«Has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y las has revelado a la gente sencilla»
Para la oración personal del sacerdote en base al Evangelio del día. Miércoles 17 de julio de 2019
ESPADA DE DOS FILOS. P. Gustavo Elizondo Alanís
«Tu Señor te pide que te hagas como niño, porque de los niños es el Reino de los cielos, y te pide que te mantengas pequeño, perseverando en la virtud de la humildad, teniendo sus mismos sentimientos».
«La palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que una espada de dos filos» (Heb 4, 12).
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EVANGELIO DEL MIÉRCOLES DE LA SEMANA XV DEL TIEMPO ORDINARIO
Escondiste estas cosas a los sabios y las revelaste a la gente sencilla.
+ Del santo Evangelio según san Mateo: 11, 25-27
En aquel tiempo, Jesús exclamó: “¡Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y las has revelado a la gente sencilla! Gracias, Padre, porque así te ha parecido bien.
El Padre ha puesto todas las cosas en mis manos. Nadie conoce al Hijo sino el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar”.
Palabra del Señor.
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“En la presencia de Dios, en una lectura reposada del texto, es bueno preguntar, por ejemplo: «Señor, ¿qué me dice a mí este texto? ¿Qué quieres cambiar de mi vida con este mensaje? … (Francisco, Evangelii Gaudium, n.153).
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REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE
Señor Jesús: nuestra pequeñez nos impide conocer los misterios de la vida de Dios, de modo que necesitamos de la Revelación. Leemos en la Carta a los Hebreos que de muchos modos habló Dios en el pasado, a través de los Profetas; y en los últimos días a través de ti.
Hoy nos dices que el Padre escondió estas cosas a los sabios y entendidos, y las ha revelado a la gente sencilla. Y que nadie conoce al Padre sino aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar.
Yo te pido, Jesús, que me des en abundancia tu verdad, reconociendo mi pequeñez, para que pueda conocer al Padre y contar con los tesoros de tu sabiduría.
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«Sacerdotes míos: cómo deseo que ustedes, mis amigos, me conozcan, para que me amen, para que me sigan, para que crean en mí, para darles mi agua viva, para llevarlos hacia fuentes tranquilas y reparar sus fuerzas, para saciar su sed.
Yo los compadezco, y su sed es mi sed. Yo quiero saciar mi sed bebiendo con ustedes.
Yo soy la fuente de agua viva. El que beba del agua que yo le dé, no tendrá sed jamás, y será en él fuente de agua para la vida eterna.
Los que caminan en el desierto y tienen un poco de agua, están cegados por el egoísmo, y no me ven.
O sí me ven, pero no me reconocen. Están cansados, agobiados y sedientos, porque llevan cargas muy pesadas. Están cargados de poder, dinero, propiedades; de lujuria, placer, viajes, excesos, vida social, desenfrenos, doble vida, abusos; de vicios, depresión, ansiedad, enfermedad, aflicciones, pereza, preocupaciones, miedo, angustia, inseguridad, resignación, desolación, apegos del mundo; de trabajos pesados, activismo, deseo de sobresalir, ocupaciones del mundo. La carga es una: infidelidad.
No se dan cuenta que al compartir el agua con los que nada tienen se convierte en fuente inagotable de vida. Porque el que dé de beber, aunque sea un vaso de agua fresca a uno de mis pequeños, tan sólo por ser discípulos, no perderá su recompensa. Y está escrito que el cántaro de harina no se quedará vacío, la aceitera de aceite no se agotará, hasta el día que Dios haga llover sobre la tierra.
Yo les doy la fuente de agua viva que nunca se acaba, porque mi palabra es palabra de vida eterna. Yo quiero saciar la sed de los más necesitados, de los que creen saberlo todo y poseerlo todo, pero que caminan en sus desiertos sin una gota de agua. Son los poderosos y letrados, los sabios y entendidos. Algunos son sacerdotes, algunos obispos y otros cardenales.
Yo les he revelado las cosas de mi Padre, para que me conozcan, para que me den a conocer, para que tengan los mismos sentimientos que yo, para que me amen y se conviertan, para que hagan penitencia y reparen mi corazón.
Sacerdotes elegidos, pastores escogidos para guiar a mi pueblo, amigos míos: yo los he enviado al mundo, pero ustedes no son de este mundo, pero les he dado el poder de cambiar el mundo, convirtiendo las almas del mundo acercándolas a mí. Es el enemigo que los oprime y los encadena, es la tentación que los domina, es el pecado que los ciega y no los deja ver. Abran los ojos y vean: yo soy el cordero de Dios que entregó la vida para el perdón de los pecados y la salvación del mundo.
El mundo sufre bajo el poder que se le ha dado al príncipe de este mundo, por eso Yo les mando morir al mundo, para vivir en la alegría y la plenitud de mi encuentro sabiendo que mi reino está en el cielo.
Es mi misericordia poder de libertad, es el perdón poder de salvación, es mi palabra poder para conquistar, para convertir, para salvar.
A ustedes se les ha dado el poder para vencer al pecado. Abran los ojos, no se dejen dominar. Es el demonio menos que ustedes, no se dejen engañar. Es la protección de mi Madre que vence al dragón y es por mi espada el triunfo de su Inmaculado Corazón. Despierten, rompan las cadenas, liberen a mi pueblo, condúzcanlo a la tierra prometida con humildad porque el más grande entre ustedes será el más pequeño y el más pequeño será el más grande. Es en la sencillez en donde se ha revelado la grandeza de mi palabra».
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Madre mía: tu Hijo Jesús es la sabiduría encarnada. Yo pido la sabiduría para saber administrar y recibir su misericordia, para conocer la verdad, para saber renunciar al mundo, tomar mi cruz y seguir a Cristo.
Tu conoces mis necesidades, ayúdame a permanecer con tu Hijo en la oración, amando a Dios por sobre todas las cosas, sirviendo a la Iglesia, y enriqueciéndome con tus tesoros, para que sea sabio, para que sea santo.
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«Hijo mío, sacerdote: yo soy Madre, y conozco a cada uno de mis hijos y sus necesidades, y les doy mi auxilio para que nada les falte. Y tú, ¿tienes necesidad de alguna otra cosa?
Todo ha sido escrito ya, y se cumplirá hasta la última letra de la ley. Nadie debe añadir ni quitar ni una sola palabra de lo que ha sido escrito ya. La Palabra expresa la sabiduría de Dios.
La sabiduría no está en la inteligencia, ni en conocer las cosas del mundo.
La sabiduría está en la Palabra encarnada.
La sabiduría está en el amor.
La sabiduría es amar a Dios por sobre todas las cosas, y al prójimo como a uno mismo. Es un don de Dios que nos hace a su imagen y semejanza. Esa es la sabiduría del amor. Dios es el amor. El que conoce a Dios conoce la verdad y el que conoce la verdad es sabio. El sabio que conoce la verdad sabe que Dios es compasivo y misericordioso, pero también es justo.
La sabiduría proviene del amor.
La sabiduría está en el amor, porque si no tienes amor, nada tienes. El amor es paciente, es amable, no es envidioso ni engreído, no busca interés, no se irrita, no toma en cuenta el mal. El amor todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. El amor es infinito.
La sabiduría proviene del corazón. El sabio conoce el verdadero rostro de Dios contemplando el rostro de Cristo.
La sabiduría está en la Cruz, que refleja la verdad.
El sabio renuncia a sí mismo entregando su voluntad para abrazar la cruz de cada día.
El sabio camina siguiendo a Cristo con los pies en la tierra y el corazón en el cielo, que es donde está su tesoro.
El sabio vive en la virtud de la fe, la esperanza y la caridad.
El sabio conoce el camino y sabe a dónde quiere llegar. El camino es la Cruz de Cristo, para llegar a Dios.
El sabio resiste a la tentación, porque sabe pedir la gracia, porque sabe que no puede solo, y no pretende salvar al mundo con sus propias fuerzas.
El sabio es humilde y se reconoce en sus miserias necesitado de Dios.
El sabio pide, espera, recibe y comparte.
El sabio es compasivo y misericordioso, porque sabe que sólo Dios es justo.
Hijo mío: recibe la sabiduría por la experiencia del amor de mi Hijo. Vive en la sabiduría practicando la virtud. Expresa la sabiduría amando, sirviendo, alabando, y adorando la verdad que es Eucaristía; disponiéndote a la oración, recibiendo y compartiendo, porque la sabiduría viene del amor, y no es para guardar.
La sabiduría es un tesoro de mi corazón. Es conocer a Cristo, contemplar a Cristo, amar a Cristo, seguir a Cristo.
La sabiduría se atesora en la pureza de intención del corazón con la riqueza de la fe, la esperanza y el amor.
Contempla la sabiduría de los santos, porque todos fueron sabios antes de ser santos. El don de la sabiduría te conduce a la santidad, porque el sabio conoce al que es el Camino, la Verdad y la Vida.
La sabiduría no es un fruto del esfuerzo de los hombres, sino que es un don que se alimenta con la oración. Es sabio el que escucha y pone en práctica la Palabra de Dios, el que conoce a su Maestro y sabe que no puede ser más que Él, pero por la gracia divina sí puede ser como Él, y esa sabiduría, bien aplicada, convence, convierte, y conduce a las almas a Él. La suya primero, porque el sabio aprende que al Padre se llega a través del Hijo. El Hijo es Cristo, y Cristo es él.
El sacerdote es Cristo y sin Cristo las almas no pueden llegar al Padre. Por tanto, el sacerdote es responsable de unir a las almas en Cristo para llevarlas al Padre. De eso se tratará su juicio.
Oremos, hijo, pidiendo el don de la sabiduría, para que la recibas y la compartas.
Oremos, para que permanezcas en la caridad, obrando con misericordia.
Oremos, para que te dispongas a recibir el amor, que conozcas el amor, que ames el amor, y con ese amor ames a Dios por sobre todas las cosas, y lo demuestres por medio del servicio al prójimo.
Oremos por la pureza de intención de tu corazón, para que, al administrar la misericordia, sea tu fin llevar a las almas al conocimiento del que es la Verdad, para darle gloria. Porque nadie conoce al Padre si no es el Hijo y nadie conoce al Hijo sino el Padre, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar».
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PARA EXAMINAR LA CONCIENCIA – PERMANECER EN LA HUMILDAD
«Nadie conoce al Hijo sino el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar».
Eso dice Jesús.
Te lo dice a ti, sacerdote, y te recuerda que el Padre ha puesto todas las cosas en sus manos. También a ti. Y también te recuerda que sus manos son tus manos, y en ellas Él ha puesto su confianza y su sabiduría, que es Eucaristía.
Y tú, sacerdote, ¿conoces al Padre? ¿Conoces al Hijo?
¿Escuchas la palabra de tu Señor a través de la que Él mismo revela al Padre, y el Padre revela al Hijo?
¿Pides a tu Señor el don de la sabiduría, el entendimiento, la ciencia, la piedad, la fortaleza, el consejo y el santo temor de Dios, las virtudes de la fe, la esperanza y el amor, y la humildad, necesarios para conocer a tu Señor?
La verdad revelada a través de la palabra está en las Escrituras. Todo ha sido escrito ya, y se cumplirá hasta la última letra. Por tanto, no busques doctrinas nuevas, ni palabrasmodernas; no busques falsas seguridades y teorías en la falsa sabiduría del mundo; no confíes en los falsos profetas ni en sus palabrerías; no te confundas ni te angusties con falsasprofecías.
Tú tienes la verdad, sacerdote. La verdad te ha sido revelada y vive en ti. La verdad te ha sido dada para que sea profesada al mundo a través de ti. Búscala en la humildad de tu corazón, en el silencio de tu oración, y agradece a tu Señor que ha mirado tu humillación, como ha mirado la humillación de su esclava, a quien le fue dada la sabiduría encarnada, y a quien llamarán dichosa todas las generaciones, porque ha entregado la verdad al mundo, revelada a través de la misericordia, de generación en generación, a los que temen a su Señor.
Proclama tú también la grandeza de tu Señor, sacerdote, que ha derribado a los poderosos del trono y exaltado a los humildes, que ha reconocido tu pequeñez y te ha fortalecido con su poder, para que lleves su auxilio a su pueblo a través de su palabra y de su misericordia, con la que Dios renueva su alianza a través de la adopción filial de todos los pueblos, para que todos sean uno en el Hijo, como el Hijo y el Padre son uno.
Tu Señor te pide que te hagas como niño, porque de los niños es el Reino de los cielos, y te pide que te mantengas pequeño, perseverando en la virtud de la humildad, teniendo sus mismos sentimientos. Pero también te advierte del peligro del poder, de la fama, de las riquezas, del orgullo, que lleva a la infidelidad, y te aleja de su amistad, cuando pretendes ser sabio por creer que tienes la verdad, buscando una larga vida de riquezas, y no la sabiduría del corazón que te consigue la vida eterna.
Escucha la palabra de tu Señor, sacerdote, y ponla en práctica, porque es así, viviendo en la verdad, como permaneces en la humildad, reconociendo tus miserias, pidiendo al Padre su misericordia, por la que tu humanidad se configura con su divinidad, para revelar la verdad a través de ti a todos los hombres de buena voluntad, para que conozcan al Hijo, y el Hijo les revele al Padre.
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