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MISERICORDIOSOS – ACEPTAR LAS PROPIAS MISERIAS (Mc 5, 1-20)

«Cuéntales lo misericordioso que ha sido el Señor contigo»

Para la oración personal del sacerdote con base en el Evangelio del día.
Lunes 30 de enero de 2023

ESPADA DE DOS FILOS III, n. 28
P. Gustavo Eugenio Elizondo Alanís

«Reconoce, sacerdote, al enemigo: está a tu alrededor, como león rugiente, buscando a quién devorar. Es el príncipe de este mundo y muchos le obedecen; se vuelven contra ti, y tú eres presa fácil cuando pretendes conquistar el mundo tú solo. Pero tú no estás solo. Tienes un amigo fiel, que ha vencido al mundo».

«La palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que una espada de dos filos» (Heb 4, 12).

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EVANGELIO DEL LUNES DE LA SEMANA IV DEL TIEMPO ORDINARIO
Espíritu inmundo sal de este hombre.
Del santo Evangelio según san Marcos: 5, 1-20
En aquel tiempo, después de atravesar el lago de Genesaret, Jesús y sus discípulos llegaron a la otra orilla, a la región de los gerasenos. Apenas desembarcó Jesús, vino corriendo desde el cementerio un hombre poseído por un espíritu inmundo, que vivía en los sepulcros. Ya ni con cadenas podían sujetarlo; a veces habían intentado sujetarlo con argollas y cadenas, pero él rompía las cadenas y destrozaba las argollas; nadie tenía fuerzas para dominarlo. Se pasaba días y noches en los sepulcros o en el monte, gritando y golpeándose con piedras.
Cuando aquel hombre vio de lejos a Jesús, se echó a correr, vino a postrarse ante él y gritó a voz en cuello: “¿Qué quieres tú conmigo, Jesús, Hijo de Dios altísimo? Te ruego por Dios que no me atormentes”.
Dijo esto porque Jesús le había mandado al espíritu inmundo que saliera de aquel hombre. Entonces le preguntó Jesús: “¿Cómo te llamas?”. Le respondió: “Me llamo Legión, porque somos muchos”. Y le rogaba con insistencia que no los expulsara de aquella comarca.
Había allí una gran piara de cerdos, que andaban comiendo en la falda del monte. Los espíritus le rogaban a Jesús: “Déjanos salir de aquí para meternos en esos cerdos”. Y él se lo permitió. Los espíritus inmundos salieron del hombre y se metieron en los cerdos; y todos los cerdos, unos dos mil, se precipitaron por el acantilado hacia el lago y se ahogaron.
Los que cuidaban los cerdos salieron huyendo y contaron lo sucedido, en el pueblo y en el campo. La gente fue a ver lo que había pasado. Se acercaron a Jesús y vieron al antes endemoniado, ahora en su sano juicio, sentado y vestido. Entonces tuvieron miedo. Y los que habían visto todo, les contaron lo que le había ocurrido al endemoniado y lo de los cerdos. Ellos comenzaron a rogarle a Jesús que se marchara de su comarca.
Mientras Jesús se embarcaba, el endemoniado le suplicaba que lo admitiera en su compañía, pero él no se lo permitió y le dijo: “Vete a tu casa a vivir con tu familia y cuéntales lo misericordioso que ha sido el Señor contigo”. Y aquel hombre se alejó de ahí y se puso a proclamar por la región de Decápolis lo que Jesús había hecho por él. Y todos los que lo oían se admiraban.
Palabra del Señor.

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“En la presencia de Dios, en una lectura reposada del texto, es bueno preguntar, por ejemplo: «Señor, ¿qué me dice a mí este texto? ¿Qué quieres cambiar de mi vida con este mensaje? … (Francisco, Evangelii Gaudium, n.153).

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REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE
Señor Jesús: una de las señales que el pueblo elegido debía ver en el Mesías era que tenía el poder de expulsar demonios.
Lo hiciste muchas veces a lo largo de tu vida pública, y el santo Evangelio nos cuenta con más detalle algunos casos, para que nosotros profundicemos en tus enseñanzas.
Hoy nos sorprende lo que sucedió con aquella legión de demonios, que se metieron en dos mil cerdos. Aquel hombre endemoniado rompía cadenas y destrozaba argollas. Con eso nos hacemos una idea del daño tan grande que puede hacer el demonio en las almas.
Pero también vemos con claridad que tú tienes todo el poder para derrotarlo. Y a mí, sacerdote, me das ese poder para también arrojar demonios.
Señor: tú no admitiste en tu compañía a aquel hombre que había estado endemoniado, sino que le pediste que contara lo misericordioso que habías sido tú con él. Yo pido tu misericordia. Ayúdame a mí a ser misericordioso.
Los gerasenos te rogaron que te marcharas de su comarca. Es increíble. Habían visto tu poder, los habías liberado del verdadero mal, que es la acción del demonio. Pero ellos solo vieron la pérdida de los cerdos como un mal, sin reconocer el bien que hiciste a aquel hombre.
Jesús ¿cómo hacer entender cuál es el verdadero mal y cuál es el verdadero bien?
Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.

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«Sacerdotes míos: el bien atrae al bien, pero el mal atrae al mal. Pero el bien siempre vence el mal. Yo soy el bien. El que vive en mí y permanece en mí vive para siempre. Es para eso que yo he venido, para destruir el mal y hacerlos hombres nuevos, y me he quedado para hacerlos fuertes, para que resistan a la tentación, y liberarlos del pecado. Para atraerlos al bien, para la vida eterna.
Pero la culpa los traiciona, como los traiciona la tentación. Y vuelven a pecar, y vuelven a caer, porque no se acercan al sacramento de la reconciliación, porque la vergüenza los domina, como los dominan sus pasiones, y los domina la soberbia y la maldad, y se debilitan cada vez más.
Yo he venido a rescatarlos. Yo he vencido al mundo. No desprecien mi sacrificio, porque mi Cuerpo y mi Sangre los fortalece. Pero tienen que creer, y tienen que querer, y en ese querer entregarse a mí, reconociendo su pequeñez y mi grandeza, entregándome sus debilidades, para que yo los fortalezca.
Misericordia quiero para mis sacerdotes.
Misericordia al traidor, que no ama a Dios por sobre todas las cosas.
Misericordia al egoísta, que se ama a sí mismo más que al prójimo.
Misericordia al que usa el nombre de Dios en vano.
Misericordia al que adora falsos ídolos.
Misericordia al que no santifica mis fiestas.
Misericordia al que deshonra a sus padres.
Misericordia al asesino.
Misericordia al adúltero.
Misericordia al que comete actos impuros.
Misericordia al que roba.
Misericordia al que da falso testimonio.
Misericordia al mentiroso.
Misericordia al que desea a la mujer del prójimo.
Misericordia al que codicia los bienes ajenos.
Misericordia al soberbio.
Misericordia al avaro.
Misericordia al envidioso.
Misericordia al que tiene ira y deseo de venganza.
Misericordia al lujurioso.
Misericordia al que vive en el exceso y en el vicio.
Misericordia al perezoso.
Misericordia al desobediente.
Misericordia al ambicioso.
Misericordia al incrédulo.
Misericordia al injusto.
Misericordia al duro y frío de corazón.
Misericordia al tibio, que yo vomito de mi boca.
Misericordia al débil.
Misericordia al hambriento.
Misericordia al sediento.
Misericordia al desnudo.
Misericordia al enfermo.
Misericordia al peregrino.
Misericordia al preso.
Misericordia en la vida y en la muerte.
Misericordia al que sufre.
Misericordia al que se equivoca.
Misericordia al que necesita consejo.
Misericordia al que no sabe lo que hace.
Misericordia al pobre de espíritu.
Misericordia al manso de corazón.
Misericordia al que llora.
Misericordia al que tiene hambre y sed de justicia.
Misericordia al limpio de corazón.
Misericordia al que trabaja por la paz.
Misericordia al perseguido por causa de la justicia.
Misericordia al perseguido por mi causa.
Misericordia al cobarde.
Misericordia al falto de fe.
Misericordia al falto de esperanza.
Misericordia al falto de caridad.
Misericordia al orgulloso.
Misericordia al infiel.
Misericordia al cobarde.
Misericordia al pecador.
Pero, sobre todo, misericordia al misericordioso.
Mi misericordia es para todos.
Pastores míos: abran sus corazones a recibir la gracia y la misericordia, para que sean misericordiosos como yo, porque nadie puede dar lo que no tiene».

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Madre de Misericordia: contra ti no puede nada el demonio. Quiero imaginar que también, ante tu presencia, Virgen inmaculada, él se sentía atormentado.
Dime qué necesito hacer para poder vencer al enemigo de Dios, y poder así contar a todos lo misericordioso que ha sido el Señor conmigo.
Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.

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«Hijos míos, sacerdotes: yo piso la cabeza de la serpiente, pero es Cristo quien tiene el poder y los hace fuertes.
Ustedes tienen abiertos los ojos del alma, que son más fuertes que los ojos del mundo.
Es el Hijo que llevo en mi seno el que, con su luz, cega los ojos del mundo, para abrir a la gracia los ojos de su alma; y que puedan verlo con su majestad y poder; y que puedan sentirlo con su amor y su paz; y que puedan creer en Él, y fortalecerse en Él, y vivir en Él, como Él vive en ustedes.
Entonces tendrán el poder de Él para vencer al enemigo, expulsando a los demonios, y beber su veneno sin que les haga daño, ganando todas las batallas. Porque sobre Él no tiene ningún poder.
Aliméntense con el Cuerpo y la Sangre de Cristo, para que fortalezca su debilidad y engrandezca su pequeñez, para que lo que Él ha sembrado en ustedes crezca y dé fruto bueno en abundancia.
Hijos míos: el hombre ha sido creado para el bien, porque ha sido creado a imagen y semejanza del que es el Bien. Y el bien hace siempre el bien. Pero el hombre ha sido creado débil, para que su creador, que es todopoderoso, lo llene y lo fortalezca, y juntos sean una sola cosa.
Pero ha sido creado en libertad, y en esa libertad se le ha dado la voluntad y el querer, para que libremente quiera entregar esa voluntad en humildad, reconociendo su pequeñez y su debilidad, para que el que todo lo puede lo haga crecer, fortaleciendo esa voluntad con su luz, cegando los ojos del mundo y develando los ojos del alma.
Entonces, la fortaleza está en la humildad de reconocerse débiles y frágiles, tentados y pecadores, necesitados de Dios, pequeños e indignos, pero como hijos agradecidos y entregados a su bondad y a su misericordia. Pero la soberbia los domina.
Yo piso la cabeza de la serpiente, pero ella ya ha regado su veneno. Oren para que Dios aumente su fe y su humildad, para que sepan reconocerse y arrepentirse, y tengan el valor de acudir a la reconciliación y a la amistad de Cristo».

¡Muéstrate Madre, María!

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PARA EXAMINAR LA CONCIENCIA – ACEPTAR LAS PROPIAS MISERIAS
«Mi paz les dejo, mi paz les doy. No como la da el mundo. No se turbe su corazón ni se acobarde» (Juan 14, 27).
Eso dice Jesús
Sacerdote: la paz es fruto de la misericordia de tu Señor.
Abre tu corazón y recibe su misericordia, para que encuentres la paz interior que lleva la luz a tu alma, para que tengas calma, para que tengas serenidad y confianza, en la seguridad de que aquel que te ha llamado y te ha elegido, y que te ha enviado, nunca te abandona.
Sacerdote: reconoce las miserias de tu corazón.
Reconoce la debilidad y la fragilidad de tu carne.
Reconoce la duda que te acecha y que te abruma.
Reconoce el rencor que guarda tu corazón ante la injusticia, la infamia, la inmundicia; ante la calumnia, el rechazo, la persecución; ante el desprecio, la burla, la difamación; y reconoce en ese rencor tu desgracia y tu miseria, porque es eso lo que turba tu corazón y lo que te vuelve cobarde cuando intentas cumplir tu misión, y te lleva a la soberbia, pretendiendo hacer todo con tus propias fuerzas.
Reconoce sacerdote al enemigo: está vivo y está a tu alrededor, rondando como león rugiente, buscando a quien devorar.
Sacerdote: reconoce en tu debilidad, con toda humildad, que el enemigo ha vencido alguna de tus batallas. Date cuenta de que es el príncipe de este mundo, y muchos le obedecen, se vuelven contra ti, y tú eres presa fácil cuando pretendes conquistar el mundo tú solo.
Sacerdote: no estás solo. Tú tienes un amigo fiel. Él es infinitamente bueno y misericordioso, y es todopoderoso. Date cuenta, nadie es más poderoso que Él: Él ha vencido al mundo.
Es a Él, sacerdote, a quien tú representas.
Es a Él, sacerdote, a quien tú debes tu vida.
Es a Él, sacerdote, a quien prestas tus manos, a quien prestas tus pies y a quien prestas tu voz, para llevar su misericordia a todos los hombres del mundo.
Sacerdote: tu Señor te manda, tu Señor te envía, pero tu Señor está contigo todos los días de tu vida.
Misericordia quiere y no sacrificio.
Es a eso que te envía: a llevar su misericordia a través de su Palabra y de tus obras, demostrando su poder a través de tus manos y de tu voz, cuando, pronunciando su Palabra, transforma un trozo de pan y un poco de vino en su Carne y en su Sangre, a través de su único y eterno sacrificio, al que tú, sacerdote, estás unido. Y es por ti que se une el trabajo y el esfuerzo de los hombres contigo, en una misma ofrenda, para unirla a ese pan y a ese vino que, por transubstanciación, se convierten en la misericordia misma.
Sacerdote: tú has sido llamado, elegido, conformado, para transmitir la misericordia de Dios, a través de tus obras, a todos los hombres. Pero sacerdote, nadie puede dar lo que no tiene. Recibe sacerdote la misericordia de tu Señor, porque a ti te ha llamado primero, porque Él te ha amado primero.
Acepta la miseria de tu corazón y la necesidad que tienes de la misericordia de tu Señor, y renueva tu alma, recibe y haz tuya cada una de sus palabras, y ponlas por obra, porque esa es su misericordia y será cumplida hasta la última letra.
Sacerdote: en tus manos tienes el poder de expulsar a los demonios del mundo, pero tu cobardía te impide cumplir con tu deber.
Pide sacerdote a tu Señor el valor de salir al mundo para enfrentar las miserias de los hombres, perdidos en medio del mundo, de los que se han caído y han sido presa fácil, de los que los leones se han comido, y restablece el orden.
No es el demonio el que tiene el poder, ni el dueño de las almas a las que aprisiona; es tu Dios, que ha enviado a su único Hijo a salvarlos, y es el Hijo que, por su propia voluntad, ha entregado su vida para liberarlos y ha vencido al mundo, pero respeta la voluntad de cada uno y conoce sus miserias y su debilidad.
Por eso te envía sacerdote, y te llena primero a ti de su misericordia, y te pide compartir, sacerdote, esa misericordia con los débiles, con los frágiles, con los miserables, con los que no saben lo que hacen, porque es ahí en donde el enemigo encuentra su presa fácil.
Protégete, sacerdote, con la compañía que te ha dado tu Señor, a la que nadie puede hacerle daño, a la que los demonios le temen, porque pisa la cabeza de la serpiente, mientras ella intenta morder su talón.
Sacerdote: ella es el fruto del amor, ella es la que tiene en sus manos el fruto de la misericordia, porque ella es la Reina de la paz, la Reina de cielos y tierra, la Madre de tu Señor; y es a través de ella que recibes la fortaleza y el valor para enfrentar al enemigo, y tienes en ella la garantía de la victoria.
Confía, sacerdote, en quien Dios confía, y acepta su compañía, para que recibas la misericordia que cubre tu miseria, y lleves la misericordia y la paz a todos los rincones del mundo, y puedas decirle al mundo: “el Señor ha tenido misericordia conmigo y me manda compartir esa misericordia contigo”, porque eso es a lo que has sido enviado, eso es lo que te manda tu Señor, y es para eso que Él no te llama siervo, te llama amigo, porque no te manda solo, Él siempre está contigo.
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