«Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos?»
Para la oración personal del sacerdote con base en el Evangelio del día.
Viernes 26 de mayo de 2023
ESPADA DE DOS FILOS II, n. 94
P. Gustavo Eugenio Elizondo Alanís
«Detente, sacerdote, y rectifica el camino que te aleja de tu vida de piedad, para sumergirte en el activismo que llena tu vida de muchas cosas, pero se siente vacía, porque muchas cosas son importantes, pero sólo una es necesaria. Vuelve a la oración y llénate de su amor, para que puedas decirle: “Jesús, te amo”»
«La palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que una espada de dos filos» (Heb 4, 12).
EVANGELIO DEL VIERNES DE LA SEMANA VII DE PASCUA
Apacienta mis corderos, apacienta mis ovejas.
+ Del santo Evangelio según san Juan: 21, 15-19
En aquel tiempo, le preguntó Jesús a Simón Pedro: “Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos?”. Él le contestó: “Sí, Señor, tú sabes que te quiero”. Jesús le dijo: “Apacienta mis corderos”.
Por segunda vez le preguntó: “Simón, hijo de Juan, ¿me amas?”. Él le respondió: “Sí, Señor, tú sabes que te quiero”. Jesús le dijo: “Pastorea mis ovejas”.
Por tercera vez le preguntó: “Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?”. Pedro se entristeció de que Jesús le hubiera preguntado por tercera vez si lo quería, y le contestó: “Señor, tú lo sabes todo; tú bien sabes que te quiero”. Jesús le dijo: “Apacienta mis ovejas.
Yo te aseguro: cuando eras joven, tú mismo te ceñías la ropa e ibas a donde querías; pero cuando seas viejo, extenderás los brazos y otro te ceñirá y te llevará a donde no quieras”. Esto se lo dijo para indicarle con qué género de muerte habría de glorificar a Dios. Después le dijo: “Sígueme”.
Palabra del Señor.
“En la presencia de Dios, en una lectura reposada del texto, es bueno preguntar, por ejemplo: «Señor, ¿qué me dice a mí este texto? ¿Qué quieres cambiar de mi vida con este mensaje? … (Francisco, Evangelii Gaudium, n.153).
REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE
Señor Jesús: la escena me llena de emoción. Abres tu corazón y quieres que Pedro abra el suyo. Muestras tus sentimientos, y quieres que Pedro muestre los suyos.
Te interesaba que la Roca sobre la que edificarías tu Iglesia fuera un hombre que sabe amar. Y se lo preguntas tres veces. No porque tuvieras duda (porque tú lo sabes todo), sino porque querías escucharlo de sus labios, porque eso compromete.
Y porque eres hombre verdadero, y tienes un corazón de hombre, y te agrada escuchar las muestras de amor de los hombres. Tú eres el Amor, y dejaste a tus discípulos el mandamiento del amor. Y les pediste que amaran con obras, dando la vida por los hermanos.
Eso me lo pides especialmente también a mí, sacerdote tuyo. Reconozco que me cuesta utilizar palabras de hombre enamorado. No me sale fácil decir “te amo”. Pero sé que la boca habla de lo que hay en el corazón.
Si mi corazón está lleno de amor por ti te lo tengo que decir. Jesús, te lo tengo que decir muchas veces en mis ratos de oración y también a lo largo del día. Tengo que ser un hombre enamorado de ti, que no se canse de hablarte de amor, con las palabras y con las obras.
Señor, yo quiero que tu Espíritu Santo llene mi corazón y encienda en mí el fuego de tu amor. ¿Cómo puedo aprovechar mejor mis ratos de oración para encender ese fuego?
Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu corazón, y concédenos la gracia de escucharte.
«Sacerdotes míos: reciban el fuego de mi Espíritu, para que arda en ustedes mi celo apostólico, y vean lo que yo, Sumo y Eterno Sacerdote veo, y sientan como yo siento, y quieran lo que yo quiero.
Reciban, por infusión del Espíritu, los Dones para actuar en este mismo deseo, y en el cumplimiento de su servicio y entrega, para la salvación de todas las almas.
Reciban las gracias que mi Madre les ofrece, para perseverar en la caridad, en la entrega y en el amor.
Sacerdotes, pastores de mi pueblo: yo soy Jesucristo, hijo único de Dios, nacido de una mujer pura, para ser en todo como ustedes, menos en el pecado. Porque he venido a liberarlos del pecado, a sacar a mi pueblo de la opresión, de las cadenas de la prisión del mundo. Ustedes, entonces, no son de este mundo. Pero sean como yo, y liberen conmigo al mundo.
Pastores míos: traigan a sus rebaños, que son como ovejas que se mantienen juntas y siguen al pastor, y sean como yo, que he entregado a todas a salvo, menos una, que debía perderse.
Entreguen ustedes a todas las que les han sido confiadas en su redil, menos una, cuando esa una no sea oveja, sino lobo disfrazado de oveja.
Dispérsense ustedes por el mundo, porque yo los envío, pero manténganse en unidad en la Roca que he puesto, como yo, como piedra angular, y manténganse en la fidelidad de mi Iglesia.
Y vayan y prediquen, y llévenme a todos los rincones del mundo.
Y llamen y corrijan, y enamoren, una vez y otra vez.
Pero, si aun así no quieren venir, dejen a la cizaña que sea cizaña y al fruto que sea fruto, y tráiganlas a mí, para que ni una sola de las mías se pierda.
Sean santos, como mi Padre es Santo.
Sean sacerdotes como yo.
Sean pastores como yo.
Sean hermanos como yo.
Sean amigos como yo.
Sean hijos como yo, y permanezcan en mi Espíritu, que es del Padre y del Hijo, para que sean como yo, y estén dispuestos a dar su vida por mis ovejas.
Amigos míos: yo los amo más que a las aves del cielo y que a los lirios del campo.
Los amo tanto, que hasta los cabellos de su cabeza están contados.
No se preocupen por lo que han de comer o lo que han de beber, o con lo que han de vestir. Busquen primero el Reino de Dios, y todo lo demás yo se los daré.
No se preocupen del mañana, yo estoy con ustedes todos los días de su vida.
Los amo tanto, que dejé la gloria de mi Padre para ir a buscarlos.
Los amo tanto, que entregué por ustedes mi vida, hasta la muerte, para encontrarlos, y una muerte de cruz.
Los amo tanto, que en mi resurrección les doy la vida.
Los amo tanto, que me quedo con ustedes, y me hago suyo para hacerlos míos, cada día, en la Eucaristía.
Los amo tanto, que les doy a mi Madre, como madre y como compañía.
Los amo tanto, que les doy la espada de su corazón, para atravesar el suyo y unirlo al mío, al de ella.
Los amo tanto, que los hago mis amigos, mis sacerdotes, para que sean como yo, y se mantengan unidos a mí.
No hay amor más grande que el que da su vida por sus amigos. No hay amor más grande que el mío.
Demuéstrenme ustedes el amor que me tienen. Yo les pido que, por mi amor, sirvan a Roma.
Apacentar a mis corderos, amigos míos, es lo que le he pedido a Pedro. Es pedirle que lleve la paz al mundo. No como la da el mundo, sino la paz fruto de los dones del Espíritu.
Haciendo mis obras es como demuestran que aman a Dios por sobre todas las cosas, y al prójimo como lo amo yo.
Sé que ustedes me aman. Me han demostrado que tienen mucho amor.
Sé que aborrecen el pecado, y que no quieren ofender a Dios. Yo ya los he perdonado.
Ustedes son uno conmigo. Ya me entregaron libremente su voluntad, y yo los tomé.
Ustedes son mis siervos, y yo los llamo amigos, porque los amo.
Sacerdote mío: ya no eres tú quien vive en ti, ¡soy yo!
Y estoy aquí para ayudar a mi vicario, al que yo he puesto al frente para dirigir mi Iglesia; al que yo le he llamado Pedro, para apacentar a mi rebaño. Sé que me ama y quiere demostrarlo. Sobre él ha sido enviado el Espíritu Santo. Ayúdale tú.
La mejor manera de apacentar a las ovejas es traerlas hacia mí con la ayuda de mi Madre. Cuando un niño pequeño está inquieto no hay mejor remedio que los brazos de su madre, para apacentar.
Es así como tú le ayudarás a mi vicario: lleva la compañía de mi Madre junto a cada una de tus ovejas, para ayudarlas, para auxiliarlas, para darles la ternura y el amor de la Madre de Dios. Y que la paz de Cristo abunde en el corazón de cada una. Y reciban, en medio de esa paz, con el corazón abierto, los dones que el Espíritu Santo les quiere dar.
Que la Reina de la paz esté con todos ustedes.
Que su alegría y su paz apacienten a mi rebaño.
Yo quiero que ustedes, mis amigos, aprendan a decir: Jesús ¡te amo!»
Madre mía: te amo, te amo, te amo. Enséñame a amar a tu Hijo como lo amas tú. Intercede para que el Divino Paráclito inunde mi corazón con sus dones, para amar con obras y de verdad a la Iglesia de Dios.
Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.
«Hijos míos, sacerdotes: yo los reúno bajo la protección de mi manto, para que permanezcan unidos para recibir al Espíritu Santo, que vendrá como lenguas de fuego bajado del cielo, e infundirá en sus corazones los Dones de Dios, para caminar en el camino de santidad, que es Cristo.
Confíen en mí. Entréguenme su corazón y lleven a cabo su misión.
Adoren la Sangre preciosa de mi Hijo en el cáliz, y su Carne en la patena. La sangre es fuente de vida, y la carne es la vida. Coman y beban todos de Él, para que tengan el conocimiento de la verdad y la vida eterna, por Cristo, con Él, y en Él.
El trabajo es mucho y los obreros pocos. Reciban toda la ayuda que yo les doy. El trabajo en equipo, en unidad, para que tenga fuerza.
Yo les daré un tesoro de mi corazón: la paciencia, para que con paciencia apacienten a las ovejas, para que caminen con constancia, para que no se detengan, pero que no tengan prisa. Porque no por muy rápido caminar se llega más lejos, cuando el destino es el mismo, es el único, es uno.
Apacentar a las ovejas es guiarlas en el camino seguro, dirigirlas con sabiduría, hablarles con claridad, enseñarles la verdad, dar testimonio de fe, darles esperanza, tratarlas con caridad, darles seguridad, fortalecer su confianza, formarlas, sumergirlas en la misericordia.
Acompáñenme a apacentar a las ovejas de mi rebaño.
Mi deseo es que ustedes, mis hijos sacerdotes, sean como niños.
El deseo de ustedes es verme sonreír.
Todo les será concedido cuando hagan todo lo que les he pedido, y mi deseo sea cumplido. Acompáñenme».
¡Muéstrate Madre, María!
PARA EXAMINAR LA CONCIENCIA – AMAR A JESÚS
«Simón, hijo de Juan, ¿me amas?»
Eso preguntó Jesús a su discípulo fiel, a quien sería Roca y Pilar de su Iglesia. Y le preguntó tres veces.
Y eso mismo te pregunta a ti, sacerdote, y está esperando a que le contestes.
“Te amo”. Qué palabras tan sencillas, pero tan profundas, y con tanto significado.
“Te amo”. Qué palabras tan hermosas y fáciles de escuchar, pero tan difíciles de pronunciar.
“Señor, tú lo sabes todo, tú sabes que te amo”.
Es verdad que lo sabe, pero le gusta que se lo digas, y que se lo demuestres, sacerdote, porque la boca habla de lo que hay en el corazón, y las obras lo manifiestan.
“Te amo, Jesús, te amo”.
Díselo, una, dos, y tres veces, sacerdote: en la sede, en el ambón y en el altar.
“Te amo, Jesús, te amo”.
Díselo, cuando lo elevas entre tus manos.
“Te amo, Jesús, te amo”.
Sabia jaculatoria, que expresa en sí misma toda alabanza y gloria.
“Te amo, Jesús, te amo”.
Díselo, sacerdote, y demuéstraselo apacentando a su rebaño, conduciéndolo al manantial de agua viva, para darles vida, alimentándolos con el pan vivo bajado del cielo, que es alimento de vida eterna, que los apacienta porque los sacia con su gracia.
“Te amo, Jesús, te amo”.
Díselo, sacerdote, y apacienta a su rebaño, predicando su Palabra.
“Te amo, Jesús, te amo”.
Díselo, sacerdote, y apacienta a sus corderos, construyendo en la tierra el reino de los cielos.
“Te amo, Jesús, te amo”.
Díselo, sacerdote, y apacienta a sus corderos, administrando los sacramentos al mundo entero.
Haz conciencia, sacerdote: ¿cuántas veces le hablas de amor a tu Señor? ¿Qué tanto lo procuras en la oración?
Tú eres un siervo de Dios, sacerdote, pero Él te ha llamado amigo, porque te ama.
Y tú, sacerdote, ¿en verdad lo has dejado todo y lo sigues, o sólo lo sirves?
Detente, sacerdote, y rectifica el camino que te aleja de tu vida de piedad para sumergirte en el activismo que ocupa tu mente, tu tiempo y tu corazón, que llena tu vida de muchas cosas, pero se siente vacía, porque muchas cosas son importantes, pero sólo una es necesaria.
¡Vuelve, sacerdote, a la oración!
Vuelve al diálogo con tu Señor.
Vuelve al Sagrario, y llénate de su amor, para que puedas decirle: “te amo, Jesús, te amo”, con palabras que salen de tu boca, pero que provienen de tu corazón.
Ama, sacerdote, a tu Señor, y díselo con palabras y con obras de amor, perseverando con fe, con esperanza y con caridad, en la fidelidad a su amistad. Glorifica a tu Señor con tu vida, y síguelo.
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