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INTERCESORES – AYUDAR A JESÚS (Mc 3, 7-12)

«Rogó Jesús a sus discípulos que le consiguieran una barca» 

Para la oración personal del sacerdote con base en el Evangelio del día.
Jueves 19 de enero de 2023

ESPADA DE DOS FILOS III, n. 13
P. Gustavo Eugenio Elizondo Alanís

«Pide la intercesión de la Madre de Dios, sacerdote, y acércate a buscar su protección. Ella es la intercesora por excelencia ante el Señor. Te enseña a cumplir con tu misión, adorando, pidiendo, orando, uniendo tu sacrificio al único sacrificio agradable ante Dios Padre: el de su Hijo en la cruz»

«La palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que una espada de dos filos» (Heb 4, 12).

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EVANGELIO DEL JUEVES DE LA SEMANA II DEL TIEMPO ORDINARIO
Los espíritus inmundos gritaban: “Tú eres el Hijo de Dios”. Pero Jesús les prohibía que lo manifestaran.
+ Del santo Evangelio según san Marcos: 3, 7-12
En aquel tiempo, Jesús se retiró con sus discípulos a la orilla del mar, seguido por una muchedumbre de galileos. Una gran multitud, procedente de Judea y Jerusalén, de Idumea y Transjordania y de la parte de Tiro y Sidón, habiendo tenido noticias de lo que Jesús hacía, se trasladó a donde él estaba.
Entonces rogó Jesús a sus discípulos que le consiguieran una barca para subir en ella, porque era tanta la multitud, que estaba a punto de aplastarlo.
En efecto, Jesús había curado a muchos, de manera que todos los que padecían algún mal, se le echaban encima para tocarlo. Cuando los poseídos por espíritus inmundos lo veían, se echaban a sus pies y gritaban: “Tú eres el Hijo de Dios”. Pero Jesús les prohibía que lo manifestaran.
Palabra del Señor.

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“En la presencia de Dios, en una lectura reposada del texto, es bueno preguntar, por ejemplo: «Señor, ¿qué me dice a mí este texto? ¿Qué quieres cambiar de mi vida con este mensaje? … (Francisco, Evangelii Gaudium, n.153).

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REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE
Señor Jesús: comprendo a toda esa multitud de personas que te buscaban para obtener de ti algún favor, movidos por la fama que tenías de curar enfermedades y arrojar demonios.
Y resulta muy humano eso de echársete encima para tocarte, porque de ti salía esa virtud que sanaba.
Hoy hacemos lo mismo. Queremos tocarte en la oración y en los sacramentos, para que nos sanes de nuestros males. Por eso tus ovejas acuden al sacerdote, para recibir de nuestras manos tu misericordia.
Señor ¿cómo agradecer tus favores, con obras de servicio?
Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.

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«Sacerdote mío: yo te curo de tus enfermedades porque te amo. Tú eres testigo de mi misericordia, y de la paz que te he dado en mis encuentros contigo.
Yo espero de ti que te levantes y te pongas a servirme, y no dejes que te retengan las cosas del mundo. No te distraigas.
Yo no te dejaré de mi mano.
Solo a mí me servirás, con fidelidad, porque nadie puede servir a dos amos. Porque aborrecerá a uno y amará al otro, o se dedicará a uno y descuidará al otro. No puedes servir a Dios y al dinero.
Permanece conmigo y sigue caminando, para que me sirvas y lleves mi paz y mi misericordia a todos los rincones del mundo, para que llegues hasta los corazones más pobres, transmitiendo mi Palabra.
Que tus palabras sean sencillas, porque son las mías. Quiero que uses un lenguaje sencillo, como yo soy.

  • no con palabras rebuscadas ni doctrinas extrañas, sino predicando el Evangelio;
  • no con palabras sabias, sino con la sabiduría de Dios, para no desvirtuar mi cruz, y para destruir la sabiduría de los sabios e inutilizar la inteligencia de los inteligentes;
  • para salvar a los creyentes por medio de la locura de la predicación, porque la locura divina es más sabia que los hombres, y la debilidad divina más fuerte que los hombres;
  • porque he escogido a los locos del mundo para confundir a los sabios, y he escogido a los débiles del mundo para confundir a los fuertes.

Yo te doy mis palabras, para que las entiendan todos mis amigos: los ancianos, los adultos, los jóvenes, y hasta los niños.
Ojalá fueran todos como niños, y no fueran como los jóvenes y los adultos que se dejan dominar por las pasiones del mundo.
Ojalá sus errores fueran solo travesuras de niños.
Ojalá tengas fe como del tamaño de una semilla de mostaza, para que expulses a los demonios que dominan a los hombres, pero que reconocen y gritan que yo soy el Hijo de Dios.
Levántate y sírveme. Yo espero de ti, que seas como niño, y que sigas el ejemplo de mis santos, que, por humillarse, han sido exaltados; que, por hacerse pequeños, han sido grandes; que, por hacerse últimos, han sido primeros.
Yo te premiaré con una corona grande si amas mucho –encontrándome hasta en el más pobre, en el más pequeño, en el más enfermo, en el más necesitado–, y me sirves; y dejando todo me sigues, para vivir en medio de la pobreza, llevando el regalo más valioso a los más necesitados, lo que ni todo el oro del mundo podría comprar, para darles lo que ellos más necesitan: mi misericordia y mi paz.
Corre de manera que consigas el premio. Pero debes saber que eres tan solo un instrumento, porque todo lo hace Dios».

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Madre mía: desde el comienzo de su ministerio tu Hijo llamó a sus discípulos para que aprendieran de Él, y poder así enviarlos a predicar el Evangelio. Pero también quería que ellos fueran intercesores.
Sabía que las multitudes lo iban a seguir, y necesitaba la ayuda de sus discípulos de diversas maneras. Hoy les pide que le consigan una barca.
Me recuerda el caso de Jonatán, cuando intercedió ante su padre, el rey Saúl, por la vida de su amigo David, el ungido de Dios.
Madre: Jesús sigue necesitando intercesores en la tierra, para llevarle almas. Me doy cuenta de que mi tarea como sacerdote en buena parte se trata de eso: debo ser un alma de oración para interceder por su pueblo. Y lo debo hacer, sobre todo, a través de la adoración eucarística.
Yo acudo a tu intercesión para que me protejas, y para que me ayudes y me enseñes a cumplir muy bien con la misión que me ha encomendado tu Hijo.
Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.

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«Hijos míos, sacerdotes: yo soy la Madre de Dios, y por Él soy Madre e intercesora de todos los hombres.
Mi intercesión es de Madre.
Intercesión con mi oración suplicante y con mi protección constante. Ese es otro tesoro de mi corazón para el mundo entero.
Es mi deseo hacer llegar mi auxilio a todos mis sacerdotes.
Intercesión para que se dispongan a recibir las gracias que tengo yo guardadas y que ustedes no saben pedir. Quiero protegerlos con el amor de mi corazón de Madre.
Intercesión para que resistan a toda tentación y a los ataques del enemigo, para que sean fortalecidos con los dones y gracias del Espíritu Santo, y sean justos y misericordiosos, como el Padre que está en el cielo es justo y misericordioso.
Intercesión para que se dispongan a recibir la misericordia y el amor de Jesús con humildad y arrepentimiento.
Intercesión para que sepan llevar esa misericordia a todas las almas.
Intercesión para que reciban y permanezcan en la amistad de mi Hijo.
Intercesión ante el Hijo, para que los llame, para que los elija, para que los transforme y convierta sus corazones, encendiéndolos con la llama del fuego de su amor.
Intercesión para que conozcan a mi Hijo, para que lo reciban, para que lo amen con su amor.
Intercesión para que sean acompañados por sus ángeles custodios, que los protejan y los asistan en todo momento.
Intercesión para que permanezcan bajo el resguardo y la protección de mi manto.
Intercesión para que me acepten y me amen como Madre, para que acepten todas las gracias que tengo para darles.
Intercesión para que sepan permanecer y perseverar en la batalla, venciendo al enemigo con mi amor y con el amor de Cristo, y con ese amor amen a Dios por sobre todas las cosas, amando al prójimo hasta dar la vida. Porque nadie tiene un amor más grande que el que da la vida por sus amigos.
Intercesión para que sean santos, para que sean Cristos.
Les enseñaré a interceder como lo hago yo, adorando a mi Hijo en la Eucaristía.
Adoren con todo su corazón, con toda su alma, con toda su mente.
Adoren entregando su amor en cada palabra, en cada acto, en cada oración.
Adoren pidiendo fe, esperanza y caridad.
Adoren con fe, con esperanza y con caridad.
Adoren pidiendo al Espíritu Santo que se derrame en ustedes.
Adoren ofreciendo los frutos de los dones y las gracias que de Él reciben.
Adoren ofreciendo su vida en cada Eucaristía, como reparación de sus pecados.
Adoren entregando su voluntad en cada Comunión para que se haga en ustedes la voluntad de Dios.
Adoren en cada pequeño sacrificio, en su hacer y en su obrar, todos los días de su vida.
Adoren convirtiendo su vida en oración continua.
Adoren intercediendo ante Dios, ofreciendo el Cuerpo y la Sangre de mi Hijo para el perdón de los pecados.
Adoren pidiendo la misericordia de Dios y el auxilio de su Madre».

¡Muéstrate Madre, María!

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PARA EXAMINAR LA CONCIENCIA – AYUDAR A JESÚS
«¡Tú eres el Hijo de Dios!»
Eso dicen los demonios echados a los pies de Jesús. Y no solo lo dicen, lo gritan.
«Padre, no ruego por el mundo, sino por los que tú me has dado. Yo ya no estoy en el mundo, pero ellos sí están en el mundo. No te pido que los retires del mundo, sino que los guardes del maligno».
Eso dice Jesús, eso pide Jesús.
Por ti ruega Jesús, y por ti intercede ante Dios Padre, porque Él es el Cristo, el único mediador entre Dios y los hombres, y ruega al Padre, pero también ruega a sus amigos, para que lo ayuden, para que intercedan ante Él y los hombres, y les pide que le consigan una barca desde donde Él, siendo cabeza, pueda predicar, pueda darse, pueda reunir, pueda convencer atrayendo a todos los hombres hacia Él para llevarlos al Padre, porque nadie va al Padre si no es por el Hijo, pero nadie va al Hijo si el Padre no lo atrae hacia Él.
Sacerdote, tú eres intercesor entre el Hijo de Dios y los hombres, tú eres el medio que el Padre utiliza para atraer a los hombres al Hijo, y a través del Hijo, llevarlos a Él.
Sin sacerdote no hay salvación para los hombres del mundo, porque esa es la voluntad de Dios, porque la salvación es a través de Cristo, del Cristo, sacerdote, que tú representas, del Cristo, sacerdote, que vive en ti, del Cristo con el que te configuras en el altar y por el que tus manos ya no son tus manos, y tu voz ya no es tu voz, y tus actos no son tus actos.
Así como el pan que partes con tus manos ya no es pan, y el vino de tu copa ya no es vino, sino el Cuerpo y la Sangre de Cristo, así se hace el sacerdote a Cristo en el altar, para que, siendo una sola cosa, interceda por los hombres ante Dios, derramando a los hombres su misericordia.
Eres tú, sacerdote, el que atrae a los hombres a Cristo.
Eres tú, sacerdote, el que une a los hombres a Dios.
Eres tú, sacerdote, intercesor que obtiene para los hombres el perdón y la salvación del crucificado, el que te ha elegido y te ha configurado.
Eres tú, sacerdote, al que Dios ha dado el poder para que lo que ate en la tierra quede atado en el cielo y lo que desate en la tierra quede desatado en el cielo.
Eres tú, sacerdote, el que hace bajar el pan vivo del cielo.
Eres tú, sacerdote, el que continúa la misión de Cristo en el misterio de la salvación.
Intercede, sacerdote, por tu Amigo que te pide ayuda, que te da la gracia y te envía a llevar su Palabra a todos los rincones del mundo.
Vístete, sacerdote, dignamente, para cumplir con la responsabilidad que has aceptado cuando Él te ha dado la dignidad para interceder ante Él por la gente.
Adora, sacerdote, a tu Señor.
Ese es el mejor modo de intercesión, porque, cuando tú lo adoras, ruegas como Él, el Padre te mira, y eres agradable ante Él, adorando el Cuerpo y la Sangre de su Hijo amado, a quien tú escuchas y en quien Él se complace.
Sacerdote: pide la intercesión de la Madre de Dios y acércate a buscar su protección. Ella es la intercesora por excelencia ante el Señor, es ella quien te enseña a cumplir con tu misión, adorando, pidiendo, rogando, orando, uniendo tu sacrificio al único sacrificio agradable ante Dios Padre: el sacrificio de su Hijo en la cruz.
Consigue para Él la barca en la que reúnas a su pueblo santo, para que todos formen una sola y Santa Iglesia, a través de la que el Padre atraiga a los hombres a su Hijo, para que su Hijo los lleve hasta Él.
Ruega, sacerdote, al Padre, como ruega tu Señor.
Aprende, sacerdote, lo que te ha enseñado tu Maestro.
Vive, sacerdote, sumergido en el misterio de la salvación, uniendo tu cuerpo, tu sangre, tu voluntad, al único mediador entre Dios y los hombres, que es tu Señor, el Cristo, único redentor, y ayúdalo, sacerdote, a consumar la salvación de cada uno de los hombres con tu intercesión.
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