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AMIGOS QUE NO TRAICIONAN – ELEGIDOS (Mc 3, 13-19)

«Jesús subió al monte, llamó a los que él quiso, y ellos lo siguieron»

Para la oración personal del sacerdote con base en el Evangelio del día.
Viernes 20 de enero de 2023

ESPADA DE DOS FILOS III, n. 14
P. Gustavo Eugenio Elizondo Alanís

«Adora, sacerdote, a tu Señor, y nunca lo traiciones. Permanece en su amistad, porque para eso te ha dado la libertad: para elegir siempre el bien por encima del mal. Y te ha dado la gracia de discernir cuál es su voluntad para obrar el bien y rechazar el mal».

«La palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que una espada de dos filos» (Heb 4, 12).

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EVANGELIO DEL VIERNES DE LA SEMANA II DEL TIEMPO ORDINARIO
Jesús llamó a los que él quiso, para que se quedaran con él.
+ Del santo Evangelio según san Marcos: 3, 13-19
En aquel tiempo, Jesús subió al monte, llamó a los que él quiso, y ellos lo siguieron. Constituyó a doce para que se quedaran con él, para mandarlos a predicar y para que tuvieran el poder de expulsar a los demonios.
Constituyó entonces a los Doce: a Simón, al cual le impuso el nombre de Pedro; después, a Santiago y a Juan, hijos de Zebedeo, a quienes dio el nombre de Boanergues, es decir “hijos del trueno”; a Andrés, Felipe, Bartolomé, Mateo, Tomás, Santiago el de Alfeo, Tadeo, Simón el Cananeo y a Judas Iscariote, que después lo traicionó.
Palabra del Señor.

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“En la presencia de Dios, en una lectura reposada del texto, es bueno preguntar, por ejemplo: «Señor, ¿qué me dice a mí este texto? ¿Qué quieres cambiar de mi vida con este mensaje?»” (Francisco, Evangelii Gaudium, n.153).

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REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE
Señor Jesús: el momento es muy solemne. Constituyes a los Doce, que elegiste para ser las columnas de tu Iglesia.
Los elegiste para que se quedaran contigo, para mandarlos a predicar, y para que expulsaran demonios. Confías en ellos y les pides que confíen en ti.
Pero no todos fueron fieles. Hubo un traidor.
Resulta difícil aceptar que uno de esos elegidos para ser columna de la Iglesia se dejara llevar por sus intereses personales. Habiendo sentido tu amor y habiendo recibido gracias tan especiales para hacer milagros, no correspondió a ese amor.
Señor: yo, sacerdote, solo quiero que “mis intereses personales” sean tú y todo lo que me exige mi ministerio. Quiero servir bien a la Iglesia, ¿qué debo hacer para no traicionarte?
Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.

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«Sacerdotes míos: yo confío en ustedes. Al menos ustedes ámenme. Al menos ustedes nunca me traicionen.
La cruz es la señal de mi amor por los hombres, y señal de traición por el desamor de los hombres.
Yo he venido al mundo a buscar y encontrar a mis amigos.
Yo los he llamado y los he elegido, y muchos son los llamados, pero pocos los elegidos; y no los he llamado siervos, sino amigos.
Yo los llamo a llevar mi Palabra y mi salvación al mundo entero, para que sean mi voz, para que sean mis pies, para que lleven mi paz y mi presencia, porque a mí me han atado y me han inmovilizado en la cruz, en donde permanezco crucificado cada vez que soy traicionado.
Me crucifican los que juran fidelidad y no son fieles.
Los que dicen conocerme, pero no me conocen.
Los que creen amarme, pero no me aman.
Los que dicen seguirme, pero me abandonan.
Los que dicen ser mis amigos, pero me traicionan.
Mis amigos son los que no me traicionan.
Los que me demuestran su amistad.
Los que permanecen en mí como yo permanezco en ellos.
Los que son fortalecidos con los dones del Espíritu Santo.
Los que se mantienen junto a mi Madre, protegidos bajo el resguardo de su manto.
Los que nacen al mundo para ser sacerdotes y mueren al mundo para ser santos.
Los que llamo y los que elijo para seguirme.
Los que escuchan el llamado.
Los que lo dejan todo para tomar su cruz y me siguen.
Los que creen en mí y me reconocen como Rey.
Los que creen en mí y me adoran como Dios.
Los que creen en mí y cantan alabanzas a su Señor.
Los que entregan su voluntad para cumplir mis deseos, haciendo lo que yo les diga».

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Madre mía, medianera de todas las gracias: tú sufriste un gran dolor por el abandono que hicieron los amigos de Jesús el día de su suplicio en la cruz.
Aquellos hombres habían sido elegidos por tu Hijo con amor de predilección, y tú los acogiste como Madre y derrochaste tu amor por ellos durante aquellos años de vida pública de Jesús.
Los conocías muy bien a todos, porque los acompañabas, y porque ellos también abrían su corazón contigo. Te contaban sus cosas, y tú les contabas las cosas de Jesús que guardabas en tu corazón.
Fue grande tu sufrimiento cuando no estuvieron a la hora del dolor, con excepción de Juan. Y sufriste especialmente por Judas. Estoy seguro de que pediste por la salvación de su alma, porque una madre nunca abandona.
Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: yo no quiero abandonar a tu Hijo, no quiero traicionarlo: ¡dame la gracia de la fidelidad! Déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.

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«Hijos míos, sacerdotes: acompáñenme al pie de la cruz, en donde es traicionado el amor.
En mi corazón guardo el dolor de la traición de los amigos de mi Hijo, a los que yo tanto amo. Y me duelen los dos: el traicionado y el traidor.
En mi corona hay doce estrellas, son doce tribus, son doce reyes, son doce discípulos, son doce apóstoles, son doce amigos.
Y Él los llama a todos para que sean ungidos. Pero si uno lo traiciona y se va, y no se arrepiente y no regresa, Él sale a buscar y a llamar, y a elegir a otro invitado, para que se vista de fiesta y se llenen las sillas de los convidados al banquete de las bodas del Cordero.
Pero a los que Él llama amigos y lo traicionan yo los llamo cobardes, porque no tienen el valor de pedir la gracia para permanecer en la amistad y en la fidelidad.
Yo los llamo soberbios, porque creen que pueden solos mantenerse en la amistad y en la fidelidad.
Hijos míos: necesitan la gracia de Dios, y deben tener valor de entregar su voluntad, y con esa voluntad pedir la gracia que los fortalece, que los santifica.
La soledad debilita la voluntad, y el enemigo está al asecho y aprovecha esa debilidad para tentar, para destruir, para traicionar.
Ustedes necesitan unas gracias que no saben pedir, para que se reconcilien con Cristo y permanezcan en su amistad, por Él, con Él y en Él, para que lo amen, para que lo conozcan, para que lo alaben, para que lo glorifiquen, para que lo adoren, para que vivan por Él, con Él y en Él, para que se mantengan en la fidelidad, para que nunca lo traicionen, para que cuando ustedes sean traicionados, y golpeados, y crucificados, perseveren en santidad, vestidos de fiesta, esperando y soportando con paciencia.
Estén preparados para que, cuando Él llame, abran la puerta. Porque Él llama a los que Él quiere, y los que lo siguen se quedan con Él, y tienen el poder para predicar, para expulsar demonios, para pedir las gracias y permanecer en la amistad, porque el Espíritu Santo está con ustedes. Yo quiero que ustedes permanezcan con Él, para que sepan llamarlo y recibirlo, aceptar los dones y las gracias, y dar fruto.
Yo soy la Madre de la gracia, dispensadora de todas las gracias. Vengan a mí para compartir con ustedes los tesoros que guardo en mi corazón, para que enriquezcan su oración meditando todo esto en su corazón, para que los que escuchan el llamado de mi Hijo lo sigan, para que lo conozcan, para que lo amen, para que sepan lo que hacen, para que permanezcan en su amistad y nunca lo traicionen».

¡Muéstrate Madre, María!

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PARA EXAMINAR LA CONCIENCIA – ELEGIDOS
«Muchos son los llamados, pero pocos los elegidos» (Mt 22, 14).
Eso dice Jesús.
Sacerdote: tú has sido llamado y también has sido elegido.
Agradece a tu Señor.
Sacerdote: confía en el llamado de tu Señor, deja todo, niégate a ti mismo, toma tu cruz y síguelo, porque para eso te llamó y te ha dado una cruz en la que Él ya está crucificado.
Únete tú, porque el sacrificio ya está hecho, sacrificio que es una Nueva Alianza perfecta entre Dios y los hombres.
Su nombre es Jesucristo Sumo y Eterno Sacerdote.
Es Él el que te ha llamado como a muchos, y es Él el que te ha elegido como a pocos, y te da la libertad para seguirlo, y te da la libertad para abandonarlo, y te da la libertad y la voluntad para quedarte con Él cuando todos se han ido.
Eres tú, sacerdote, el elegido, y de ti depende acompañarlo o abandonarlo, sabiendo que, para acompañarlo, necesitas la gracia, porque lo fácil es abandonarlo.
Pide, sacerdote, la gracia para decirle sí, para dejarlo todo, para tomar tu cruz y para seguirlo en la fidelidad de su amistad, que Él te ha dado de manera irrevocable, porque no eres tú quien lo eligió a Él, es Él quien te ha elegido a ti, y te ha nombrado y te ha transformado en sacerdote, como Él, y es Él quien te da la gracia para perseverar y mantenerte en su amistad.
Pero tienes que querer.
Sacerdote: tienes que luchar por ese querer, pidiendo fortaleza en tu voluntad para utilizar bien tu libertad.
Sacerdote: eres tú quien representa esa alianza por la que Dios manifiesta a su pueblo, con la vida de su Hijo, con su pasión y muerte en la cruz, y con su resurrección, que Él es su Dios y ellos son su pueblo: una sola alianza perfecta para reunir a su pueblo en un solo rebaño y con un solo pastor, en un solo pueblo santo de Dios.
Sacerdote: tú has sido elegido entre los doce para construir la Iglesia de Cristo, para conformar el cuerpo del cual Él es cabeza. Pero te da oportunidad de decidir de acuerdo a tu libertad, y con toda tu voluntad creer que aquel que te ha llamado y te ha elegido, es el Hijo único de Dios; aceptar que Él, siendo Dios, se hizo hombre, para ser en todo como tú, excepto en el pecado. Y siendo sacerdote te comprende, porque ha padecido los mismos sufrimientos que tú, y te da la libertad para decidir seguirlo, y te da una cruz para configurarte con Cristo, por Él y en Él, a través de su único y eterno sacrificio, en ofrenda y sacrificio, para ser pan vivo bajado del cielo a través de tus propias manos.
Sacerdote: participa en el misterio de la salvación entregando tu voluntad a Dios, con la libertad que Él te dio.
Adora, sacerdote, a tu Señor, y nunca lo traiciones.
Permanece en su amistad, porque para eso te ha dado la libertad: para elegir siempre el bien por encima del mal. Y te ha dado la gracia de discernir cuál es su voluntad para obrar el bien y rechazar el mal.
Pero si un día, sacerdote, te equivocas, y caes en la tentación, si decides usar tu libertad a traición, arrepiéntete, confiesa tu pecado, y pide perdón a otro, que, como tú, le ha sido dado el don de ser Cordero y ser Pastor, para perdonar los pecados del mundo a través de la absolución de aquel al que tú y él, por su propia voluntad y en plena libertad, aceptaron ser: el Cristo sumo y eterno sacerdote.
Porque tú, sacerdote, no solo eres como Él, no solo debes parecerte a Él, no solo lo representas. Date cuenta, sacerdote, configurado estás con Él, y juntos son una sola cosa.
Acepta, sacerdote, que has sido llamado y has sido elegido para ser el Cristo, el sacerdote, el ungido, al que Dios le ha dado el poder, por sus benditas manos, de ser aquel que perdona, que redime, que santifica, que salva, que alimenta a su pueblo con su Pan y con su Palabra, el que hace efectiva la alianza a través de derramar de sus benditas manos el agua de la gracia, bautizando con el Espíritu Santo, afiliando a los hombres a Dios, haciéndolos hijos a través del único y eterno sacrificio de Cristo, en el que participas cuando aceptas hacer la voluntad de Dios, y cumples tu ministerio en perfecta libertad, por tu propia voluntad.
Sacerdote: elige tú: ser traidor o ser salvador.
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