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DESPOJADOS DE TODO – LA RIQUEZA DE LA POBREZA (Mt 5, 1-12)

«Dichosos los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos»

Para la oración personal del sacerdote con base en el Evangelio del día.
Domingo 29 de enero de 2023

ESPADA DE DOS FILOS III, n. 25
P. Gustavo Eugenio Elizondo Alanís

«Alégrate, sacerdote, porque siendo pobre, eres el más rico entre los ricos, porque tú tienes para ti, y para el mundo entero, la verdadera riqueza, que es el Reino de los Cielos. Da testimonio de todo esto, para que crean en ti, porque te entregas, con tu propia voluntad, al que siendo rico se hizo pobre».

«La palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que una espada de dos filos» (Heb 4, 12).

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EVANGELIO DEL DOMINGO IV DEL TIEMPO ORDINARIO (A)
Dichosos los pobres de espíritu.
+ Del santo Evangelio según san Mateo: 5, 1-12
En aquel tiempo, cuando Jesús vio a la muchedumbre, subió al monte y se sentó. Entonces se le acercaron sus discípulos. Enseguida comenzó a enseñarles y les dijo:
“Dichosos los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Dichosos los que lloran, porque serán consolados. Dichosos los sufridos, porque heredarán la tierra. Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados. Dichosos los misericordiosos, porque obtendrán misericordia. Dichosos los limpios de corazón, porque verán a Dios. Dichosos los que trabajan por la paz, porque se les llamará hijos de Dios. Dichosos los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los Cielos.
Dichosos serán ustedes, cuando los injurien, los persigan y digan cosas falsas de ustedes por causa mía. Alégrense y salten de contento, porque su premio será grande en los cielos”.
Palabra del Señor

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“En la presencia de Dios, en una lectura reposada del texto, es bueno preguntar, por ejemplo: «Señor, ¿qué me dice a mí este texto? ¿Qué quieres cambiar de mi vida con este mensaje? … (Francisco, Evangelii Gaudium, n.153).

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REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE
Señor Jesús: el sermón de la montaña comienza con las Bienaventuranzas, y en la primera dices que serán dichosos los pobres porque de ellos es el Reino de los Cielos.
Pienso que las otras bienaventuranzas tienen mucho que ver con la primera. Los pobres de espíritu son los que lloran, y sufren, y son perseguidos… Es decir, nos pides, Jesús, que estemos despojados de todo, como tú lo hiciste desde tu nacimiento en Belén hasta tu muerte en la Cruz.
Nos has dado ejemplo. Siendo rico te hiciste pobre. La pobreza es necesaria para todos, pero de manera especial para un alma entregada a ti. Si no luchamos por vivirla, no estaremos en condiciones de seguirte como tú quieres, porque los apegamientos estorban en la entrega diaria.
Pero cómo cuesta vivirla en un ambiente consumista. Nos quieren vender la idea de que necesitamos muchas cosas, y no es así. Debemos tener el corazón libre, desasido de las cosas de la tierra.
Señor, enséñame a ser pobre, como tú, para poder dar testimonio a los demás de un completo abandono en las manos de Dios.
Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.

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«Sacerdote mío: dichoso seas, como yo.
Si te dan de palos, recuerda que de palos está hecha mi cruz.
Pero esa cruz es conducto de gracia, de salvación. Ella es instrumento de misericordia y de gloria para Dios.
Dichosos sean ustedes, mis amigos, que saben que muchas cosas son importantes, pero solo una es necesaria. Si no lo dejan todo, no pueden seguirme. Y si no me siguen no pueden alcanzarme.
Quiero que aprendan bien lo que yo he querido enseñarles. Que se entreguen en la confianza, en la obediencia y en el abandono a mi divina voluntad.
Dichosos los llamarán porque alcanzarán la pobreza de espíritu, y los pobres de espíritu verán a Dios.
Yo les he enseñado a dejarlo todo por mí. Si ustedes lo dejan todo y me siguen alcanzarán la pobreza de espíritu.
Quiero que ustedes enseñen, con su ejemplo, a otros, lo que han aprendido bien, y que sigan aprendiendo: que cada cual ponga al servicio de los demás la gracia que ha recibido, como buenos administradores de las diversas gracias de Dios, en virtud del poder de Dios, para que el Padre sea glorificado en todo por el Hijo.
Cada cual tiene su gracia particular, unos de una manera, otros de otra.
Pero que la rectitud de intención sea la misma: servir a la Iglesia, para la gloria de Dios.
Qué fácil es para un pobre servir a Dios, pero qué difícil es para los ricos entrar en el Reino de los Cielos, porque, para entrar, hay que servir a Dios primero, y para servirlo hay que hacerse pobre.
El que reconoce en su pequeñez que nada merece, y se sabe necesitado de Dios, ese es el pobre de espíritu, que, al ver sus miserias, se abre en la disposición de recibir la gracia y la misericordia de Dios, porque sabe que nada tiene, pero que solo Dios basta.
Dichoso seas, amigo mío, por aceptar mi voluntad y serme fiel. Yo te aseguro que no tendrás dicha más grande en tu vida que ver tu misión cumplida y, a la hora de tu muerte, contemplar el rostro de mi Madre, sonriendo complacida.
Que esa sea tu esperanza y tu fuerza para soportar los sufrimientos que te faltan.
Pero también te aseguro que conmigo cada sufrimiento es dicha y alegría.
El que acompaña a mi Madre tiene muchas ventajas.
Tiene quién lo consuele.
Tiene quién seque sus lágrimas.
Tiene quién le consiga todo lo que necesita.
Tiene quién interceda por todo lo que le pida a la Santa Trinidad, para hacer mi voluntad en esta vida.
Tiene la seguridad de caminar con el rumbo correcto, de navegar hacia puerto seguro, de alcanzar la santidad, viviendo con fidelidad, luchando por conseguir la justicia y la paz.
Quien acompaña a mi Madre nunca se perderá. El Reino de los cielos suyo será».

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Madre nuestra: tú escuchaste muchas veces la predicación de Jesús, y en el sermón de la montaña no podías sino confirmar la realidad de las palabras de tu Hijo, porque todo el tiempo fuiste dichosa, viviendo ese camino de santidad que ahora se proponía a la muchedumbre.
Cuando el ángel del Señor te anunció que habías sido elegida para ser la Madre del Redentor, tu reacción fue confirmar a Dios tu entrega absoluta a su voluntad, lo cual implicaba un desprendimiento total de ti misma, para ser esclava.
Te despojaste de todo, hasta de tu propio Hijo. Ayúdame, Madre, a tener confianza en la Providencia, para poder cumplir bien mi ministerio sacerdotal. Déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.

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«Hijos míos, sacerdotes: mi espíritu se alegra en Dios, mi Salvador, porque ha puesto los ojos en la pequeñez de su esclava. Por eso me llamarán dichosa todas las generaciones, porque ha hecho grandes obras en mí el Todopoderoso.
Dichosos los pobres, los hambrientos y los que lloran, los insultados y los perseguidos por la causa de mi Hijo, porque ellos me acompañan. Alégrense y salten de gozo, porque su recompensa será grande en el cielo.
Yo acompaño a los pobres, pero busco a los ricos, que son los que no obedecen, los que no confían, los que no se abandonan a la voluntad de Dios, los que no se saben necesitados, los soberbios, los que trabajan para sí mismos, los que buscan su propio beneficio, los egoístas, los que no piden, porque creen tenerlo todo.
Esos no reciben misericordia, porque piensan que no la necesitan. Pero esos son los corazones más pobres de entre los pobres, los que son alabados, los que son reconocidos, aplaudidos, los que ríen, los que comen, los que beben y se divierten, pero están encadenados al mundo.
Yo nací para ser Madre de Cristo, Madre del Divino Verbo, Madre del Creador, Madre del Salvador, Madre de la Iglesia, Madre de misericordia, Madre de la gracia, Madre de todos los hombres, Madre de Dios.
Nací para ser Madre, y mi Hijo me ha hecho también Reina. Dios se ha fijado en la humildad de su sierva, y se ha fijado también en ustedes, para que lleven la misericordia a los ricos y a los pobres.
Mi Hijo se ha despojado de todo, hasta de sí mismo, por amor.
Miren su pobreza, pues ha entregado todo en obediencia, para servir a Dios, hasta su espíritu.
Así es como ustedes, mis hijos sacerdotes, deben subirse a la cruz con Él, despojándose de todo, hasta de ustedes mismos, desapegándose de las cosas del mundo, rectificando la intención, empobreciendo el espíritu, hasta entregar la vida, sometida a la divina voluntad de Dios.
Entonces serán dichosos en esta vida, y el premio será grande en el Reino de los Cielos.
Esto es lo que deben aprender, para que en la vida ordinaria del sacerdote no se malinterprete su salario, porque el obrero tiene derecho a su salario.
No se trata de no tener, sino de poner todo al servicio de los demás con la pureza de intención del corazón.
Su paga se está acumulando en el cielo».

¡Muéstrate Madre, María!

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PARA EXAMINAR LA CONCIENCIA – LA RIQUEZA DE LA POBREZA
«Dichosos los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos».
Eso dice Jesús.
Eso promete Jesús.
Esa es la esperanza de los hombres.
Sacerdote: tú naciste para ser pobre.
Acepta, sacerdote, tu condición.
Eres esclavo, eres siervo, eres pobre, eres trabajador en la viña del Señor. Tu misión es servirlo, pero tú sirves al Señor, que es bondadoso y misericordioso, y Él paga un buen salario también a sus esclavos, a sus servidores, a sus trabajadores.
Tú recompensa, sacerdote, es el Reino de los Cielos. Esa es la promesa de tu Señor.
Bienaventurado seas, sacerdote, cuando te humillas a los pies de tu Señor, y pones a la disposición de su pueblo los dones que de Él has recibido para construir su Reino. Porque ese Reino, sacerdote, que tú construyes, esa es tu riqueza.
Persevera, sacerdote, en la pobreza: pobreza de espíritu, pobreza del corazón, pobreza de los bienes y de los placeres del mundo, al que tú no perteneces, porque tú, sacerdote, no eres del mundo, como Cristo tampoco es del mundo.
Tu riqueza, sacerdote, no es de este mundo. Tus tesoros están puestos en el cielo, en donde no hay ladrón que se los robe.
Conserva, sacerdote, la pureza en tu corazón. Porque esa pureza es la riqueza que recibes como don, para navegar en medio del mundo, en esta barca que es la Santa Iglesia Católica, de la que tú eres columna, eres pilar, eres cimiento, eres cemento.
Sacerdote: de ti depende la unidad. Entrega lo único que es tuyo, porque, sin merecerlo, te lo ha dado Dios: tu voluntad. Entrégasela a tu Señor y entonces serás verdaderamente libre. Y, cuando seas totalmente pobre, te habrás despojado de ti, para recibir, en tu pobreza, la verdadera riqueza a la que el espíritu aspira, que es el culmen de todo deseo, que es la felicidad en la plenitud de la vida eterna, alcanzada para ti por la cruz de tu Señor, que por ti entregó su vida, por su propia voluntad, para darte a ti su eternidad, la vida del Reino de los Cielos.
Sacerdote: dichoso seas por parecerte a tu Señor, cuando lloras, cuando sufres, cuando tienes hambre y sed de justicia, cuando obras con misericordia y pureza de corazón, cuando trabajas por la paz, cuando eres perseguido por causa de la justicia, cuando te injurien y te persigan, cuando digan cosas falsas de ti por la causa de Cristo. Alégrate, sacerdote, porque siendo pobre, eres el más rico entre los ricos, porque tú tienes para ti y para el mundo entero, la verdadera riqueza que es el Reino de los Cielos.
Sacerdote: da testimonio de todo esto, para que crean en ti, porque te entregas con tu propia voluntad al que siendo rico se hizo pobre, para conseguir tu pobreza, y a través de esa pobreza, conseguir tu voluntad para recibir su riqueza, para que, siendo pobre, seas dueño del Reino de los Cielos, y lleves ese Reino al mundo entero, compartiendo tu riqueza con los pobres que viven en medio del mundo, miserables, indignos, pecadores, porque para eso tu Señor te ha hecho pescador de hombres.
Lleva, sacerdote, la barca de tu pobreza a navegar mar adentro, despojado totalmente de ti, vacío, sin nada, para encontrar el tesoro de la fe, que te mantiene pobre, para que recibas la riqueza del Reino de Dios.
El Reino de Dios está en ti, sacerdote, y cuando eres pobre, entonces eres rico, porque cuando eres débil, entonces eres fuerte.
Bienaventurado seas, sacerdote, cuando cumples con tu misión, viviendo tu ministerio buscando la perfección en el único y verdadero Rey, que reina y que inunda, llena y desborda tu corazón: Cristo, de quién eres esclavo, siervo y obrero, pero Él no te llama esclavo, no te llama obrero, no te llama siervo, te llama amigo, y comparte desde ahora contigo su Reino, y te hace como Él: sacerdote, profeta y Rey, para que tú seas, para el mundo, Cristo en presencia, en carne, en sangre, en humanidad, en divinidad, en el cumplimiento de su Divina voluntad.
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