«Cuando hayan levantado al Hijo del hombre, entonces conocerán que Yo Soy».
Para la oración personal del sacerdote con base en el Evangelio del día.
Martes 23 de marzo de 2021
ESPADA DE DOS FILOS II, n. 35
P. Gustavo Eugenio Elizondo Alanís
«Haz conciencia, sacerdote, y descubre quién es el que vive en ti, quién es el que te ha llamado, el que te ha elegido y el que te ha enviado para mostrarse al mundo a través de ti».
«La palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que una espada de dos filos» (Heb 4, 12).
EVANGELIO DEL MARTES DE LA SEMANA V DE CUARESMA
Cuando hayan levantado al Hijo del hombre, entonces sabrán que Yo Soy.
+ Del santo Evangelio según san Juan: 8, 21-30
En aquel tiempo, Jesús dijo a los judíos: “Yo me voy y ustedes me buscarán, pero morirán en su pecado. Adonde yo voy, ustedes no pueden venir”. Dijeron entonces los judíos: “¿Estará pensando en suicidarse y por eso nos dice: ‘A donde yo voy, ustedes no pueden venir’?”. Pero Jesús añadió: “Ustedes son de aquí abajo y yo soy de allá arriba; ustedes son de este mundo, yo no soy de este mundo. Se lo acabo de decir: morirán en sus pecados, porque si no creen que Yo Soy, morirán en sus pecados”.
Los judíos le preguntaron: “Entonces ¿quién eres tú?”. Jesús les respondió: “Precisamente eso que les estoy diciendo. Mucho es lo que tengo que decir de ustedes y mucho que condenar. El que me ha enviado es veraz y lo que yo le he oído decir a él es lo que digo al mundo”. Ellos no comprendieron que hablaba del Padre.
Jesús prosiguió: “Cuando hayan levantado al Hijo del hombre, entonces conocerán que Yo Soy y que no hago nada por mi cuenta; lo que el Padre me enseñó, eso digo. El que me envió está conmigo y no me ha dejado solo, porque yo hago siempre lo que a él le agrada”. Después de decir estas palabras, muchos creyeron en él.
Palabra del Señor.
“En la presencia de Dios, en una lectura reposada del texto, es bueno preguntar, por ejemplo: «Señor, ¿qué me dice a mí este texto? ¿Qué quieres cambiar de mi vida con este mensaje? … (Francisco, Evangelii Gaudium, n.153).
REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE
Señor Jesús: para el pueblo elegido el nombre de Yahvé era sagrado. Resultaba un atrevimiento muy grande que tú pronunciaras y te aplicaras a ti mismo aquellas palabras: “Yo Soy”. Era una blasfemia, y por eso te condenaron a muerte.
Decías que eras el Hijo de Dios, y que tenías con el Padre una relación diferente a la de los demás.
Señor, se acerca la hora de tu muerte, y comienzas a hablar de ser “levantado sobre la tierra”. Con tu muerte en la Cruz llega la salvación para todos los hombres.
Nosotros los sacerdotes elevamos tu Cuerpo y tu Sangre cada vez que celebramos el Santo Sacrificio. Que nos sirva, Señor, para desear así ponerte en la cumbre de todas las actividades humanas, para que tu Sangre redentora empape todos los quehaceres humanos, en unidad de vida.
Jesús, ¿cómo concretar en unidad de vida esa configuración contigo que me da el sacerdocio?
Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.
«Sacerdotes míos: éste es mi cuerpo, ésta es mi sangre. Yo Soy.
Yo soy el Rey de reyes y Señor de señores.
Yo soy el que les da de comer y les da de beber, y los llena hasta saciar su hambre y su sed.
Yo soy el que ustedes elevan en sus manos como Cordero inmolado y vivo.
Yo soy el que ustedes presentan ante el pueblo y dicen: “este es el Hombre”.
Así como el pan se parte y cada migaja sigue siendo pan, y así como cada gota de vino es vino, así es mi carne cuando ya no es pan, sino es carne, y mi sangre, cuando ya no es vino, sino es sangre, después de la transubstanciación, cada gota y cada partícula Yo Soy.
Porque tanto amó Dios al mundo que le entregó a su único Hijo, para que todo el que crea en Él no muera, sino que tenga vida eterna.
Y así como Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tengo que ser elevado, para que crean en mí.
Yo me entrego a los hombres constantemente para ser elevado, para que todos crean en mí, para que todo el que crea en mí tenga vida eterna.
Yo me hago presente en el altar, abandonándome en las manos de ustedes, para que me presenten ante mi pueblo, como en el Pretorio, y para que me presenten ante mi pueblo demostrando su fe, y decidan entonces qué harán conmigo: crucificarme o proclamarme Rey.
Yo quiero que ustedes den ejemplo y demuestren su fe, cuando me tengan entre sus manos y me presenten ante mi pueblo, para que, al elevarme, ellos crean que Yo Soy.
Yo soy el mismo ayer, hoy y siempre.
Yo quiero que contagien su fe, que se entreguen conmigo uniendo a mi pueblo en un único y eterno sacrificio, como era ayer, hoy y siempre.
Yo soy el Cordero de Dios que quita los pecados del mundo.
Yo soy el pan vivo bajado del cielo.
Yo soy el Hijo de Dios hecho hombre, que ha sido enviado al mundo a morir por la salvación de los hombres.
Yo soy el que es, el que era y el que ha de venir.
Yo soy el Cristo inmolado, muerto en la Cruz, resucitado y vivo: Hombre verdadero y Dios verdadero, omnipotente y omnipresente, por quien todo ha sido creado y por quien han sido hechas nuevas todas las cosas.
Yo soy el que redime, el que salva, el que santifica.
Yo soy el que glorifica al hombre uniéndolo a Dios en filiación divina.
Yo soy la Palabra encarnada que da vida.
Yo soy la unión del cielo y de la tierra, Señor de todas las potestades y majestades, de todo lo visible y lo invisible, Rey del Universo y de los Ejércitos, y mi nombre es la Palabra de Dios.
Yo soy presencia viva, don absoluto, gratuidad infinita, ofrenda agradable, abrazo de unión, alimento de vida eterna, bebida de salvación, humanidad y divinidad, omnipotencia y omnipresencia, en la que hago partícipe a los hombres de la gloria de mi Padre mientras estoy sentado a su derecha.
Yo soy Eucaristía.
Yo soy el pan de la vida. El que viene a mí no tendrá hambre, y el que cree en mí no tendrá sed.
Yo me entrego en cada Eucaristía para abrazar a cada uno. Pero el abrazo es de dos, en Trinidad compartida.
Todo el que viene a mí no lo echaré fuera, sino que lo resucitaré en el último día, porque esa es la voluntad de mi Padre.
El que no cree en mí, no me abraza, y aunque me coma no viene a mí. Y yo vivo en él, pero él no vive en mí, porque no ha creído y no me ha querido, y no hace mi voluntad. Me ve y no me cree, y aun así come de mi pan y bebe de mi cáliz indignamente, y por sus malas intenciones come y bebe su propia condena, porque aún para estos que no creen y no se salvan, el pan que comen es mi cuerpo y el vino que beben es mi sangre.
Yo los amo a ustedes, por eso yo los corrijo, para que no sean condenados».
Madre mía: tú entendiste mejor que nadie aquellas palabras de tu Hijo, cuando anunció que sería levantado el Hijo del hombre. Eran palabras duras, pero tú sabías que su muerte en la Cruz significaba la salvación de todos los hombres, y se cumpliría aquello de que “conocerán que Yo Soy”.
El santo Evangelio deja constancia de que, después de decir esas palabras, muchos creyeron en Él.
Quiero pensar que eso sigue sucediendo ahora, cada vez que en la Santa Misa hago la elevación. Tú estás a mi lado, mirando a tu Hijo, como estuviste junto a la Cruz, atrayendo, con tu intercesión poderosa, a todos hacia Él.
Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: ayúdame a tener siempre presente que yo soy Cristo en el altar y a lo largo de todo el día; déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.
«Hijos míos, sacerdotes: Él es la Palabra encarnada, fruto bendito de mi vientre.
Él es el mismo ayer, hoy y siempre.
Él es el pan de la vida, y quien merece todo honor y toda gloria.
Yo quiero llevarlos a ustedes a una adoración continua a la Sagrada Eucaristía, para que lleven, con su ejemplo, la fe a todo el pueblo, y lo reúnan en una misma fe, en un solo pueblo santo de Dios.
Yo quiero que ustedes y ellos crean que Él es el pan de vida, Cristo Eucaristía, el que está a la puerta y llama.
Yo quiero que ustedes crean que tienen el poder y la libertad de Cristo en sus manos, como Pilato, para lavarse las manos y entregarlo, o para entregarse con Él, para que, cuando lo eleven en sus manos, exalten su voz al cielo intercediendo con Él por el pueblo ante el Padre, pidiendo misericordia, mostrando en la Eucaristía su misericordia, para que no tome en cuenta sus pecados, sino su fe.
Yo intercedo por ustedes, para que aumente su fe, y crean, y profesen que Él es el Alfa y la Omega, el Principio y el Fin.
El sacerdote actúa en la persona de Cristo.
El sacerdote exalta a Cristo bajado del cielo entre sus manos.
El sacerdote es Cristo, el mismo Cristo bajado del cielo y arrullado entre mis brazos. El mismo Cristo que, por amor a los hombres, quiso ser crucificado y exaltado, para que todo el que crea en Él, aunque muera, tenga vida eterna.
El sacerdote es el mismo Cristo que está sentado a la derecha del Padre, porque está vivo, ha resucitado.
Pero algunos sacerdotes no se conocen a sí mismos, y no reconocen en ellos a Cristo. No conocen a aquel que los llamó, que los eligió, y que los transformó en seres sagrados, para llevar al mundo la misericordia del Crucificado.
No todos han tenido un verdadero encuentro con Cristo, y eso quiero promoverlo. Quiero que se den cuenta que es necesario que busquen a Cristo, que encuentren a Cristo, que amen a Cristo, y que vivan la vida de Cristo, para que otros conozcan a Cristo y amen a Cristo.
Para llegar a eso necesitan conversión.
Si mi Hijo necesitara instrumentos de trabajo solamente, habría elegido a los hombres más fuertes, a los más astutos, a los más inteligentes. Él necesita instrumentos dóciles al Espíritu Santo, que sean tan débiles que no puedan hacer nada con sus propias fuerzas.
Que sean humildes y quieran aprender.
Que sean perseverantes y dispuestos a entregar la vida y la voluntad de Dios hacer.
Que tengan por modelo a Jesucristo en su vida ministerial y en su vida ordinaria, y la vivan en unidad.
Que tengan mucho amor de Dios para las almas y el deseo de salvarlas.
Por tanto, lo que mi Hijo Jesucristo eligió son instrumentos de su misericordia y de su amor. Instrumentos que necesitan formación, a través de una nueva evangelización.
Reciban ustedes con fe la palabra de Dios, que es como espada de dos filos, y mi compañía, para que, en esa palabra y con mi compañía, vuelvan a la oración, y busquen a Cristo, y encuentren a Cristo, y amen a Cristo.
Nadie puede amar lo que no conoce. Ustedes lo conocen y lo aman. Exáltenlo, expónganlo, muéstrenlo tal y como es, hombre verdadero y Dios verdadero, Sacerdote eterno, Rey y Señor».
¡Muéstrate Madre, María!
PARA EXAMINAR LA CONCIENCIA – VIVIR EN CRISTO
«Yo soy el Alfa y la Omega, el Primero y el Último, el Principio y el Fin» (Apoc 22, 13).
Eso dice Jesús.
Y tú, sacerdote, ¿sabes quién es Él?
¿Lo conoces?
¿Crees en Él y en quien lo ha enviado?
Y tú, sacerdote, ¿sabes quién eres tú?
¿Te conoces, y conoces al que te ha enviado?
¿Qué es lo que entiendes cuando tu Señor te dice “Yo Soy”?
¿Y, qué es lo que tú expresas y confiesas cuando le dices al mundo “yo soy”?
Tú has sido llamado, y has sido elegido para ser configurado con tu Señor, y ser uno como Él y el Padre son uno, y mostrarle al mundo a Cristo, para que el mundo crea que Él es el Hijo de Dios cuando tú digas: yo soy.
Tú eres, sacerdote, el que es, el que era, y el que ha de venir.
Haz conciencia, sacerdote, y descubre quién es el que vive en ti, quién es el que te ha llamado, el que te ha elegido y el que te ha enviado para mostrarse al mundo a través de ti.
Reconoce, sacerdote, el rostro de tu Señor en ti.
Reconoce sus manos en tus manos, cuando realizas sus obras.
Reconoce sus pies en tus pies, cuando caminas siguiendo sus pasos.
Reconoce sus palabras en tu boca, cuando predicas la verdad.
Reconoce que Él está dentro de ti, y su amor abunda en ti, porque la boca habla de lo que está lleno el corazón.
Reconócete tú en Él, sacerdote, cuando Él dice: ‘Yo Soy’, y comprométete, sacerdote, a serle fiel a esa configuración en la que te bendice y te une tu Señor.
Agradece, sacerdote, ese don, porque muchos son los llamados, pero pocos los elegidos.
Reflexiona, sacerdote, en tus actos, en el camino que siguen tus pasos, en las palabras que salen de tu boca.
Cuestiona tu conciencia y expón tu corazón.
¿Manifiestas con tu vida esa configuración?
¿Alzas tu mirada al cielo con seguridad, para gritarle al mundo completamente convencido que tú eres ese Cristo que dice: ‘Yo Soy’?, ¿o tu vergüenza delata la miseria de tu humanidad, y esconde tu configuración con la Divinidad?
Sé humilde sacerdote, porque la humildad es decir la verdad.
¿Llevas la luz del mundo?, ¿o vives aún en la obscuridad?
¿Expresas la verdad con tu testimonio de vida?, ¿o vives aún en la mentira?
¿Caminas en la seguridad de ir en un plano inclinado hacia el cielo?, ¿o caminas por el camino equivocado por haber elegido el camino fácil de las falsas seguridades del mundo?
¿Tu alma está viva, sacerdote, y llevas al mundo esa vida?, ¿o estás envuelto en el pecado, y estás induciendo a otros a su propia muerte?
Tu Señor es la Luz, y Él te envía para que tú, sacerdote, seas la luz para el mundo.
Tu Señor es la Verdad, sacerdote, y Él te envía para que enseñes al mundo esa verdad.
Tu Señor es el Camino, sacerdote, y Él te hace camino para el mundo.
Tu Señor es la Vida, sacerdote, y Él confía en ti, para que tú lleves al mundo la vida.
Reflexiona, sacerdote, en tu unidad de vida, y reconoce si estás ejerciendo tu ministerio de acuerdo a lo ordinario de tu vida. ¿O acaso llevas una doble vida?
¿Te configuras con tu Señor en unidad de vida?, ¿o sólo le permites ser un instrumento en el altar?
¿Es tu ministerio un simple trabajo?, ¿o es la ofrenda con la que te unes al sacrificio de Cristo en el altar para ser uno, como el Padre y Él son uno, para ofrecerte por Él, con Él y en Él, en el único sacrificio agradable al Padre para mostrarle al mundo quién es Él, y que el mundo crea en Él y se salve?
Haz conciencia, sacerdote, y corrige tu camino, para que salgas de la obscuridad a la luz, para que conozcas la verdad que se revela en tu humanidad todos los días de tu vida, y puedas decirle al mundo: “ya no soy yo, sino es Cristo quién vive en mí”; y entonces, con seguridad puedas decirle al mundo: “yo soy”, para que el mundo crea en ti, y en que aquel que te ha enviado es veraz y que es el Hijo único de Dios, para que tengan vida; porque todo el que crea en Él y en que Él es el que es, el que era, y el que vendrá, aunque muera, vivirá.

____________________
Para recibir estas meditaciones directamente en su correo, pedir suscripción a
espada.de.dos.filos12@gmail.
facebook.com/espada.de.dos.