«Jesús les dijo: “Síganme y los haré pescadores de hombres”»
Para la oración personal del sacerdote con base en el Evangelio del día.
Domingo 22 de enero de 2023
ESPADA DE DOS FILOS III, n. 16
P. Gustavo Eugenio Elizondo Alanís
«Entrégale tu voluntad a tu Señor, sacerdote. Cree en Él y haz todo lo que te pida, aunque parezca una locura, aunque no quieras, aunque no entiendas, aunque tu razonamiento humano no encuentre una razón, aunque estés cansado, aunque atravieses una noche oscura y no tengas fuerzas para trabajar».
«La palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que una espada de dos filos» (Heb 4, 12).
EVANGELIO DEL DOMINGO DE LA SEMANA III DEL TIEMPO ORDINARIO (A)
Fue a Cafarnaúm y se cumplió la profecía de Isaías.
+ Del santo Evangelio según san Mateo: 4, 12-23
Al enterarse Jesús de que Juan había sido arrestado, se retiró a Galilea, y dejando el pueblo de Nazaret, se fue a vivir a Cafarnaúm, junto al lago, en territorio de Zabulón y Neftalí, para que así se cumpliera lo que había anunciado el profeta Isaías:
Tierra de Zabulón y Neftalí, camino del mar, al otro lado del Jordán, Galilea de los paganos. El pueblo que yacía en tinieblas vio una gran luz. Sobre los que vivían en tierra de sombras una luz resplandeció.
Desde entonces comenzó Jesús a predicar, diciendo: “Conviértanse, porque ya está cerca el Reino de los cielos”.
Una vez que Jesús caminaba por la ribera del mar de Galilea, vio a dos hermanos, Simón, llamado después Pedro, y Andrés, los cuales estaban echando las redes al mar, porque eran pescadores. Jesús les dijo: “Síganme y los haré pescadores de hombres”. Ellos inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron. Pasando más adelante, vio a otros dos hermanos, Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, que estaban con su padre en la barca, remendando las redes, y los llamó también. Ellos, dejando enseguida la barca y a su padre, lo siguieron.
Andaba por toda Galilea, enseñando en las sinagogas y proclamando la buena nueva del Reino de Dios y curando a la gente de toda enfermedad y dolencia.
Palabra del Señor.
“En la presencia de Dios, en una lectura reposada del texto, es bueno preguntar, por ejemplo: «Señor, ¿qué me dice a mí este texto? ¿Qué quieres cambiar de mi vida con este mensaje? … (Francisco, Evangelii Gaudium, n.153).
REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE
Señor Jesús: el texto del evangelio que hoy meditamos nos habla de escuchar la voz de Dios y cumplir su voluntad; de trabajo, de apostolado, de amor al Papa y a la Iglesia, de unidad, de entrega a Dios: un programa muy completo para buscar la santidad en el mundo de hoy.
La Iglesia hoy predica incansablemente sobre la llamada universal a la santidad, y los sacerdotes debemos sentirnos especialmente llamados, y luchar por convertir nuestro trabajo ministerial en obras de santidad. Y tú nos llamas a dejarlo todo para seguirte.
Tenemos el peligro de pensar que ya nuestro trabajo es, de suyo, santificable y santificador, y quedarnos en eso. Es verdad, pero para santificar nuestro trabajo debemos esmerarnos en hacerlo bien, cuidando la rectitud de intención y las cosas pequeñas, con espíritu de servicio, olvidándonos de nosotros mismos y pensando en los demás. Y para eso debemos cuidar nuestra vida interior, especialmente la celebración de la santa Misa, en donde debe confluir todo lo que hacemos durante el día, convirtiéndolo en ofrenda a Dios.
Jesús: que mi entrega sea completa, buscando verdaderamente mi santidad, a través de sobrenaturalizar mi vida ordinaria, y haciendo apostolado, como pescador de hombres.
Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.
«Sacerdote mío: ven, mi llamado es claro y fuerte.
Yo te llamo a seguirme sirviendo a mi Iglesia.
Yo te llamo a salir del mundo para seguirme a mí. Pero te llamo a permanecer en medio del mundo porque es en el mundo en donde yo construyo el Reino de los Cielos.
Yo te llamo para que pidas a mi Madre que lleve su auxilio a todos mis amigos, a los que yo he llamado y han salido del mundo, lo han dejado todo, han tomado su cruz y me han seguido.
Yo los he llamado para dejar sus redes, para ser mis amigos, para caminar conmigo y hacerlos pescadores de hombres.
Y todo el que deje casa, hermanos, padre, madre, hijos o tierras por mi nombre, recibirá el ciento por uno y la vida eterna.
Pero entre los que yo he llamado muchos primeros serán últimos y muchos últimos los primeros.
Y muchos me seguirán y luego me abandonarán, porque no saben escuchar, y el llamado, amigo mío, es todos los días.
Yo los he llamado, y los he enviado de dos en dos a anunciar la buena nueva, para que se conviertan y crean en el Evangelio, porque el Reino de los Cielos ya está aquí.
Yo los envío, amigos míos, a rogar al dueño de la mies, porque la mies es mucha y los obreros pocos. Rueguen para que envíe más obreros a su mies.
Yo los envío como corderos en medio de lobos.
Yo los llamo a salir del mundo permaneciendo en medio del mundo, en donde la tentación es constante y el peligro acecha. Así su oración debe ser constante, pidiendo a Dios que los mantenga en la fe, para que su vocación no sea estéril, sino fecunda; que sea su tierra fértil, y fructíferas sus obras.
Me ha sido dado todo el poder en los cielos y en la tierra. Yo los envío como mis discípulos. Pero no los envío solos, porque yo estoy con ustedes todos los días de su vida, hasta el fin del mundo.
Sacerdotes míos, pescadores de hombres: revístanse con mi pureza para que mi Espíritu los fortalezca. Porque las redes les han sido dadas, y la barca ha sido construida.
Se les ha dado la capacidad para echar las redes al mar y pescar. Pero, para llenar las redes y traerlas hasta la orilla, ustedes no pueden solos, pero conmigo todo lo pueden.
Que sus corazones sean castos y puros:
– para que sean puras las manos que tocan mi Cuerpo, y que echan redes y pescan almas para conducirlas hasta puerto seguro;
– para que sean puros los labios que tocan mi Sangre y llevan mi Palabra anunciando el Reino de los Cielos. Labios que adoran y bendicen, que perdonan y consuelan, que al abrirse santifican.
Vengan a mí cuando estén derrotados por su debilidad, que yo los aliviaré y les daré el valor para corregir, para enmendar, para reparar.
Acérquense a la reconciliación. Los que perdonan no juzguen, perdonen. Los que piden perdón no tengan miedo, confíen.
Quiero pescadores fuertes y valientes que no tengan miedo de ir al mar, que no se asusten en las tormentas y que me lleven en su barca.
Quiero sacerdotes con determinación de vivir en la pureza, de cargar su cruz, de resistir ante la adversidad y las tentaciones, con humildad para arrepentirse, reconocer su flaqueza y pedir perdón.
Pescadores que no teman quemarse con el calor del sol, pero que teman al poder del que ha creado el sol.
Pescadores que tengan hambre y que tengan sed, para que, después de la jornada, traigan una buena pesca, y coman y beban conmigo.
Quiero pescadores firmes en su fe, confiados en la providencia de mi Padre y en el amor de mi Madre.
Quiero pescadores que sean fieles, que sean santos, que sean Cristos».
Madre mía: tú eres una buena madre y quieres que todos tus hijos alcancemos la vida eterna, que seamos santos de altar. Ayúdanos a conseguir esa meta, y a ser muy buenos pescadores, para llevarte muchas almas al cielo.
Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.
«Hijos míos, sacerdotes: yo soy el faro que da auxilio a los pescadores. Conmigo llevo la luz. Volteen a verme, para que regresen sanos y salvos a la orilla, en donde mi Hijo los espera.
Reparen con su entrega las heridas más profundas del corazón de Jesús: cada ofensa, cada infidelidad, cada acto impuro, cada indiferencia, cada omisión, cada mala acción, cada mala intención, cada impureza de cada corazón, de cada uno de los que más ama, de cada pescador de hombres, de cada sacerdote.
Yo soy la Madre de Dios, y por Él, que es Dios Hijo y está sentado en el trono a la derecha de Dios Padre, soy Reina del cielo y de la tierra.
Quiero dar auxilio a mis hijos los profetas, sacerdotes y reyes, para que cumplan la voluntad de quien los ha llamado y los ha enviado, y se haga su voluntad en la tierra como en el cielo, porque algunos se están perdiendo, porque no saben escuchar y el llamado es todos los días.
Yo pido la conversión de cada uno de mis hijos sacerdotes.
Conversión todos los días:
– para que estén dispuestos a escuchar el llamado entre el ruido del mundo;
– para salir del mundo;
– para dejarlo todo y seguir a Jesús;
– para seguir sus huellas;
– para ser pescadores de hombres, proclamando la Palabra, construyendo el Reino de los cielos.
Conversión procurando la humildad:
– para acudir al llamado con un corazón contrito y humillado, que mi Hijo no desprecia, escuchando el llamado a través de la Palabra;
– para seguir a Cristo;
– para obedecer a Cristo, anunciando la buena nueva, echando redes para pescar almas ciegas y develarlas a la luz del Evangelio;
– para destapar oídos sordos;
– para que escuche cada uno según su vocación el llamado de Cristo a la conversión, y a anunciar que el Reino de los cielos ya está aquí, en cada uno;
– para que construyan entre todos un solo Reino, un solo pueblo santo, una sola Iglesia.
Yo llamo a mis hijos sacerdotes para que construyan el Reino de los cielos en cada vocación que escucha el llamado a dejarlo todo, para servir a Dios, siguiendo las huellas del Hijo de Dios -el que ha venido al mundo para salvar al mundo, el que es el Cordero de Dios que quita los pecados del mundo, el que es sumo y eterno sacerdote-, dejando de ser sólo hombres para hacerse por Él, con Él y en Él, como Él: Cristos.
Oremos para que sepan ser como Él y escuchar como escucha Él;
– para que crean en Él y cumplan sus mandamientos;
– para que vivan en el mundo sin ser del mundo;
– para que todos los días escuchen su voz y conviertan sus corazones;
– para que sepan seguirlo, y Él los haga pescadores de hombres;
– para que, por este llamado, sea el fruto del trabajo de los hombres ofrecido a Dios en el altar, y convertido por sus benditas manos en el Cuerpo y en la Sangre de Cristo, para alimentar a su pueblo con el pan de la vida;
– para que, a través de mi corazón, por el que escuché y dije sí, la Palabra, que se hizo carne y habitó entre nosotros, sea escuchada».
¡Muéstrate Madre, María!
PARA EXAMINAR LA CONCIENCIA – ECHAR LAS REDES
«No temas, desde ahora serás pescador de hombres».
Eso dijo Jesús
Se lo dijo a Simón, y lo hizo Pedro. Y le dio las llaves del Reino de los cielos, cuando él se reconoció un hombre indigno y pecador, y arrepentido se humilló ante su Señor. Y, dejándolo todo, lo siguió.
Y tú sacerdote, ¿sigues el ejemplo de Simón?
¿Te consideras tan solo un hombre indigno y pecador?
¿Has dejado todo, para seguirlo?
Tu Señor te ha dicho a ti lo mismo, sacerdote. Te ha pedido que eches las redes, y tú has visto lo que ha sucedido. En milagro patente Él se ha convertido, a partir del pan y el vino, fruto del trabajo de los hombres.
Tu Señor ha transformado el trabajo de los hombres en sí mismo, para hacerlo una ofrenda agradable a Dios, en su único y eterno sacrificio, santificando el trabajo de los hombres, porque Él es el único y tres veces Santo.
Y tú, sacerdote, ¿santificas tu trabajo?
¿Transformas tu ministerio en constante oración?
¿Unes los frutos de tu trabajo en el pan y en el vino, para transformarlos en el Cuerpo y en la Sangre de tu Señor?
¿Entregas en el altar ofrendas generosas, rindiendo buenas cuentas de lo mucho que te ha dado tu Señor?
¿Piensas que el fruto del trabajo de los hombres se trata solo de laicos y no de sacerdotes?
Tu Señor te ha enviado a echar las redes, y tú, sacerdote, debes hacer lo que Él te diga, aunque tú tengas considerado para ti otros planes en tu vida. Escucha, sacerdote, la voz de tu Señor, echa las redes y lleva tu pesca hasta la orilla. Entrégale tu voluntad, cree en Él y haz todo lo que te pida, aunque parezca una locura, aunque parezca una incongruencia, aunque no quieras, aunque no entiendas, aunque tu razonamiento humano no encuentre una razón, aunque estés cansado, aunque atravieses una noche oscura y no tengas fuerzas para trabajar. Confía y echa las redes al mar.
Contra toda cordura, contra toda costumbre, obedece a tu Señor y déjate llenar de su locura Divina, participando con Él en una maravillosa aventura.
Y si un día te acechara la duda, sé dócil, sacerdote, y deja al Espíritu Santo actuar. Entonces verás que tu corazón desbordado de su amor te dice que eches las redes al mar, confiando en tu Padre, que no te dejará errar el camino, porque te cuida, porque te protege y te da visión sobrenatural, porque Él es Dios y tú eres su hijo.
Y si un día las tinieblas no te dejaran ver, y el ruido del mundo no te permitiera escuchar, acude a la compañía de la Madre de tu Señor, que siempre te va a ayudar, te lleva de su mano, te protege con su manto, te guía con la luz de la verdad hacia puerto seguro, porque ella siempre te lleva a Jesús y Él es el camino seguro.
Confía, sacerdote, en tu Señor, escucha su Palabra y haz lo que te diga. Confía en tu Padre y en que su providencia te dará los medios para ser pescador de hombres. Pero nada de esto sucederá, si tú no tienes el valor de confiar en tu Señor, y echar las redes al mar.
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