SOLEMNIDAD DE PENTECOSTÉS
Para la oración personal del sacerdote con base en el Evangelio del día.
Domingo 28 de mayo de 2023
ESPADA DE DOS FILOS II, n. 96
P. Gustavo Eugenio Elizondo Alanís
«Recibe, sacerdote, al Espíritu Santo, y permítele que haga su morada en ti. Y, con docilidad, abandónate a sus inspiraciones, y déjalo actuar, para que sea Él quien obre en ti, quien hable a través de ti, y quien transforme los corazones, llegando con efusión a todas las almas que escuchan tu predicación».
«La palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que una espada de dos filos» (Heb 4, 12).
EVANGELIO DE LA SOLEMNIDAD DE PENTECOSTÉS
Como el Padre me ha enviado, así también los envío yo: Reciban el Espíritu Santo.
+ Del santo Evangelio según San Juan: 20, 19-23
Al anochecer del día de la resurrección, estando cerradas las puertas de la casa donde se hallaban los discípulos, por miedo a los judíos, se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: “La paz esté con ustedes”. Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Cuando los discípulos vieron al Señor, se llenaron de alegría.
De nuevo les dijo Jesús: “La paz esté con ustedes. Como el Padre me ha enviado, así también los envío yo”. Después de decir esto, sopló sobre ellos y les dijo: “Reciban el Espíritu Santo. A los que les perdonen los pecados, les quedarán perdonados; y a los que no se los perdonen, les quedarán sin perdonar”.
Palabra del Señor.
“En la presencia de Dios, en una lectura reposada del texto, es bueno preguntar, por ejemplo: «Señor, ¿qué me dice a mí este texto? ¿Qué quieres cambiar de mi vida con este mensaje? … (Francisco, Evangelii Gaudium, n.153).
REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE
Señor Jesús: les habías anunciado a tus discípulos que ibas a enviar el Espíritu Santo, para que les enseñara todas las cosas. Quizá ellos no entendieron bien cómo iba a ser esa efusión de los dones del Paráclito, pero estaban esperando, muy unidos en oración, con María tu Madre.
Es verdad que ya les habías otorgado el poder de perdonar los pecados desde el día de tu resurrección, soplando sobre ellos y diciéndoles que les entregabas el Espíritu Santo. Pero el día de Pentecostés las cosas cambiarían radicalmente.
La efusión de los dones del Paráclito les otorgó una gracia muy especial: la fortaleza, que hizo que perdieran el miedo de salir por el mundo para predicar el Evangelio.
Y los otros dones les ayudaron para meterse de lleno en el plan de Dios, con el conocimiento divino de las verdades reveladas, sabiendo discernir lo que está bien y lo que está mal, buscando siempre cumplir la voluntad de Dios, evitando así todo lo que los aparte de Él.
Señor, es una pena que para muchos cristianos la tercera Persona de la Santísima Trinidad sea el “Gran desconocido”. Yo, como sacerdote, debo tener un intenso trato con el Dulce Huésped del alma, porque lo necesito mucho para ejercer mi ministerio, cuando administro tus sacramentos, cuando predico, cuando aconsejo, cuando llevo la dirección espiritual de las almas.
Jesús ¿cómo puedo mejorar en mi trato con el Santificador?
Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu corazón, y concédenos la gracia de escucharte.
«Sacerdotes míos: reciban en esta efusión de amor al Espíritu Santo, y con Él la Sabiduría, el Entendimiento, la Ciencia, el Consejo, la Fortaleza, la Piedad y el Temor de Dios, que se requieren para la realización de sus ministerios. Y recíbanme a mí, para mantenerlos en unidad y santidad conmigo.
Vayan a enseñar todo lo que yo les he mandado, para que den fruto y ese fruto permanezca, porque por sus frutos los conocerán.
Yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin del mundo.
Reconciliación, renovación, y la paz será con ustedes.
Pastores míos: reciban los dones de mi Espíritu Santo, para que den fruto y sean fruto.
Reconcíliense conmigo y conformen su voluntad a la del Padre, para que Él, por los méritos de mi pasión y muerte, derrame su misericordia para el perdón de sus pecados.
Renuévense por mi resurrección, en la fe y en la caridad.
Así como mi Padre me ha enviado al mundo, así los envío yo a ustedes, para que vayan a reconciliar al mundo conmigo.
Entréguense a mis ovejas, dando ejemplo y generando confianza, para que quieran venir, y se acerquen a mí, y pidan perdón, y reciban misericordia y perdón, para que se reconcilien conmigo y consigan la paz, y alcancen la vida eterna.
Al que mucho se le da, mucho le será pedido. Ustedes, mis pastores, que tanto amo, también serán juzgados, y se les pedirán cuentas de los rebaños entregados.
A ustedes se les ha dado el poder para salvar almas, para derramar la misericordia de mi Padre, y para perdonar. Porque a todo el que le perdonen sus pecados le serán perdonados, pero al que no se los perdonen les quedarán sin perdonar.
Reciban dones y entreguen frutos, que la fortaleza está en el amor. Yo soy el amor.
Reciban el auxilio de mi Madre, que vela por ustedes, y de su mano los sostiene, cubiertos bajo la protección de su manto, para resistir las tentaciones del mundo, del demonio y de la carne, y perseverar en santidad. Y por ella les será entregado este regalo, como fuente de luz y de agua viva, como sal que da sabor, como alimento que nutre el alma, como consuelo y muestra de mi amor.
Vengan a mí cuando estén cansados, porque mi yugo es suave y mi carga ligera.
Que por el Espíritu que comparten el Padre y el Hijo, y que es Dios con el Padre y el Hijo, conozcan al Padre, y conozcan al Hijo. Y que las almas que les han sido encomendadas conozcan también a aquel que es el Camino, la Verdad y la Vida, porque yo los quiero a todos.
Que sea mi regalo una alianza de alegría entre mis sacerdotes y el Espíritu Santo, y que sean miembros de un solo cuerpo, en la unidad de la Iglesia que he instituido con mi Madre y mis sacerdotes, con mi pueblo, con los ángeles y los santos, y todas las almas, para la reconciliación y la paz del mundo, para la salvación de todas las almas, para gloria de Dios.
Que sea el triunfo del Corazón Inmaculado de mi Madre y mi Sagrado Corazón el culmen de esta lucha y de la salvación.
Y que se mantengan, por los dones de mi Santo Espíritu, en la virtud de los frutos, y en mi carisma y santidad, hasta que vuelva».
Madre nuestra, Esposa de Dios Espíritu Santo: tú vives llena del Espíritu Santo. Tu vida junto a Jesús y sus discípulos tuvo que ser un modelo de virtud, un derroche de amor, de fe, de alegría, de confianza, que llenaba los corazones de todos los que estaban cerca de ti.
Así, ahora, tú intercedes por nosotros en el cielo para que el Santificador siga enviando sus dones y carismas al pueblo de Dios, y nosotros los buscamos a través de ti. Tu Divino Esposo siempre está contigo: enséñanos a saber tratarlo, para que sintamos su presencia viva.
Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.
«Hijos míos sacerdotes: el Espíritu de verdad les enseña todas las cosas. Permanezcan unidos a mí en un solo corazón: el Sagrado Corazón de Jesús, para que no se distraigan, y no tengan miedo a las tentaciones, las dificultades, las tribulaciones, los peligros y las turbaciones del mundo.
Entreguen su voluntad al Paráclito, el Espíritu Santo, el Consolador, el Espíritu de verdad, que es Dios en la Tercera Persona de la Santísima Trinidad, y Él se encargará de ustedes, de guiarlos, de prepararlos, de darles todos los dones, para que consoliden todos sus esfuerzos en el amor, cumpliendo los mandamientos de Dios en el mandamiento que les dejó Cristo, amándose unos a otros como Él los ha amado, con su amor, desde su corazón, para que lleven la luz y la esperanza a todos mis hijos, dando testimonio de la verdad, testimonio de fe, testimonio de fidelidad, testimonio de amor, testimonio de misericordia.
Yo quiero mostrarme Madre con ustedes, mis hijos a los que tanto amo, entregándoles este tesoro de mi corazón: mi confianza.
Yo les daré otro tesoro: mi alegría, para que lleven a cabo las obras de mi Hijo con amor y con alegría, en la certeza de servir a Dios, sirviendo a su Iglesia.
Yo confío en ustedes, y en el Espíritu Santo, que les ha dado la gracia y los dones para cumplir mis deseos y los de mi Hijo, a través de la misión que les ha sido encomendada, porque han sabido escuchar, y acoger, y aceptar que estas palabras son luz para ustedes. Pero nadie puede decir “Jesús es el Señor”, si no lo mueve el Espíritu Santo. Su garganta ha sido abierta con el fuego del Espíritu Santo para que hablen la verdad, y todo el que escuche los entienda.
Hay diferentes dones, pero uno solo es el Espíritu.
Hay diferentes ministerios, pero uno solo es el Señor.
Hay diferentes obras, pero un solo Dios es el que obra en todos.
Hay diferentes carismas, pero todo es para un bien común, porque uno solo es el cuerpo, aunque tiene muchos miembros. Todos forman un solo cuerpo de Cristo, en un mismo Espíritu. Todos se ayudan y todos se afectan.
Alégrense, hijos míos, porque el Señor los ha llenado con su gracia y está con ustedes. Atesoren estos regalos y construyan el reino de los cielos en la tierra, para llevar la misericordia a todos mis hijos.
A ustedes les ha sido dada una tierra, para que la preparen, la abonen, la rieguen y dé fruto, y ese fruto permanezca.
Yo confío en ustedes, y los llevo de mi mano para que nunca se pierdan».
¡Muéstrate Madre, María!
PARA EXAMINAR LA CONCIENCIA – LLENARSE DEL ESPÍRITU SANTO
«Reciban el Espíritu Santo. A los que les perdonen los pecados, les quedarán perdonados; y a los que no se los perdonen, les quedarán sin perdonar» (Jn 20, 22-23).
Eso dijo Jesús. Y se lo dijo a sus discípulos.
Y te lo dijo a ti, cuando te ordenó sacerdote.
Y así como el Padre lo envió a Él, te envía Él a ti.
Es grande tu misión, sacerdote, porque te hace responsable de la manifestación del misterio de la redención de tu Señor, que revela en ti su grandeza, por el sacramento de la penitencia y la reconciliación.
Tu Señor ha venido a traerte la paz, sacerdote, y te envía a llevarla a los demás. Pero no te envía solo, te envía con el Espíritu Santo que te ha sido dado, y que brota de tu corazón como río de agua viva, porque tú has creído.
Recibe, sacerdote, al Espíritu Santo, y permítele que haga su morada en ti. Y, con docilidad, abandónate a sus inspiraciones, y déjalo actuar, para que sea Él quien obre en ti, quien hable a través de ti, y quien transforme los corazones, llegando con efusión a todas las almas que escuchan tu predicación.
¡Espíritu Santo, ven, lléname de ti, y desbórdame de tu amor!
Invócalo, sacerdote, invócalo, y dile: ¡Espíritu Santo, ven!, y pídele que te llene y te desborde de Sabiduría, para que puedas participar en el plan de Dios según su voluntad.
Pídele que te llene y te desborde de Entendimiento, para saber transmitir el conocimiento divino a través de las verdades que te han sido reveladas de Dios.
Pídele que te llene y te desborde de Ciencia, para saber discernir en cualquier circunstancia, lo que está bien de lo que está mal, según el conocimiento de Dios y lo que te revela en la intimidad.
Pídele que te llene y te desborde de Piedad, para buscar hacer siempre su voluntad.
Pídele que te llene y te desborde de Fortaleza, para que tengas el valor de enfrentar cualquier dificultad, y mantenerte fiel a su amistad, a su amor y a su ley.
Pídele que te llene y te desborde del Santo Temor de Dios, para evitar todo lo que te aparte de Él, haciendo su voluntad para agradarle en todo.
Abre tu corazón, sacerdote, y disponte a recibir los dones del Espíritu Santo que acabas de pedir, porque Dios no duda en consentir a quien pide en nombre de su Hijo, desde un corazón con rectitud de intención.
Agradece, sacerdote, el favor de tu Señor, que te envía para que des fruto, y ese fruto permanezca.
Recuerda, sacerdote, que en cada uno se manifiesta el Espíritu para el bien común. Recíbelo, y pon al servicio de los demás los dones que Él te da, bautizando al pueblo de Dios, en un mismo Espíritu, para que formen un solo cuerpo del cual Cristo es cabeza.
Recibe, sacerdote, la paz de tu Señor, y llénate de alegría, porque tu Señor te envía a recoger con Él.
Ofrécele a tu Señor los frutos de los dones recibidos como ofrenda unida en el único y eterno sacrificio redentor, para que seas partícipe de esa redención, y entrégale tu Amor, tu Alegría, tu Paz, tu Paciencia, tu Longanimidad, tu Benignidad, tu Bondad, tu Mansedumbre, tu Fidelidad, tu Modestia, tu Continencia, y tu Castidad. Y pídele que te dé el carisma de tu vocación al sacerdocio ministerial.
Permanece reunido en oración con la Madre de tu Señor, invocando al Espíritu Santo, para que sea para ti y para el mundo, un nuevo y eterno Pentecostés.
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