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FORTALECIDOS EN EL AMOR – CORREGIR POR AMOR (Mc 6, 1-6)

«Todos honran a un profeta, menos los de su tierra, sus parientes y los de su casa»

Para la oración personal del sacerdote con base en el Evangelio del día.
Miércoles 1ro de febrero de 2023

ESPADA DE DOS FILOS III, n. 30
P. Gustavo Eugenio Elizondo Alanís

«Jesús te pide que ames a Dios por sobre todas las cosas y que ames a los tuyos como Él los amó. Y Él a los que ama los reprende y los corrige. Esa, sacerdote, también es tu misión, aunque seas repudiado, burlado, injuriado, calumniado, juzgado o maltratado, porque nadie es profeta en su propia tierra».

«La palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que una espada de dos filos» (Heb 4, 12).

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EVANGELIO DEL MIÉRCOLES DE LA SEMANA IV DEL TIEMPO ORDINARIO

Todos honran a un profeta, menos los de su tierra.

+ Del santo Evangelio según san Marcos: 6, 1-6

En aquel tiempo, Jesús fue a su tierra en compañía de sus discípulos. Cuando llegó el sábado, se puso a enseñar en la sinagoga, y la multitud que lo escuchaba se preguntaba con asombro: “¿Dónde aprendió este hombre tantas cosas? ¿De dónde le viene esa sabiduría y ese poder para hacer milagros? ¿Qué no es éste el carpintero, el hijo de María, el hermano de Santiago, José, Judas y Simón? ¿No viven aquí, entre nosotros, sus hermanas?”. Y estaban desconcertados.
Pero Jesús les dijo: “Todos honran a un profeta, menos los de su tierra, sus parientes y los de su casa”. Y no pudo hacer allí ningún milagro, sólo curó a algunos enfermos imponiéndoles las manos. Y estaba extrañado de la incredulidad de aquella gente. Luego se fue a enseñar en los pueblos vecinos.
Palabra del Señor.

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“En la presencia de Dios, en una lectura reposada del texto, es bueno preguntar, por ejemplo: «Señor, ¿qué me dice a mí este texto? ¿Qué quieres cambiar de mi vida con este mensaje? … (Francisco, Evangelii Gaudium, n.153).

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REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE

Señor Jesús: tú estabas extrañado de la incredulidad de tus paisanos, y tu Madre estaba dolida al ver cómo te trataban aquellas personas que habían sido tus amigos durante tantos años, y no se diga tus parientes, que te conocían bien, y que seguramente te estimaban mucho, porque no serías un muchacho cualquiera del pueblo, sino alguien especial, muy querido de todos.
Pero tu Madre sufría y se unía a ti dándote el consuelo que necesitabas en ese momento.
Los sacerdotes sabemos también de desprecio, incluso entre nuestros familiares, amigos y conocidos, porque el sacerdote, como tú, es signo de contradicción.
Tú nos pides dejar todas las cosas, negarnos a nosotros mismos, y tomar la cruz de cada día. Sabemos que esos desprecios son parte de nuestra cruz, pero nos cuesta.
Ayúdame, Jesús, a aceptar esa cruz con alegría.
Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.

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«Sacerdotes míos: yo los llamo para que lo dejen todo; para que tomen su cruz y me sigan, pero en total libertad, para que sea por amor; para que dejen casa, madre, padre, hermanos, tierras, y me sigan; para que sean como yo, por amor.
Mi llamado es un llamado de amor para amar, para entregarse conmigo por amor.
No quiero sacrificios, no quiero que me sigan por compromiso o por miedo, no quiero que me sigan por conveniencia o por obligación.
Quiero que me amen y que amen con mi amor, porque es así como todo lo pueden, todo lo soportan, todo lo alcanzan.
El que tiene amor nada le falta. Yo soy el amor.
Con este amor se fortalece la entrega de cada uno de los llamados, de los elegidos, de mis más amados, para que me abran su corazón, para que me reciban y se entreguen como me entrego yo, para que cuando los persigan sigan caminando, para que cuando los callen se siga escuchando mi voz, para que cuando sean débiles, entonces sean fuertes.
Mis amigos: la santidad está en el amor, y es para todos. Procuren esta santidad en su propia casa, y llévenla al mundo entero, porque mi amor es para todos.
Quiero que ustedes, mis pastores, me conozcan, para que me amen y sean santos según su vocación: sacerdotes del pueblo de Dios y Cristos en el mundo, vocación al amor.
Que se entreguen como yo, amando hasta el extremo.
Yo me vuelvo a entregar todos los días, todo el tiempo, en un único sacrificio, en cada consagración, en cada Eucaristía, confiado en su voluntad, abandonado en sus manos, entregado en sus labios, como profeta en mi propia tierra, totalmente expuesto para ser aceptado o rechazado, para ser amado o para ser odiado, para ser adorado o repudiado, para ser abrazado o crucificado, amando hasta el extremo, entregándome por cada uno, para recuperarlos a todos.
Algunos de ustedes, mis amigos, están confundidos. Suben al púlpito y predican mi Palabra, pero no la escuchan, y enseñan los mandamientos de la ley, pero no los cumplen.
Y pretenden construir el Reino de los cielos en la tierra con becerros de oro, y luego descansar, comer, beber y darse la buena vida. ¡Insensatos!
¿Acaso no saben que nada les pertenece, que no pueden dar lo que no tienen ni regalar lo que no es suyo, y que de nada les servirán sus bienes?
¿Acaso no saben que yo dejé la gloria de mi Padre y vine al mundo para nacer desnudo, en medio de la pobreza del mundo y en la fragilidad humana, para que se viera que en medio de una vida ordinaria es en donde yo me entrego, para darles por mi cruz la salvación, para que por mi misericordia alcancen la riqueza del Reino de los cielos?
¿Acaso no saben que, así como nací también morí, desnudo, sin gloria, derramando mi sangre hasta la última gota, para pagar como rescate por cada uno de los hombres el valor de mi propia vida?
¿Acaso no saben que el valor de mi propia vida es el valor del único hijo del único Dios verdadero? Tanto así vale cada uno de los hombres para Dios.
¿Acaso no saben que con mi muerte y mi resurrección he ganado la vida para cada uno de los hombres y en cada hombre un hijo para Dios?
Algunos dicen: ‘soy rico, me he enriquecido y nada me falta’.
¿Acaso no se dan cuenta que son unos desgraciados, dignos de compasión, pobres, ciegos y desnudos?
Yo les digo que me compren oro acrisolado al fuego para que se enriquezcan, y vestidos blancos para que cubran su desnudez, y colirio para que se unten en los ojos y vean.
Amigos míos: yo a los que amo los reprendo y los corrijo.
Yo quiero que conozcan la verdad, que me conozcan a mí, para que desnuden sus vidas de la mentira y del pecado; para que mueran al hombre viejo y se revistan con la verdad; para que pongan todo su corazón en los bienes del cielo y no en los de la tierra; para que, empobreciendo el espíritu, enriquezcan la pobreza de su corazón con mis tesoros, y vivan y sean perfectos, como hombres nuevos, a imagen y semejanza de Dios».

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Madre mía: ante el desprecio yo necesito tu consuelo, tu auxilio, tu cercanía, tu abrazo de madre, para cumplir con mi misión, sin importarme el qué dirán. ¡Ayúdame!
Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.

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«Hijos míos, sacerdotes, este es mi auxilio: entregarles el amor.
Acudan a mí para que reciban mi auxilio, para que encuentren, a través de mí, el amor.
Porque yo siempre los llevo a Jesús, porque Él siempre está conmigo y yo con Él. Pero el amor no es para guardarse, el amor es inquieto, es para entregarse, para compartirse, para darse, para fortalecer, para hacer crecer.
Porque el que tiene amor nada le falta.
El que tiene amor ama y confía, comparte y entrega constantemente, porque el amor es infinito, bondadoso, eterno.
Yo les entrego el amor, que es Cristo, para que viva en ustedes, para que vivan en Él, para que los fortalezca y no tengan miedo.
Entréguenlo como lo entrego yo, con valor, con confianza, con seguridad, con determinación, para que el amor llegue por medio de la Palabra y la misericordia a todos los rincones del mundo.
Hijos míos: nadie es profeta en su propia tierra, pero es en casa en donde nace, crece y se fortalece el amor, y es desde casa que el amor es enviado al mundo, para que dé fruto y ese fruto permanezca.
Que cada uno de ustedes sea Cristo:

  • para que no juzgue, aunque sea juzgado;
  • para que no critique, aunque sea criticado;
  • para que no repudie, aunque sea repudiado;
  • para que no persiga, aunque sea perseguido;
  • para que, aunque no sea amado, sepa llevar el amor y transformar los corazones, entregándose, abandonándose, sirviendo, confiando, fortalecido con el amor que yo le entrego, para amar a los hombres con el amor de Cristo, aun en su propia tierra»

¡Muéstrate Madre, María!

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PARA EXAMINAR LA CONCIENCIA – CORREGIR POR AMOR
Yo a los que amo los reprendo y los corrijo» (Apoc 3, 19).
Eso dice Jesús.
Eso te dice tu Señor, porque te ama, sacerdote.
Porque te ha dado oídos para que escuches su voz, y Él está a la puerta y llama.
Ábrele la puerta y déjalo entrar, para que cene contigo y tú con Él, porque el Señor te conoce, te corrige y te aconseja, mientras te sienta con Él a su mesa.
Sacerdote: Él comparte contigo el sufrimiento de tus errores, y te busca y te corrige como un padre hace a un hijo, porque te ama.
Arrepiéntete, acércate a su Palabra, para que lo escuches, porque Él te llama.
Sacerdote: no tengas miedo de abrirle las puertas a Cristo, porque tu vergüenza y tu indignidad son la llave que cierra tus puertas y bloquea tu entrega a su amistad, que se manifiesta en tu infidelidad.
Sacerdote: el Señor tu Dios está a la puerta y llama. Él siempre te espera.
No esperes tú, sacerdote, a recibir la reprensión en el último día de tu vida, cuando Él te pida cuentas y tú solo le entregues deudas. No seas injusto, sacerdote, Él ya pagó por ti con su vida. Corresponde tú cuando Él te reprima y te corrija. Endereza los caminos del Señor.
Sacerdote: Jesús te pide que ames a Dios por sobre todas las cosas, y que ames a los tuyos como Él los amó. Y Él a los que ama los reprende y los corrige. Esa, sacerdote, también es tu misión, aunque seas repudiado, burlado, desterrado, perseguido, injuriado, calumniado, juzgado, escupido, abofeteado, apedreado, maltratado o maldecido, porque nadie es profeta en su propia tierra.
Sacerdote: alégrate cuando te sucedan esas cosas por dejarlo todo y cargar tu cruz, siguiendo a Jesús, porque nadie es profeta en su tierra. Aun así, sacerdote, endereza los caminos del Señor y haz el bien, pero predica sacerdote con el ejemplo y déjate corregir por tu Señor.
Corresponde con tu obediencia, arrepintiéndote y pidiendo perdón, agradeciendo el amor que te demuestra tu Señor, y no desprecies, sacerdote, ninguna de sus palabras; escúchalas y ponlas en práctica, no sea que un día Él venga y te diga “amigo mío, yo vivía en tu casa pero me desterraste, me repudiaste, me apedreaste, me abofeteaste, me escupiste, me maltrataste y me crucificaste, porque tú eras mío, pero nadie es profeta en su propia tierra”.
Sacerdote: no hagas con tu Dios lo que otros hacen contigo; antes bien, haz con ellos el bien que tu Dios hace contigo, porque no te llama siervo, te llama amigo. Pero eres su siervo, para eso has sido elegido: para servir a tu Señor, para ir cuando Él te mande, y llevar su Palabra a través de tu voz, y llevar su misericordia a través de tus obras, porque Él ha dicho que tú, sacerdote, harás sus obras y aun mayores, y Él obra milagros, y Él expulsa demonios, y Él multiplica el pan para alimentar a su pueblo, pero depende de la voluntad de los hombres que quieran recibir su misericordia.
Esa también es tu misión, sacerdote: abrir los corazones de los hombres, para que acepten el amor de su Señor.
Corrige a tu pueblo, sacerdote, y cambia sus corazones de piedra por corazones de carne, para que se humillen y pidan perdón, porque para todos ellos ha sido crucificado y muerto tu Señor, que ha conseguido para su pueblo la salvación.
No te quedes sentado, no te resignes, no desperdicies el talento y el don.
Recibe la gracia y la misericordia a través de la corrección, con la humildad de pedir perdón y seguir los pasos de tu Maestro, corrigiendo a los tuyos y concediéndoles su perdón.
Sacerdote: a ti te llaman Padre. Ten valor y sigue los pasos de tu Maestro, y corrige, sacerdote, a tus hijos, y confírmalos en la fe. Entonces verán milagros aun en su propia casa.
Ama sacerdote a tu tierra, a los de tu casa y a tu rebaño.
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