad, en la perseverancia, en la alegría, en la fe, en el amor y en la paz.
Caminemos juntos. Yo los envío en la compañía de mi Madre, para recuperar lo que tanto amo y se ha perdido.
Conversión, sacerdotes, hermanos míos, conversión. Que, si ustedes me rechazan, yo tendré que rechazarlos, porque respeto su voluntad. Pero si ustedes me son infieles, yo sigo siendo siempre fiel, y en esa fidelidad está la misericordia de mi Padre.
Para mi Padre mil años son como un día y un día como mil años.
Pero para el hombre creó el tiempo, para que vivan hoy un presente de reconciliación conmigo y un futuro de esperanza en Él.
Yo he sido enviado al mundo en el tiempo del hombre.
Para hacer nuevas todas las cosas.
Para que, cuando caigan, sea yo quien los levante.
Para que corrijan sus errores y no quieran volver a caer.
Para que pidan perdón, y reciban, por la misericordia de mi Padre, la salvación.
Conversión es hacer nuevas todas las cosas. Empezar de nuevo conmigo. Cortar las cadenas que los atan a la prisión del mundo y dejar atrás las ataduras y la opresión.
He venido a liberarlos y a hacerlos un pueblo nuevo, un pueblo santo.
En el tiempo, que cada día sea una conversión, que vivan cada día este sacrificio mío y de ustedes para que sean perfectos conmigo, porque ustedes no han sido creados para ser perfectos, sino para que conmigo sean perfectos.
Reconciliación y reparación, porque las heridas causadas por sus infidelidades y por sus actos impuros requieren reparación. Por cada error, hermanos míos, actos de amor, de manera que vivan cada vez más en el amor, haciendo el bien, procurando la amistad y la paz.
Conversión de sus corazones duros a corazones sensibles, para que puedan ser traspasados y expuestos como el mío.
Corazones puros, para que puedan arder en fuego de vida, como el mío.
Corazones entregados que se consuman en mi amor.
Voluntad unida a mi voluntad, entregada a la voluntad del Padre, para que sean revestidos con el Espíritu Santo, y su conversión sea total, para una renovación completa, para hacer, en ustedes, nuevas todas las cosas.
Lleven la misericordia de mi Padre a los confesionarios, y sean compasivos y misericordiosos, como Él es.
Lleven el perdón y la salvación, como yo lo hago en cada sacrificio, en el tiempo presente, pasado y futuro.
Conviertan, sanen, renueven.
Que sea mi Madre quien los reciba como a mí, y ustedes se dejen guiar por ella, que es por ella, por su sí, que hago nuevas todas las cosas».
Virgen Inmaculada: yo sé que la fe depende de la gracia de Dios, por ser una virtud sobrenatural. Y sé también que la eficacia de mi ministerio dependerá, en buena parte, de mis obras de fe.
Aquellos hombres llevaron a su amigo paralítico frente a Jesús porque tenían fe. Sabían que Él podía curarlo, y se sintieron responsables de llevarlo, conscientes de que el enfermo no podía moverse, necesitaba ayuda.
Cuántas veces en mi trabajo pastoral me doy cuenta de que hay muchos paralíticos del alma, que necesitan que alguien los mueva, para que se levanten. Dios cuenta conmigo, y me está pidiendo que ponga por obra mi fe.
Yo te pido a ti que me ayudes y me enseñes a pedir la fe y a ponerla en práctica. Tú eres modelo y ejemplo, eres maestra de fe, acudo a tu consejo.
Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.
«Hijo mío sacerdote: yo soy la Inmaculada Concepción.
Que mi Corazón Inmaculado sea ejemplo y guía, con pureza de intención, con entrega, abandono y confianza.
Que mi silencio guíe tus palabras y mis lágrimas tus obras,
Que mi compañía sea luz en tu camino y mi sonrisa tu consuelo.
Que sea la santidad de tus ovejas tu único anhelo, que motive a compartir el celo por la salvación de las almas, que conquiste, que contagie, que convenza.
Ora a Dios Padre pidiendo compasión, piedad, misericordia, benevolencia, providencia, con insistencia, entregando tu voluntad.
Ora a Dios Hijo, con las caricias de pétalos de rosa a su Madre, meditando su vida, su muerte y su resurrección rezando el Rosario.
Ora a Dios Espíritu Santo, suplicando su presencia, su consuelo, sus dones, la gracia y el perdón.
Ora y ama para reparar el doloroso y sacratísimo Corazón de Jesús.
Conságrate a Jesús por medio de mi Inmaculado Corazón, para unir tu corazón al mío y al suyo, para ofrecer tu vida, amor por amor.
Ofrece tus sacrificios en una entrega hasta que duela, cansancio sin descanso, amar al extremo, vivir el amor, morir por amor.
Que sea tu entrega ejemplo de un pastor que ama a sus ovejas, y en esa entrega morir al mundo, para vivir al pie de la cruz conmigo, a los pies de Jesús.
Yo te acompaño en todo momento durante tu vida, y en la hora de la muerte piso la cabeza de la serpiente, para callarla y conseguir un juicio misericordioso.
Yo te conduzco a los brazos de Jesús, para que goces por Él, con Él y en Él, en la gloria de Dios, por toda la eternidad.
¡Muéstrate Madre, María!
PARA EXAMINAR LA CONCIENCIA – EL PODER DE HACER MILAGROS
«¿Qué es más fácil: decir se te perdonan tus pecados, o decir levántate y anda?»
Eso pregunta Jesús.
Tu Señor te hace una pregunta, sacerdote, y pone a prueba tu fe.
Tu Señor te ha dado el poder de expulsar demonios y de perdonar los pecados de los hombres, y también te ha dicho que el que crea en Él, hará él también las obras que Él hace, y aun mayores, porque Él está en el Padre, y el Padre está en Él, y te envía a dar testimonio de esta verdad, para que el mundo crea por tus obras.
Demuestra tu fe, sacerdote, y haz lo que tu Señor te dice, pidiéndole en su Nombre, confiando en que Él te dará todo lo que le pides, para que el Padre sea glorificado en el Hijo, a través de ti y de tu fe puesta en obras.
Confía, sacerdote, en el poder de tu Señor, que Él mismo ha confiado en ti para conquistar al mundo a través de sus obras y su Palabra. Pero si tú, sacerdote, a quien Él ha llamado “amigo”, no crees en su poder, ¿quién creerá en Él?
Y si tú, sacerdote, a quien Él ha hecho pastor de su rebaño, no crees en tu poder, ¿quién creerá en ti?
Y si tú no predicas con el ejemplo, haciendo la Palabra de Dios tu propia vida, y no eres digno de confianza porque no cumples sus mandamientos, ¿quién confiará en ti? ¿Quién confiará en la Palabra que predicas?,
Tu Señor vive en ti, sacerdote, y si al mundo le falta fe, que crean al menos por tus obras.
Tu Señor ha obrado milagros para que el mundo crea, y lo sigue haciendo para que conste que Él está vivo, que habita entre los hombres a través de ti, sacerdote, que obras cada día ante sus ojos un milagro patente, transformando un trozo de pan y un poco de vino, fruto del trabajo de los hombres, en el Cuerpo y en la Sangre de Cristo, en su alma, en su divinidad, que es don, alimento, comunión, gratuidad, ofrenda y vida, elevada en el altar: la presencia de Dios en la Eucaristía.
Y tú, sacerdote, ¿crees en los milagros?
¿Crees en el poder que te ha dado tu Señor, y en el poder de la intercesión de los santos?
¿Pides, en el nombre de tu Señor, beneficios, dones y gracias, para su pueblo?
¿Tienes caridad?
¿Tienes compasión?
¿Tienes encendido el corazón de celo apostólico, que te motiva a hacer las mismas obras que hizo tu Señor?
¿Le permites obrar por ti, contigo y en ti?, ¿o limitas la gracia por tu incredulidad y tu poca fe?
Recupera la confianza en tu Señor, sacerdote, teniendo visión sobrenatural, caminando con los pies en la tierra, pero con el corazón en el cielo, alimentando tu fe con su Palabra, en la oración, abriendo tu corazón, reconociendo que tú solo no puedes nada, pero que en cada encuentro tu Señor te fortalece y su gracia te basta.
Decídete, sacerdote, a obedecer a tu Señor, y haz lo que te manda. Pídele en su nombre, y haz sus obras, confiando en su poder, perdonando los pecados de su pueblo y derramando sobre él su misericordia.
Cree en ti, sacerdote, y cree en Cristo que vive en ti. Repara su Sagrado Corazón con tus obras de amor, y confía en que Él te ha dado el poder, la gracia y el don para que no seas incrédulo, sino creyente.
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