«FIESTA DE SAN LORENZO, DIÁCONO Y MÁRTIR»
Para la oración personal del sacerdote con base en el Evangelio del día.
Jueves 10 de agosto de 2023
ESPADA DE DOS FILOS VII, n. 14
P. Gustavo Eugenio Elizondo Alanís
«Tu Señor te ha elegido a ti, sacerdote, te ha dado su gracia y ha hecho de ti un siervo fiel y prudente, que en la tribulación y en la persecución permanece alegre, haciéndose último y servidor de todos, porque Él te ha llamado, porque tú lo has escuchado, y renunciando a ti mismo lo has encontrado».
«La palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que una espada de dos filos» (Heb 4, 12).
EVANGELIO DE LA FIESTA DE SAN LORENZO, DIÁCONO Y MÁRTIR
El que me sirve será honrado por mi Padre.
+ Del santo Evangelio según san Juan: 12, 24-26
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Yo les aseguro que si el grano de trigo sembrado en la tierra no muere, queda infecundo; pero si muere, producirá mucho fruto. El que se ama a sí mismo, se pierde; el que se aborrece a sí mismo en este mundo, se asegura para la vida eterna.
El que quiera servirme que me siga, para que donde yo esté, también esté mi servidor. El que me sirve será honrado por mi Padre”.
Palabra del Señor.
“En la presencia de Dios, en una lectura reposada del texto, es bueno preguntar, por ejemplo: «Señor, ¿qué me dice a mí este texto? ¿Qué quieres cambiar de mi vida con este mensaje? … (Francisco, Evangelii Gaudium, n.153).
REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE
Señor Jesús: el diácono san Lorenzo nos ha dejado un ejemplo de fidelidad en el martirio, y de caridad en el servicio a los demás. Su vida es una llamada a dar la vida por ti, como el grano de trigo que muere para dar fruto; y para servirte, siguiendo tu ejemplo.
Señor, yo quiero dar mi vida en tu servicio. Sé que esperas de mí que dé mucho fruto, y para eso tú mismo me das la semilla. Yo solo debo ser buena tierra, y un buen sembrador, esparciendo tu Palabra.
Te pido especialmente por todas mis ovejas, para que sus corazones estén bien dispuestos y pueda yo sembrar a manos llenas, para tu gloria.
Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.
«Sacerdote mío: sírveme.
Yo te amo y te envío a servirme, porque a los que me sirven el Padre los premia. Yo quiero todo para ti, pero, para servirme, primero tienes que seguirme. Deja todo, ven y sígueme.
Aunque tus manos estén vacías, yo te recibiré con las manos llenas. Recibe lo que yo quiero entregarte. Extiende tus manos, y yo dejaré caer sobre ellas muchísimas y diminutas semillas. Tantas, que se llenarán tus manos hasta desbordarse, y caerán al suelo, y se esparcirán por todas partes sin cesar. Entonces entenderás que, mientras mantengas tus manos dispuestas a recibir, seguiré dándote, porque yo soy fuente inagotable de gracia.
Que sea grande tu fe. Tan grande como el árbol que da sombra para reunir a mi pueblo, como una gallina reúne a sus polluelos bajo las alas. Que en esa fe puedan descansar los que caminan en el desierto. Y que en esa fe dé fruto la semilla que esparce el sembrador.
El que siembra generosamente, generosamente cosechará. Yo te pido que me sigas, y te doy la buena semilla, que es mi Palabra, para que yo mismo la siembre a través de ti.
Recibir mi semilla y sembrar, eso es todo lo que tienes que hacer; yo haré todo lo demás: yo haré caer la semilla sobre tierra fértil y haré llover agua viva de mi manantial, para que la semilla germine.
Yo te aseguro que, si tú me sigues y me sirves, darás mucho fruto, tanto, que esta vida te alcanzará para ver tan solo la primera cosecha, pero habrá muchas más.
El fruto será la conversión de los corazones, y se verá, para que se vean mis obras realizadas por ti, porque está escrito que todo lo que pidan en mi nombre yo lo haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo.
Yo te pido que seas generoso con la siembra, porque el que siembra mucho, cosecha mucho.
Yo te pido que todo lo que hagas sea por amor y con alegría, según mi Corazón, y el Padre que está en el cielo te colmará de bienes, y te dará los medios para realizar sus obras.
Yo te pido que me sigas y me sirvas, acompañado de mi Madre.
Yo te pido mucho, y espero mucho de ti, porque te he dado mucho, y te daré más.
Yo soy Pastor y soy Cordero. Mi Madre sufre porque Ella es quien recibe y entrega al Cordero, y Ella se entrega al recibirlo, y pierde su vida para encontrarla en Él, en mí. Y luego entrega al Cordero como ofrenda a Dios, para ser inmolado y sacrificado, para dar vida a toda la humanidad.
Es en el sacrificio del Cordero en donde los recibe a todos, como corderos, como hijos; para cuidarlos y conducirlos y entregarlos como a mí, conmigo, en mí, para que tengan vida eterna.
Es su misión que todos sus hijos se salven, para que sean partícipes de la gloria del Padre, y la misión para la que yo fui enviado al mundo sea concluida.
Ella los quiere a todos, como yo. Pero Ella los necesita a ustedes, mis pastores, para traer a las almas hacia mí. Yo les pido que vean a mi Madre, para que la escuchen, para que se entreguen y mueran al mundo, para que vivan conmigo, por mí, en mí, y crean en mí, y tengan vida eterna.
Pastores míos: sean pastores y guíen a mi pueblo; pero sean corderos como yo, para que se entreguen como yo. Encuentren en la Eucaristía mi Cuerpo y mi Sangre. Y así como ven el pan y ven el vino, pero ya no es pan y ya no es vino, encuéntrenme en cada oveja, en cada uno; y vean mi Cuerpo entregado y vean mi Sangre derramada por ellos, por cada uno; y encuéntrenme ahí, y ámenme en cada uno. Entreguen su vida, renuncien a ustedes mismos, por amor por cada uno, y entonces me encontrarán, y yo les daré vida nueva, conmigo, por mí, en mí.
Les he dejado el Camino, la Palabra y la Verdad, para que no se pierdan, para que sepan cómo llegar al Padre. Pero les he dado mi Vida, para ser ejemplo, para que vivan según mi Vida, y sean ustedes ejemplo conmigo; para que mueran al mundo, porque el que pierda su vida por mí, la encontrará en mí.
Yo estoy en cada oveja, en cada alma. Abájense como yo, para que puedan verlos, para que puedan seguirlos. Sean pastores cercanos, conozcan a sus ovejas, vivan en el mundo en que viven ellas. Conquisten al mundo, pero no permitan ser conquistados, porque ustedes ya tienen Pastor.
Yo soy el Buen Pastor, y conozco a cada uno de ustedes, y lo llamo por su nombre. Manténganse en mi rebaño, y cuiden a sus rebaños y ahuyenten a los lobos, para que no se coman a las ovejas. Pero cuídense del león hambriento, que busca pastores a quién devorar. Es astuto, tiene hambre. No se dejen atrapar entre sus garras.
Manténganse en unidad conmigo, para que no se acerque; manténganse en mi amor, para que sepan resistir a su belleza y a sus trampas. Está al acecho, estén alerta.
Y si se alejaran de mi rebaño, llamen a mi Madre y los protegerá, y les mostrará el camino para llegar a mí. Porque es en unidad conmigo, en mí, como se llega a la gloria de mi Padre.
Pastores: sean pastores y sean ovejas. Conduzcan y déjense conducir. Amen y déjense amar. Lleven la Palabra y escuchen mi voz. Renuncien al mundo y elijan seguirme. Mantengan la mirada puesta en el cielo, que es en donde está el tesoro, el Reino de los cielos».
Madre mía: las fiestas de los mártires nos hacen tener presente el valor tan grande que deben tener tantos hombres y mujeres, que son capaces de entregar su vida terrena, unidos a la cruz de Cristo, con la esperanza de la vida eterna. Tienen mucha fe y mucho amor.
Estoy seguro de que cuentan con una gracia de Dios especial en el momento del martirio, para tener toda la fortaleza que se necesita para ser fieles hasta la muerte, y así ser testigos. La sangre de los mártires es semilla de nuevos cristianos.
Te pido, Madre, tu intercesión, para que yo pueda ser un buen testigo, aunque Dios no quiera para mí ese martirio de sangre, sino que dé testimonio en mi vida ordinaria, siendo un “mártir sin morir”, muy fiel, hasta el final de mi vida.
Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.
«Hijo mío, sacerdote: yo te amo, y en ti tengo puesta mi esperanza.
Yo te pido que entregues tu vida entera al servicio de la Santa Iglesia. Pero que lo hagas por amor, y verás frutos.
Deja todo, confía y da tu vida trabajando en la construcción de las obras de Dios.
Permanece conmigo y acompáñame al pie del árbol de vida, que es la cruz de Cristo, por quien soportas todos tus sufrimientos, y no te avergüenzas, porque en Él tienes puesta tu fe, porque Él ha destruido la muerte para irradiar la vida por medio del Evangelio, que es su Palabra viva.
Yo pongo en ti mi esperanza, porque en la medida de tus oraciones y de tu entrega en el servicio serán los frutos.
Sigue a Cristo para servir a Dios. Porque, el grano de trigo, sembrado en la tierra, si no muere, queda infecundo; pero si muere, producirá mucho fruto. No se puede resucitar en el Cuerpo de Cristo si no se muere primero con Él, en ese mismo Cuerpo, y no se puede morir en ese Cuerpo si no se pertenece primero a Él.
Es necesario ser sembrado en el Cuerpo de Cristo para nacer, morir y resucitar con Él. Todo lo que no pertenece a ese bendito y Sagrado Cuerpo de Cristo no se aprovecha y no sirve para nada.
El sacerdote, que es Cristo, debe asumir a cada miembro de la Iglesia como suyo, inmolarse y morir al mundo, para resucitarlos en Cristo y darles vida eterna. La semilla que cae en tierra buena crece y da fruto al ciento por uno. Pero si el sacerdote no resucita, no sirve de nada a su alma haber resucitado a tantas.
La misión de la Madre es acompañar y auxiliar en todo momento al hijo para que él entregue todo, hasta el espíritu. Porque el espíritu es lo que resucita y da vida. Así es como la Madre da vida a la Iglesia.
Cada niño, cada bebé, cada sacerdote en el vientre de su madre es mi cordero. Lloro por mis hijos, sufro por mis corderos. Es por mi oración que yo me entrego por ellos, para que los dejen nacer, para que los hagan crecer, para que se mantengan unidos en el rebaño y nunca se pierdan, para que, si un día se perdieran, vean la luz, y encuentren el camino de vuelta a la casa del Padre.
Yo derramo por ti lágrimas de amor y de alegría, que brotan de mis ojos y resbalan por mis mejillas, con la ternura de una Madre, para ser contigo, para el mundo, la luz de la esperanza».
¡Muéstrate Madre, María!
PARA EXAMINAR LA CONCIENCIA – GENEROSIDAD EN EL SERVICIO
«El que quiera servirme que me siga, para que, donde yo esté, también esté mi servidor».
Eso dice Jesús.
Y te lo dice a ti, sacerdote, cada día, para que renuncies a ti mismo, tomes tu cruz con alegría, y lo sigas.
Y te lo dijo el día que te vio debajo de la higuera, y te llamó para que lo siguieras. Y tú dijiste sí, y Él no te llamó siervo, sino amigo.
Tu Señor ha encontrado en ti un hombre según su Corazón, porque ha visto tu disposición a dar por Él tu vida, y ha infundido en ti su inmenso amor, porque nadie tiene un amor más grande que el que da la vida por sus amigos.
Tu Señor ha dado su vida por ti, sacerdote, y es dando la vida por Él como un amigo le corresponde.
Tu entrega está dando fruto, sacerdote. Persevera en esa entrega, abandonado en la confianza de que no eres tú quien ha elegido a tu Señor, sino que es Él quien te ha elegido a ti, y te ha destinado para que vayas y des fruto, y ese fruto permanezca, de modo que todo lo que le pidas al Padre en su nombre te lo conceda.
Tu Señor te envía a servirlo, pero primero tienes que seguirlo, y para seguirlo hay que conocerlo a través de la Palabra, y de la experiencia del encuentro con Él en la oración.
Tu Señor no ha venido a ser servido, sino a servir. Y tú, sacerdote, ¿estás dispuesto a ser en todo igual que tu Maestro?
No está el discípulo por encima de su maestro, ni el siervo por encima de su amo. Bástale al discípulo ser como su maestro y al siervo como su amo.
Y tú, sacerdote, ¿has comprendido todo esto?
Tu Señor te ha elegido a ti, sacerdote, en medio de mucha gente. Te ha dado su gracia y ha hecho de ti un siervo fiel y prudente, que en la tribulación y en la persecución permanece alegre, haciéndose último y servidor de todos, porque Él te ha llamado, porque tú lo has escuchado, y renunciando a ti mismo lo has encontrado.
Tu Señor vive en ti, sacerdote, y tú das testimonio de Él y de su amor, de su misericordia y de su poder.
Tu Señor te ha dado una fe grande, sacerdote. Consérvala, aliméntala, fortalécela, valórala, cuídala, muéstrala con tus obras, permaneciendo en el amor de tu Señor, para que sean uno como el Padre y Él son uno, y el mundo crea que Él lo ha enviado.
Tu Señor te pide que mueras al mundo, sacerdote, que te aborrezcas a ti mismo, que lo sigas y te pongas a su servicio. Te pide mucho, pero te muestra la balanza: en un lado está tu generosidad y tu confianza, y en el otro lado está el ciento por uno en esta vida, y la vida eterna, que es tu esperanza.
Reflexiona y date cuenta hacia dónde está inclinada la balanza, para que entiendas que todo vale la pena.
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COLECCIÓN PASTORES

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