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ILUMINAR EL MUNDO – LUZ DE CRISTO (Mc 4, 21-25)

«¿Acaso se enciende una vela para meterla debajo de una olla o debajo de la cama?»

Para la oración personal del sacerdote con base en el Evangelio del día.

 Jueves 26 de enero de 2023

ESPADA DE DOS FILOS III, n. 22

P. Gustavo Eugenio Elizondo Alanís

«Sacerdote, no escondas tu luz porque no es tuya. Tú has sido encendido con la luz de Cristo, y esa luz no es para guardarla, para esconderla, para apagarla. Es para mostrarla, como una vela en el candelero, para que alumbre el sendero por el que caminan las almas, para que lleguen al cielo»

«La palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que una espada de dos filos» (Heb 4, 12).

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EVANGELIO DEL JUEVES DE LA SEMANA III DEL TIEMPO ORDINARIO
La misma medida que utilicen para tratar a los demás, se usará para tratarlos a ustedes.

+ Del santo Evangelio según san Marcos: 4, 21-25

En aquel tiempo, Jesús dijo a la multitud: “¿Acaso se enciende una vela para meterla debajo de una olla o debajo de la cama? ¿No es para ponerla en el candelero? Porque si algo está escondido, es para que se descubra; y si algo se ha ocultado, es para que salga a la luz. El que tenga oídos para oír, que oiga”.
Siguió hablándoles y les dijo: “Pongan atención a lo que están oyendo. La misma medida que utilicen para tratar a los demás, esa misma se usará para tratarlos a ustedes, y con creces. Al que tiene, se le dará; pero al que tiene poco, aun eso poco se le quitará”.
Palabra del Señor.

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“En la presencia de Dios, en una lectura reposada del texto, es bueno preguntar, por ejemplo: «Señor, ¿qué me dice a mí este texto? ¿Qué quieres cambiar de mi vida con este mensaje?»” (Francisco, Evangelii Gaudium, n.153).

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REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE
Señor Jesús: cuando reflexiono en esas palabras tuyas que hablan de “encender una vela”, no puedo dejar de pensar en mi vocación sacerdotal. Está claro que tú encendiste esa vela en mi alma, y no quieres que la ponga debajo de la cama, sino en el candelero.
Si me llamaste es porque quieres que ilumine a los demás con esa luz que has encendido en mi corazón. Soy portador de tu gracia, a través de la predicación de tu Palabra y la administración de los sacramentos.
Señor: tú eres la Luz y te haces presente en la Sagrada Eucaristía. ¿Qué debo hacer para mantener encendida esa luz y transmitirla eficazmente a los demás?
Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.

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«Sacerdotes míos: vengan a conocer la intimidad revelada de Dios por el Espíritu.
Yo soy el pan vivo bajado del cielo, para que quien lo coma no muera. El que coma de este pan vivirá para siempre, y el pan que yo le voy a dar es mi carne, para la vida del mundo.
Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Yo soy Eucaristía, fuente inagotable de misericordia, que renueva a los hombres constantemente cuando hacen esto en memoria mía, en este único y eterno sacrificio, en el que doy mi vida. Nadie me la quita, yo la entrego por mi propia voluntad, para que el mundo tenga vida, derramando constantemente la misericordia de Dios sobre las miserias de los hombres, perdonando los pecados de los hombres, alimentando el espíritu de los hombres, hasta que vuelva.
Entonces me sentaré y tomare posesión del mundo y de lo que me pertenece, que por mi cruz y resurrección he ganado, y los haré partícipes de un único y eterno banquete celestial en la gloria de Dios Padre.
Yo soy el alimento que nunca se acaba. Pero son ustedes, sacerdotes, los que lo entregan con generosidad. Pero si ustedes no creen, si se debilita su fe, y si dejan vacío el sagrario, y si no me prestan sus manos y su voz, no consagran.
¿Cómo tendrá vida el mundo?
¿Cómo llegará mi alimento a todos los que creen en mí, y me aman, y me esperan, y me adoran?
¿Cómo llegará mi luz para iluminar la oscuridad de los que viendo no ven y oyendo no oyen?
¿Cómo disiparé las dudas de los que viven en tinieblas si los que son mi luz se apagan porque no tienen fe?
Ustedes son la luz del mundo y la sal de la tierra. No permitiré que la sal se vuelva insípida y que se apague la luz. Antes bien, salaré la tierra con el mar de mi misericordia y la iluminaré con mi luz, y les mostraré el camino, porque yo soy la luz del mundo: el que me siga no caminará en la oscuridad, sino que tendrá luz para la vida.
Y de esto doy testimonio yo mismo.
Yo quiero llevar la luz a mis amigos, para que llegue mi misericordia a través de ustedes al mundo entero.
Sus corazones han sido encendidos con mi luz, no para que se esconda, sino para que se vea, para que ilumine a todos los de la casa, y brille la luz de ustedes ante los hombres, para que vean las obras que ustedes hacen y glorifiquen al Padre.
Por sus obras sabrán que su luz no es sabiduría de los hombres, sino que viene de Dios».

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Madre de la Luz: yo sé que tú me miras de una manera especial, por mi configuración con Cristo. Él dijo que es la luz del mundo, y que quien lo sigue no andará en tinieblas. A nosotros nos pide que brille nuestra luz delante de los hombres.
Me doy cuenta de que el ministerio sacerdotal me exige más que a nadie ser ese candelero, para hacer brillar la luz de Cristo, a través de todas mis tareas pastorales, pero, sobre todo, a través de mi vida, que debe reflejar la de Jesús.
Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: intercede para que pueda hacerlo bien. Te pido que me ilumines tú, para que valore más mi sacerdocio. Déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.

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«Hijos míos, sacerdotes: en mi vientre brilla la luz para el mundo. Luz que Dios dio a los hombres a través de mi amor de Madre. Pero los hombres no la recibieron, porque amaron más las tinieblas que la luz. Porque todo el que obra mal aborrece la luz, pero el que obra la verdad va a la luz. Y es así que se manifiestan las obras de Dios.
Es así como yo quiero hacer llegar mi amor a ustedes, mis hijos más amados, mis sacerdotes, llevándolos con mis obras a la luz, para que vuelva a brillar la luz a través de ustedes, para el mundo entero, por mi amor de Madre.
Ustedes son el tesoro más amado de mi corazón de madre.
Ustedes han sido llamados a ser camino, porque son partícipes del misterio de salvación.
Ustedes han sido llamados a conocer la verdad, a vivir la verdad, a ser la verdad en Cristo y a llevar la verdad al mundo.
Ustedes son llamados a ser vida y a dar vida, porque son fuente del agua de salvación, porque tienen el poder de ser y hacer.
Ustedes son instrumentos sagrados del amor de Dios. Esa es su vocación: vocación al amor.
Ustedes son el camino, la verdad y la vida, por Cristo, con Cristo, en Cristo.
Ustedes son quienes realizan milagros con sus manos, todos los días.
Ustedes son quienes iluminan al mundo, porque son luz del mundo y sal de la tierra.
Ustedes son las manos que transforman el pan y el vino en el Cuerpo y la Sangre de Cristo, y elevan a Dios ante el mundo en cada sacramento de Eucaristía.
Ustedes son quienes configuran su cuerpo y su alma con Cristo.
Ustedes son los brazos del Padre, que acogen, que abrazan.
Ustedes son los pastores que guían al pueblo de Dios, que lo reúnen en un solo rebaño y lo confirman en una misma fe.
Ustedes son el rostro de Cristo, el rostro de la misericordia de Dios.
Ustedes son el rostro del amor.
Ustedes son fieles soldados y custodios del Cuerpo y la Sangre de Cristo, en la Eucaristía y en ustedes mismos.
Ustedes llevan en su vocación el tesoro de Dios, pero lo llevan en vasijas de barro».

¡Muéstrate Madre, María!

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PARA EXAMINAR LA CONCIENCIA – LUZ DE CRISTO
«Yo soy la luz del mundo, el que me siga no caminará en la oscuridad, si no que tendrá la luz de la vida» (Jn 8, 12).
Eso dice Jesús.
Sacerdote: tú eres la luz de Cristo para el mundo. Es a través de ti que brilla la luz hasta el último rincón de la tierra.
La luz es Jesús.
Y es a través de su Palabra que la luz brilla en ti para que llegue a todo el mundo y alcance a todos los hombres en todos los rincones de la tierra.
Sacerdote: tú sigues a Jesús y Él dice que el que lo sigue no camina en la oscuridad.
Tú iluminas el camino de los demás porque hay muchos que no lo siguen y que viven en tinieblas, tropezándose en esa oscuridad, entre tentaciones y un mundo de pecado.
Sé tú el faro que guía a los que no saben seguir a Jesús, y enséñalos. Muéstrales el camino, para que ellos caminen en la luz.
Sacerdote: no escondas tu luz, porque no es tuya. Tú has sido encendido con la luz de Cristo, y esa luz no es para guardarla, no es para esconderla, no es para apagarla.
Esa luz es para mostrarla como una vela en el candelero, para que alumbre el sendero por el que caminan las almas, para que lleguen al cielo.
Sacerdote: tú eres la luz.
Ilumina, sacerdote, al mundo, con tu luz.
Eres tú ese Cristo que alumbra la vida y renueva, disipando las tinieblas de la oscuridad de la mentira y de la muerte.
Pero, sacerdote, si tú tienes miedo de salir al mundo y cumplir con tu misión, si tú vives resignado y permaneces en un mismo rincón, alumbrando tan solo un pedacito del mundo, sacerdote, estás limitando el brillo de tu luz.
Si tú no te alimentas todos los días estás condenado a que se apague tu luz.
Si tú no practicas obras de misericordia, ¿cómo se mantendrá encendida tu luz?
Y si tú escondes esa luz debajo de tu cama, ¿a quién servirá el reflejo de la llama encendida de tu corazón, que es la luz de Cristo por la que tú, sacerdote, brillas?
También la luz necesita ser expuesta y conducida para ser recibida.
Así como el sol da nacimiento a un nuevo día, es así como tú, sacerdote, también das vida.
Pero si escondes tu brillo, como se esconde el sol al terminar el día, entonces caerá la noche, y todo se llenará de oscuridad, si la luna no refleja lo que el sol le da.
La luna, sacerdote, es como las almas a las que tú iluminas y que, con tu fe, fortalecen su fe, cuando llevas a ellos la luz de Cristo a través de la Eucaristía, para que, cuando tu luz se apague al final de tu vida, continúes reflejando esa luz que mantiene la vida de los hombres de tu rebaño, dirigida hacia la luz de Aquel que nunca se apaga, porque vive en ti y en ellos, en medio del mundo, todos los días en la Eucaristía.
Que sea tu legado, sacerdote, todos los días, el pan bajado del cielo por tus benditas manos, exaltando su luz en cada Misa y en cada sagrario, para que llegue la luz encendida en tu corazón a todos los rincones del mundo.
Predica, sacerdote, con la Palabra de Dios, que es fuente viva de luz unida a la sagrada Eucaristía, alimento y bebida de salvación, para saciar el hambre y la sed del santo pueblo de Dios.
Mucho se te ha dado, sacerdote. Agradécelo y consérvalo, compartiendo con los demás, porque es Cristo mismo el que se te da y se multiplica, para llegar a los demás. Es eterno, es infinito y nunca se acaba.
Cada vez que Él se dona, y tú lo compartes, Él se da más.
Conserva, sacerdote, esa luz, que es el mismo Dios que a través de ti ilumina al mundo, porque al que tiene se le dará, pero al que no tiene, hasta ese poco se le quitará.
Haz conciencia. Pide sacerdote, al Espíritu Santo, que escrute en tu corazón y descubra para ti la respuesta a esta pregunta: sacerdote, ¿estás iluminando al mundo con la luz de Cristo, o estás limitando el brillo de la luz que ilumina al mundo?
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COLECCIÓN PASTORES

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