«Jesús le dijo: “Sígueme”. Él se levantó y lo siguió»
Para la oración personal del sacerdote con base en el Evangelio del día.
Jueves 21 de septiembre de 2023
ESPADA DE DOS FILOS VII, n. 25
P. Gustavo Eugenio Elizondo Alanís
«Date cuenta, sacerdote, de que el Señor te ha llamado para que lo sigas y camines detrás de Él. Y, si tú te quedas sentado y resignado, estás perdiendo la vida que te ha dado Él, porque estás pretendiendo salvar tu vida, acomodado en un estado de amargura y de tibieza, que te hace indigno y te ata al mundo».
«La palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que una espada de dos filos» (Heb 4, 12).
EVANGELIO DE LA FIESTA DE SAN MATEO, APÓSTOL Y EVANGELISTA
Sígueme. Él se levantó y lo siguió.
+ Del santo Evangelio según san Mateo: 9, 9-13
En aquel tiempo, Jesús vio a un hombre llamado Mateo, sentado a su mesa de recaudador de impuestos, y le dijo: “Sígueme”. Él se levantó y lo siguió.
Después, cuando estaba a la mesa en casa de Mateo, muchos publicanos y pecadores se sentaron también a comer con Jesús y sus discípulos. Viendo esto, los fariseos preguntaron a los discípulos: ¿Por qué su Maestro come con publicanos y pecadores?”. Jesús los oyó y les dijo: “No son los sanos los que necesitan de médico, sino los enfermos. Vayan, pues, y aprendan lo que significa: Yo quiero misericordia y no sacrificios. Yo no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores”.
Palabra del Señor.
“En la presencia de Dios, en una lectura reposada del texto, es bueno preguntar, por ejemplo: «Señor, ¿qué me dice a mí este texto? ¿Qué quieres cambiar de mi vida con este mensaje?… (Francisco, Evangelii Gaudium, n.153).
REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE
Señor Jesús: Mateo no duda en responder inmediatamente a tu llamada. En primer lugar, porque tú le diste la gracia de la vocación, pero también seguramente porque ya estaba cansado de la situación en que vivía: no tenía necesidades materiales, pero sí tenía una gran necesidad espiritual. Su alma le pedía a gritos que dejara todo aquel ambiente mundano, y se dedicara a servir a los demás, por Dios.
Necesitaba la paz de su alma.
La vocación del sacerdote normalmente llega en circunstancias muy diferentes. Cada uno tiene su propia historia.
Pero lo que sí es común es que hay que dejarlo todo para seguirte, respondiendo a tu llamado. Y hay que seguir siguiéndote, todos los días, dejar todo, todos los días.
Perdón, Señor, si he dejado entrar la rutina en mi entrega y, sobre todo, perdón si he dejado entrar en mi vida la mundanización, que me aleja de ti y me puede llevar incluso a cometer los peores pecados.
Jesús, ¿qué debo hacer para seguir siguiéndote como tú deseas?
Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.
«Sacerdotes míos: ¡síganme!
Ustedes me han seguido porque yo los he llamado, y ustedes han escuchado.
Ustedes me han conocido porque mi Padre los ha atraído hacia mí, porque nadie puede venir a mí si el Padre, que me ha enviado, no lo atrae.
Ustedes me han amado, porque yo los amé primero.
Yo los he llamado para que me sigan, para que me amen y para que me hagan descansar.
Yo los he llamado de en medio del mundo, y ustedes, dejándolo todo, me siguieron, para entregarse fielmente a su vocación, llamando y guiando a las almas que viven en medio del mundo, para que hagan lo mismo. Y han llevado una vida digna de acuerdo al llamamiento que han recibido.
Yo los llamo de nuevo.
Yo les pido que renueven su sí, en un nuevo llamamiento, para que hagan lo mismo, para que, dejándolo todo, me sigan, renovando su alma sacerdotal, muriendo al hombre viejo, para que sean un hombre nuevo, perfeccionando su misma vocación, llamando y guiando a las almas que viven en medio del mundo, para llevar, a través de sus almas renovadas, a todas las almas a Dios.
Yo los amo, y por eso los llamo, y los he elegido para que, siguiéndome, hagan mis obras.
Apóstoles míos: dejen todo y sígueme, sirviendo a la Iglesia todos los días como la Iglesia necesita ser servida; no como ustedes quieran, sino como mi voluntad espera ser cumplida; no con sacrificios, sino con obras de misericordia.
Misericordia quiero y no sacrificios. Ayúdense entre ustedes, para que escuchen mi llamado y me sigan todos los días de su vida.
Cada uno ha recibido la gracia en la medida que yo se las he dado.
A ustedes les he concedido ser evangelizadores. Permanezcan unidos conmigo, en un solo corazón y una sola alma, a la escucha de un mismo llamamiento, para que me obedezcan y me sigan, para que cumplan la misión que yo les he encomendado a cada uno de acuerdo a su vocación, a través de la evangelización para la renovación de las almas, para el perfeccionamiento de los hombres, y en función de su ministerio sea la edificación de mi cuerpo, hasta que todos lleguen a la unidad en la fe y al conocimiento de la verdad, para que alcancen conmigo la plenitud.
Es necesario que me escuchen, para que obedezcan; que abran los ojos, para que vean, y reconozcan el camino, y me sigan.
Pero se requiere voluntad. Yo soy el camino, y yo les doy todo, hasta la voluntad; pero antes, respeto su libertad.
¡Síganme!
Este es un llamado para todos ustedes, mis amigos.
Que reciban y experimenten mi amor, y con ese mismo amor ustedes amen.
Que no enseñen doctrinas complicadas ni extrañas.
Que yo los llamo, a cada uno, para que me sigan, en la confianza de la filiación divina.
Que me escuchen y me sigan.
Que me obedezcan, porque la obediencia es una manifestación de la fe.
Que mantengan sus oídos atentos, para que todos los días, al despertar, me escuchen diciendo “sígueme”, y digan un fuerte “sí”, para que Dios los escuche y les dé la gracia y todo lo que necesitan, porque solos nada pueden.
Que se amen los unos a los otros como yo los he amado.
Que me demuestren su amor. Nadie tiene un amor tan grande como el que da la vida por sus amigos. Ustedes son mis amigos si hacen lo que yo les digo.
Que los vestidos rojos de los Cardenales les recuerden la sangre de los santos Apóstoles y los mártires, que, unida a la mía, es una ofrenda agradable al Padre; que no se gloríen de sus cargos, y no se abrumen de sus responsabilidades; pero mucho menos se deslinden de ellas; que sepan que ellos no hacen nada: yo soy.
Amigos míos: lo que mi Iglesia necesita es amor».
Madre mía: la conversión de Mateo fue radical, inmediata. En su caso se cumplió aquello de que “una sola Palabra tuya bastará para sanar mi alma”. Tuvo esa fuerza la Palabra de Jesús, aquel “sígueme”.
Nosotros, sacerdotes, también tenemos la fuerza de esa Palabra, porque predicamos a Cristo. Pero debemos reconocer que también necesitamos conversión.
Cuesta mucho eso de dejarlo todo para seguir a Jesús, pero cuando se escucha tan clara la llamada, uno se da cuenta que vale la pena ese sacrificio.
¿Cómo puedo ser un verdadero apóstol, y que mi conversión sea ejemplo para que lo sigan otras almas?
Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.
«Hijos míos: ahora es tiempo de conversión. Es tiempo de suavizar los corazones endurecidos, hiriéndolos con la fuerza de la Palabra, que es como espada de dos filos.
Pero nada pueden hacer ustedes, sino transmitir la misericordia de Cristo y su poder. Entonces todo lo hace Él. Pero nada hace si ustedes no colaboran con Él. El sacerdote es el instrumento de Dios para cumplir y hacer cumplir su voluntad, y así llevar a todos al conocimiento de la verdad.
Pero, hijos míos, si alguno no cree, y no se levanta de su silla ¿mi Hijo lo va a obligar?
A una fiesta se invita, no se obliga. Los asistentes se llaman invitados, no obligados. Por tanto, seguir a Cristo no es una penitencia impuesta, es un regalo, una invitación al banquete, a la fiesta.
Si ustedes, mis hijos sacerdotes, supieran que se puede vivir en este mundo disfrutando de la fiesta eterna, acudirían contentos, con gusto. Invitarían a sus rebaños a vivir en la alegría de seguir a Cristo. Pero ¿quién quiere ir a una fiesta en la que el anfitrión está deprimido, está amargado, está triste, está confundido, llora y no ríe, o los lleva por el camino de las tinieblas, a través de sus pecados, y su ejemplo no es de vida a Dios ofrecida, sino de malas obras, que agasajan al diablo y causan sufrimiento y daño, especialmente a los más débiles e inocentes?
Algunos de ustedes, mis hijos sacerdotes, necesitan conversión, están llevando sus almas a la perdición. Pero no todos, gracias a Dios. Muchos hay buscando a los pecadores, enseñando la doctrina, luchando contra las tentaciones y venciendo, ayudados por mi compañía y mi auxilio de Madre, noche y día. Pero también ellos necesitan protección. Y cada día una pequeña conversión, al examinar sus conciencias y pedir perdón.
Para seguir a Jesús, y ser como Él, primero deben hacerse como niños, como Él, que primero se hizo niño para crecer como hombre en medio del mundo, en la perfección de la virtud y en la obediencia.
Mi Hijo quiere renovar la fe en la Iglesia a través de su misericordia, con mi presencia materna –que siempre lo seguía a dondequiera que iba y lo acompañaba con mi oración, con mis obras de misericordia y mi compañía–, para ayudar a ustedes en la renovación de su sí, para escuchar la voz del Maestro y dejarlo todo para seguirlo, para que todos sean uno y cada uno haga lo que le toca.
A ustedes les toca buscar no a los justos sino a los pecadores, no a los sanos sino a los enfermos, porque para eso vino Él, para buscar no a los justos sino a los pecadores.
Hagan en todo la voluntad de Dios, y lleven su Palabra a todos mis hijos, hasta los corazones más pobres, para que los convertidos reafirmen su fe en una sola fe, y los alejados se conviertan y renueven su vida, en esa misma fe, con su trabajo y con su ejemplo».
¡Muéstrate Madre, María!
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PARA EXAMINAR LA CONCIENCIA – RESPONDER A LA LLAMADA
«Sígueme»
Eso dice Jesús.
Eso te dice a ti, sacerdote.
Seguir a Jesús es corresponder al amor de predilección con el que has sido llamado, porque Él te ha amado primero.
Seguir a Jesús es agradecer por tener oídos y haberlo escuchado.
Seguir a Jesús es ver con su mirada enamorada del mundo para amar como Él, hasta el extremo.
Seguir a Jesús es vivir cada día con la alegría de cargar su misma cruz.
Seguir a Jesús es renunciar con emoción a todo lo que no conduce a Dios.
Seguir a Jesús es descubrir la verdad, el camino y la vida. Él es la verdad, el camino y la vida.
Seguir a Jesús es caminar con Él, siguiendo sus pasos en un mundo que ya ha caminado Él.
Seguir a Jesús es seguir a aquel que se ha hecho como tú, y ha sido probado en todo, como tú, menos en el pecado.
Seguir a Jesús es descubrir la pasión de los sentidos inclinados hacia Dios, para rechazar el mal y hacer el bien, para proclamar la verdad y llevar la buena nueva al mundo.
Seguir a Jesús es dejarse acompañar de su Madre para perseverar y llegar a su encuentro todos los días, en cada momento de oración, de silencio, de mortificación, de palabra, de acción, de entrega, manifestando la correspondencia de ese amor de predilección que no has merecido, y que te ha dado sólo porque Él ha querido.
¿Te sientes indigno, sacerdote?
Pues lo eres, cuando no lo sigues, cuando no lo buscas, cuando no haces lo que te dice, cuando no correspondes a su amor, aunque digas que lo quieres.
Pero digno, sacerdote, te ha hecho tu Señor, cuando te ha dado su heredad por filiación divina, y digno te mantienes cuando exaltas su nombre, y lo adoras de rodillas con profunda reverencia.
Cuando sigues sus pasos, amando a los demás como Él los amó, y los sirves.
Cuando los alimentas y les das de beber, cuando los vistes de almas renovadas con vestidos de fiesta.
Cuando sanas sus heridas perdonando sus pecados y rompes las cadenas que los atan al mundo.
Cuando los corriges, los consuelas y los aconsejas.
Cuando predicas la palabra de tu Señor, y la cumples, dando ejemplo del amor de un hijo miserable ante el abrazo de la misericordia de su Padre.
¡Sígueme!, te dice tu Señor.
Y tú, sacerdote, ¿lo obedeces?, ¿lo sigues?, ¿lo dejas todo por Él?
¿Cargas tu cruz con Él?, ¿o sólo dices seguirlo y te sientas resignado y cansado sobre tu cruz, esperando ser rescatado por aquel que te ha llamado, que te ha elegido y que ha venido a tu encuentro, que te busca con insistencia, que no se rinde, porque Él no ha venido a buscar a justos sino a pecadores?
Date cuenta, sacerdote, de que Él te ha llamado para que lo sigas, para que camines detrás de Él. Y, si tú te quedas sentado y resignado, estás perdiendo la vida que te ha dado Él, porque estás pretendiendo salvar tu vida, acomodado en un estado de amargura y de tibieza, que te hace indigno y te ata al mundo de los apegos y de las pasiones mal orientadas, y eso no te permite seguirlo, aunque te llame, aunque te busque, aunque insista, aunque sufra por ti, porque respeta tu libertad, aunque un día le hayas dicho sí, y lo hayas seguido, y lo hayas dejado todo, emocionado, con la ilusión de entregar tu vida por Él, para salvar al mundo con Él.
Pídele, sacerdote, a tu Señor, que vuelva a abrir tus oídos para que escuches su voz; que vuelva a disipar las tinieblas y quite los velos de tus ojos, para que veas el camino, para que puedas seguirlo.
Pídele que transforme tu corazón de piedra en un corazón de carne, y te dé la gracia de la conversión, para que puedas seguirlo, para que seas digno de llamarte sacerdote del Señor.
¡Sígueme, sígueme, sígueme! Esa es la llamada insistente de un hombre enamorado, de un Dios entregado en tus manos por amor.
¡Sígueme! Eso, sacerdote, es lo que tu Señor te pide.
Corresponde con generosidad y fidelidad a su amor, para que tú hagas con otros lo mismo, porque es así, guiando a las almas a Dios, como sigues a tu Señor.
Y tú, sacerdote, ¿lo sigues?
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